Capítulo 31

Sentía la hierba quemada bajo su cuerpo y el viento que revolvía su melena oscura arrastraba un olor metálico. Oía a los lejos murmullos, gritos ahogados y llamadas de auxilio, pero no lograba identificar cuáles pertenecían al mundo real y cuáles moraban únicamente en su cabeza. Antes de asumir la odisea que supondría abrir los ojos, comprobó mentalmente su cuerpo. Se notaba cansado, con todos los músculos entumecidos y un ligero dolor de cabeza; pero no percibía nada grave. Emocionalmente sí, el destrozo de su alma y su corazón zumbaban intensamente, pero logró darles la espalda; tardó años en desarrollar esa técnica, pero se convirtió en un maestro. Por desgracia, esa sensación no se parecía a la ingravidez en la que se sumió al cruzar el Velo. Ergo no estaba muerto.

-Maldita sea –masculló con fastidio.

Abrió los ojos. Estaba sentado en un cubículo minúsculo dentro de lo que parecía una tienda de campaña. Llevaba la misma ropa que durante la batalla, pero le habían quitado su varita y sus posesiones. El lugar era enorme, su vista no alcanzaba el fondo, pues serpenteaba con varios giros que hasta para una tienda mágica resultaban inusuales. No estaba solo: eran dos hileras, una frente a otra, con decenas de personas separadas por un pasillo de unos veinte metros. Todos en la misma situación, encerrados en unas celdas minúsculas con paredes de lona y una especie de mosquitera al frente. Parecía endeble, improvisado, pero la magia oscura que rezumaba insinuaba el engaño. Si intentaba salir probablemente activaría alguna alarma o maleficio...

No recordaba cómo había llegado hasta ahí, pero era fácil deducir que Voldemort había ganado la guerra. Se frotó los ojos, no lograba enfocar bien. En uno de los cubículos de enfrente distinguió a Tonks. La auror, con el pelo de un color indefinido entre gris y marrón también estaba sentada, abrazándose las rodillas. Miraba hacia el frente con la vista perdida.

-¡Dora! –gritó- ¡Dora! ¿Qué sucede? ¿Dónde estamos?

Su compañera no respondió. La volvió a llamar a gritos, sin entender por qué nadie respondía. Escaneó la hilera a ver si reconocía a alguien más. A cada rostro que examinaba su horror aumentaba. Shacklebolt estaba dos celdas más allá de Tonks, junto a él Hermione y justo al límite de su campo de visión el profesor Flitwick (él sí cabía tumbado). Había más presos: estudiantes, profesores y magos y brujas que no conocía. Unos lloraban, otros parecían gritar aunque no emitían sonido alguno y los más afortunados seguían inconscientes. Ninguno parecía sufrir heridas graves, solo las recibidas en la batalla. Aunque poco podía distinguir en esas condiciones...

¿Dónde estaban el resto? Lupin, los Weasley, McGonagall, Ted Tonks... Quiso creer que habían logrado escapar. ¿Y por qué había celdas vacías? Prefirió no pensar en eso. Se centró en llamar a sus conocidos:

-¡Hermione! ¡Kingsley! –gritó a pleno pulmón.

No hubo reacción. Pronto lo entendió: algún maleficio impedía que su voz saliese del cubículo. Mandó la seguridad al carajo e intentó desgarrar, arañar y patear la lona. Nada se activó y nada le atacó, pero no logró moverla. Pese a que aparentaban ser telas endebles tenían la solidez del cemento. A Sirius le daba igual su vida, de hecho preferiría deshacerse de ella, pero no la de sus amigos.

-Lo siento, James... Lo siento tanto... -susurró.

No lloró, ni siquiera era capaz de producir lágrimas, pero se prohibió pensar en su ahijado. Ya se había reunido con sus padres y podía descansar por fin. Él debía centrarse en los vivos, tenía que encontrar la forma de sacar a sus amigos de ahí. Pero pronto comprobó que igual alguien los sacaba antes...

La entrada de la tienda se abrió. Sirius distinguió fuera el campo de batalla: seguían en los  terrenos exteriores de Hogwarts. Había dos hombres vigilando la entrada y un trasiego de gente que parecía estar organizando la situación. Mortífagos. Uno de ellos, alto, fornido y con pinta de estúpido, entró cojeando. El señor Crabbe. Fue uno de los que huyó cuando Harry resucitó. Y había pagado el precio: en su frente lucía una herida abierta con la palabra "Traidor". La sangre goteaba y le daba a su rostro un aspecto aún más siniestro. Además, Sirius distinguió en sus ademanes las secuelas de aquel que ha sufrido varios crucios.

