Capítulo 8
Harry odiaba los trasladores. En realidad, a excepción de la escoba, todos los transportes del mundo mágico le resultaban bastante desagradables. Se preguntó a dónde les habría llevado el que había encantado Dumbledore. No le costó averiguarlo. Aterrizó en el salón de Grimmauld Place. Junto a él, Sirius se arrastró para tumbarse en uno de los sofás: el mareo del traslador y la vertiginosa sensación no habían ayudado a su recuperación. A sus espaldas, escuchó a Bellatrix susurrar: "Sabía que se escondían aquí". La bruja se escabulló del salón probablemente buscando la forma de largarse. Harry sabía que con los maleficios protectores le sería imposible.
El chico prefirió obviar ese –enorme– problema y ayudó a su padrino a acomodarse. Al ver la sangre sobre su camisa recordó que necesitaba díctamo. Iba a buscarlo cuando entraron en tromba Lupin, Shackelbolt y Marlene. Se habían reunido ahí tras atender al resto:
–¡Harry! ¿Estás bien? –preguntó el hombre–lobo– ¿Qué le ha pasado a...?
–¡Díctamo! –le cortó Harry sin ganas de dar explicaciones– ¡Sirius necesita díctamo o le quedarán cicatrices!
–Yo tengo en mi maletín –aseguró Marlene–. ¡Accio maletín!
Al momento, una elegante cartera de piel voló a su mano. La abrió y sacó un frasco con una especie de crema rosácea. Se acercó a Sirius y empezó a aplicárselo en las heridas ya cerradas.
-Dale también una poción reabastecedora de sangre –murmuró Lupin preocupado.
La rubia extrajo la poción en cuestión y Sirius la aceptó con manos temblorosas.
–¡EN NOMBRE DE MERLÍN, QUÉ...! –exclamó Shackelbolt.
Harry apartó la vista de su padrino. Bellatrix, tras concluir que no podía salir sin ayuda, había vuelto al salón. Se había acomodado en un sillón como si la casa fuese suya y los contemplaba con desinterés. En cuanto el auror gritó, el resto descubrieron a la intrusa. Marlene se incorporó de un salto y junto a los dos magos, empezaron a lanzar conjuros para inmovilizarla. Con su varita en una mano y la de Sirius en la otra, la bruja los desvió todos.
–¡Parad! –ordenó Harry colocándose de un salto delante de la mortífaga.
Los tres miembros de la Orden le miraron perplejos.
–Bellatrix ha salvado a Sirius. Sí, es un problema que esté aquí, pero vamos a posponerlo hasta que llegue Dumbledore. ¡Tú! –le ordenó a Marlene– ¡El díctamo!
–No digas absurdeces, Harry –replicó la rubia–. La he visto intentar matar a Sirius varias veces esta noche, haz el favor de apartarte y...
–¡QUE NO ME APARTO, QUE SIGAS CON EL DÍCTAMO! –bramó Harry– ¡No me voy a apartar! Si lanzáis un hechizo, me matáis a mí. ¡Y NI ELEGIDO NI HOSTIAS, AQUÍ OS QUEDÁIS!
Ante su iracundo tono, con notable irritación, Marlene volvió a ocuparse de Sirius pero sin quitar el ojo de la intrusa. Shackelbolt y Lupin le miraban con las varitas aún en alto como si se hubiese vuelto loco. A su espalda, Bellatrix soltó una carcajada.
–Crouchy junior tenía razón –comentó burlona–, eres bastante especial, bebé Potter.
El chico recordó cuando el falso Moody le espetó que su nobleza y buen corazón le convertían en un enorme estúpido. Empezaba a pensar que tenía razón.
–Harry –empezó Lupin con calma–, ¿es posible que hayas recibido un encantamiento aturdidor?
–¿O un imperius? –inquirió Shackelbolt.
–¿O que hayas tomado poción multijugos y en realidad seas la tía abuela Cassiopea? –se sumó Bellatrix con fingida preocupación.
Todos los presentes la miraron con odio.
–Solo pretendía ayudar –comentó la morena–, para cubrir todas las opciones...
