Capítulo 9
Unos minutos después Kreacher apareció en el salón. Con ojos brillantes confirmó que la señorita Bella ya estaba instalada en la habitación de su antiguo amo, que contaba con un cuarto de baño anexo. Todos parecieron aliviados de que estuviera encerrada. Dumbledore sentenció que era hora de aclarar lo sucedido. Le preguntó en primer lugar a Sirius cómo se habían enterado del ataque. Harry lo había olvidado por completo y asintió deseando saberlo.
El animago les contó que mientras cenaba, Mundungus Fletcher apareció en la chimenea. Había oído rumores en el Callejón Knockturn de que iba a haber un ataque al tren y le especificó la ubicación. Sirius no le dio mucha credibilidad: si fuese a haber un ataque se hubiese enterado Snape o alguno de sus espías en el Ministerio. Aun así, le ordenó al retrato de Phineas Nigellus Black que se trasladase a su cuadro en el despacho del director y se lo comentara a Dumbledore. Por si acaso, junto con Marlene y Lupin que estaban en Grimmauld, se aparecieron en el lugar. En cuanto vieron a los mortífagos persiguiendo a los chicos, mandaron patronus a Tonks, Moody y Shacklebolt. Ahí empezó la batalla.
–Lo mejor será traer a Mundungus y que nos lo cuente él –terminó su relato Sirius.
Todos estuvieron de acuerdo. La historia no parecía cuadrar del todo... Así que ordenaron a Kreacher que fuese a buscar a Mundungus. Mientras lo localizaba (probablemente borracho en algún antro), Dumbledore siguió con sus pesquisas:
–¿Tú sabías algo de esos rumores, Severus?
–Nada. El Señor Tenebroso arde en deseos de atrapar a Potter, pero no creí que se atreviese a hacerlo en el tren...
–¿Cómo es posible que el descerebrado de Fletcher se haya enterado de algo que nadie en la Orden sospechaba? –preguntó McGonagall verbalizando la angustia de todos los presentes.
"Ah, ahora saldremos de dudas" respondió Dumbledore cuando escuchó a Kreacher aparecerse. Junto a él se retorcía sin lograr liberarse la figura algo harapienta y bastante patética de Mundungus Fletcher. Olía a tabaco y a alcohol pero no más que de costumbre; podían interrogarlo sin problemas. Pese a sus quejidos –porque según él habían interrumpido un negocio importante– Dumbledore le hizo sentarse. Le pidió con calma que relatase lo sucedido. Él repitió lo que acababa de referir Sirius: escuchó los rumores en el siniestro callejón y corrió a contárselo a la Orden. "Merezco un premio, no un tercer grado" masculló.
–¿Cómo eran las personas a las que oíste hablar? –preguntó Sirius– ¿Eran mortífagos?
–No sé... Eran personas, sin nada especial...
–¿Cuántos eran? ¿Hombres o mujeres? ¿Lo contaban como si pensasen participar o porque también lo habían oído? –insistió Shacklebolt.
–Ya os digo que no lo sé, simplemente lo escuché, no quise llamar la atención. Enseguida vine a contároslo.
–¿Me quiere decir que fue capaz de transmitirle al señor Black la localización exacta del ataque pero dos horas después ya no recuerda ni dónde estaba? –inquirió McGonagall dedicándole una mirada severa.
El mago tragó saliva. Pareció realizar un tremendo esfuerzo mental, pero soltó un quejido patético y volvió a negar. No recordaba nada concreto. Dumbledore salió en su auxilio:
–Es evidente que le han desmemorizado, ¿te importa si entro en tu mente y busco los recuerdos?
–¡Claro que me importa! ¡No quiero que...!
–Lamento que haya sonado a pregunta. No lo era.
Pocos segundos después Dumbledore frunció el ceño contrariado. "No hay recuerdos de esas horas..." murmuró. Era extraño, aunque le hubiesen hecho olvidar, el director debería haber podido acceder a la memoria bloqueada. Harry tuvo una idea.
–¿Y si le han hecho tomar una poción anestesiante para que en su recuerdo no quede registro de sentimientos ni emociones?
Toda la sala le miró boquiabierta.
–Me pregunto, señor Potter –empezó Snape con frialdad–, dada su evidente ineptitud en mi clase...
–Ten cuidado, Quejicus. Ya te has ganado una hostia esta noche, espera no vayan a ser dos –advirtió Sirius que seguía firme en su propósito de apalearlo por crear el maleficio.