-Te lo tienes bien merecido, escoria repulsiva –murmuró.

Obviamente nadie le escuchó. El mortífago se dirigió con paso lento hasta la celda de Shacklebolt y con un gesto de su varita la mosquitera desapareció. 

-¡Camina! –le espetó.

O eso dedujo Sirius al leerle los labios. El auror obedeció y caminó frente a él. Sin ningún incidente salieron de la tienda. Dedujo entonces que aquello era una especie de corredor de la muerte: los tenían encerrados hasta su destino final, que debían estar gestionando fuera uno por uno. Tal vez a los que pudiesen tener utilidad o fuesen de sangre pura les perdonaban la vida, pero dejó esas conjeturas para más adelante. Lo que realmente le había asustado fue la reacción del jefe de aurores –o más bien la falta de ella-: no intentó defenderse, ni siquiera distinguió en sus ojos un fugaz deseo de rebeldía. Era como si ya supiese que sería infructuoso. Quizá había sucedido algo con los ocupantes de las celdas vacías, ya les habrían mostrado lo que ocurría si intentaban rebelarse...

Durante el resto del día sucedió lo mismo: varios mortífagos (todos con heridas sangrantes) entraban, sacaban a un prisionero y se lo llevaban. Ya no volvían. Cuando sus amigos le miraban, forzaba una sonrisa y asentía con la cabeza, como intentando transmitirles que iría bien, que saldrían de esta, pero no lograba infundirles ninguna esperanza.

-¡NO, DORA, NOOO! ¡DORA NOO!

Se desgañitó cuando se llevaron a Tonks, hubiese preferido mil veces ser él, pero no pudo hacer nada. Y odiaba esa impotencia. Se centró en diseñar un plan. Él se rebelaría en cuanto se lo llevaran. Los mortífagos encargados eran fuertes y robustos pero poco ágiles, podría sorprender al que entrara convirtiéndose en Canuto y echar a correr. Ya vería luego lo que hacía fuera...

Sucedió al atardecer, lo supo por la luz anaranjada que se coló en la tienda cuando se abrió. Entraron los Carrow y el señor Crabbe. Los tres se acercaron a su celda. Estaban advertidos, sabían que Sirius se resistiría. Antes de eliminar la mosquitera, le inmovilizaron y le lanzaron un imperio.

-No te hagas el héroe o tu muerte será peor –le advirtió Amycus.

La maldición imperio te otorga capacidades para obedecer aunque no las poseas: Sirius pudo andar pese a la inmovilización. Luchó para combatir la maldición y pronto logró liberarse, pero al instante, Alecto, que caminaba tras él, se la lanzó de nuevo. Se la echó cada cinco segundos para prevenir. Fuera había unas dos docenas de mortífagos. Sirius no podría con todos, no sin arriesgar muchas vidas inocentes. Así que apretó los dientes y analizó el entorno. Su cerebro estaba muy aletargado por la maldición, pero se esforzó.

Efectivamente estaban en los terrenos de Hogwarts, no lejos del campo de Quidditch. El castillo seguía al fondo, aún ardiendo tras la batalla, nadie parecía molestarse en protegerlo. Habían plantado varias tiendas de campaña de lona marrón. Entraban y salían mortífagos de todas menos de la que había estado él (que debía ser la prisión provisional). Observó que había una jerarquía. Estaban los traidores, los que se ocupaban de tareas menores como el traslado de prisioneros. Todos marcados en la frente, vistiendo la misma túnica negra y actitud entre furiosa y atemorizada. Eran la mayoría. Y luego estaban los fieles, una pequeña élite con túnicas elegantes, actitud relajada e incluso orgullosa.

-Tú, Mulciber –le espetó uno de los agraciados a uno de los traidores-, tráenos más whisky.

-Y algo de picar, torturar sabandijas me da hambre –añadió una voz que Sirius conocía de sobra.

Intentó disipar la bruma de su mente y distinguió a los hermanos Lestrange. Rabastan y Rodolphus, tan alegres como si estuvieran en uno de sus cócteles de gala. Parecían estar coordinando la situación sin esforzarse demasiado. El abotagado cerebro de Sirius no encontró un insulto lo suficientemente grande para calificar a Rodolphus, pero dio igual porque le metieron de un empujón en otra tienda. Era mucho más pequeña. Solo había una mesa de nogal con una silla a cada lado. La del fondo estaba ocupada.

