Capítulo 6
Cuando solo faltaban un par de días para volver a Hogwarts, los Weasley decidieron visitar el Callejón Diagon para comprar el material escolar. Visitaron en primer lugar Sortilegios Weasley, la tienda más popular del lugar. Los gemelos eran grandes empresarios: incluso el Ministerio compraba algunos de sus productos de camuflaje mágico para proteger a sus trabajadores. Pasaron un rato muy agradable con ellos. Cuando terminaron, Molly y Ginny entraron en la tienda de Madame Malkin para comprar una túnica nueva. El trío dorado, bajo la estrecha vigilancia de Arthur, se trasladó a la tienda de artículos de quidditch.
–¡Mirad quién hay ahí! –exclamó Hermione, que como no le interesaba nada el deporte, se entretenía mirando por el escaparate.
–¡Es Malfoy! –exclamó Ron.
Escasos segundos tardó Harry en sacar la capa de invisibilidad. Dado el peligro acechante, Dumbledore le había recomendado llevarla siempre consigo. Se cubrieron los tres con dificultad y siguieron a Draco hasta el Callejón Knockturn. Entró a Borgin & Burkes donde le escucharon amenazar al dependiente para que le ayudara con algo. No lograron averiguar el qué. Harry aventuró que había ingresado en los mortífagos y Voldemort le había encargado alguna misión.
–¡Pero si es solo un crío! –exclamó Hermione– Dudo que Quien-Tú-Sabes le encargue nada a él...
–¡Estoy seguro de que sí! Le ha enseñado al dependiente algo en su brazo. Me apuesto mi Saeta de Fuego a que era la marca tenebrosa.
–No sé –murmuró Ron nervioso–, pero deberíamos volver antes de que mi padre se dé cuenta de que hemos desaparecido.
Sus amigos estuvieron de acuerdo y regresaron sobre sus pasos. Harry le contó a Arthur lo ocurrido y el pelirrojo le escuchó con atención. Sin embargo, también le quitó importancia: esa misma semana habían hecho una redada en la Mansión Malfoy y no habían hallado nada sospechoso. Aún así prometió investigarlo.
Una vez terminadas las compras, Molly los apremió para llegar al Caldero Chorreante y volver a casa cuanto antes. No hubo problemas en el viaje. Intentaron no hablar delante de Molly, pues era muy intransigente con cualquier tema relacionado con Voldemort, pero Harry no podía dejar de pensar en su encuentro con Malfoy. Viendo que sus amigos desechaban sus teorías conspirativas, decidió buscar otro público más propicio. Se dirigió de nuevo a la chimenea y pronunció con claridad: "Número doce de Grimmauld Place".
–¡Harry! –exclamó Lupin desde la despensa– No te esperábamos. Ven, tenemos visita.
El chico le siguió por el pasillo extrañado de su buen humor. Observó que cinco botellas de cerveza de mantequilla levitaban tras ellos. En el salón, en uno de los sofás estaba Tonks, que le saludó con un alegre "¡Qué pasa, Harry!" mientras Lupin se sentaba a su lado. Frente a ellos, estaba Sirius, más sonriente de lo que lo había visto en mucho tiempo, acompañado de una mujer. Era alta, rubia, de tez aceitunada y ojos verdes. Parecía sentirse como en casa, por su pose relajada y sus gestos grandilocuentes... y porque tenía una mano sobre el muslo de Sirius. Miró a Harry con notable curiosidad y se levantó para saludarlo.
–Esta es Marlene McKinnon –explicó su padrino–, fue compañera nuestra en Hogwarts. Este es Harry, mi ahijado, ¡a que es igual que James!
La mujer aseguró que sí mientras le daba un abrazo al desconcertado chico.
–¿McKinnon? –preguntó mientras se sentaba junto a Tonks.
El año pasado Ojoloco le enseñó una foto de los miembros de la primera Orden del Fénix y nombró a esa chica. En concreto le comentó que Voldemort mató a toda su familia. Harry dedujo que a ella también, pero debía estar en un error. Lupin fue el más rápido en darse cuenta y procedió a explicárselo:
–Marlene trabajaba de sanadora en San Mungo, era tradición en su familia. Voldemort intentó reclutarlos para su ejército pero como se negaron, mandó matarlos. Ella logró escapar sin que los mortífagos se enteraran. Hicimos un funeral y todo, para hacer creer que estaba muerta... Como seguía siendo un objetivo prioritario, la convencimos para que se marchara del país.
–Y no fue fácil –murmuró Sirius–, es bastante cabezota...
–¿Y a quién nos recuerda eso? –preguntó ella mirándolo con una sonrisa.
