Capítulo 19
Sirius durmió hasta bien entrada la mañana. Cuando despertó, Marlene ya había bajado a la biblioteca para consultar unos libros con Remus. Pero apenas se acordó de ella. Todos sus sentidos se centraron en discernir si lo sucedido la noche previa había sido real. Quizá era verdad que tenía problemas con la bebida... Aún así, el recuerdo de los labios rojo sangre de Bellatrix, la locura en sus ojos casi negros y la suavidad de su piel contra la suya estaban demasiado presentes para ser fruto de un sueño...
-Tampoco es lo más raro que me ha pasado, teniendo en cuenta que hace unos meses resucité –decidió mientras bajaba a desayunar.
Por supuesto Bellatrix no apareció en todo el día, rara vez se la veía y nunca comía con ellos. Sirius lo comprendía perfectamente: haber vivido en Azkaban y luego bajo el mismo techo que Voldemort dejaba secuelas que solo se podían sobrellevar en soledad. Aún así necesitaba verla y entender lo que había pasado la noche anterior.
Durante toda la semana buscó posibles explicaciones: si fue la intensa conexión que compartieron al correr por los bosques, la necesidad de estar con alguien que tenía los mismos traumas y por tanto le comprendía sin juzgarle o si solo había sido deseo carnal. Él quería a Marlene... y Bellatrix estaba casada. De hecho se habían liado porque ella estaba triste porque añoraba a su marido. Quizá fue eso, quizá cerró los ojos y pensó en Rodolphus mientras le besaba a él. El animago no pudo negarse que eso le daba rabia. Además, ¿no dijo Harry que ella le protegió porque lo quería como a un hermano? No se hacen esas cosas con los hermanos...
–Bah, no ha significado nada, fue solo un exceso de adrenalina tras correr como animales –le explicó Sirius al dragón del cuadro del salón que le ignoró por completo.
Coincidió con Bellatrix en contadas ocasiones, pero en todas había más gente delante y ambos mantuvieron la actitud de odio y desconfianza. Aún así, no podía evitar mirarla de reojo y preguntarse si siempre había sido tan atractiva. Su sedosa melena oscura, sus ojos grandes y brillantes, la palidez aristocrática de su piel, sus maravillosas curvas... Claro que Marlene era guapa: rubia, alta, de ojos azules... todos los hombres babeaban por ella. Pero Bellatrix tenía un atractivo salvaje y un aura de locura y pasión que nunca había visto en nadie más.
Una noche su agudo oído canino detectó ruido en la biblioteca. Supo que era ella. A su prima le encantaba pasar horas ahí, pero solo cuando estaba vacía sin sus inoportunos invitados. Cuando la vio de espaldas rebuscando en una estantería mientras murmuraba con suavidad para sí misma sintió un cosquilleo en el estómago que se extendió por todo su cuerpo. Se le olvidó cualquier diálogo o reparo que pudiera haber tenido. Se acercó y la abrazó por la espalda. Bellatrix gritó sacando al instante su varita.
–¡Tranquila, soy yo! –exclamó el mago– Siento haberte asustado.
–¿¡Pero qué te crees que...!?
"Te echaba de menos" la interrumpió él estampando sus labios contra los suyos y abrazándola con rapidez. Le encantaba tenerla entre sus brazos, parecía tan delicada y a la vez tan peligrosa... Solo que esta vez la reacción no fue positiva. Bellatrix respondió al beso durante los primeros segundos, pero enseguida se separó y le dio una bofetada. Después le repitió que quién se creía que era y qué se suponía que estaba haciendo.
–Yo... yo creí que... –respondió él avergonzado y furioso también.
–¿¡Qué!? ¿¡Qué creíste!? –le increpó ella furiosa– ¿Que por el día puedes ser feliz con tu maravillosa novia y por la noche follarte a tu prima la loca?
–¡No! Yo no...
–No soy un juguete para cuando te aburras, Sirius. Estoy casada y quiero a mi marido. Y por muy rota que esté no voy a dejar que nadie más me utilice...