Harry optó por ignorarla. Sin previo aviso, Marlene, que acababa de terminar con Sirius, le lanzó un "Finite" al chico. No sucedió nada. Confirmaron que no estaba bajo ningún maleficio. Su exprofesor le pidió que ejecutara su patronus. Con cierto hastío, Harry obedeció y su ciervo plateado galopó por la habitación. Era él y no otra persona disfrazada. Que hubiesen tenido en cuenta su opción, a Bellatrix le hizo mucha gracia y empezó a reír mientras murmuraba: "Pues no, no es la buena de Cassi, su patronus debía ser una mofeta". Entonces, entró en la sala el que faltaba:
–Traidores a la sangre y encima armando ruido a estas horas de la noche –farfullaba Kreacher ignorándolos como de costumbre–. Mira el amo Sirius ahí tirado, borracho debe estar otra vez... Si mi ama Walburga los...
Sus grandes ojos azules se abrieron tanto que Harry temió que se le salieran.
–¡Señorita Bellatrix! –exclamó con emoción– ¡Qué alegría verla, qué honor! Es usted la más noble y hermosa de su estirpe, los ojos de Kreacher no podrían recibir mayor regalo que contemplarla.
–Hola, Kreacher, ¿qué tal va la vida en esta pocilga?
–¡Y encima se preocupa por el viejo Kreacher! ¡Es usted tan bondadosa! –respondió el elfo de forma casi ininteligible porque lloraba profusamente– ¿Quiere algo? ¿Puedo servirla en algo? ¿Desea que le prepare alguna habitación? ¿Quiere cenar? ¿Sería feliz si me decapitara aquí mismo para usted? ¿Prefiere que mate a alguno de estos?
–Todas me parecen buenas opciones, Kreacher. Pero de momento me conformaré con un whisky.
La criatura no completó el "Ahora mismo" porque ya se había aparecido en la despensa. Antes de que al resto le diera tiempo a comentar nada, había vuelto con una botella del whisky más caro del que disponían y una brillante copa. La bruja le dio las gracias y, con su permiso, el elfo se retiró a llorar emocionado. Los gritos y los llantos devolvieron por fin a Sirius a la realidad. El mago se sentó, se frotó los ojos y analizó la escena. Pronto la rabia se adueñó de él:
–¡Pero qué hace esa enferma en mi casa! –exclamó mirando a su prima con estupor– ¡Y ENCIMA CON MI WHISKY CARO, YO TE MATO!
–Y con tu varita –apuntó Bellatrix haciéndola girar entre sus dedos y dando un sorbo a su salud.
Sirius se levantó e hizo ademán de abalanzarse sobre ella. Con mucho esfuerzo, Harry y Lupin lo contuvieron y obligaron a sentarse de nuevo.
–Estamos teniendo un problema aquí –comentó el hombre–lobo–: habéis aparecido los tres y Harry (ya hemos comprobado que es él), insiste en que Bellatrix te ha salvado.
–¡Pero cómo que me ha salvado! ¡Si ha intentando matarme! ¡SI YA ME MATÓ UNA VEZ! –bramó él.
–Es verdad –comentó la morena–, ¿cómo es que estás vivo? ¡Ahora tendré que volver a liquidarte!
Harry la miró con estupor. Ella era la única que conocía la respuesta a esa pregunta. Pero ahí estaba, haciéndose la loca (empezaba a sospechar que no lo estaba en absoluto, era todo fachada). Con ese tipo de ayuda la cosa se iba a complicar aún más...
–¡Lo veis! –remarcó Marlene– ¡Acaba de reconocer que lo quiere matar, es ridículo pensar que lo haya salvado de nada!
–Vamos a ver –respondió Harry intentando con mucho esfuerzo reunir paciencia.
–¿Un trago, bebé Potter? Con whisky todo es más fácil –comentó Bellatrix tendiéndole su copa.
–¡No le ofrezcas MI alcohol a MI ahijado! –bramó Sirius.
Aquello era ya tan absurdo, que el chico pensó que cualquier ayuda vendría bien. Aceptó el vaso, dio un trago y se lo devolvió a la mortífaga. El resto exclamaron que qué hacía, que seguro que lo había envenenado; lo cual era ilógico pues Bellatrix no dejaba de beber. Harry sintió la quemazón que le desgarraba por dentro y, curiosamente, eso le relajó un poco.
–Un maleficio de Voldemort –empezó mientras Bellatrix le insultaba por usar su sagrado nombre– ha alcanzado a Sirius. Han empezado a aparecerle cortes por todo el cuerpo, ¿recuerdas eso?