Harry empezaba a sentirse incómodo sin tener claro por qué.
–La convencimos para que se ocultara en Francia. Nos ayudó a reclutar aliados, a recopilar información y a transmitir al mundo la situación real de nuestro país, ya que el Ministerio siempre trata de ocultarlo de cara al resto...
–Trabajo en el Hospital Mágico de Estrasburgo –añadió Marlene–. Con una identidad falsa, claro. Pero desde ahí es sencillo conseguir información. Además, te sorprendería las cosas que te cuenta la gente cuando está a punto de morir.
A Harry, que había estado a punto de morir varias veces, no le pareció sorprendente sino escalofriante. Pero la rubia parecía orgullosa de su misión así que asintió con una sonrisa cortés.
–No había vuelto desde entonces, era demasiado arriesgado y soy más útil desde Francia. Además, Quien–Tú–Sabes tiene espías en todas partes, es muy difícil entrar o salir sin que se entere. Pero Dumbledore me mandó una carta contándome la milagrosa resurrección de nuestro Siri y...
–No me llames así –advirtió el moreno esta vez con seriedad.
–Y decidí que ya está bien de esconderme. Albus me mandó un traslador y he llegado esta misma tarde. Por suerte o por desgracia queda muy poca gente viva que me conociera, así que ni siquiera necesito esconderme... Aunque sí que necesito un sitio donde quedarme... –murmuró mirando a Sirius con una mirada de falsa inocencia.
Harry atrapó una cerveza de mantequilla y se giró hacia Tonks. La auror había desconectado del relato: Lupin había descubierto una pequeña herida que se había hecho en uno de sus habituales accidentes y estaba más preocupado que si fuera una mordedura de vampiro.
–Remus, solo es un corte de cuando me he chocado con un sauce (ni siquiera era boxeador) y ya está casi curado –aseguró la metamorfomaga nada molesta por las caricias.
–Ya, Dora, pero si se infecta...
Se miraron a los ojos y se sonrieron embobados. Ajenos a ellos, Sirius y Marlene seguían bromeando sobre los dormitorios libres que había en la casa.
Harry ya sabía por qué se sentía incómodo: estaba atrapado entre dos parejas. Era nulo en asuntos afectivos y nunca se percataba de esas cosas, pero las vibraciones de "Aquí estoy sobrando" que recibía eran exageradas.
–Bueno, Harry –comentó Sirius al notar su incomodidad–, ¿venías por algo o solo a hacer una visita?
–Eh... –respondió el chico haciendo un esfuerzo enorme por recordar el motivo– ¡Ah, sí, sí! Esta mañana hemos visto a Draco Malfoy en el Callejón Diagon.
Les relató lo que él y sus amigos habían presenciado y sus sospechas de que el rubio se hubiese unido a los mortífagos. Experimentó bastante alivio cuando vio que sobre todo Sirius se tomaba muy en serio sus sospechas.
–Del hijo de Lucius no me extrañaría nada –murmuró.
–¿Qué puede querer Voldemort de un niño? –preguntó Lupin.
–Quizá algo en Hogwarts –aventuró Tonks–. Ningún mortífago puede entrar, pero él pasa ahí todo el año...
El resto asintieron sospesando la idea.
–Tal vez es un castigo a sus padres, Voldemort funciona así –aseguró Sirius–. Lucius rompió la profecía, no saldará esa deuda con unos meses en Azkaban... Porque es evidente que en cuanto controle el Ministerio, los liberará otra vez.
–Eso tiene sentido –decidió Harry.
–Pero en Hogwarts está Dumbledore –alegó Lupin–, nadie se atrevería a hacer nada delante de él. Y también tenemos a Severus... Callaos los dos –advirtió a padrino y ahijado–, Dumbledore confía en él, es de los nuestros. El caso es que Severus estaría al tanto. Ante la mínima sospecha, podría incluso practicarle legilimancia a Draco y comprobarlo.
–Igual Voldemort le ha enseñado oclumancia –sugirió Harry.
–Voldemort jamás perdería un minuto en instruir a nadie –sentenció Marlene.
–¿Ah no? Tuve una agradable charla con Bellatrix en el Departamento de Misterios y me comentó que a ella le enseñó personalmente todo lo que sabe de artes oscuras.
Las reacciones ante la mención de la mortífaga fueron inmediatas: Tonks bufó con rabia recordando su último enfrentamiento, Lupin sacudió la cabeza, Marlene puso una expresión de desprecio absoluto y Sirius tensó tanto la mandíbula que casi daba miedo. Pero a Harry le dio igual, siguió desarrollando su funesta hipótesis:
–Y Bellatrix es la tía de Draco. Si sabe oclumancia ha podido enseñarle a su sobrino...