"Lo siento, Bella, no pretendía..." balbuceó. Dio igual que la disculpa quedase inconclusa porque la mortífaga ya había desaparecido. El animago sintió una mezcla de dolor y rabia. ¡Fue ella la que empezó, ella le besó primero! Estaba loca, sin duda. No tenía sentido nada de lo que hacía. Creyó que podrían aliviar tensiones juntos, pero si no quería, pues nada, cada uno haría su vida.
Por su parte Harry le estaba agradecido a Bellatrix, habían seguido con las clases de oclumancia y ya era bastante bueno. También conoció a Ted Tonks, que se parecía mucho a su hija: compartían el carácter bonachón y algo torpe y al joven le cayó bien. Era rubio y barrigón y pronto se adaptó a la vida en la mansión Aunque él no formaba parte de la Orden, ayudaba en todo lo posible. Además, gracias a su presencia en la casa, Nymphadora y Lupin controlaban más sus muestras de afecto en público y Harry le estaba enormemente agradecido.
–Ya son las ocho, Harry –le avisó Ted que le estaba ayudando con un ensayo sobre Pociones.
–¡Ah, gracias!
Hora de charlar con Ron y Hermione. Adoptó la indigna posición de arrodillarse en la chimenea y su cabeza se trasladó al despacho de la subdirectora. Estuvo media hora hablando con sus amigos que le dieron una gran noticia: en dos días les daban las vacaciones de Navidad y ambos acudirían a la Mansión Black.
–Mis padres vendrán también, como parece que Dumbledore se fía de ella... –comentó Ron aún dudoso.
–Aguantáis a diario a Snape, Bellatrix no será nada –apuntó Harry para quitarles el miedo–. ¡Además ya veréis qué mansión! He engordado tres kilos con la comida, la ropa de Dudley me empieza a venir justa... Y Hermione, tiene una Biblioteca en la que te pierdes literalmente; Sirius y Lupin me intentaron trazar un mapa pero ni ellos fue capaces.
Vio que a sus dos amigos les brillaban los ojos sin darse cuenta y eso animó a Harry. Poco más hicieron aparte de tramar planes navideños... Ron le preguntó si había visto a Dumbledore por ahí y Harry negó, hacía tiempo que no acudía a las reuniones. Debía estar buscando los infames horrocruxes, pero a él no le había dicho nada. En ese momento McGonagall volvió a su despacho y les informó de que era hora de irse a la cama, ya tendrían tiempo de verse en un par de días. Así que se despidieron.
Al día siguiente vio a Didi y a Kreacher muy ocupados organizando los dormitorios para los nuevos huéspedes. Fue bastante complicado, no por la organización en sí sino porque ambos elfos se mataban por ver a cuál apreciaba más Bellatrix. Al final, adecuaron una habitación doble para alojar a Ron y sus padres y otra para Ginny y Hermione.
–Me da rabia no poder ir a buscarlos a la estación –comentó Harry–, pero como se supone que estoy enfermo nadie me puede ver...
–Ahora sabes lo que se siente estando encerrado, ¿eh? –replicó su padrino con sorna.
El chico asintió. Llevaba desde pequeño sabiéndolo gracias a los Dursley, pero a Sirius y su inestable humor mejor no replicarles. Estaban en uno de los salones viendo la nieve caer tras los enormes ventanales. Acababan de terminar la clase de aparición y Harry necesitaba reposar, pues Sirius había tenido que arreglarle la ceja tras un accidente. Aún así, cuando vio a Bellatrix cruzar por el pasillo la llamó y le preguntó si podían practicar oclumancia un rato. Ahora que se le daba bien se había aficionado.
–No, bebé Potter –le espetó ella–, no puedo ni sujetar la varita. Estoy tan borracha que acabo de hacerme sangre peleando contra un gato que se había colado en casa.
Efectivamente de su antebrazo brotaban varios hilos de sangre. Harry no se imaginaba qué tamaño y astucia debía tener el animal para haber logrado atacar a la mortífaga. Quizá era un kneazle como Crookshanks, esa raza era extremadamente inteligente.
–¿Cómo se ha colado un gato aquí? –preguntó Harry desconcertado.