–Sí –respondió el animago–. Marlene ha venido a curarme.
–Y ha fracasado como Snape enseñándome oclumancia –resumió el chico.
Eso le valió una mirada fulminante de la rubia y otra carcajada de Bellatrix.
–Viendo que estabas desmayado a punto de morirte y a peor no podíamos ir, le he pedido ayuda a Bellatrix. Ella te ha curado. Dumbledore ha venido y ha dicho que es más seguro que nos marchemos porque bueno... ella es una presidiaria, tú estás muerto y el Ministerio está obsesionado conmigo...
–¿Por qué iba Bellatrix a ayudarnos? –preguntó Lupin con desconfianza.
–Exacto, bebé Potter, ¿por qué iba yo a hacer eso? –terció la mortífaga con una curiosidad que solo Harry vio que era impostada.
Pensó en relatar la historia de su excursión en verano, pero en primer lugar, no iban a creerle; no se creían la historia actual que era bastante más sencilla.... Y en caso de que le creyesen, se asustarían de los motivos por los que Bellatrix había revivido a Sirius. Parecía que ese asunto se había olvidado y era mejor así. En segundo lugar, notaba en los ojos oscuros de la mortífaga un brillo amenazante, un "Atrévete y verás lo que pasa". Su mejor opción era contraatacar con otra pregunta.
–Quitando el hecho de que yo la he visto curarlo... ¿Cómo creéis que se ha salvado Sirius? Es evidente que yo no conozco una magia sanadora tan avanzada; Marlene, que trabaja de ello, tampoco sabía.
Hubo unos minutos de silencio mientras se devanaban los sesos.
–Las heridas se habrán cerrado solas –aventuró Shacklebolt–. Como has dicho, no conocemos ese maleficio, igual solo hace que pierdas sangre y luego se cierran.
Harry dejó pasar unos segundos mientras le miraba con escepticismo para que se diera cuenta de lo endeble de su argumento.
–¿Por qué iba Voldemort a usar un maleficio que no mata? Y habiendo perdido tanta sangre, ¿cómo va el cuerpo a regenerarse solo?
Nadie supo qué responder.
–Mirad, yo soluciono el problema –comentó la mortífaga–. Ardo en deseos de asesinaros a todos, pero me siento generosa: dejadme salir. Me largo de aquí y esto no ha pasado.
Sirius profirió una carcajada.
–Al único sitio al que vas a ir es a Azkaban.
–¡Oh! ¿Y vendrás conmigo otra vez? –preguntó la bruja con ilusión– ¡Puedo matar al lobo mestizo con tu varita y así te encarcelan por asesinar a otro de tus amigos!
El animago se levantó de un saltó y cruzó el salón en dos grandes zancadas. Cuando parecía que la iba a agarrar del cuello, Bellatrix sujetó su varita entre sus manos. Empezó a curvarla de forma preocupante. Sirius tragó saliva realmente preocupado. Romper la varita de un mago era como dejarle manco, despojarlo de su esencia. Costaba mucho familiarizarse con una y todos los hechizos salían peor con cualquier otra. Miró a su prima con auténtico odio. El resto de magos seguían apuntado hacia ella pero sin atreverse a actuar; Bellatrix resultaba demasiado imprevisible.
–¿Qué ha pasado con Luna, Moody y Neville? –preguntó Harry a la desesperada para que nadie se matase hasta que llegase el director.
–Luna y Neville están en Hogwarts, en la enfermería, mañana ya podrán salir –informó Lupin–. Moody está en San Mungo...
–¿Cómo? –preguntó Marlene– ¿No estaba solo aturdido?
–Parece que es algo más grave... Quizá un conjuro aturdidor muy complejo... Cuando ya parecía que estaba recuperado, ha acudido Dora para llevarle a casa y Ojoloco ha creído que era su madre. Después le ha quitado el gorro a un sanador porque asegura que es su mascota; cuando el mago lo ha intentado recuperar, Ojoloco casi lo ha cruciado.
El resto ahorraron un grito de espanto (salvo la mortífaga, que no paraba de reír y de burlarse).
–Le van a trasladar a la planta de enfermedades mentales. Suponen que se le pasará en unas horas, pero como ninguno de los remedios habituales ha funcionado, prefieren tenerlo bajo control. Dora se quedará esta noche con él.
