Capítulo 17

Sirius no pegó ojo en toda la noche. Ni siquiera llegó a entrar en la mansión. Corrió por los bosques en forma canina hasta quedarse sin aliento; deambuló como humano hasta que sus pensamientos se convirtieron en humo; y finalmente se tiró entre la maleza a contemplar el cielo como si fuese a leer la solución en las estrellas. Ningún astro le dio la respuesta. No era posible que Harry tuviese razón y Bellatrix hubiese dedicado años de su vida a protegerle. Era del todo delirante que hubiese permanecido voluntariamente en Azkaban para que él no pasara hambre ni frío. Aun aceptando que fuese verdad (cosa que dadas las traiciones sufridas parecía imposible), seguía sin tener sentido: hubiese sido más fácil sacarlo de ahí y ya está.

–No... –murmuró para sí mismo– Quería castigarme por estar en Gryffindor y traicionar nuestro apellido... Y tampoco querría que yo volviese con la Orden ni desvelar su deslealtad a Voldemort...

Eso encajaba con la forma de pensar de los Black. Aún así era todo demasiado absurdo, suponía darle un giro radical a lo que había creído casi toda su vida. Igual ese "casi" era la respuesta. Recordó a la niña que le dibujaba postales de Navidad, que compartía sus juguetes con él y le llamaba "Sidi" porque no sabía pronunciar la erre. Él adoraba a esa niña... Siempre jugaban juntos y le hacía un hueco en su cama cuando ella tenía miedo por las noches. Pero se convirtió en una persona a la que nadie podría amar. Aunque realmente la hubiesen obligado a unirse a Voldemort, adoraba las artes oscuras más que a nada. Estaba seguro de que había matado y torturado, quizá por mantener la coartada, pero sin sufrir en absoluto.

Se le hizo de día barruntando esos pensamientos. Decidió que solo había una forma de sacar algo en claro y era hablar con ella. No era nada partidario del diálogo, prefería la acción, pero si no quedaba otra...

–¿Dónde has pasado la noche? Estaba preocupada –murmuró Marlene cuando le vio entrar.

–En el bosque. Estaba corriendo en forma de perro y se me fueron las horas. Siento haberte preocupado, Marly –respondió dedicándole una sonrisa.

La rubia asintió y desayunaron. Al poco apareció Harry que saludó y no comentó nada. Cuando terminaron, el animago iba a sacar una excusa para quedarse solo y buscar a su prima pero fue interrumpido. Lupin entró a toda velocidad blandiendo el Profeta.

–¡Mirad! –exclamó desplegando el periódico sobre la mesa– Bellatrix tenía razón.

La noticia de portada era una nueva fuga masiva de Azkaban protagonizada por los mortífagos que fueron encarcelados tras la batalla del Ministerio. En el Profeta había intereses cruzados: no deseaban posicionarse en ningún bando hasta saber quién ostentaba el poder. Pero aún así se podía leer entre líneas que los dementores preferían servir a Voldemort, ya que él no ponía limitaciones a su sed.

–Controla Azkaban, pronto el Ministerio caerá definitivamente –murmuró Marlene.

–Menos mal que tenemos a Dumbledore en Hogwarts, no se atreverán con él –aseguró Lupin.

Harry asintió sin decir nada. Tenía un mal presentimiento: Dumbledore no parecía tan ágil y enérgico como un año antes... Quiso creer que era el desgaste por la posible guerra y nada más. Al menos así tenían otra prueba de que Bellatrix decía la verdad, lo del aumento de carroñeros y la caza de muggles también debía ser cierto. Los adultos invirtieron la mañana entrando y saliendo de la mansión y realizando diversas conferencias por la red flu para recabar información y alertar a sus conocidos. A Harry le daba miedo que se corriera la voz de que Sirius y Marlene estaban vivos, pero de momento parecía que sabían camuflarse bien.

Por la tarde se sentó a leer junto a la chimenea del salón para esperar a sus amigos. Como era domingo habían quedado en que acudirían al despacho de McGonagall para charlar con él por la red flu. Así que estaba haciendo tiempo hasta la hora acordada.

