Capítulo 13

Nota: De nuevo este jueves es Nochevieja, que supongo que estaréis más ocupados, así que seguramente actualizaré el viernes. Perdón si este cap es demasiado largo, quedaba raro cortarlo a mitad... Besotes.

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Harry aterrizó sobre una mullida capa de hierba. Menos mal, estaba harto de descensos bruscos. Comprobó que a pocos metros el resto de la comitiva también estaba ilesa. Alzó la vista preguntándose a dónde les había llevado el traslador.

Se hallaban en un gran jardín con aspecto abandonado. Plantas y flores salvajes crecían entre la maleza, en el centro una enorme fuente de piedra antaño blanca y ahora gris parecía llevar años seca y a los laterales, se desplegaban bancos del mismo material. Un camino pavimentando serpenteaba hacia la enorme mansión que se alzaba al fondo. Se notaba en su fachada que había sufrido varias remodelaciones que la habían sumido en una mezcla entre lo clásico y lo gótico decadente. Se extendía a lo ancho, como una larga mole de piedra con tres pisos de altura. La piedra gris le daba un aire antiguo, pesado y tanto las ventanas como la fachada se adivinaban decrépitas. Debía llevar décadas deshabitada.

Harry nunca había visto un lugar tan impresionante (no decidía si para bien o para mal, pero desde luego impresionaba). Estaba sumido en la contemplación cuando un grito le devolvió a la realidad:

–¡Harry, Harry! ¿Y Harry? –preguntaba Sirius desesperado– ¡No me jodas que después de todo hemos perdido a Harry!

El chico se asustó al creer que su padrino se había quedado ciego tras la batalla previa. Hasta que recordó que llevaba la capa.

–Estoy aquí –murmuró bajándose la capucha–. Estoy perfectamente.

–¡Por Circe, Harry, no me des estos sustos! –le regañó su padrino– Como cuando tu padre perdió la final de quidditch contra slytherin: se escondió bajo la capa y se negó a salir en una semana.

Harry no veía la relación entre una historia y otra, lo único evidente era la rapidez con la que Sirius saltaba de tema. Así que asintió y sonrió. Mientras se levantaba del suelo, se dio cuenta de que se hallaban en una curiosa situación. Lejos de alivio, los ahí aparecidos manifestaban en su rostro una profunda desconfianza. Miraban de reojo la verja entreabierta a sus espaldas, dispuestos a salir corriendo. Sin embargo, de lo que no quitaban los ojos era del animal que los miraba con aspecto altivo y ligeramente amenazante. Harry no tenía dudas de quién era y sospechaba que su padrino tampoco...

–Por favor, que sea cualquier otra persona... –masculló Sirius.

Sin embargo, albergaba muy pocas esperanzas: era el único que había reconocido el lugar. El animal se alzó a dos patas. Era grande y musculoso, casi de la complexión de un tigre. En escasos segundos pasó a ser una figura femenina. Bellatrix se apartó el pelo de la cara y se alisó el vestido.

–Genial, ahora eres una maldita pantera –comentó su primo con fastidio.

–Jaguar negro –le corrigió la morena con orgullo–. El tercer gran felino más grande tras el león y el tigre. Los mejores nadadores y escaladores, pueden saltar más de cinco metros. No tiene ningún depredador natural, ya que lo es él y posee uno de los mordiscos más potentes del mundo capaz de perforar cráneos hasta llegar al cerebro. ¿Cuál de esas cosas puedes hacer tú como chucho? ¿Perseguirte el rabo? ¿Lamerte los...?

–¡Al menos yo nunca...! –la interrumpió él.

–¿De verdad vais a discutir ahora sobre quién tiene la mejor forma animaga? –preguntó Harry con sincera preocupación.

Ambos le miraron ofendidos. Sí que parecía que necesitaran dirimir ese asunto antes de continuar con sus vidas. Pero no pudo ser porque el resto de la comitiva reaccionó por fin y empezó a gritar y a apuntar a Bellatrix con su varita. Un par de maleficios se escaparon, pero la bruja los desvió con desgana. Marlene era la más alterada, en absoluto dispuesta a dejarla escapar otra vez. No obstante, tampoco se atrevía a enfrentarse directamente (y menos ahora que había visto en lo que se podía convertir):

–¡Ayúdame, Sirius, inmovilízala! –exclamó.

Pero el aludido no reaccionó, se le veía bastante superado por la situación.

–Vamos a saltarnos esta parte –suplicó Harry–, porque se me está colando el frío hasta en el hígado –sentenció arrebujándose en su capa–. ¿Puedes explicarnos qué ha pasado, Bellatrix?

