3.

Por alguna razón, me sentía cómoda en él. Me traía una sensación nostálgica, como si lo hubiera llevado antes.

Ahí estaba, parada frente al espejo del baño, mirando ese colgante que alguien me había regalado. Tal como me indicaba la nota, me lo tenía que poner una vez cada veintiocho días, empezando por hoy.

Tal vez alguien esté jugando conmigo, una broma pesada.

Sea lo que sea, lo único que quería era llegar al fondo del tema, saber quién estaba detrás de todo esto. No entendía por qué me habían regalado aquel obsequio.

Agarré mi mochila y bajé las escaleras para ir a clase. Curiosamente, llegué pronto.

A primera hora me tocaba matemáticas, así que me dirigí a su aula correspondiente. En cuanto entré, visualicé a Abril, sentada al fondo del todo. Ella me saludó con la mano.

—¡Valeria, acércate! —exclamó.

Ella estaba con Diana y Rocío, dos compañeras de mi curso. Nunca había sido amiga de ellas, sin embargo, nos llevábamos bien y solíamos conversar en clase.

Me acerqué a su mesa.

—Buenos días —saludé, con amabilidad.

Estuvimos un rato hablando, hasta que sonó el timbre, que indicaba que ya empezaba la clase. Me senté al lado de Abril, en el sitio que pegaba con la ventana que daba al patio.

En un momento de aburrimiento, mi mirada se dirigió hacia la ventana. Un movimiento extraño en el patio me sorprendió, haciendo que pusiera toda mi atención en ese punto. Una cabellera negra se asomaba.

Oh... Eres tú.

De un momento a otro, aquella persona se dio la vuelta y dirigió su vista hacia arriba, mirándome directamente. Hizo un gesto de saludo con la mano. Su semblante serio.

Yo le ignoré, fingiendo ponerle atención al profesor.

Sin embargo, empecé a sentir una punzada muy fuerte en mi pecho. Me faltaba el aire, no podía respirar.

—Profesor, ¿puedo ir al baño? —la urgencia se notaba en mi voz.

En cuanto él me dio el permiso, salí corriendo hacia el baño. Intenté tomar respiraciones profundas, pero no funcionó. Desesperada, abrí el grifo del lavabo para refrescarme la cara, sin embargo tampoco dio resultado.

Y entonces, él apareció.

Fue en ese momento exacto cuando todo el dolor en mi pecho desapareció, sin dejar rastro alguno. Como si su presencia hubiera bastado para que el malestar se fuera, y aparentemente, fue así.

Estaba parado en la puerta.

—Eso es lo que pasa cuando me ignoras —soltó con simpleza, mientras se iba adentrando.

No entendía lo que estaba diciendo.

—Este es el baño de chicas —dije firmemente.

—Lo sé. —Empezó a darse paseos por el baño, restándole importancia a todo lo demás.

—No puedes estar aquí.

—También lo sé. —Extendió el lado lateral de sus labios, formando una sonrisa burlona.

Con lentitud, empezó a acercarse a mí. Nos encontrábamos a una distancia casi inexistente, podía sentir su respiración caer sobre mí.

Me estaba poniendo nerviosa, traté de mantenerle la mirada, pero inmediatamente la bajé, no pude sostener el peso de sus ojos blancos. Comencé a sentir el calor subir por mi pálida piel, volviendo mis mejillas rojas.

Él se alejó con simpleza, con sus manos cruzadas detrás de su espalda.

—De todos modos, ya lo sabía —dijo.

Salí de mis pensamientos.

—¿El qué?

—Tu nombre, ya lo sabía— dijo, encogiéndose de hombros.

—No creo.

—¿Por qué no, Valeria?

Eso no me lo esperaba.

—¿Has estado buscando mi nombre? Te estás obsesionando conmigo, campeón.

—Escúchame —dijo mientras caminaba hacia mí, acorralándome contra la pared—. El collar. —Lo señaló—. Hoy, a las doce de la noche, irás al parque, ¿entendido?

—¿Qué? ¿Por qué?

—Hazlo. —Paso a paso, se fue alejando.

—¿Eres tú quién me lo regaló? —pregunté antes de que se fuera.

Él se giró mirándome, y me dio una sonrisa ladeada. Finalmente, se alejó de mí.

-

Eran las once y media de la noche y yo estaba contando los minutos para que llegaran las doce. En verdad, ese chico me empezaba a dar miedo, y a la vez me intrigaba, necesitaba saber qué era lo que quería de mí.