–¿Qué hay, Harry? –comentó alegremente Tonks– Nos vamos a casa de mis padres, a ver si papá quiere venir. Si no hemos vuelto para la cena es que mi madre nos ha asesinado.

–¿Debo vengaros o algo? –preguntó Harry.

–Nah, primero encárgate de Voldemort, es más dulce que mi madre –respondió la auror.

El joven mostró su aquiescencia y la metamorfomaga y Lupin salieron para aparecerse. Lupin se había negado rotundamente a que pasara sola el mal trago de volver a casa: sus padres se enfadaron con ella cuando les contó que estaba juntos y se sentía responsable. Y como el enfado aumentó cuando supieron que ahora se alojaban con Bellatrix, era mejor que Tonks contara con refuerzos. Harry pensó que no tener familia tenía algo bueno: se ahorraba esos dramas.

"¡Hasta luego, Harry!" murmuró Marlene al poco. El chico se despidió con un gesto de la mano y ni siquiera preguntó a dónde iba. Esa casa era como una lechucería, con todo el mundo entrando y saliendo. A él no le daba ninguna envidia: tras tantas batallas se sentía feliz con su chocolate caliente junto al fuego. Al poco pasó Sirius y al verle entró a charlar.

–Marlene se va a reunir con algunos de sus compañeros de Estrasburgo, han venido al oír que la situación está empeorando por si necesitamos refuerzos.

–Ah qué bien. Temí que no viniera nadie a ayudarnos...

–Sí, la verdad es que el resto de países se están haciendo los locos. Es nuestra guerra y prefieren mirar para otro lado. Llevamos meses trabajando en ello y apenas estamos encontrando aliados... –murmuró Sirius.

No añadió ninguna frase tranquilizadora como hacían los demás. Era el único que nunca trataba de dejar a Harry al margen, no consideraba que ignorar la realidad fuese a protegerle. Así que se quedaron en silencio con la vista perdida en los amplios ventanales. El cielo anaranjado pronto cedería al ocaso; había entrado diciembre y anochecía antes de las seis de la tarde. Y en aquella mansión en medio de bosques el atardecer dejaba estampas maravillosas.

–Ya son las cinco, señor bebé –indicó la voz aguda de Didi.

Harry dio un respingo sorprendido por la repentina aparición de la elfina. Le había pedido que le avisara para cumplir la cita con sus amigos. Le dio las gracias y la criatura se marchó. Sirius decidió darle privacidad y abandonó el salón. Había estado posponiendo la conversación con su prima porque le hacía sentir muy violento y no tenía ni idea de cómo empezar. Pero debía hacerlo, así que cuanto antes mejor.

Con homenum revelio supo que Bellatrix estaba en su sala de entrenamiento favorita. Ahí acudió. Entró con su varita en alto por si la mortífaga –o cualquiera de los utensilios que utilizaba– le atacaba, pero no fue así. Le ignoró por completo. Estaba practicando conjuros ella sola, lanzándolos contra la pared y permitiendo que rebotaran contra ella. Era magia oscura muy avanzada, varios de los maleficios Sirius no los conocía y sospechó que eran de invención propia. Ni por un momento pensó en interrumpirla. Se recostó contra la pared y la observó en silencio.

Cuando Bellatrix dio por terminado el entrenamiento, Sirius juraría que habían pasado cinco minutos. Su reloj le contradijo: había transcurrido casi una hora. Su prima sabía que estaba ahí, pero parecía dispuesta a ignorarle. Sin embargo, estaba demasiado cerca de la puerta como para fingir no verlo. Así que le preguntó con su habitual tono altivo:

–¿Has disfrutado del espectáculo?

–Ya lo creo, es como ver porno –respondió él con su sonrisa burlona.

–Que te folle un duende –le espetó ella apartándole de un empujón.

–¡Eh, que era un cumplido! –protestó Sirius siguiéndola por el pasillo.

–Lo mío también. Un duende sería mejor que lo que tienes ahora.

Por un lado, a Sirius le pareció mal que insultara a Marlene; por otro, compartía su humor negro y le gustaba. Además, no quería ponerla de mal humor incluso antes de haber hablado, así que retomó el tema de los duendes y comentó: "Hombre, tienen la altura ideal para algunas labores...". Su prima no respondió, pero le pareció que disimulaba una sonrisa. Antes de que desapareciera por los interminables pasillos, la cogió del brazo:

–Oye, Bella, quería comentarte una cosa...