-El misteriosamente resucitado Sirius Black... Ya tenía ganas de verte –escuchó una voz fría y cruel.

Debía ser irónico, porque Lucius Malfoy no levantó la vista. Siguió garabateando sobre una pila de documentos. Los Carrow obligaron a Sirius a ocupar el asiento sobrante. Era como la silla del acusado del Wizengamot: en cuanto  la rozó, unas gruesas cadenas apresaron sus brazos y sus piernas.

-Largo –espetó Lucius a los tres mortífagos.

Obedecieron. El animago sentía incontenibles ganas de insultar a su viejo enemigo, pero no deseaba empeorar la situación. "Piensa en tus amigos, piensa en Dora, Remus, Hermione... Te necesitan, lo haces por ellos" se repitió mentalmente.

-Esto será rápido –murmuró Lucius alzando la vista al fin-. Pese a ser de sangre pura eres el traidor más grande que he conocido. Y encima gritaste aquella mentira sobre nuestro Señor...

Sirius apretó los dientes con tanta fuerza que creyó que se le iban a saltar.

-Así que obviamente tu destino es la muerte.

Pese a que deseaba dejar de sufrir, al escucharlo en los labios de Malfoy sintió un escalofrío. Igual no quería morir... Desde luego no a manos de ese imbécil.

-Aún así... Nuestro Señor es magnánimo: si te disculpas por tus mentiras te mandará a Azkaban. Será condena perpetua, claro, pero evitarás la muerte una vez más.

-Os podéis follar a un duende entre tu Señor y tú –le espetó con rabia- ¡Mátame ya porque no pienso decir mentiras!

"Y adiós a lo de salvar a tus amigos, genio" murmuró la adormilada razón del cerebro de Sirius. Lucius no se alteró. Simplemente recogió sus documentos y murmuró: "Muy bien". Se puso la capa y añadió:

-De ti quiere encargarse personalmente el Señor Oscuro, no tardará mucho.

Con su actitud altiva habitual, abandonó la tienda. Un segundo después, volvió y murmuró: "Esto por mandarme a Azkaban... Crucio". En un primer instante Sirius –que nunca había sufrido esa maldición- gritó. Después, hizo acopio de fuerzas, cerró los ojos y aguantó. Duró poco, pero el dolor fue insoportable, y más estando atado. Cuando volvió a abrir los ojos, Lucius ya no estaba.

Sirius se revolvió con dolor intentando liberarse de las ataduras que cada vez se apretaban más. Al final se rindió. Se quedó ahí inmóvil, con la mirada vacía, intentando buscar un pensamiento feliz para que fuese el último. No lo lograba, su cuerpo aún sufría estertores tras la maldición torturadora; intentaba con todas sus fuerzas apartarlo de su mente pero no lo lograba.

-No funciona así, hazlo al revés. Cierra los ojos, localiza el foco del dolor en tu cuerpo y deja que tu magia fluya hacia ahí –explicó una voz calmada.

Sirius reaccionó al momento, comprobando que su rabia aún podía multiplicarse. Profirió todos los insultos que se le ocurrieron. Bellatrix se sentó frente a él y se limitó a enarcar las cejas como preguntándole cuánto iba a durar la pataleta. Él solo se interrumpió cuando sintió un nuevo estertor.

-Las ataduras aumentan el dolor si no te relajas.

-De una enferma como tú no acepto consejos ni en tres vidas.

Su voz sonó rasposa y agotada, tenía la garganta seca, hacía horas (días más bien) que ni comía ni bebía y se sentía muy mareado. "Como quieras" murmuró su prima encogiéndose de hombros. Pero al poco el malestar tornó insoportable y hubo de seguir su indicación. Cerró los ojos y concentró su magia en los lugares que le dolían. Sorprendentemente, funcionó. El dolor desapareció, al menos físicamente. Bellatrix sonrió con suficiencia: "Siempre tienes que hacerlo todo mucho más difícil". Él la mandó a la mierda pero ella no se movió. Abordó el tema que la había llevado ahí:

-Te va a matar. Lo hará Nagini porque con su veneno mueres rápido pero víctima de un dolor insoportable. Lo último que verás antes de morir será la cara misma del sufrimiento, el más crudo dolor que puedas imaginar.

Sirius no respondió. Eso le daba miedo, era cierto, pero no tanto como para traicionar sus principios.