–...¿cómo conoce una poción tan compleja que muy pocos magos y brujas serían capaces de elaborar? –completó Snape.
–En ese caso, si encontramos al autor podemos pedirle que le enseñe –respondió Harry intentando contener la rabia.
Sirius soltó una carcajada y le dio un apretón en el hombro con orgullo. El maestro de pociones se quedó lívido pero no se atrevió a replicar delante de Dumbledore y McGonagall. Fue el director quien de nuevo dictaminó:
–¿Sabes qué, Harry? Creo que has atrapado la snitch. Es la única opción viable.
–¡Yo no me he tomado ninguna poción! –protestó Mundungus.
–Te la has tomado, aunque no tenemos manera de comprobarlo –declaró el anciano–. Sirius, cuando vino a avisarte, ¿parecía desconcertado, con la mirada perdida o...?
–¿Cómo si estuviera bajo imperius? No... –respondió el animago haciendo memoria– No parecía más desubicado de lo habitual... Si lo tenían controlado así, tuvo que lanzarle la maldición alguien muy hábil, porque no había rastro alguno.
–Seguro que Quien–vosotros–sabéis no deja rastro al hacer algo así –comentó Marlene.
–Eso es ridículo. ¿Por qué iba él a querer alertarnos del ataque? –replicó Severus.
–Quizá para tender una trampa a la Orden y atraparnos... –aventuró la rubia.
–No, me quería a mí, lo más desprotegido posible –comentó Harry–, me lo dijo claramente. Jamás se arriesgaría a tendernos una trampa sabiendo que puede aparecer Dumbledore.
El resto asintieron.
–Se me ocurren dos posibilidades –empezó el director–: o realmente alguien se enteró del plan por casualidad y utilizó esta técnica para mantener el anonimato porque hoy en día es muy peligroso actuar así... O puede que tengamos en el otro bando, entre los más allegados de Voldemort, a algún espía.
–Aun a riesgo de que me volváis a llamar loco... –empezó Harry.
–Mundungus –preguntó Sirius con hastío deseando atajar la locura de su ahijado–, ¿recuerdas haber visto a Bellatrix en el callejón o en cualquier otra parte?
El hombre abrió los ojos con horror y negó vigorosamente.
–¡Jamás me acercaría a ella! Cuando se enteró de que estaba vendiendo... Bueno, cuando se enteró de mis negocios me buscó y me torturó tanto que no he vuelto a dormir sin terrores nocturnos.
Sirius miró a Harry como preguntándole si eso le valía como respuesta.
–¡Pero es muy buena bruja! Seguro que si ella quisiera, Mundungus no recordaría nada, ¿verdad? –preguntó a Dumbledore ansioso por su apoyo.
–No... No lo recordaría. Pero sigue sonando bastante descabellado, Harry.
–¡No tanto! ¡Teniendo en cuenta que ha salvado a Sirius y que...!
–¿Y? –inquirió Snape enarcando una ceja.
–Y que... me ha tenido pegado a ella y no me ha secuestrado, ni entregado a su señor ni nada –improvisó el chico.
Había estado a punto de revelar su excursión en verano. Pero no quería hacerlo delante de tanta gente. Y menos de Snape. Se estaba volviendo loco por culpa de Bellatrix: no le había torturado como a los Longbottom pero había encontrado la forma de lograr el mismo efecto a largo plazo y con discreción.
No sé llegó a ninguna conclusión con ese asunto. Le siguió el debate de qué hacer con Bellatrix. La mayoría eran partidarios de Azkaban y el beso del dementor, pero también se sugirió utilizarla para localizar a Voldemort o no entregarla al Ministerio y confinarla ellos para que su Señor no pudiese liberarla como la vez anterior. Tampoco hubo una solución clara. Dumbledore decidió que lo mejor sería consultarlo con la almohada.
Harry apenas participó, estaba agotado. Debería encontrarse en su cómoda cama en la torre de Gryffindor, con el estómago lleno tras un copioso banquete. Pero no. Ahí estaba otra vez, en Grimmauld Place tras un ataque de Voldemort y comprendiendo cada vez menos. Lo único bueno es que al menos tenía a su padrino y ambos habían sobrevivido una vez más. Precisamente fue él quien se dio cuenta de su estado.
–Acuéstate, Harry. Le diré a Kreacher que te suba algo de cena. Te avisaré si sucede algo.