Ella alzó una ceja sorprendida.

–¿Has matado a mi elfina? ¿A Kreacher tal vez?

–No que yo recuerde...

–¿Entonces qué quieres pedirme para que ahora sea Bella en lugar de "esa enferma demente"?

Sirius se sintió avergonzado. Sí, llevaban toda la vida insultándose sin tapujos, pero ahora que parecía que la cosa había cambiado... O quizá no, ¡si es que era todo demencial! Aún así no empezaba bien la conversación. Abrió la boca pero su prima le interrumpió de nuevo:

–Ni se te ocurra disculparte, vete a tomarle el pelo a otra.

–Oye, mira, es por lo de Azkaban –se lanzó él perdiendo la paciencia.

Bellatrix le miró con los brazos cruzados sobre el pecho sin dejar traslucir ninguna emoción. Él resumió lo que había hablado con Harry: siempre le pareció normal disfrutar de varias comidas y otras ventajas, estaba tan centrado en matar a la rata que no se cuestionó nada. Pero ahora, mirándolo en perspectiva, se daba cuenta de que alguien debía haberle ayudado. Hizo una pausa esperando a que ella interviniera, pero no sucedió. Así que añadió que quizá fuese ella la que le proporcionaba comida, mantas y alejaba a los dementores.

–Es la mayor estupidez que he oído desde que Cissa dijo que Lucius era superdotado.

Sirius se quedó paralizado. Si Bellatrix lo hubiese admitido, él habría tenido dudas; pero al negarlo, la sensación que le transmitió fue que mentía. No sabría decir por qué exactamente, pero entendía cómo funcionaba su mente (al menos mejor que el resto). Si nunca le había contado nada y se tomó tantas molestias en no ser descubierta era porque no deseaba que se supiera. Por tanto, jamás lo reconocería. Aún así insistió:

–¿Y toda esa historia del viaje con Harry al Ministerio para traerme del velo?

–Potter tiene mucha imaginación. ¡Y deja de seguirme, maldito chucho!

Sirius iba a hacer un chiste sobre perritos falderos pero no pudo. Harry apareció corriendo por el pasillo y les indicó que Tonks necesitaba ayuda urgente fuera de la casa. Sirius asintió y le ordenó que se quedara dentro. Con curiosidad, Bellatrix acompañó a su primo al jardín delantero de la Mansión.

Aunque ya era de noche, no les costó localizar a Tonks. Físicamente estaba bien, pero parecía al borde de un ataque de ansiedad. Corría erráticamente hacia la entrada de los bosques sin decidir el camino. Llevaba la varita en alto y su pelo estaba de un color marrón rata. Sirius llegó hasta ella, la agarró con firmeza para tranquilizarla y le preguntó qué sucedía. "Es Remus" gimió ella lanzando una mirada desesperada al cielo. Luna llena.

–¿No se ha tomado la poción? –preguntó el animago.

–¡No! No creyó que se alargaría tanto la visita a mis padres, pensaba tomársela a la vuelta. Cuando nos hemos dado cuenta ya era de noche. Hemos conseguido aparecernos aquí antes de que se transformara pero en cuanto ha llegado... ha desaparecido.

–¿Y cuál es el problema? –inquirió Bellatrix– En el bosque no hay nadie a quien pueda hacer daño, ya volverá cuando amanezca.

–¡No está en posesión de sus facultades mentales! –exclamó la chica desesperada– Puede salir del área protegida, aunque salte la advertencia cruzará la barrera igual. ¡Si lo descubren los carroñeros o la manada de Greyback...!

La chica no supo cómo acabar. Sabía que sería una misión suicida, pero le estaba costando no correr hacia el bosque para asegurarse de que Lupin estaba a salvo. Viendo que Harry los había seguido de lejos, Sirius miró a la chica a los ojos para tranquilizarla y le dijo con voz autoritaria:

–Vete dentro con Harry y cenad algo, yo me ocupo. Lo mantendré en el perímetro protegido; llevo haciéndolo desde los quince años, no habrá problema. Te prometo que estará bien, Dora.