-Es solo una disculpa... No estarás mal en Azkaban, yo iré a verte. Te llevaré comida buena, como la otra vez.

Lo decía completamente en serio. Sirius la miró y deseó odiarla. Había matado a Harry, no tenía palabras para describir semejante traición. Pero estaba enferma. Su cabeza no funcionaba bien, esa mujer jamás sería feliz, jamás sería libre ni dueña de sus actos. Era la primera vez que reconocía que le cuidó en Azkaban y lo hacía para comentarle que su mejor opción era volver ahí hasta el día de su muerte. Intentó calmarse, de nada servía ya insultarla, ni siquiera le hacía sentirse mejor.

-¿Por qué? –preguntó únicamente.

-Porque es todo lo que tengo, Sirius. Sé que tú no lo ves, nadie lo entiende. Pero mi Señor estuvo ahí cuando nadie más, le dio un propósito a mi vida, me convirtió en la mejor bruja del mundo... Y ahora lo necesito. El poder, la guerra, el sufrimiento... Lo necesito. No puedo evitarlo, no soy buena persona, nací siendo mala, mi madre siempre lo dijo.

Sirius estuvo de acuerdo, pero no lo manifestó.

-¿Por qué me resucitaste? ¿Por qué esperaste, por qué no...? –se interrumpió, no era capaz de mentar el asesinato de su ahijado- ¿Por qué no lo hiciste cuando lo tuviste en tu casa?

Bellatrix metió la mano en su bolsillo y extrajo algo. El espejo de doble-dirección de Sirius que cogió de su mesilla; la montura, más bien, el cristal había sido extraído.

-Necesitaba esto, mi Señor y yo lo necesitábamos. No sabía lo que buscaba, solo algo que perteneció a los Potter y pasó de padres a hijos. Lo elaboró uno de ellos a partir de un cristal de diamante mágico que encontró en un lago de los Alpes. Y antes de eso, perteneció a...

-A Grindelwald –completó Sirius comprendiéndolo-, formó parte de su chivatoscopio.

-Así es. Creí que lo tendría Potter, pero revisé sus cosas y no encontré nada que reuniera las condiciones. Pensé que si la reliquia perteneció a su padre, quizá te la pasó a ti. Por eso tuve que resucitarte: por la posibilidad de que fueses el único que conocía su ubicación. Tampoco encontré nada entre tus posesiones porque ambos lo llevabais siempre encima. Cuando lo encontré por fin en tu bolsillo... pudimos empezar la guerra.

-¡Me utilizaste desde el principio! –bramó Sirius revolviéndose de nuevo con furia- ¡Eres un monstruo, eres peor que Él!

Bellatrix se levantó y, para su sorpresa y repulsión, se sentó en su regazo. Él la insultó e intentó sacudírsela de encima, pero no lo logró. "Chiss... Relájate" susurró ella mientras le acariciaba la mejilla. Extrajo de su bota una daga y la llevó hasta su cuello. La deslizó hasta su pecho y arrancó los tres primeros botones de su camisa.

-¡Para, maldita loca! -exigió él, pero no funcionó.

Bellatrix apoyó la cabeza en su hombro y le arañó el pecho suavemente. Sirius sentía sobre su piel la pulsera del jaguar que él mismo le fabricó. Cerró los ojos con el corazón acelerado. No podía más, todos sus sentidos estaban al límite, temía desmayarse de un momento a otro.

-Mátame o vete a arrastrarte tras tu amo, ¡pero déjame en paz, enferma! –repitió de nuevo.

Bellatrix cerró los ojos. Detuvo su mano sobre el corazón de Sirius y la dejó ahí, sintiendo cada uno de sus galopantes latidos. Le habló con voz suave, como si se estuviese quedando dormida:

-No me llames cosas feas, me gusta cuando me llamas nena.

-Que te lo llame tu Señor –le espetó él-, seguro que le hace mucha ilusión.

Su sugerencia fue ignorada. Ella siguió acariciándole el pecho mientras aspiraba su olor. Sirius tosió del malestar, si hubiese tenido algo en el estómago hubiese vomitado.

-¿Tienes sed? -preguntó la bruja repentinamente preocupada.

Él no respondió. Con un gesto de la varita de Bellatrix, un vaso voló a su mano. Con aguamenti lo llenó y lo acercó a los labios de Sirius. Al principio él se negó a abrir la boca, pero luego pensó que si era veneno, tanto mejor, así evitaba a Nagini. Bebió hasta terminarse el vaso y fue la mejor sensación que había experimentado en mucho tiempo. Después, su prima le secó las gotitas de los labios con sus pulgares. Volvió a cerrar los ojos y a acomodarse sobre su pecho.

