Capítulo 3

A la mañana siguiente el reencuentro con Ron y Hermione animó bastante a Harry. Le pusieron al día sobre sus vacaciones y le preguntaron por las suyas. Él comentó que todo igual con los Dursley y abrió la boca para relatar el único incidente sucedido ese verano. Pero entonces anticipó sus reacciones: Ron se asustaría y Hermione le echaría la bronca para luego obligarle a confesar ante Dumbledore. ¿Qué pensaría el director si se enteraba de que se lo había ocultado? Se daría cuenta de que no confiaba en él... Peor aún: creerían que confiaba más en Bellatrix Lestrange que en Dumbledore. Ese último argumento le hizo cerrar la boca.

Faltaba aún un mes para empezar el colegio, así que disfrutaron de diversos planes: jugaron al quidditch, se bañaron en lagos, hicieron picnics... Todo sin salir del terreno de la Madriguera (que contaba ahora casi con más protecciones que Gringotts). El ambiente en la ciudad era realmente malo y la gente procuraba salir solo lo imprescindible.

–¡Me muero de ganas de ver la tienda de Fred y George! –comentó Ron– Les va muy bien, se están haciendo de oro... Pero a mamá le da miedo ir al Callejón Diagon, han atacado varias tiendas ahí...

Lo respetaron, pues no quedaba otra. El domingo cuando Harry se despertó y bajó a desayunar notó la situación más agitada de lo habitual. El señor Weasley se lo aclaró:

–Dumbledore ha convocado una reunión de la Orden.

–¿Van a venir todos aquí? –preguntó Harry intentando no sonar escéptico pues las medidas de la casa eran muy modestas.

–No... Hemos quedado en... Grimmauld Place, ya sabes... No hemos vuelto desde que...

–Ya, lo comprendo –atajó Harry.

–Márchate y deja a los niños desayunar tranquilos, Arthur –le regañó su mujer.

Hubo un segundo de silencio incómodo hasta que el hombre replicó lentamente:

–El caso es que Dumbledore ha pedido que acudamos todos, cariño. También los niños.

Harry, Ron y Hermione iban a protestar por el calificativo de "niños", ¡tenían dieciséis años! Pero viendo que iban a poder asistir por fin a una reunión, optaron por callarse. Hubo una disputa entre el matrimonio: Molly le repetía a su marido que no lo habría entendido bien, que los chicos debían quedarse en casa pues no formaban parte de la Orden. Pero el señor Weasley le enseñó la carta del director. Como la palabra de Dumbledore era sagrada, a Molly no le quedó otra que aceptar. Pero no dejó de refunfuñar durante todo el desayuno.

En cuanto terminaron, el trío dorado y el matrimonio Weasley se reunieron en torno a la chimenea del salón, cogieron los polvos flu y se trasladaron a Grimmauld Place. En cuanto apareció en el viejo y oscuro salón, a Harry se le encogió el corazón. Y esta vez no se debió a lo incómodo del viaje. Recordó las horas que pasó ahí con su padrino, las únicas Navidades que pasaron juntos y los planes que ahí tramaron. La de tiempo que dedicaron a charlar sobre el futuro y lo rápido que lo perdieron...

–¿Estás bien, Harry? –preguntó Hermione con tacto.

El chico asintió y forzó una sonrisa. No quería hablar de Sirius con sus amigos... ni con nadie, en realidad. Bajaron al sótano donde se encontraba la cocina. En torno a una larga mesa ya estaban reunidos Shacklebolt, Tonks, Ojoloco y Lupin. Se saludaron intentando disimular la enorme incomodidad que envolvía la situación y tomaron asiento. Pronto llegaron Bill y Fleur, que habían adquirido una casa en el campo para gozar de intimidad, y finalmente apareció Dumbledore. El director se quedó de pie junto a la cabecera de la mesa.

–¿Qué pasa, Albus, algún problema? –rompió el silencio Ojoloco– Creí que quedamos en no reunirnos hasta el mes que viene.

–Ese era el plan, Alastor, pero ha surgido un incidente que debo comunicaros.

Todos le miraron expectantes. Harry nunca había visto esa expresión en el rostro del director, por primera vez parecía que no encontraba la forma de abordar el asunto. Probablemente hubiese tardado más en comenzar de no ser porque los asistentes empezaron a carraspear nerviosos.

–Hace una semana sucedió algo para lo que me temo que todavía no tengo explicación –confesó el director–. Por eso creo que lo mejor será... mostrároslo.