El aplomo y la seguridad de Sirius tranquilizaron a la metamorfomaga, que asintió. Observó como el animago se transformaba en su versión canina y olfateaba el aire en busca del rastro. Después miró a Bellatrix con gesto interrogativo. De mala gana la morena masculló: "Vaya existencia de mierda llevo para no tener nada mejor que hacer...". Un segundo después, el perro echó a correr entre los árboles y el jaguar lo siguió. Los dos jóvenes los observaron alejarse pero enseguida se perdieron en la oscuridad.

–Vamos dentro, Tonks –la animó Harry–. Da igual que como lobo tenga o no consciencia: en cuanto sienta a Bellatrix, agachará la cabeza y esconderá el rabo entre las patas como hacemos todos.

La auror por fin sonrió y aceptó. Se giraron y volvieron a la mansión. El susto no les había quitado el hambre. Mientras disfrutaban de la copiosa cena que había preparado Kreacher, Tonks le refirió la velada. A sus padres no les había hecho ninguna gracia que acudiera con Lupin. Sin embargo, el hombre–lobo hizo lo que mejor se le daba: dar pena. Comentó que estaba de acuerdo con ellos: era demasiado viejo, pobre y peligroso para estar con una chica tan maravillosa y se lo repetía a diario. Logró infundir lástima en Ted que se puso de su parte.

–¿Entonces tus padres van a venir? –preguntó Harry.

–Mi padre sí, no me costó mucho convencerlo. Tenía ya la maleta preparada para huir de casa en cuanto llegasen los carroñeros, así que mucho mejor aquí con su hija que vagando sin rumbo. Mi madre sin embargo... Le he tenido que revelar que estamos en la Mansión Black y ha dicho que antes muerta que volver.

–¿Le habéis explicado que ya no está como en su infancia y que Bellatrix está de nuestra parte?

–Claro, pero aún así no se fía. Ni de la casa ni de su hermana. Aunque fuese verdad que está de nuestra parte, no creo que eso sea lo que las separa. Lo que rompió la relación entre las tres hermanas fue que se fugase de casa para casarse con un hijo de muggles y eso no se soluciona con un cambio de bando. Para Bellatrix y Narcissa fue una traición imperdonable y para mi madre también lo es que cortaran la relación con ella, así que...

–Ya... –murmuró el chico incómodo.

–De mala gana al final ha aceptado que viniera mi padre, pero ella se queda en su casa. Al ser una Black no corre peligro... Pero al menos así sé que mi padre está más seguro. No es que me fíe de Bellatrix y sus cambios de lealtades, pero si papá está conmigo puedo protegerle.

Harry se mostró de acuerdo. Entendió por qué se les había hecho tan tarde: habían dedicado demasiado tiempo a convencer al matrimonio. Cuando terminaban con el postre volvió Marlene. Les preguntó por Sirius y ellos le refirieron la historia. Después Harry le preguntó qué tal le había ido con los aliados.

–¿Cómo? –preguntó ella desconcertada.

–Con los sanadores con los que trabajaste que han venido a ayudarnos, me ha contado Sirius que ibas a reunirte con ellos.

–Ah sí –respondió la rubia al momento–. Son una docena los que han venido y son de los mejores con la magia curativa. No sé qué decirte... Parecen dispuestos a ayudar sin la cosa se pone fea pero...

–Ya está bastante fea –apuntó Tonks.

–Desde luego –convino Marlene–. Pero cuanto más tardemos en mostrar nuestras cartas, mejor. Me da miedo que a la hora de la verdad se acobarden y nos dejen plantados. Seguiré reuniéndome con ellos a ver si les convenzo de que se unan a la Orden.

–¿Y dónde se alojan? –preguntó Tonks.

–En lugares muggles para no llamar la atención: hostales, casas de familiares, pisos vacíos... Cada uno donde puede, ya sabéis que ahora el Ministerio lo vigila todo.