Sin ganas de discutir, el chico les dio las buenas noches y se retiró. Comprobó que alguien había rescatado su baúl del tren y descansaba a los pies de su cama. Se dio una ducha rápida, le dio un par de mordiscos al sándwich que le preparó Kreacher y se metió a la cama. Cerró los ojos pero las escenas vividas apenas unas horas antes se repetían en bucle. No lograba calmar la adrenalina. Como tenía la puerta abierta, escuchaba en el piso de abajo los ruidos amortiguados de los asistentes que se empezaban a marchar. La mayoría se fue a su casa, salvo Remus que partió hacia San Mungo para hacerle compañía a Tonks y Marlene que le acompañó para ver si podía ayudar con Moody.
Solo Sirius se quedó en Grimmauld, no se fiaba de que nadie más vigilase la casa ahora que Harry volvía a estar dentro. Al poco el joven escuchó sus pasos subiendo por las escaleras. Se detuvo en la cuarta planta, donde solo estaban su dormitorio y el de Regulus. El chico tuvo un presentimiento. Sin hacer ruido, se levantó y subió al piso en cuestión. Se quedó apostado en el rellano y enseguida confirmó sus sospechas.
La puerta que abrió Sirius no fue la de su dormitorio. Y la voz que se escuchó no fue la suya:
–¿Vienes a matarme o me vas a dejar salir?
–¿Por qué lo has hecho? –replicó él ignorándola.
–¿El qué?
–Curarme del maleficio.
A Harry se le aceleró el corazón. Se acercó un poco más con sigilo. Escuchó de nuevo a Bellatrix:
–No he sido yo. Potter se ha enfrentado a mi Señor, nadie sale indemne de eso. Es evidente que estaba aturdido y...
–Antes de desmayarme te he oído murmurar el contrahechizo –aclaró el mago–. Has sido tú.
Harry abrió los ojos con rabia. ¿¡Por qué le había tratado de loco si lo recordaba!? Tras unos segundos de estupor, Bellatrix le dio la respuesta:
–Sabías que Potter decía la verdad, pero me odias tanto que has preferido ocultarlo... Prefieres hacer quedar de tonto a tu ahijado que a mí de buena persona... Eres cruel.
No sonó a reproche ni a lamento; de hecho, parecía que la mortífaga lo consideraba un cumplido. Sirius volvió a preguntarle el motivo, pero no hubo respuesta. Así que pensó en voz alta para intentar hacerla reaccionar:
–Entiendo que quieras que te manden a Azkaban: así tu Señor sabrá que te hemos capturado. Mientras que si vuelves tan tranquila, aunque no viera que me curaste, pensará que lo has traicionado...
–Te equivocas, Azkaban es mi segunda opción. La primera es que abras la puñetera puerta y me dejes salir. Pero como sé que no lo vas a hacer... Esta conversación no va a ninguna parte, lárgate.
–¿Le contaste a Mundungus lo del ataque?
–¡¿Sabes que esa escoria robó cosas de esta casa, de nuestra familia, y se dedicó a malvenderlas por ahí?! –bramó Bellatrix con rabia– Iba a matarlo, pero prefiero que viva con los efectos de aquella tortura... ¡¿Tú se lo permitiste, se las diste tú?!
Harry sabía que si Dumbledore había sellado esa puerta, Bellatrix no podría salir con ningún conjuro. Lo que no sabía era si habría hechizado el cuarto para que no se pudiera hacer magia... La vida de Sirius podría depender de ello, porque ahora la mortífaga sí parecía realmente cabreada. "Te respondo a eso" replicó el mago con sorna, "si tú me explicas lo que ha sucedido esa noche". La respuesta debió venir en forma de mirada asesina porque el chico no escuchó nada. Pero viendo que su padrino no avanzaba en la causa, decidió que era el momento de explotar. Se personó en la habitación (para sorpresa de los dos Black) y exclamó:
–¡No solo esta noche! ¡Ella te trajo de velo, me hizo participar en un ritual una noche en verano!
En cuanto lo vio entrar, Sirius le iba a echar por su seguridad, pero a mitad de la frase se frenó. La mortífaga jugueteaba con su varita perezosamente, como si su primo no le supusiese ninguna amenaza. No perdió la oportunidad de intervenir:
–Lo que te decía. Debe ser algún maleficio aturdidor –murmuró Bellatrix–, el pobre bebé no dice más que tonterías.