–Resulta que no era un gato –respondió ella apoyada en la pared para mantener la verticalidad–. Era yo transformada en jaguar y luchando contra un espejo. Pero bueno, al final he vencido.
Sirius soltó una carcajada mientras Harry la miraba preocupado. Al igual que su primo, Bellatrix tenía más whisky que agua en el cuerpo, por eso toleraba muy bien el alcohol. Tenía que haber ingerido una gran cantidad para acallar así su sentido común. En ese momento estaba acariciando al dragón de ojos azules del cuadro y hablando con él como si fuese su mascota. A Harry debía estar yéndosele la cabeza porque le dio la impresión de que al animal le gustaba. "Ven aquí que te cure eso" la llamó Sirius sin moverse del sillón. La bruja se giró hacia él intentando sin éxito enfocar la vista. Murmuró altiva que se lo podía curar sola. Harry temió que se equivocara de conjuro, pero ni siquiera sacó la varita.
–Bellatrix, te estás lamiendo la sangre como un gato, eso no te va a curar –indicó Sirius aguatando la risa.
–Cállate, primo imbécil, te odio –le espetó ella.
Intentando que su voz sonara más suave y pausada, Sirius respondió: "No soy tu primo, soy Rodolphus". Sabía que estaba mal jugar así con ella estando borracha, pero era demasiado divertido como para dejarlo pasar. Además, a él no le permitiría ponerle un dedo encima ni para curarla. Bellatrix dudó unos segundos, pero al poco exclamó: "¡Rody!". Corrió hacia él y más que sentarse se dejó caer en su regazo. Con cuidado, Sirius le subió la manga de la blusa y curó la herida. Ella había acomodado su cabeza sobre su hombro y tenía los ojos cerrados con expresión pacífica.
–¿Por qué has bebido tanto, Bella?
–¿Mmm? –murmuró ella adormilada.
Con paciencia, Sirius repitió la pregunta. Harry los miraba sintiéndose un poco incómodo pero también preocupado. La bruja balbuceó algo de lo que el chico solo entendió "Estúpidos invasores...". Su primo lo captó al instante.
–¿Estás enfadada porque venga toda esa gente a quedarse aquí por Navidad?
–Sí, hay hasta sangre sucias... Échalos de casa, Rody –ordenó ella arrastrando las palabras–. Y acaríciame el pelo.
Bellatrix le cogió la mano y la colocó sobre su cabeza. Algo dudoso por lo comprometido de la situación, Sirius obedeció. Entendió lo sola que se sentía y lo violenta que era toda esa situación para ella. De momento la Mansión Black estaba siendo la guarida perfecta para la Orden, pero para ella era un descomunal fastidio. Intentó animarla como supuso que haría su marido, hablándole con voz calmada:
–Estamos en guerra, Bella, ningún sitio es seguro. Sospechamos que hay un traidor, pues seguimos sin saber cómo encontraron Grimmauld y la Madriguera y burlaron las protecciones... Así que es importante que todos estén aquí la semana de Navidad. Así si ocurre algo, podemos dejar que los maten mientras nosotros disfrutamos del espectáculo.
Bellatrix tardó en responder pero finalmente susurró que le parecía buen plan. Sirius y Harry se miraron sin saber cómo solucionar aquello. Entonces, la mortífaga que seguía con los ojos cerrados volvió a hablar.
–Fue la fulana del idiota, estoy segura. No me fio de ella –aseguró la bruja que parecía hallarse bastante lejos de la realidad–. Eh, no dejes de acariciarme.
Volvió a atrapar la mano de Sirius y la colocó sobre su cabeza. Él la acarició de forma mecánica. Se preguntó por qué odiaba tanto a Marlene; más allá de ser una gryffindor, de la Orden y amiga suya... Bellatrix siempre se llevó mejor con las mujeres que con los hombres (dentro de que su mayor ambición con ambos era matarlos, por supuesto). Cuando la morena se durmió, Harry comentó intentando sonar casual:
–¿Tú crees que es posible que Marlene...?