Los jóvenes asintieron. Marlene les dio las buenas noches y se retiró. Ellos dos pasaron a uno de los salones y se entretuvieron charlando sobre quidditch. Después Harry le relató su conversación con Ron y Hermione: en Hogwarts todo parecía ir como siempre y su mayor preocupación era dónde pasar las vacaciones de Navidad. Ron no soportaba a la tía Muriel, pero a sus padres les daba miedo alojarse en la Mansión Black; a él no tanto, estaba maravillado con los relatos de Harry sobre la comida y la opulencia del lugar. Hermione tampoco sabía si irse con sus padres y dejar solos a sus amigos... También estaba la posibilidad de acudir los tres a casa de tía Muriel, pero Harry deseaba pasar las Navidades con Sirius (y, sinceramente, nunca había tenido una habitación mejor que la actual). Así que en eso estaban.

A las dos de la madrugada a Harry se le cerraban los ojos del cansancio. Deseaba irse a dormir, pero no quería dejar a Tonks sola. Lupin y los Black no volverían hasta que empezara a amanecer, pero aún así la chica se quedaría en vela. Fue ella la que le puso fin a aquello:

–A la cama, Harry, necesitas descansar.

–No, no, me quedo con...

–Sin mis tíos soy la máxima autoridad aquí –sentenció imitando el gesto altivo de los Black–, así que te vas a dormir. No te preocupes por mí, tengo decenas de informes que redactar, odio la parte administrativa del trabajo. Así aprovecho para ponerme al día.

El chico no necesitó mucho más. Se despidió y le costó esfuerzo incluso subir a la primera planta. Ese año sus amigos estaban aprendiendo a aparecerse... Tomó nota de pedirle a Sirius que le enseñara. Lo necesitaba. No para huir sino para trasladarse del sofá a la cama.

La noche de Sirius fue sin duda más agitada. Le costó poco localizar a Remus, no solo por su olor sino por sus aullidos de dolor. La luna llena sin la poción matalobos le afectaba en demasía. Al principio, cuando vio al perro y al jaguar se asustó. Era incapaz de reconocerlos en ese estado, así que les atacó con furia. Aunque los dos Black recibieron sendos golpes, enseguida lograron someterlo. Tras unos minutos el lobo se calmó y su agresividad cesó. Canuto se puso a corretear como un loco, como en sus aventuras de cuando eran estudiantes, y su amigo le siguió sin dudar. Bellatrix intentó retirarse, pero su primo la obligó a formar parte de los juegos. Y así estuvieron durante horas: corriendo entre los bosques que rodeaban la casa, familiarizándose con los árboles, los lagos y las criaturas que los habitaban.

Antes de lo que le hubiera gustado a Sirius –pues hacía mucho que no se sentía tan libre y feliz–, la luna empezó a ceder el cielo al astro rey. Lentamente, Remus Lupin volvió a su ser. Los animagos también se transformaron y regresaron a la mansión.

–Lo siento, os he atacado y... –empezó a disculparse el profesor.

–No te preocupes, Remus, no ha sido nada –mintió Sirius que había evitado comprobar delante de él la herida sangrante de su brazo.

Bellatrix soltó un bufido. Ella también había recibido un golpe fuerte y su primo sospechaba que bajo su vestido habría sangre. Pero tampoco dijo nada. El hombre–lobo (que paradójicamente era el único que estaba intacto) ya se sentía suficientemente culpable y avergonzado. Además, un Black jamás se queja de dolor: aguanta hasta poder lamerse las heridas en soledad. En cuanto entraron a la mansión, Tonks apareció corriendo:

–¡Remus! –exclamó aliviada al verlo en perfecto estado– ¡Menos mal que estás bien! Ven, vamos a la cama, necesitas descansar.

El hombre–lobo se dejó querer y se marcharon juntos.

–¡Y a nosotros que nos den! –exclamó Sirius atónito.

–Es lo que tiene la gente enamorada: es más imbécil que un troll borracho –apuntó Bellatrix.

Su primo estuvo de acuerdo. Antes de nada, la mortífaga necesitaba whisky, así que se dirigió al salón y abrió el armarito donde guardaba el alcohol. Mientras, Sirius se quitó la capa y se desabrochó la camisa. Suspiró aliviado al ver que la herida no era profunda. Murmuró un par de hechizos y se cerró. Tardaría unos días en desaparecer del todo, pero así no necesitaba pedir ayuda. Iba a darle las buenas noches a su prima y a marcharse a su habitación, pero entonces se dio cuenta de que ella no podría sola:

–¿Llevas la espalda muy mal? Ven, te ayudo a curarte.