Harry la miró con rabia. La miró y por primera vez pudo fijarse en ella. Hasta entonces, por la oscuridad de la noche, el intentar huir y los continuos duelos, nunca había reparado en su aspecto. Pero esa mujer no parecía haber pisado Azkaban. Tenía un rostro aristocrático, con facciones marcadas y labios y ojos grandes que le daban un aire infantil. Su melena oscura y ondulada enmarcaba su cara y alcanzaba sus costillas. Estaba delgada, pero se notaba que hacía ejercicio ("persiguiendo a víctimas", pensó Harry). Tras la ducha, se había puesto un jersey de slytherin –probablemente de Regulus– y estaba tirada en la cama, con la colcha tapándole las piernas. Pese a lo relajado de su postura, su porte seguía luciendo noble. Al igual que las veelas emanaban un brillo especial, parecía que la magia negra envolviera a Bellatrix.
–¡Harry, Harry! –le llamó su padrino sacudiéndole del hombro.
El chico volvió en sí avergonzado por haberse quedado embobado. Sirius parecía realmente preocupado:
–Te tengo que llevar a San Mungo, creo que Voldemort te...
–¡NO DIGAS SU NOMBRE, SUCIO TRAIDOR! –bramó la mortífaga.
–¡Que no me pasa nada! –insistió Harry con un deje patético– ¡Por favor, Sirius, créeme! Ambos sabemos que te ha salvado esta noche, así que no veo tan disparatado creer que también lo hizo la primera vez. Dumbledore nos dijo que podía recuperarse a alguien del velo con rituales complejos de magia oscura. Bellatrix lo hizo, yo estuve ahí. Tienes que creerme...
–Es que me mató ella, Harry... –replicó su padrino turbado– ¿Por qué iba a salvarme?
–Eso, bebé Potter, ¿por qué iba a traer a la vida a este chucho traidor? –preguntó la mortífaga– Aunque reconozco que la idea de matarlo por segunda vez me excita bastante...
El joven gimoteó desesperado. Entendía que no era fácil creer algo así, él mismo seguía sin comprenderlo, pero de todos modos... Cogió aire y decidió explicarle la aventura a su padrino mientras la morena les contemplaba con curiosidad.
–Una noche de julio Bellatrix vino a Privet Drive. La perseguí hasta un callejón... No me interrumpas, sé que suena estúpido, pero deja que te lo cuente primero –se adelantó Harry–. El caso es que me dijo que la tenía que ayudar con una misión...
A grandes rasgos, el joven resumió lo que vivieron aquella velada. Bellatrix lo miraba fijamente, sin dejar entrever ninguna emoción (probablemente con miedo a que sus gestos la delataran ante Sirius). Jugueteaba con su varita, pero sabía que no podría salir de la casa, ni siquiera con Kreacher a quien le habían prohibido ayudarla. Además, los dos gryffindor también tenían sus armas firmemente preparadas. Aunque a Sirius parecía habérsele olvidado todo con la rocambolesca historia.
–¿Bellatrix fue a tu calle y tú decidiste abandonar la seguridad de tu casa y perseguirla en la oscuridad?
–Es que te había matado... –se justificó Harry avergonzado.
La morena soltó una carcajada burlona. El chico se fijó en que apuntaba con su varita a su muñeca y se horrorizó. Pensó que estaba invocando a Voldemort (aunque no sabía si funcionaría con el encantamiento fidelio), pero se dio cuenta de que no: la piel le ardía, Él la estaba llamando. Ella murmuraba encantamientos que el joven sospechó que servían para mitigar el dolor en su piel. Ajeno a eso, su padrino se frotó las sienes como buscando la forma de hacerle ver lo estúpido de su historia. Optó por recurrir a argumentos lógicos:
–Si Bellatrix hubiese usado imperio, crucio o cualquier otro maleficio para controlarte, habría saltado tu alarma de magia en menores porque no vive ningún otro mago en la zona. Pero no sucedió. ¿Entiendes que por eso...?
–Ella lo sabía y no utilizó ningún conjuro. Solo nos apareció, pero eso no cuenta porque los aurores que protegen la casa lo suelen usar.
–¿Me quieres decir –intervino la bruja con un tono de profunda curiosidad– que viniste de excursión conmigo por voluntad propia, por el deseo de pasar más tiempo con la asesina de tu padrino? Es más, ¿permitiste que yo, la más fiel seguidora del Señor Oscuro, te apareciese donde quisiese?