La mortífaga le miró con desprecio, indignada de que intentara darle órdenes. No respondió, se encogió de hombros como si no lo supiera. Aquello no era muy buena defensa para la lugarteniente de Voldemort...

–¡La detenemos primero y luego preguntamos! –reaccionó por fin Molly uniéndose a Marlene.

–Vamos a ver... y creedme que esto me jode más que a nadie... –masculló Sirius– Pero Bellatrix nos ha salvado.

–Y ya van varias veces –apuntó Harry.

–O se le ha ido la cabeza del todo... (hipótesis que en absoluto descarto) –murmuró Sirius- O nos estamos perdiendo algo.

–¡Pero si nos ha delatado ella! –rugió Marlene– ¡Tuvimos que huir de Grimmauld por su culpa y ahora de la Madriguera!

Bellatrix frunció el ceño.

–Yo no os he delatado.

–¡Si, claro, vamos a creerte sin dudar! –ironizó Marlene- ¡Era tu fuego maldito y...!

–Alguien nos ha delatado –intervino Tonks–. Sabían que estábamos en la Madriguera y no solo eso: lo han hecho durante la hora de mantenimiento de la red flu para que no pudiéramos huir. No ha sido casualidad, estaba muy bien diseñado.

–Conozco a Greyback: no tiene paciencia para elaborar planes, él simplemente ataca. Alguien le ha ayudado –apuntó Lupin.

–Brillantes reflexiones, no cabe duda –celebró Dumbledore apareciendo por fin.

Tras él, surgieron también McGonagall y Snape, pálidos y preocupados. "Cuando ya ha terminado todo, para no variar" pensó Harry con fastidio. Empezaba a entender por qué Dumbledore era el mejor mago de la historia: siempre llegaba para celebrar la victoria, nunca antes. Quizá al duelo contra Grindelwald ni siquiera se presentó y lo ganó por agotamiento. Con horror, Harry pensó en la posibilidad de que él fuese el traidor. "Imposible", se rebatió a sí mismo, "Eso le requeriría un esfuerzo activo. Queda descartado". Notó que Sirius parecía pensar lo mismo (y probablemente el resto también). Pero como de costumbre, al director no le afectó lo más mínimo.

–Ah, Bellatrix, ¿te importaría si pasamos dentro? –comentó como saludo– Me temo que estoy mayor ya para sufrir estos fríos...

–Estaba mayor ya hace medio siglo –masculló la morena.

El director fingió no escucharla. El resto parecían recelosos de entrar a aquella mole de piedra oscura. Y más ahora que habían deducido que se trataba de la Mansión Black. Dumbledore suspiró como si él estuviera muy por encima de todo eso y se dirigió de nuevo a la bruja:

–Sé que te encanta tu papel, querida, ni Morgana lo habría desempeñado mejor. Pero creo que es el momento de que reveles que no estás de parte de Voldemort.

Bellatrix parecía bastante escéptica. Pero finalmente repitió como si nada con voz desganada: "No estoy de parte de Voldemort". La respuesta fueron expresiones de incredulidad, burlas y gritos. El director los silenció alzando una mano.

–Podemos debatir los pormenores dentro y después que cada uno se vaya a donde prefiera. No deseo presionar, pero nuestro "Elegido" tiene los labios morados.

En cuanto vieron el aspecto de Harry, que seguía en pijama bajo la capa, se arrepintieron un poco de haberlo ignorado. Así que con ciertas dudas y las varitas agarradas, asintieron. Bellatrix parecía molesta por permitir entrar a esa chusma en su noble hogar, pero el director la calmó:

–Ya sabes que con tus protecciones nadie desvelará la ubicación. Todos creen que quedó destruido tras la primera guerra y así seguirá siendo.

–¿A qué se refiere con lo de "sus protecciones"? –inquirió Sirius echando a andar.

–Digamos que tu prima utiliza el encantamiento fidelio de una forma bastante creativa –apuntó el anciano sonriente.

–Si alguno de vosotros revela la existencia de esta casa por cualquier medio (oral, escrito o de pensamiento), sufrirá una despartición irreversible miembro por miembro hasta morir desangrado –explicó Bellatrix.

"¡Joder! Qué desagradable has sido siempre" protestó su primo al hacerse la imagen mental. El resto se habían quedado lívidos.

–Claro, porque a ti te salió muy bien lo de la rata, ¿eh? –se burló la mortífaga.

El animago apretó la mandíbula y los puños, pero no replicó. Era evidente que estaba de acuerdo y deseaba que aquel maleficio hubiese afectado a Colagusano. Un par de minutos después alcanzaron las puertas del edificio. Se abrieron ante Bellatrix que entró decidida. Tras ella, el director. Luego Sirius, repitiéndole a Harry que se quedara junto a él. Y después el resto con menos seguridad.

