6.

El sonido de un fuerte llanto me despertó. Eran las cuatro de la mañana y no había pegado ojo en toda la noche. Me levanté de mi cama cuidadosamente, y caminé hacia el pasillo, el lugar de donde provenía aquel ruido.

Encontré a mi madre sentada en el suelo, con sus rodillas dobladas, su frente sobre estas, y sus manos rodeándolas.

—¿Mamá? ¿Qué ocurre? —pregunté mientras me sentaba a su lado.

Ella levantó su cabeza, con sus ojos fijos en los míos. De un impulso, la abracé. No sabía qué era lo que ocurría, pero debía ser algo muy malo. Sentí sus brazos rodear mi espalda, devolviéndome así el abrazo.

Después de unos minutos logró separarse de mí y habló:

—Amelia... —pronunció.

—¿Amelia? ¿Qué pasa con ella?

Ella solo pudo darme una mirada triste.

—¿Mamá?

—Ella... —trató de hablar, pero al no poder, extendió su mano hacia mí, dejándome observar un trozo de papel.

Fue entonces cuando me di cuenta de que esa nota, era la misma que le había dejado poco tiempo atrás a nuestra vecina, el día que fui a dejarle el pastel.

—¿Qué significa esto?

—La han encontrado hace unas horas tumbada en el suelo... Sin vida. La policía pasó por aquí para informarme. Ahora mismo están haciendo una investigación en su casa, y puede que vengan más tarde para interrogarnos.

—¿Investigación?

—No fue una muerte natural... Tenía varias apuñaladas aquí —dijo, señalando su corazón.

—No puede ser...

No sabía cómo reaccionar a esto. Ella era casi mi segunda abuela. No me podía creer que ya no estuviera aquí.

—Ahora está con la abuela en un lugar del mundo —mencioné con una sonrisa en la cara, y lágrimas en mis ojos.

Entonces recordé que cuando fui a entregarle el pastel, su timbre no funcionaba, y el momento en que llamé a su puerta, nadie contestó. No quería sonar paranoica, puede que fuera una simple coincidencia, pero algo no me cuadraba.

El sonido de la puerta me alarmó.

—Ya abro yo —informé, mientras me levantaba para bajar las escaleras.

En cuanto abrí la puerta, una luz cegadora, que provenía de una linterna, llegó a mis ojos.

—¿Es usted Elena Miller? —preguntó un policía de una edad ya avanzada.

—No, soy su hija.

—Está bien. Necesitamos pasar. Estamos en una investigación.

—Oiga mi madre está bastante afectada por la pérdida. ¿No podrían venir en otro momento?

—Lo siento señorita Miller, son órdenes.

Sin decir nada más, un grupo de policías se adentró en mi casa, mientras iluminaban todo el lugar con sus linternas.

—Espere sentada, puede que tardemos un rato.

Iba a decir algo, pero sinceramente, estaba cansada y bastante triste. No tenía ganas de discutir con un policía mayor, así que obedecí sus órdenes y fui a sentarme en el sofá de la sala.

No quería dormirme, no cuando un grupo de policías estaba inspeccionando mi casa y mi madre se encontraba en tal estado. Decidí ponerme a leer hasta que terminaran.

Dos horas después, el policía con el que había conversado anteriormente, iluminó mis ojos con su linterna. Yo solté un quejido mientras cerraba mi libro.

—Señorita —me llamó—. No hemos encontrado nada que pueda inculparlas. Nada raro —declaró—. ¿Puede pasarse mañana a primera hora por la comisaría? Necesitamos interrogarla.

—Si, claro —confirmé.

—Bien. La veo mañana

Después de eso, salió de mi casa con los demás policías siguiéndole a sus espaldas.

Estaba agotada. No había dormido en toda la noche. Ni siquiera tenía ganas para levantarme y dirigirme a mi cama, así que me dejé caer en el sofá, cerrando mis cansados párpados.

-

—Ya le he dicho que eso es todo lo que sé. —Suspiré, agotada.

—Bien, apunta chico, nadie contestó a la señorita Miller y el timbre estaba roto —le dijo el policía a otro, un poco más joven.

—Lo he apuntado mil veces, señor.