–Sí que sabe –aportó Tonks–. Y es muy buena. Moody me contó que se jactó de ello cuando los interrogaron durante la primera guerra, fue la única a la que no consiguieron sacarle nada. Excepto sus consignas de que "El Señor Oscuro volverá y en agradecimiento por buscarle me comerá el...".
–¡Dora! –la reprendió Lupin entre alarmado y divertido.
–Ese rollo, ya sabéis –resumió la auror.
–Aún así, es imposible que esa enferma pueda enseñarle nada a nadie –aseguró Marlene.
Harry creyó ver en los ojos de Sirius un brillo de rabia. No supo si se debía al odio a su prima, a que insultaran a su familia o a que necesitaba más whisky. Pero como parecía incapaz de hablar, de nuevo el chico optó por hacer justicia:
–Estará todo lo enferma que quieras, pero hasta Dumbledore asegura que es una bruja excepcional.
–¡Esa es mi tita! –exclamó Tonks con sorna alzando su cerveza de mantequilla.
Lupin le dio un codazo porque no estaba la situación para bromas, pero la sonrisa de la chica parecía imperturbable. Harry sospechó que le daban igual Bellatrix, la guerra y todo lo demás: ahora que había conseguido a su lobito estaba feliz. Hubo un silencio incómodo –aunque Harry casi lo prefería a los tonteos previos– en el que bebieron y contemplaron las manchas de la pared. Hasta que Sirius miró a Harry y preguntó:
–¿Hablaste con ella?
Por un segundo el joven se asustó pensando que Sirius sabía de su reunión del verano. Pero enseguida recordó que acababa de comentar que habló con Bellatrix en la Batalla del Departamento de Misterios. Nunca le contó eso a nadie.
–Sí. Después de que os derrotara a ti, a Tonks y a Shacklebolt pensé: "¡Pues ya voy yo!". Le lance un crucio, pero no salió bien. Así que muy amablemente me explicó cómo deben usarse las maldiciones imperdonables. Estuvimos ahí un rato estrechando lazos hasta que nos interrumpió Voldemort.
Mientras el resto le miraban con una mezcla de horror y estupor, Tonks se había atragantado de la risa. Le aliviaba ver la fortaleza del chico y la forma en que prefería tomárselo con humor. Así era. Echando la vista atrás –a lo que había sido su vida– a Harry le resultaba todo tan descabellado que muchas veces sospechaba que ni siquiera era real. Miró a Lupin y a Sirius esperando la bronca por haberse enfrentado a la mortífaga. Pero precisamente por eso, porque sabía de sobra lo estúpido que había sido, optaron por no remarcarlo. De nuevo, el silencio los envolvió.
–En cualquier caso ten cuidado, Harry –advirtió Tonks recuperando la seriedad–. No te pongas en riesgo persiguiendo a Malfoy, ya estaremos pendientes nosotros.
El chico asintió con poca convicción y probablemente ninguno le creyó. Aún así comentó que se le había hecho tarde y debía empezar a hacer el equipaje. Quedaron en comer todos juntos al día siguiente y Harry se marchó casi con más dudas que cuando había llegado.
Con el uno de septiembre llegó el ajetreo en la Madriguera para salir hacia King Cross. Desayunaron a toda velocidad, recogieron los últimos enseres y se repartieron entre los dos coches que el Ministerio había dispuesto. Sirius parecía menos taciturno que en otras ocasiones al despedirse de Harry. Probablemente porque estaba vivo contra todo pronóstico, porque ya no estaba solo en Grimmauld Place o porque Dumbledore le había prometido encomendarle alguna misión para mantenerle entretenido. El caso es que su ahijado lo agradeció.
–Nos vemos en Navidad, Harry. Escríbeme e intenta no meterte en problemas.
–No haré nada que tú no harías –respondió el chico.
Sirius soltó una carcajada y le ayudó a cargar su equipaje. Los coches con escolta que les había mandado el Ministerio eran un signo de su preocupación por el regreso de Voldemort. Y porque creían que Harry era "El Elegido". Pero no era la única señal. En cuanto cruzaron el Andén 9 y ¾, vieron que estaba repleto de aurores y de trabajadores del Departamento de Seguridad Mágica registrando los equipajes.
–Nadie puede subir al tren sin que examinen su equipaje –explicó Tonks– y a la entrada de Hogwarts Filch hará otro control.
–¿Dos veces? –preguntó Ginny sorprendida.
–Toda precaución es poca –masculló Moody tan paranoico como siempre.