–¡Ha sido ella! –exclamó Marlene apuntando a Bellatrix– ¡Ella ha sido quien ha luchado contra él!
El resto miraron a la mortífaga recordando que efectivamente así había sido.
–Por mucho que me gustaría atribuirme el mérito de tan creativo maleficio... en realidad ha sido él: yo solo le he devuelto el conjuro que me había lanzado.
–¿Pretendes que te creamos, Bellatrix? –preguntó Shacklebolt con sincero interés.
–No será necesario que la creáis –intervino Dumbledore apareciendo por fin–, han revisado la varita de Alastor y el último hechizo empleado ha sido un maleficio que te aturde alterando tus propios recuerdos. Debió inventarlo él en sus tiempos de auror.
Nadie supo qué responder. El director les comentó que ya había dado inicio el nuevo curso y salvo los profesores, nadie más se había enterado de lo ocurrido. Habían informado a Ron y a Hermione, que se habían preocupado mucho cuando su amigo no apareció en el banquete. Les habían comunicado que se incorporaría al día siguiente. Algunos de los mortífagos habían sido detenidos, pero la mayoría consiguieron huir. El Ministerio lo estaba investigando, pero al no tener pistas ni una historia clara no parecía que fuesen a esmerarse mucho en el caso... De sobra tenían con todos los demás problemas.
Por supuesto la Orden realizaría su propia investigación. De momento, el supuesto trabajador que revisó el equipaje de Harry había aparecido inconsciente en un escobero del Ministerio. De inmediato supusieron que fue trabajo de algún mortífago: lo suplantó y se aseguró de no dejar a Harry subir al tren hasta que solo quedara libre el último vagón. Por eso había estado tan seco y esquivo con Arthur Weasley: temió que lo descubriera. Estaban investigando en esos momentos cómo pudo soltarse el vagón que se hallaba sellado por magia muy poderosa. Los ocupantes del penúltimo vagón habían asegurado que no se enteraron cuando se soltó el último.
–Fue Malfoy –se lanzó a declarar Harry–, estaba justo en el vagón de delante y creo que se ha unido a...
–Fui yo –le cortó Bellatrix con calma–. Mi señor quería tenderle una emboscada a Potter para atraparlo, montamos guardia en una curva de las vías y lo solté con un maleficio. Mi sobrino jamás sería capaz de ejecutar un conjuro tan complejo con tanta precisión.
Sonaba perfectamente plausible, Voldemort no se arriesgaría a que Draco fallase o aniquilase a Harry por error. Tuvieron que creerla mientras se contenían para no matarla. No hubo tiempo para más debate porque McGonagall y Snape aparecieron también. Confirmaron que Hogwarts estaba completamente fortificado y Voldemort no podría entrar. Ya habían mandado a los alumnos a la cama y recuperado el vagón extraviado. El director asintió complacido.
–Señor –se dirigió Snape al director–, yo sugeriría que...
"Sabía que eras un traidor" siseó Bellatrix en quien los recién llegados, con las prisas y los nervios, no habían reparado. El profesor dio un respingo y McGonagall ahogó un grito. Snape fue el primero en recuperarse:
–Veo que la habéis capturado... Muy bien, hay que enviarla a Azkaban de inmediato. Los dementores estarán encantados.
–¡No tan rápido, Sevy! –exclamó la morena con una sonrisa torcida– Lo estamos pasando muy bien conociéndonos unos a otros. Por ejemplo, tú podrías contarnos quién presumió ante el Señor Oscuro de haber creado un maleficio letal (que casi acaba con mi primito) para que le admitiera en sus filas.
Sirius y Harry fueron los primeros en comprenderlo. "¡Usted!" espetó Harry con auténtico odio. Su padrino fue más efusivo:
–¡TÚ, ENFERMA, DEVUÉLVEME MI VARITA QUE LO MATO! –le exigió el animago a Bellatrix.
La orden sobresaltó a la morena que con curiosidad (y verdadero deseo de que cumpliera) le arrojó su varita. Sirius la atrapó y apuntó a Snape que le devolvió el gesto. Esta vez Harry no intentó detenerlos. Fue Dumbledore quien tuvo que calmar los ánimos, aunque era evidente que más tarde el animago buscaría venganza.