–No, la conozco desde los once años, Voldemort mató a su familia y siempre nos ha ayudado –sentenció Sirius–. Aunque en realidad... Bueno, no lo sé, después de lo de Peter supongo que ya nunca volveré a fiarme completamente de nadie, pero...
Dejó la frase inconclusa. Harry no insistió, su padrino ya tenía de sobra con los problemas actuales.
–Bueno, al menos si es cierto lo de que los borrachos siempre dicen la verdad, podemos confirmar que Bellatrix no fue la traidora.
Su padrino mostró su aquiescencia. Llamó a Kreacher para pedirle una poción contra la resaca y el elfo se la trajo al momento. Como legalmente Sirius seguía siendo su amo, le ordenó que no le contara a la mortífaga nada de eso. La criatura asintió, le miró con desprecio y se marchó. Lo malo era que el animago no se atrevía a dársela. Además, si despertaba en sus brazos, le sacaría hasta el último órgano a cuchilladas (cuando se trataba de torturar, a Bellatrix hasta los métodos muggles le parecían bien). Podía dejarla ahí en uno de los sofás y que despertara cuando se sintiera mejor... pero tampoco quería que el resto de residentes la vieran en ese estado. Entonces Harry tuvo una idea.
–¡Ya sé a dónde la podemos llevar! ¿Puedes cogerla en brazos?
A Sirius no le supuso problema. La levantó sin ningún esfuerzo y ella se hizo un ovillo junto a su pecho. Su ahijado recorrió los pasillos y abrió varias puertas en busca de la habitación correcta. Tardó bastante en dar con ella. Sin embargo su padrino no protestó, no parecía molestarle su posición.
–¡Aquí es! –exclamó el chico– Me dijo que solo se abre si sientes verdadera necesidad de huir.
El animago contempló asombrado el jardín interior repleto de árboles, plantas y también sofás bajo el cielo anaranjado del atardecer. Hacía un tiempo muy agradable que nada tenía que ver con la nieve que caía fuera. Entendió que Bellatrix adorara a Rodolphus: diseñar una sala así debía haberle llevado meses y la hizo solo para ella. Sintió a la vez admiración y envidia. Con cuidado y dificultad (porque ella se negaba a soltar su cuello), la depositó en uno de los sofás. Le dejó la poción para la resaca en la mesita más próxima y la arropó con una gruesa manta. La bruja ronroneó satisfecha sin abrir los ojos. Sirius la contempló unos segundos. Como parecía que estaba a gusto, le hizo a Harry una seña para que salieran.
–Será mejor que de esto tampoco mencionemos nada –decidió el mayor una vez fuera.
Su ahijado estuvo de acuerdo y no se volvió a hablar del tema. Probablemente Bellatrix no recordó nada al despertar y consideró que, con muy buen criterio, se había echado una siesta mientras el elfo le traía la poción para la resaca. Después de aquello no volvieron a verla, pero supusieron que se debía a la llegada de los invitados.
Harry salió a recibir a sus amigos al jardín delantero. Al ver el decrépito y tétrico estado de la mansión Ron, Hermione y Ginny casi no se atrevían a entrar, les pareció mentira todas las maravillas que les había contado su amigo. Sin embargo, el estupor sustituyó a la angustia en cuanto pusieron un pie dentro. Ninguno tuvo una sola queja, aunque cada vez que se abría una puerta o alguien pasaba por el pasillo, ahogaban un grito sobresaltado por miedo a que fuese Bellatrix.
–De verdad, no es tan mala. Nos está ayudando a su manera y estoy casi seguro de que está de nuestra parte –aseguró Harry.
–Ya vemos que eres su mayor fan –ironizó Ginny.
Era verdad. Seguía sintiendo una extraña confianza y familiaridad con la mortífaga que no entendía a qué se debía, pero tampoco se atrevía a contarlo y que le tacharan de loco. Creyó que igual se debía a las intrusiones de Voldemort en su mente que confundía sus emociones. Sin embargo, la sensación no desaparecía ahora que sabía oclumancia. Apartó esa zozobra y se centró en disfrutar con sus amigos.