Se pusieron en la fila para el registro. Aquello era un caos de maletas, gritos, mascotas que se escapaban de sus jaulas... A Hermione y a Ron los revisaron primero, eran prefectos y debían ayudar a los más jóvenes. Harry tuvo que esperar hasta que el mago encargado –compañero del señor Weasley– se dirigió a él.
–Buenas tardes, Michael –le saludó Arthur sonriente–, creo que sabes quién es este, no es necesario el registro.
–Las órdenes son revisar a todos, sin excepciones –respondió el hombre con brusquedad y sin devolverle el saludo.
El chico sospechó que no estaba nada conforme con la tarea extra que le habían asignado. Primero le rodeó el cuerpo con una sonda de rectitud para asegurarse de que no llevaba objetos peligrosos, luego utilizó un detector de tenebrismo y por último examinó su equipaje. Le hizo incluso abrir el baúl para revisarlo. Harry miraba impaciente al tren con miedo a que se marchara sin él, ningún otro registro se había demorado tanto. Hedwig ululaba alterada.
–Eso son unos calcetines de mi tío –comentó Harry airado cuando Michael los desenroscó en busca de misterios ocultos–, si quiere se los puede quedar.
El hombre le dirigió una mirada de odio. Pero cerró el baúl y dio el registro por finalizado. El estudiante se apresuró a subir al tren y suspiró aliviado cuando estuvo dentro. Los primeros compartimentos eran los de los prefectos, así que buscó hueco en los siguientes. Saludó a varios compañeros y se dirigió miradas de odio con algunos slytherins cuyos padres estaban en Azkaban gracias a él. El tren arrancó y seguía sin asiento. "Bueno, ya está", pensó cuando llegó al penúltimo vagón agotado de arrastrar su baúl, "En este me siento aunque sea en las rodillas de alguien". Cambió de opinión en cuanto vio a su ocupante.
–¡San Potter, el héroe del mundo mágico! –exclamó una voz de sobra conocida y bajando el tono siseó– Pagarás por lo de mi padre.
–Claro que sí, Malfoy, te pagaré una celda contigua para que le hagas compañía –respondió Harry alejándose antes de que Draco pudiera replicar.
Pasó al último vagón y para su gran alivio, en el único compartimento ocupado encontró a Luna y a Neville. Se dejó caer sobre el asiento y los saludó con gran alegría. Se pusieron al día sobre sus respectivos veranos y sus expectativas para el nuevo curso. A mitad del trayecto, pasó el carrito de dulces y Harry compró unos cuantos que se repartieron. Contempló cómo los bosques se iban haciendo más oscuros y espesos conforme se acercaban al colegio. Estaban rememorando sus aventuras con el Ejército de Dumbledore cuando se escuchó un ruido fuerte en el exterior.
–¿Qué ha sido eso? –preguntó Neville sobresaltado.
–Ni idea –respondió Harry–, parece que el tren está frenando.
Efectivamente, unos segundos después el vagón se detuvo por completo.
–Quizá hay torsoplos obstruyendo la vía –apuntó Luna–, habrán tenido que parar para dispersarlos.
Harry y Neville se miraron, en absoluto sorprendidos por las fantasías de su amiga. No obstante, el chico tenía una punzante sensación de peligro. Estaba oscuro, era casi de noche y se hallaban rodeados de bosques y nada más. Recordó que la última vez que ocurrió algo similar se coló en el tren un dementor que por poco le sorbe el alma. Como vio que sus amigos también empezaban a impacientarse, decidió ir a preguntar.
–Sacad vuestras varitas, por precaución –advirtió.
Haciendo lo propio, Harry salió del compartimento. El resto del vagón estaba vacío: al ser el último (y estar precedido por el del escuadrón de Malfoy) todos habían preferido los anteriores. Se acercó hasta la puerta que lo conectaba con el contiguo. Por la ventanilla descubrió con horror que delante solo había bosques y montaña: el último vagón se había soltado y el tren había continuado sin ellos. Ni siquiera distinguió la locomotora en la lejanía: tanto se había alejado. ¿Nadie se había dado cuenta? Comprendió entonces que los que había inmediatamente antes de ellos eran Draco y sus secuaces. Probablemente habían sido los causantes de la broma.
–Te expulsarán por eso, Malfoy –masculló con rabia.
–¡Harry! –escuchó entonces el grito horrorizado de Neville.
Volvió corriendo con sus amigos y antes de poder explicarles lo sucedido, ambos señalaron la ventana. Pese a la negrura de la noche y a que los amparaba el paisaje agreste, Harry distinguió al menos una docena de figuras encapuchadas que surgían entre los árboles y se aproximaban hacia el tren.
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