–¡Madre mía! –exclamó el chico.

Había esperado un lugar como Grimmauld Place: viejo, decrépito y siniestro. O como mucho, algo como Hogwarts: antiguo, frío e impersonal. Pero aquel interior no casaba en absoluto con esas descripciones. Todo era blanco reluciente con detalles dorados; deslumbrante pese a que por los enormes ventanales seguía viéndose la noche oscura. Fusionaba la arquitectura clásica romana (columnas esbeltas, techos altos y amplios espacios) con un toque mucho más contemporáneo que le daba un aire moderno y elegante. El suelo de mármol blanco resplandecía como recién pulido y casi parecía un crimen pisarlo.

Hubo varias expresiones de asombro. El asunto de estar en compañía de una asesina múltiple pasó a un segundo plano ante semejante magnificencia. Harry no había visto un lugar así ni en las revistas de casas de famosos que devoraba Petunia. La imagen exterior del lugar en nada se correspondía con la interior: alguien tenía que haber vivido ahí recientemente. Recordó que Sirius le contó que Bellatrix jamás dedicaba tiempo a esas menudencias; no le preocupaba su aspecto con que menos aún el de su casa. Mientras la seguían hacia el salón, preguntó sin poder contenerse:

–¿Quién ha diseñado esto?

Su padrino le miró con reproche por mostrar interés y la mortífaga frunció el ceño.

–Me estás cogiendo mucha confianza, bebé Potter... Demasiada para tu propio bienestar.

–Es que de las personas que han intentado matarme y torturarme, creo que eres mi favorita –comentó el chico con una seguridad que en absoluto sentía.

La mortífaga mostró una sonrisa torcida. Finalmente respondió: "Mi marido". A Harry le chocó que Rodolphus Lestrange hubiese tenido tiempo de dedicarse al interiorismo, pero no se atrevió a preguntar más. Pasaron a un lujoso salón. Una lámpara de techo compuesta por cientos de cristales iluminaba la estancia con una luz dorada. Varios sofás grandes, blancos y mullidos se repartían por la sala. Al fondo, junto a uno de los ventanales se adivinaba una pila con un pensadero. La bruja tomó asiento y el resto intentaron colocarse lo más lejos posible de ella.

En ese momento se escuchó un "pop". Una elfina domestica apareció con resolución. Levitaba junto a ella una bandeja con varias tazas y copas. En algunas había chocolate caliente, en otras hidromiel y en un par, whisky.

–Es demasiado para esta chusma, Didi –suspiró la mortífaga utilizando un accio para atraer el whisky.

Aún así, no le ordenó que se retirara y la elfina se acercó a ofrecerles bebidas. Los Weasley, Tonks, Lupin, Marlene, Snape... todos declinaron la oferta. No se arriesgarían a beber nada servido por la mortífaga. No obstante, Dumbledore cogió una taza de hidromiel y le dio las gracias a la criatura. McGonagall lo imitó con cautela. Cuando le tocó a Sirius, su prima le miró con una sonrisa burlona, como retándole a beber algo que ella podía haber envenenado. Sirius no se dejó achantar y cogió el vaso restante de whisky.

–¿Usted quiere algo? –le preguntó Didi a Harry.

El chico dudó unos segundos. Después decidió que prefería morir envenenado que congelado: pese al agradable calor que templaba la estancia, el frío se le había metido dentro. Aceptó una taza de chocolate caliente pero se lo pensó mejor:

–Mira, si vosotros no queréis... Yo no voy a hacerle el trabajo a Voldemort palmando por congelación.

Sirius y Dumbledore sonrieron, el resto mantuvieron el semblante mortuorio. Tras su solemne declaración, atrapó otra taza de chocolate y una de hidromiel. Las colocó en la mesita frente a él y empezó con la primera. Era el mejor chocolate que había probado nunca: suave, dulce y profundamente reconfortante. Sin duda merecía la pena morir de eso.

–Por muy agradable que sea estar aquí juntos tomando el té... –ironizó Snape.

–Sí, Albus, creo que debemos aclarar esto –se sumó Minerva.

El director, tras alabar las bondades del hidromiel con calma absoluta, asintió. Resumió la situación con simpleza: en su día Bellatrix no deseaba unirse a Voldemort pero aceptó porque no tuvo opción. Ella nunca pidió ayuda, pues tampoco quería unirse a la Orden. Solo ansiaba que la dejaran en paz. Intentó matar solo cuando fue estrictamente necesario y procuró salvar a quien pudo. El director no explicó cómo lo sabía, pero Harry ya estaba acostumbrado a que llevase sus investigaciones en la sombra.