Con un gesto de su mano la puerta de la cocina se abrió y todos giraron la cabeza con gran curiosidad. La respuesta mayoritaria fueron gritos. Hubo varios: "¡No puede ser, es imposible!", unos cuantos "¡Es una trampa! ¡¿Quién es?!" y alguna palabrota fruto de la incredulidad. Otros, como Harry, no acertaron a pronunciar palabra. Sin embargo su rostro perdió todo el color, le temblaba el cuerpo entero y se sentía incapaz de pestañear.

–¿Me habéis echado en falta? –preguntó una voz grave con un tono burlón que intentaba esconder el nerviosismo.

Nadie se movió, nadie respondió. Sin embargo, algunos sacaron sus varitas y le apuntaron.

–Si eres tan amable de demostrárselo... –pidió Dumbledore.

El recién llegado asintió y al segundo siguiente se transformó en un enorme perro negro y lanudo. Aquello era incluso más inimitable que un patronus. Ese perro era Sirius Black y solo Sirius Black podía ser ese perro. Aunque por supuesto eso no hacía la situación más sencilla, ya que la mayoría de los ahí presentes habían presenciado su muerte. Volvió a su forma humana. Seguía igual: alto, delgado, larga melena oscura casi hasta los codos y esa belleza arrogante que ni Azkaban logró robarle. De pie, sin atreverse acercarse, resumió la situación:

–Como ya sabéis, durante la batalla del Departamento de Misterios, caí al velo y me... me morí –dijo con cierto tono irónico–. No hubo nada después o lo hubo pero no lo recuerdo. Sin embargo, hace una semana, aparecí en el mismo sitio por donde me marché... Salí del velo y aparecí en la Cámara de la Muerte. La sala estaba vacía y a oscuras. Recordaba toda mi vida, como si nada hubiese cambiado, solo el vacío de estos meses.

Todos le miraban con la boca ligeramente abierta y sus varitas temblequeando entre los dedos. Se notaba que a Sirius le resultaba casi ridículo relatar algo que ni él mismo comprendía. Se pasó la mano por la melena despeinada y continuó:

–No tenía ni idea de cómo había sucedido. Decidí avisar primero a Dumbledore, para que él calibrara...

–Si había algún peligro, algún maleficio implicado o se trataba de la propia magia que mora indómita en el Departamento de Misterios –completó el director.

–¿Y? –inquirió Moody ansioso.

–No llegamos a ninguna conclusión –masculló Sirius–. Durante estos días me han hecho exámenes mágicos y físicos diversos sanadores para detectar magia oscura. Querían asegurarse de que no supongo ningún peligro: que no estoy poseído, ni maldito... Y nada. Nada malo pero tampoco nada que dé una pista de cómo he vuelto.

–Creo que debería preocuparnos más el quién que el cómo –apuntó Dumbledore.

–¿Quién qué? –preguntó Lupin.

–Quién lo ha traído de vuelta, naturalmente –aclaró con calma el viejo mago.

Los ahí congregados miraron a Dumbledore. Después a Sirius. Seguidamente a Dumbledore otra vez. Y así durante un par de minutos en que nadie habló. Fue Hermione la que con un hilo de voz manifestó lo que la mayoría pensaban:

–Pero, profesor... No existe forma alguna de devolver la vida a los... muertos, ¿no?

El director la miró con calidez por encima de sus gafas de media luna y tardó un rato en responder.

–No existe forma si usas la magia de forma adecuada, respetando las leyes naturales y el ciclo de la existencia. Sin embargo, las artes oscuras sí que podrían burlar a la muerte... pagando un precio, por supuesto.

–¿Qué precio? –preguntó Ron también tembloroso.

–El velo no devuelve a nadie digamos... por las buenas. Ha de recibir víctimas a cambio, así como sangre y maleficios muy poderosos que pocos magos o brujas serían capaces de ejecutar. Sería altamente improbable que se dieran todas las condiciones para traer a alguien de vuelta.

–¿Pero no imposible? –preguntó Bill.

–Pero no imposible –concedió Dumbledore.

De nuevo el silencio engulló el sótano. Se miraron unos a otros nerviosos, intentando que sus mentes dieran una respuesta coherente a la situación. Todos excepto Harry. Estaba más pálido que un fantasma y se sentía mareado, casi con náuseas. Se obligaba a levantar la vista de su regazo para no resultar sospechoso, pero esquivaba una vez tras otra la mirada de su padrino.