Disputaron partidos de quidditch, jugaron a los gobstones y al snap explosivo, batallaron con la nieve que se acumulaba en los bosques y comieron todo tipo de dulces. Visitaron a los gemelos y a Bill y Fleur y también los incluyeron en sus diversiones. Una tarde fueron juntos al Callejón Diagon para hacer las compras navideñas, aunque por seguridad Harry utilizó su capa invisible. A la que menos vieron fue a Hermione, que prácticamente se había empadronado en la biblioteca y no salía de ahí. Con ayuda de los adultos decoraron un par de habitaciones de la planta baja de la mansión. Sirius no sabía si su prima tendría algo en contra de los motivos navideños, supuso que –así como el resto de asuntos– le daría completamente igual. No obstante, tuvo ocasión de conocer su opinión.
La noche de Navidad disfrutaron de una suculenta cena en el comedor de la Mansión Black; todos menos la anfitriona que seguía ausente. Después de cenar, se acostaron pronto con el deseo de despertar a la mañana siguiente y abrir sus regalos. Sirius y Marlene no fueron la excepción. No obstante, cuando llevaba cuatro horas dando vueltas en la cama, el mago decidió que sin su whisky de buenas noches no podía dormir. Así que se levantó, se puso una elegante bata y bajó al salón donde solía beber.
Le recibió una ráfaga de aire frío, como si alguien hubiese permitido entrar a la tormenta de nieve que se fraguaba en el exterior. Y así era. Junto a la ventana abierta estaba sentado el jaguar negro. Frente a él, se hallaba un enorme pájaro azul como el hielo. Se miraban fijamente, no de forma agresiva, sino como si de esa forma silenciosa compartieran una profunda conexión. El ave del trueno entonaba una suave melodía que lograría relajar a un escreguto. Pero en cuanto vio a Sirius, alzó el vuelo y se marchó. Bellatrix volvió a su forma humana. Llevaba un jersey largo verde oscuro con unas medias gruesas, su atuendo de estar por casa. Cerró la ventana y miró a su primo con fastidio.
–¿No te habías ido a dormir, a morir o a lo que sea que hagas? –le espetó.
–Sí, pero no tenía sueño. Siento haber espantado a tu amigo, ¿cómo se llama? –preguntó mientras se servía un vaso de whisky con un gesto de su varita.
–Bóreas –masculló de mala gana Bellatrix arrebatándole la botella.
–Mmm... –murmuró el animago dando un trago– Como el dios del viento helado del norte que traía el invierno... Me gusta.
Su prima frunció el ceño extrañada de que conociera tan bien la mitología griega, pero no preguntó. En su lugar, dejó que su vista barriera la habitación: el enorme abeto con todo tipo de adornos, las figuritas de renos correteando en la repisa de la chimenea, la nieve falsa que caía del techo, el muérdago y el acebo que crecían a su libre albedrío... Hizo un gesto desganado y le preguntó qué diablos era todo aquello.
–Hemos decorado la casa –comentó el animago acomodándose en un sillón–, juzgué que te importaría lo mismo que todo lo demás: una mierda de troll.
Bellatrix puso los ojos en blanco pero no pudo quitarle la razón: hacía tiempo que ya no le importaba prácticamente nada. Se tumbó en uno de los sofás y cerró los ojos mientras se acariciaba la mejilla con la varita. Sirius la contempló mientras disfrutaban el alcohol. Después su vista se perdió en el crepitante fuego de la chimenea. Los troncos se lanzaban ordenadamente al fuego y las llamas que los engullían parecían caldear viejos recuerdos.
–¿Te acuerdas de que cuando éramos pequeños los elfos hacían duendes de jengibre por Navidad? –comentó el animago– No nos dejaban probarlos hasta después de la cena.
–No me acuerdo –respondió la morena con sequedad.
Hubo unos minutos de silencio hasta que Sirius añadió:
–¿Y recuerdas que nuestros padres siempre colgaban de la chimenea calcetines con nuestros nombres?
–No, eso no sucedió nunca.
Sin mirarlo siquiera, Bellatrix se incorporó y se marchó del salón. Sirius se quedó ahí, observando cómo el fuego quemaba los troncos y también sus recuerdos infantiles.
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