Aproveché la media hora que me quedaba para vestirme. Agarré mi cabellera azabache en una coleta, y finalmente, me puse un abrigo de invierno. Para ser otoño, hacía mucho frío.

El parque estaba a cinco minutos de mi casa, por lo que fui caminando con tranquilidad.

Por el camino, uno de esos susurros llegó a mi oído de nuevo, intentando formular una frase. Sin embargo, esta vez logré entender una pequeña parte:

"No..."

El viento silbaba sobre mi oreja y me quedé parada en mi sitio, confundida por lo que acababa de pasar.

¿No? ¿A qué se refería?

Pensé que tal vez eran los recuerdos de mi abuela llegando a mi mente. La echaba mucho de menos, y tal vez empezaba a escuchar sus voces, grabadas en mi cabeza.

Decidí restarle importancia y continuar mi camino hacia el parque, llegué tres minutos antes de la hora acordada. Él aún no había aparecido. Me senté en uno de los columpios a esperarle.

El sonido de las campanas de la iglesia, comenzó a sonar, marcando la medianoche. Justo en el momento que cesaron, él apareció.

Llevaba una sudadera negra, con su peinado desordenado, siendo tapado por la capucha de esta. Comenzó a caminar hacia mí, con las manos guardadas en sus bolsillos. Me levanté del columpio inmediatamente.

—Hola— dije.

Él no respondió.

—¿Lo traes?

Abrí mi abrigo para poder sacarme el colgante.

—¿Esto? 

Asintió.

—Mira al cielo. —Señaló hacia arriba.

Me permitió observar la enorme luna llena que habitaba en esa capa negra, rodeada de estrellas.

—Luna llena... —Me giré para verle— ¿Qué me quieres decir?

Él rápidamente me agarró de los hombros, acercando su rostro al mío.

—Escúchame. —Juntó su frente con la mía, mientras apretaba su mandíbula, dejando ver una expresión enfadada en su rostro—. No hagas preguntas, solo haz lo que te diga.

No pude pronunciar ni una palabra.

—Bien, esta preciosidad que ves aquí, eso que llamáis luna llena —hizo una pausa—, sale una vez cada veintiocho días. —Señaló mi colgante—. Y será entonces cuando tendrás que llevarlo.

Él, al estudiar mi cara de confusión y desagrado, hizo un comentario:

—Vamos mujer, es solo una vez al mes, tampoco te estoy pidiendo un gran esfuerzo— dijo con desinterés.

—Pero... ¿Por qué? —pregunté, la duda me consumía—. ¿Eres un hombre lobo?

Él soltó una risa y colocó su dedo índice sobre mi labio, haciéndome callar.

—Dijimos que nada de preguntas —hizo una pausa—. Esto es solo por tu bien, trato de protegerte. —Me miró a los ojos, con una gran sonrisa—. Y no, no soy un hombre lobo, soy una persona normal como tú. Hazme el favor de dejar de compararme con esos monstruos feos.

—¿Protegerme? ¿Acaso te conozco?

Me agarró de la mano, de tal forma que daba la impresión de que me estaba suplicando.

—Por favor, confía en mí.

—No te conozco. Ni siquiera sé tu nombre.

Soltó mi mano desinteresadamente, rodando los ojos.

—Está bien, como tú veas. —Y se fue, alejándose de mí.

Mientras más se alejaba, mi curiosidad aumentaba. Algo dentro de mí me decía que tenía que hacer lo que él me estaba pidiendo.

—¡Está bien! —grité para que me escuchara, él se quedó inmóvil sobre su sitio—. ¡Lo haré! —aclaré, pero el chico no movió ni un músculo, ni siquiera se dio la vuelta. Sin embargo, estaba segura de que me había oído—. ¡Y que sepas que los hombres lobo no son monstruos horribles, son increíblemente atractivos!

Él decidió ignorar ese último comentario, continuando su camino.

Cuando se había alejado lo suficiente, me decidí por ir a mi casa.

De un momento a otro, me empezó a doler el pecho, de nuevo. Abrí mi abrigo intentando buscar aire que pudiera entrar en mis pulmones.

Lo que vi me dejó perpleja.

Deslumbrando mis ojos, el collar que colgaba de mi cuello, comenzó a brillar, asemejándose a una perla.

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¡Hola, hola! Perdón por la tardanza en actualizar, apenas he tenido tiempo:(

Quiero saber vuestros pensamientos, ¿qué pensáis del collar? ¿Por qué Valeria lo tiene que llevar cada vez que hay luna llena? ¿Y por qué el chico está tan interesado en que ella lo haga?

¡Lo descubriremos muy pronto!

¡Hastala próxima! <3 

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