¿Qué diablos había hecho? Debería estar increíblemente contento: ¡había recuperado a Sirius! Y sin embargo nunca se había sentido tan extraño, ahora entendía por qué aquello era antinatural. Era como si hubiese robado a la propia muerte y esa idea le daba muchísimo miedo. ¿Dumbledore lo sabría? Tampoco se atrevía a mirarlo. No creía que nadie más sospechara de él. Era quien más motivos tenía para revivir a Sirius, pero por supuesto jamás hubiese realizado un ritual de magia oscura. ¿Y qué era eso de recibir víctimas a cambio? ¿Moriría él en pago por la vida de su padrino? Igual por eso le utilizó Bellatrix, como sacrificio. Aunque debía ser Voldemort quien lo matara, la mortífaga no se atrevería a intervenir en los planes de su maestro... La cabeza y el estómago le daban vueltas, no tenía ni idea de qué hacer.

Pensó en confesar. Alzar la voz y contar lo que vivió una semana atrás durante la luna de sangre. Pero aun si fuese buena idea (en absoluto lo parecía), no se veía capaz de pronunciar palabra. No es que no quisiera o no se atreviera; es que no creía que sus labios fuesen a despegarse nunca. Como mucho podría contárselo a Dumbledore... ¿Y a Sirius? Se dio cuenta de que le tenía miedo. ¿Y si ahora era una marioneta de Bellatrix? ¿Y si era un espía aun sin saberlo? La bruja no lo habría revivido de no ser que le supusiera alguna ventaja. No se le ocurría peor maldición: tenía a su padrino, la persona que más quería, pero ya no podía confiar en él. Empezaba a sentir también ganas de llorar.

Tras algunas dudas y comentarios que Harry ni siquiera escuchó, el director pareció intuir lo que todos pensaban:

–Os aseguro que no entraña peligro confiar en Sirius. Yo confío en él. No sabemos cómo ha vuelto, pero sí tengo la certeza de que obra en su propia voluntad, que es la misma con la que nació. No está bajo ninguna maldición, ni poseído en forma alguna y nadie tiene acceso a su mente.

Le dirigió una mirada significativa a Harry, como indicándole que él sí seguía conectado a la psique de Voldemort.

–Por eso hemos tardado en revelar su vuelta: necesitábamos estar seguros de que no suponía una amenaza para la Orden ni para sí mismo. Y tanto los especialistas de San Mungo como yo mismo hemos certificado que no lo es –aseguró el director–. El único problema es que si bien el Ministerio reconoció su inocencia y por tanto ya no está en busca y captura, también lo dieron por muerto. No hay más testigos que nosotros, pero obviamente publicaron la noticia. Así que...

–No he vuelto de entre los muertos para quedarme encerrado otra vez, Albus –advirtió Sirius algo irritado por las miradas atemorizadas que le lanzaban todos.

–Lo sé. Pero ten en cuenta que ahora casi todos vivimos encerrados. Voldemort ha vuelto y los mortífagos están por todas partes, pagaremos caro cualquier imprudencia. Mejor ser discretos y ocultar tu retorno como una baza a nuestro favor.

–De acuerdo... –concedió el animago porque sabía que en su incierta posición no estaba para tensar la cuerda– Pero si hay ataques no me pienso quedar en casa: hay una sola cosa que necesito hacer y es matar a Bellatrix Lestrange.

–¡No! –intervino Tonks– ¡Ya te mató una vez, Sirius, no hagas tonterías!

–¡Exactamente, Dora! –exclamó él– ¡Me mató! Y juro por mi moto voladora que esa se la devuelvo.

La metamorfomaga bufó pero no replicó: en su lugar ella haría lo mismo. Aquel pronto de Sirius tranquilizó un poco al resto; no por sus aspiraciones sino porque parecía el auténtico e incorregible rebelde al que todos apreciaban. Dumbledore le dio un apretón de manos y el resto se levantaron para imitar el gesto. Al principio fueron conversaciones nerviosas, pero pronto el ambiente se relajó. Le pusieron al día de la situación y él escuchó con atención. Moody incluso le ofreció su capa de invisibilidad de repuesto para cuando quisiera salir a estirar las piernas.

La reunión no se prolongó más de diez minutos: varios debían ir al trabajo o seguir con sus misiones. Acordaron mantenerse en contacto y uno tras otro se fueron marchando.

–Te vemos en la Madriguera, ¿vale, Harry? –ofreció Ron.

El chico asintió y agradeció que sus amigos le permitieran estar solo. Era el único que no se había levantado de la mesa ni había saludado a su padrino.