—Ese es mi chico —pronunció el policía mayor mientras le daba una palmadita en la espalda al otro.

Esa imagen me causó gracia. Miré hacia abajo avergonzada, mientras jugaba con mis anillos. El policía que me interrogó, me dio la orden para poder irme. Obedeciendo, me levanté de mi asiento y me dirigí a la salida.

—Que tengan un buen día —me despedí.

De camino a casa, me detuve a observar la de Amelia, que se encontraba completamente precintada, y rodeada de coches de policía. Decidí acercarme.

—Deténgase señorita, no puede pasar. Esto es una investigación.

—Oh, yo no... Solo quería ver. Era mi vecina, la tenía mucho aprecio.

—Vuelva a su hogar.

Resoplé, poniendo mis manos en alto como señal de inocencia, mientras me daba la vuelta para ir a mi casa. En cuanto llegué, me dirigí hacia mi cuarto para descansar. Me tiré de plancha a mi cama, solo quería pasar un rato conmigo misma.

Tenía la vista fija en el techo. El sol colándose por el tragaluz, iluminaba todo mi rostro. Giré mi cabeza, con mis ojos fijos en la pared. Mi mirada bajó hasta mi escritorio, donde un característico brillo llamó mi atención.

"¿Te ha gustado mi regalo? Una vez cada veintiocho días... Empezando por mañana".

Lo recordé. El colgante. Ayer se cumplían veintiocho días desde la última vez que me lo puse. Sin embargo, nada me había pasado, todo seguía en orden.

Entonces lo escuché:

Amelia —pronunció aquel susurro, sobre mi oído.

Me tapé la boca, mientras las lágrimas comenzaban a asomarse. Amelia... Ella fue asesinada el mismo día que no me puse aquel estúpido colgante. Empecé a sollozar, haciéndome a la idea de que tal vez, había muerto por mi culpa. Si me lo hubiera puesto, puede que en este momento estuviera en su hogar, viva y alegre.

Agarré el colgante con rabia, dispuesto a romperlo, hasta que unas imágenes de Kalen a mi lado, en el parque, llegaron a mi cabeza. La perla brillaba con la luna llena.

«Tal vez haga efecto si me lo pongo hoy», pensé.

Sin embargo, ya no había luna llena. Aunque a simple vista pareciera lo contrario, no llegaba a estar en su completo estado. No obstante, lo intentaría, no tenía nada que perder.

Me levanté de la cama y corrí hacia la casa de Amelia. Intenté adentrarme en ella, pero un policía me detuvo.

—¿Otra vez tú? ¿Dónde te crees que vas? Ya te he dicho que esto es una investigación.

—Yo era vecina de Amelia, he estado pasando por un mal momento desde que se fue. Me gustaría entrar.

—Lo entiendo, pero te repito que no puedes entrar. Son órdenes. Date la vuelta y vuelve a tu casa, niña.

—Lo sé, pero... —dije, mientras trataba de buscar una excusa convincente para poder entrar—. Creo que puedo ayudar.

—¿Y tú como vas a poder ayudar?

—Estuve en su casa, cuando ella ya se encontraba muerta. Puedo aportar información.

El policía me miró de arriba abajo, dudoso. Yo estaba ansiosa esperando una aprobación.

—Está bien —dijo—. Pero iré contigo.

—Gracias. —Asentí.

En cuanto me dio el permiso para poder entrar, caminé hacia la entrada, nerviosa, con aquel policía a mis espaldas.

Al entrar, la casa estaba muy diferente a como la recordaba. Investigadores que portaban linternas especializadas caminando por los pasillos, las luces apagadas, el suelo cubierto con un plástico que se me pegaba en los pies.

No me esperaba para nada ver a Amelia, en medio del salón, tirada en el suelo.

—¡Amelia! —grité.

El policía me agarró del hombro, para detenerme.

—No te acerques mucho.

Al principio me aterró ver su cuerpo apuñalado, rodeado de un gran charco de sangre. Pero luego, había algo en su rostro que me desconcertó. Sus ojos. Estaban completamente abiertos, y habían adquirido un color blanco, casi brillante.

Kalen.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top