-Estaba loca por ti cuando era una niña... -susurró.

-Siempre has estado loca –espetó él.

-Es cierto –respondió sonriendo-. Pero tú fuiste mi primera obsesión.

Él la miró con desprecio, intentando fulminarla con la mirada, pero ella seguía con los ojos cerrados perdida en sus memorias.

-¿Te acuerdas de cuando en verano nos quedábamos todos en Grimmauld? Yo siempre  fingía tener miedo para que durmieras conmigo y me protegieras.

No, apenas lo recordaba, hacía demasiado tiempo.

-Cuando era muy cría te decía que tenía miedo de que los dementores me secuestraran... Premonitorio, ¿no crees? –comentó chasqueando la lengua con una sonrisa amarga- Siempre funcionó. A los seis años eso me pareció poco creíble y cambié a las tormentas.

Sirius intentó alejar esos recuerdos de su mente, los había perdido en Azkaban pero estaban volviendo con fuerza. La bruja siguió con voz cantarina:

-Pero no había suficientes tormentas... Así que te conté que me daba miedo la oscuridad. ¿No es divertido? ¡Si me hubiese dado miedo la oscuridad no hubiese sobrevivido un día en la Mansión Black!

Viéndolo ahora Sirius se dio cuenta de que tenía razón: que todo eso era mentira era tan evidente como lo de las postales de Navidad.

-Unos años después ya ni necesitaba un motivo. Simplemente aparecía en tu habitación, exclamaba alegremente "¡Tengo miedo!" y me hacías un hueco en tu cama. Luego nos hicimos mayores... Cuando empecé a tener miedo de verdad tú ya no estabas.

Sirius cerró los ojos intentando serenarse y decidir qué estrategia aplicar. ¿Continuaba insultándola o le seguía la corriente para que le dejara en paz? Era absurdo, no iba a engañar a una mujer tan inteligente. Y menos a una mujer tan inteligente que dominaba la legi...

-Sí, siempre me consideraste inteligente, pero no me veías. Siempre andaba siguiéndote, jugando contigo y escuchándote cuando despotricabas sobre tus padres. Pero pertenecía a la familia que odiabas y considerabas que nada me importaba y estaba trastornada. Eras muy bueno conmigo, pero no veías que yo te quería.

-Eso no es verdad. Me gustaba jugar contigo, siempre te protegí y me preocupé por ti. Pero cuando entré en Gryffindor me diste la espalda, como todos, y no volví a saber de ti.... Hasta que intentaste matarme, claro –respondió con acidez.

-¡Yo no te di la espalda! –protestó Bellatrix mirándolo con repentina rabia que enseguida se diluyó- Es solo que no lo entendí. No entendía porque no estabas en Slytherin conmigo. Desde el primer día tenías amigos y yo no lograba hacer ninguno. Estaba triste y sola. Y las veces que intenté acercarme a ti, el idiota de Potter me amenazaba porque decía que quería hacerte daño y tú no me defendiste.

-Yo le aseguré a James que tú nunca...

-Te lo conté en la postal de Navidad de ese año. Pasé días decidiendo qué escribirte.

-Dejaste de hacerme postales cuando entré en Gryffindor.

-No, te las seguí haciendo, solo que nunca te las di. ¿Quieres verlas? –murmuró incorporándose para extraer un paquete de su bolso- Las encontré en mi habitación de la Mansión Black.

-No, no quiero verlas. Quiero que me dejes en paz y le digas a tu ridículo Señor que me mate de una puñetera vez.

"De acuerdo" murmuró Bellatrix volviendo a guardar las cartas. Se levantó y se alejó hacia la puerta. Sirius lo pensó mejor. No quedaba esperanza para él pero si aún pudiera hacer algo por sus amigos... No se le ocurría el qué, pero por ellos, aguantaría el show de su prima unos minutos más.

-Espera, sí que quiero.

Bellatrix se giró con una mueca burlona.

-¿Ves? Lo haces todo innecesariamente difícil.

Volvió a acomodarse sobre su regazo y extrajo el paquete de cartas. Los sobres estaban amarillentos y gastados por el paso del tiempo. La bruja eligió el más antiguo que contenía una postal hecha a mano. Las líneas del dibujo estaban poco definidas y gran parte de la purpurina se había caído, pero seguía distinguiéndose. Con su perfecta manicura en rojo sangre acarició las siluetas que ella misma dibujó décadas atrás.