–No es nada –respondió ella dando un trago.

–Sí que lo es. Te has cruzado delante de mí para evitar que me atacara a la otra pata y te ha alcanzado en el lomo. No vas a poder curarte sola y no merece la pena que te desangres por tu orgullo.

Bellatrix le miró, de pie frente a él, sin dejar de beber. Pero no respondió.

–Déjame ayudarte. Es lo menos que puedo hacer después de que me hayas echado una pata con Remus. ¿Lo pillas? Echar una...

–Sí, lo pillo. Está bien –suspiró finalmente.

Dejó su vaso en un aparador y Sirius asintió aliviado. No se le ocurrió que no estaba preparado para lo que sucedió a continuación.

Con un rápido movimiento, el vestido de terciopelo de Bellatrix cayó a sus pies. No quedarse embobado con su escultural cuerpo (que solo lucía un conjunto de lencería y botines de tacón) hubiese sido muy difícil. Pero fue imposible cuando la bruja se quitó el sujetador. No hizo gesto alguno de pudor, simplemente se le quedó mirando divertida con una mano en la cadera. Sirius balbuceó pero de su boca no salió nada; intentó respirar, también sin éxito. Hasta entonces no tenía ni idea de que su prima llevase tatuajes, aunque tampoco fue capaz de distinguir ninguno. Su pulso iba demasiado acelerado y podía notar los latidos en su pecho. Recordó que en su familia era habitual morir de fallo cardíaco...

Cuando ya creyó que le sucedería a él, su prima se giró por fin. Tampoco es que la visión de espaldas aliviase la presión que sentía en el pecho (ni en otros órganos que también palpitaban desesperados), pero al menos logró moverse. Se acercó a ella y con cuidado le apartó la larga melena oscura. Notó cómo su pálida piel se erizaba; probablemente porque estaba casi desnuda y era diciembre. Pero eso dejó de inquietarle cuando vio la sangre goteando. Debajo del tatuaje de un dragón que lucía en su omoplato, un corte cruzaba su espalda. Parecía más profundo que el suyo. La preocupación aplacó sus instintos más básicos.

–Es un poco profunda pero he curado heridas peores –informó mientras ejecutaba un conjuro para detener la hemorragia.

Lo había comentado para tranquilizarla, pero el que necesitaba calmarse era él. Bellatrix parecía totalmente relajada y divertida por la situación. Se concentró y logró que la herida se cerrara incluso mejor que la suya; probablemente porque le había dedicado más atención.

–Ya está –suspiró aliviado–. Yo creo que... que estará...

Bellatrix se había vuelto a girar. Esta vez la melena le caía cubriéndole el pecho, pero eso reforzaba la imagen de diosa suprema de cualquier cultura. Le miraba ladeando la cabeza, simulando gran interés en lo que tuviera que decir.

–Que... Ya sabes... Se curará bien, está bien... Todo está bien –divagó Sirius que no recordaba haber sentido tal incomodidad en su vida–. Bueno, me voy a morir... ¡A dormir! ¡Me voy a dormir!

Bellatrix asintió sonriente y observó cómo se marchaba sin ser capaz de apartar la vista de ella. Sirius forzó una tensa sonrisa hasta que logró encontrar la salida (que parecía estar más lejos que nunca). Por el camino se chocó con un par de estanterías que le causaron casi más heridas que Remus, pero ni siquiera notó el dolor. Cuando por fin alcanzó la soledad del pasillo tuvo que parar unos segundos para recuperarse. Ni Harry en el Lago Negro aguantó tanto rato la respiración.

¿Qué acababa de pasar? ¡Por Merlín, era su prima, la prima que le mató! Además, había visto a muchas mujeres desnudas en su vida, ¡él jamás se ponía nervioso! Decidió no pensarlo, tenía asuntos más urgentes de los que ocuparse. Llegó a la habitación que compartía con Marlene y pasó de largo para meterse al baño. Necesitaba darse una ducha... Después, aunque ya había amanecido, logró dormir muy bien durante varias horas.

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