–Es bonito que sea Albus quien te proteja, ¿verdad, Sevy? –canturreó la morena– Dada la conversación que tuviste con mi hermana hace un par de semanas...
El rostro del profesor se volvió del mismo gris que sus calzoncillos. Miró discretamente al director que intervino con tono afable:
–También podrías contarnos tú, querida Bellatrix, por qué decidiste en su día unirt...
–¡CÁLLASE! –le exigió la mortífaga con un tono muy parecido al de su primo.
En cuanto Bellatrix apuntó a Dumbledore con la varita, prácticamente todos los magos de la sala la apuntaron a ella. Pero le dio igual. Siguió mirando con fiereza al director que no había dejado de sonreír. Alzó la mano para indicar al resto de la Orden que dejasen de amenazarla, podía solo. Entonces la morena vio lo ennegrecida y muerta que parecía su mano. Abrió los ojos por unos segundos con expresión de desconcierto. Después, bajó su arma y recuperó la sonrisa.
–Creo que ya lo entiendo... –comentó mirando alternativamente a Snape y Dumbledore– Por eso aceptaste jurarlo pese a ser un traidor...
–No entiendes nada –la cortó con sequedad el maestro de pociones.
–Y... –continuó hilando la bruja– ¿Supongo que usted no quiere que el resto se enteren de que en unos meses...?
Por primera vez, la sonrisa del director se desvaneció. Bellatrix había reconocido el maleficio que le envenenó; al fin y al cabo lo diseñó su maestro. Sabía que iba a morir. Si el resto de la Orden descubría que le quedaban unos meses y los dejaría tirados con Voldemort y a Harry sin ayuda y con la perspectiva de morir... como poco se rebelarían.
–Se te quitarán las ganas de hablar en Azkaban –la amenazó Snape.
–De acuerdo –respondió ella encogiéndose de hombros–, mandadme a Azkaban. No opondré resistencia, la otra vez tampoco lo hice.
Parecía completamente sincera. Harry supuso que porque Voldemort la liberaría pronto, pero aún así... Todo el mundo decía que una sola noche en Azkaban suponía un trauma de por vida. A excepción de su padrino, que siempre aseguraba que no fue para tanto: comió mejor que en Grimmauld, hacía buena temperatura y los dementores apenas le visitaron. Bellatrix parecía ser de la misma opinión. El resto miraron al director esperando a que se encargara él. Dumbledore tardó en decidir, pero finalmente comentó:
–Bellatrix, ¿te importaría concedernos esta noche para tomar una decisión? El cuarto de Regulus me parece que está disponible. Creo que te vendrían bien una ducha y una noche de sueño.
–¡Eh! ¡Qué insinúa! –bramó la morena– ¡Que yo llevo el pelo limpio y brillante, no como el mestizo grasiento!
Snape relinchó. Harry no había visto a nadie desesperarlo así, ni siquiera a la desaparecida Umbridge. En el fondo de su alma sintió hacia Bellatrix un ramalazo de cariño que le asustaba. "No lo dudo. Me refería a la sangre" aclaró el director. La mortífaga bajó la vista y corroboró que tenía sangre hasta en las pestañas. Así que asintió. De repente Harry tuvo una revelación y empezó a señalarla con excitación.
–¡MIRAD CUÁNTA SANGRE!
–Ya lo vemos, Potter, no es motivo para felicitarla –le cortó Minerva.
–Ha luchado contra Neville y Moody pero no les ha hecho ninguna herida. ¡Es la sangre de Sirius porque se ha manchado al curarle!
Todos contemplaron a la mortífaga que se devanó los sesos para buscar una explicación que sonara lógica.
–Me aburría mientras esperábamos al tren, han sido muchas horas. He cazado a varios animales y los he torturado para divertirme –declaró–. Bueno, ya conozco el camino. Debo reconocer que ha sido una reunión emocionante, si llego a saber que este bando os despellejabais así, me hubiese unido a la Orden.
Ante la rabia de todos, la bruja desapareció por las escaleras. Los ahí congregados miraron a Dumbledore sin entender por qué no la encarcelaban de inmediato. El director parecía no notar su desagrado. Simplemente comentó que en cuanto Bellatrix entrase en la habitación de Regulus, la puerta y la ventana quedarían mágicamente selladas. Los miembros de la Orden podrían abrir pero ella no, así que de momento estaban a salvo.
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