Sirius la miraba con verdadero rencor, pero aun así no pudo objetar. Volvió la vista a su ahijado (sin dejar de vigilar a la bruja por el rabillo del ojo) pidiéndole que contestara.
–Bueno, yo...
No podía contarle la verdad: que algo dentro de su alma sentía cierta predilección por la mortífaga.
–Creí que podía cambiar de opinión en cualquier momento y matarme, pese a todo no creí que hubiese otra opción que obedecer... Además, no me importaba mucho morir, había vuelto a perder a mi familia.
Eso último enterneció a su padrino, pero no parecía convencido en absoluto. Le hizo más preguntas:
–¿Y por qué no se lo contaste a nadie? ¿A Dumbledore...? ¿O a mí, cuando llegó el momento y no entendía nada?
El chico de nuevo sintió que se sonrojaba por haber actuado de forma tan estúpida.
–Ella me prohibió que lo hiciera...
–¡Ja! –rió la morena– Toda la gente que te quiere te prohíbe salir de casa, pero sales sin dudar; la tita Bella te prohíbe contar una historia pequeñita y vas y obedeces. ¡Esta es la mejor historia que he oído nunca, Beedle el bardo debería aprender de ti, bebé Potter!
Los dos magos la miraron con odio. El mayor por burlarse de su ahijado, que a todas luces estaba conmocionado tras lo sucedido y deliraba. Y el segundo porque notaba que la mortífaga estaba disfrutando al torturarle contando la verdad.
–¡Es que pensé que nadie me creería! O que... que pensarían que si es ella la que te ha traído de vuelta, no se podían fiar de tu lealtad... –añadió mirando a Sirius– No sería la primera vez que te condenan por ser un mortífago.
El animago estudió su rostro con detenimiento y finalmente dictaminó:
–Creo que ya sé lo que sucede. Te volviste a meter en la mente de Voldemort. Sin duda lo que viste es un recuerdo suyo y por eso está todo confuso y...
–¡NO HAY NADA CONFUSO! –chilló exasperado– ¡Bellatrix vino una noche de luna de sangre con un pájaro gigante, me dijo que íbamos a revivirte, me llevó al Ministerio, hicimos el ritual que te he contado y me volvió a llevar a Privet Drive!
–¿De qué clase? –inquirió su padrino casi en un susurro.
–¿Cómo?
–El pájaro, ¿qué clase de pájaro era?
–Un ave del trueno. Grande, azul claro como el hielo. Me contó que crea tormentas y su canto tiene propiedades mágicas. Dijo que lleva muchas décadas con ella y que me mataría con sus garras si no la obedecía.
Por unos segundos Sirius calló. Su ahijado le miró desconcertado pero con un atisbo de esperanza. Bellatrix había borrado la sonrisa burlona. Su primo se dirigió a ella:
–Tú tienes un ave del trueno, le oía visitarte en Azkaban. Su canto puede causar locura, pero también evitarla e incluso alejar a los dementores.
–¿Y qué? –preguntó la morena encogiéndose de hombros– Lo habrá visto también cuando se mete en la mente de mi Señor.
–Apuesto lo que quieras a que tu Señor no sabe que lo tienes –replicó Sirius–. Descubrí gracias a Regulus que una de las pruebas básicas de lealtad hacia Voldemort es torturar a tus mascotas. Si descubre que a alguna le tienes cariño, te obliga a torturarlo. Siempre he sospechado que obligó a Reg a hacerle algo a Kreacher.
–Si mi Señor me pidiera que lo hiciera, lo haría encantada.
–No es verdad. Siempre quisiste a los animales mucho más que a los humanos. Cuando de pequeña adoptaste un escarbato herido y tu padre te quiso obligar a sacrificarlo, torturaste a tu padre.
Harry sospechó que los engranajes de la mente de Bellatrix trabajaban a toda velocidad para justificar aquello. Pero no halló la forma. Así que se quedaron en silencio los tres en una situación bastante violenta. Sirius decidió que necesitaba procesar la información. Como hasta que tomaran una decisión la mortífaga iba a seguir en Grimmauld Place, podría continuar el interrogatorio a la mañana siguiente. Le indicó a Harry con un gesto que saliera de la habitación. El chico obedeció. Desde fuera vio como los dos Black se quedaban mirando con inquina. Ninguno de los dos dijo nada. Finalmente Sirius salió también y cerró la puerta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top