-Mira, eran un león y una serpiente jugando juntos en la nieve. Por si acaso no entendías la metáfora, te lo escribí –murmuró abriendo la postal-: "Querido Siri, no me importa que no seas de Slytherin aunque me gustaría más que estuvieras conmigo, yo siempre seré tu amiga".

Lo último que imaginaba Sirius era que eso fuese a afectarle, odiaba a esa mujer con todo su ser. Pero no pudo evitar sentir un nudo en la garganta. Guardó silencio durante unos segundos. Después le preguntó por qué no se la entregó. Igual, con ese pequeño gesto, todo hubiese cambiado.

-Iba a hacerlo. Nada más llegar a Grimmauld esa Navidad busqué tu calcetín para meterla como siempre. Pero tu calcetín no estaba. Tampoco pude colártela por debajo de la puerta.

Sirius empezó a notar un cosquilleo que nada tenía que ver con la tortura. Con toda su fuerza de voluntad, se serenó y no mostró emoción alguna. Su prima continuó:

-Reggie me dijo que preferías pasar la Navidad en Hogwarts y no ibas a venir a casa. Me puse muy triste... Pero pensé que como era el primer año, habías preferido ver cómo lo celebraban en el colegio. Por eso al año siguiente te hice otra pensando que esa vez sí vendrías.

Dejó la carta sobre la mesa y seleccionó otro de los sobres. En esa ocasión, el dibujo representaba a un unicornio montando en trineo.

-"Siri, este año casi no hemos hablado, te echo de menos. Sé que para que los papis no se enfaden tenemos que fingir que nos llevamos mal, pero espero que este año podamos pasar juntos la Navidad" –leyó la bruja sin ninguna emoción- No viniste tampoco.

-¿Por qué no me las diste a la vuelta?

-Porque me daba vergüenza, ya no era Navidad y ya estabas otra vez con tus amigos que me odiaban. Y además estaba enfadada: los preferías a ellos, a mí no me hacías caso. Cada vez que veía que ese año tampoco acudías me prometía no hacerte más, pero aún así...

Cogió un tercer sobre y lo abrió. Aunque se notaba el progreso en la técnica de dibujo, cada vez había menos color y la purpurina había desaparecido. La ilustración representaba a un escarbato robando regalos en su bolsa. El animago estuvo a punto de pedirle que no se la leyera, pero la bruja ya estaba en ello:

-"Creo que lo he entendido, Siri: tus amigos te caen bien y tu familia no. Pero yo estoy aquí y a mí sí me caes bien. Ojalá este año vengas y te des cuenta de que no estás solo".

El animago parpadeó varias veces intentando contener sus emociones, pero fracasó. Una lágrima se abrió camino en sus ojos grises. Su prima se dio cuenta.

-Oh, ¡no llores, no quiero que estés triste! –exclamó con dulzura mientras le limpiaba las lágrimas con las mangas de su vestido- No es mi intención. Solo quiero que te des cuenta de que estás equivocado: yo sí te quería, fuiste importante para mí.

El animago no respondió y le llevó unos minutos calmarse. No iba a aguantar más mensajes así. No hizo falta. La cuarta postal era completamente diferente. En tonos oscuros representaba un bosque con cuervos. No había ningún motivo navideño y tampoco mensaje. La quinta era muy parecida: un thestral impresionante –augurio de muerte- se alzaba en un fondo gris. Pero no había texto.

-Y esta es la de sexto curso –murmuró la bruja abriendo el último sobre.

Sirius no entendió qué era el dibujo pero se estremeció. Era una especie de monstruo deforme en blanco y negro, parecido a un inferius, arañándose a sí mismo. Contenía una simple línea:

-"Tú no  estás solo. Yo sí" –leyó la bruja.

Sacudió la cabeza con una sonrisa torcida y murmuró:

-Siempre he sido un poco dramática.

Hubo unos minutos de silencio en los que ninguno se movió. Al final, la morena se levantó, arrojó las cartas sobre la mesa y sentenció:

-Pero al menos he sabido elegir bien mi bando. Adiós, Sirius.

Con un gesto de su mano, las postales ardieron sobre la mesa. Bellatrix salió sin mirar atrás. Sirius contempló inmóvil los dibujos ya dañados por el tiempo y ahora carbonizados. Sintió que había ardido algo más que los pergaminos, tal vez la última parte humana de Bellatrix.

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