–Rara vez nos da la vida segundas oportunidades, Harry –murmuró el director–, así que espero que sepas aprovechar esta. Y recuerda que si quieres contarme algo...

Hizo una pausa como esperando a que el joven interviniera. Harry, levantó la vista, escrutó los ojos azules del director y volvió a abstraerse. Dumbledore asintió y le deseó que disfrutara del mes de agosto. Sin más, se apareció. Repentinamente Harry deseó haberse marchado también, porque ya no había nadie más que su resucitado padrino. Incluso hubiese agradecido la presencia de Kreacher, pero el viejo elfo debía vagar por otra planta.

Sirius se acercó y se sentó frente a él, contemplándole sin decir nada. ¿Diez, quince, veinte minutos? El chico no sabría decir cuánto tiempo pasaron en esa posición sin cruzar palabra. Fue el mayor quien decidió abrir la veda:

–Supongo que ya tenemos otra cosa en común: el niño que sobrevivió y su padrino el que regresó.

Harry ni siquiera intentó forzar una sonrisa. Pero por fin se reencontró con los ojos grises de su padrino que le miraban con notable preocupación. Parecía sano y feliz de haber vuelto. Como no obtuvo respuesta, volvió a intentarlo:

–No tuviste la culpa, Harry.

El chico frunció el ceño sin entender de qué hablaba.

–Voldemort te hubiese atraído al Ministerio de cualquier otra forma. Y mi "muerte" fue solo culpa mía: no debí subestimar a esa psicópata, pero descuida que la próxima vez...

La expresión de Harry como si un dementor le estuviese sorbiendo el alma hizo enmudecer a Sirius. Apaciguó su rabia y se corrigió:

–Lo importante es que estamos aquí. De una forma u otra hemos sobrevivido. Mira, Dumbledore es muy sabio, pero yo no creo que haya habido ningún ritual ni historias así, ¿quién iba a hacerlo?

"Se me ocurren un par de nombres" pensó el chico con sorna, pero no lo exteriorizó.

–Nadie se arriesgaría –concluyó el animago–. Yo creo simplemente que no era mi momento. Las leyes de la Magia son insondables y del Velo de la Muerte se sabe muy poco, así que no resulta tan extraño.

El joven concluyó que su padrino seguía igual de despreocupado e irresponsable que siempre. De alguna manera eso le reconfortó: verdaderamente era él. Entonces llegó la pregunta obvia: ¿Debía contarle la verdad? Se enfadaría lo indecible. Pero si tenía la opción de enfadarse era porque estaba vivo y si estaba vivo era porque...

–Sirius...

–Dime –le animó él.

–Yo... Eh... Bueno, la cosa es que... –farfulló el chico muy nervioso– Bellatrix...

–Escucha, no te preocupes por ella –le intentó tranquilizar Sirius–. Yo me encargaré de que...

–¡NO! –le interrumpió el joven– ¡Prométeme que no te acercarás a ella!

–Pero...

–¡Es peligrosa! Ya sé que te mató, pero fuiste tú quien fue a por ella.

–¡Porque ella había dejado inconsciente a Dora!

–También fue Tonks la que fue a por ella. Y luego Shacklebolt y los tres acabasteis mal –recordó Harry–. Sirius, he pasado los peores meses de mi vida al creer que me había quedado solo otra vez. Así que prométeme que no irás a por Bellatrix.

Creyó que su padrino le respondería con rabia, pero notó cómo intentaba contenerse. Finalmente, sin decir nada, asintió con un mínimo gesto. Harry asintió a su vez y dio el trato por sellado. Optó por no comentar nada, lo importante era mantener a sus amigos a salvo y así parecía más sencillo. No tenían tiempo para volverse locos con los actos absurdos de Bellatrix, ya lo hacía él por todos.

–Bueno, eh... –murmuró nervioso– Tengo que volver a la Madriguera, Ron y Hermione estarán preocupados...

"Por supuesto, te acompaño a la chimenea" comentó Sirius levantándose. Harry sospechó que se sentía dolido porque no quisiera quedarse con él, pero necesitaba al menos un par de días para procesarlo todo.

–Yo estaré en esta maldita casa hasta que decidamos qué hacer –masculló Sirius–. Si quieres venir algún día...

–Sí, claro, vendré a verte. Seguro que aún quedan habitaciones por limpiar –bromeó el chico.

Sirius esbozó una ligera sonrisa, le tendió los polvos flu y se despidieron hasta la próxima.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top