–¿Y los Longbottom? –preguntó Arthur que, como todos, no se lo acababa de creer.

Dumbledore miró a la morena como esperando a que aclarara ese punto. "Aquello fue..." empezó Bellatrix haciendo girar su vaso entre las manos. Sin duda le costaba soltar aquella información. Pero no por los motivos que el resto sospechaban.

–Fue lo más patético que me ha pasado nunca –suspiró–. A Rabastan y a Barty se les ocurrió ir a interrogarlos, eran los únicos que afirmaban que el Señor Oscuro seguía vivo. A Rod y a mí nos pareció bien, necesitábamos saber si estaba muerto. Durante la guerra a Barty se le había estropeado la varita y no tuvo tiempo de conseguir otra. Así que cuando entramos en la residencia de los Longbottom y les lanzó un hechizo inmovilizador... les borró la memoria. No hubo tortura, nos lo inventamos. Simplemente se quedaron lelos porque la varita falló.

Todos la miraban con estupor, nadie parecía creer aquello. Aunque Harry sabía que era posible, les sucedió con Lockhart y la varita de Ron... Ella dio otro dato más convincente:

–Nosotros nunca matamos ni dejamos vegetal a nadie de sangre pura, demasiados pocos somos ya...

–Eso es absurdo –replicó Tonks–. Si hubieseis contado que fue un error, la condena...

–La condena habría sido la misma porque éramos mortífagos –la cortó Bellatrix–. Yo no quería que mi último acto como persona libre fuese algo tan patético. Así que lo debatimos. Decidimos que puesto que la condena sería la misma y nuestro Señor nos liberaría, mejor retirarnos por todo lo alto con una historia digna. Así Voldemort quedaría aún más impresionado. Lo destrozamos todo para dar aspecto de lucha. Y cuando escuchamos la puerta, me puse a lanzar hechizos aleatorios y a gritar "¡Crucio!" como podría haber gritado "¡Escarbatos!".

Todos la contemplaban atónitos sin saber qué decir. A Harry le llamó la atención que usara el nombre propio de su maestro; la versión mortífaga de ella jamás lo haría.

–A mí me vino muy bien. Con ese único acto me gané una fama legendaria (y sin duda merecida) y no necesité más para mantener la confianza de Voldemort.

–¿Y por qué no comentaste durante tu juicio que te habías unido a él por coacción como muchos otros? –preguntó Lupin.

–Porque cuando reviviera, si supiese que soy una traidora me mataría. Además, hubiese tenido que revelar el motivo por el que me obligaron a unirme y no quise. Y por otro lado, tampoco tenía mucho que hacer hasta que resucitara... Me dio igual ir a Azkaban, en algún sitio hay que estar.

–Bellatrix, ¿piensas que somos necios? ¿Crees que vamos a creer semejante disparate? –inquirió Snape.

–¿Y los Potter? –se adelantó Sirius antes de que su prima replicara– ¿Sabías que los iba a matar?

La mortífaga le miró con curiosidad. Ese dato no importaba mucho al resto, apenas era punible: aunque lo hubiese sabido, los Potter estaban condenados por la profecía, Voldemort jamás los hubiese indultado. Pero parecía que para el animago el matiz era importante. Así que pensándolo bastante, la morena confesó:

–No, no nos habló de la profecía hasta el año pasado. Pero hay alguien aquí que sí lo sabía. Hay alguien aquí que incluso fue la persona que le refirió la profecía a Vol...

–Ese no es el asunto, Bellatrix– la atajó el director.

–¡CÓMO QUE NO! –exclamaron al unísono Sirius y Harry– ¿QUIÉN?

Con una sonrisa cruel, la morena señaló a Snape, que parecía avergonzado, asustado y sobre todo rabioso. Y con motivo. Al furioso Harry que se abalanzó sobre él pudo apartarlo, pero el desmaius de Sirius lo lanzó por los aires. El resto al principio creyeron que Bellatrix había incriminado a Snape en venganza por burlarse de ella, pero la actitud de Dumbledore les confirmó que decía la verdad. Hubo entonces un gran esfuerzo por parte del director y de McGonagall por detener la contienda. Dumbledore les contó que en su día Snape no sabía a quién se refería la profecía y luego se arrepintió. Curiosamente eso no tranquilizó a Harry ni a Sirius. La mortífaga contemplaba la escena con absoluto placer.

–Volvamos al tema, por favor –suplicó Arthur–, tenemos que solucionar esto como adultos...

Transcurridos varios minutos y de mala gana, volvieron a sentarse. Snape había recibido varios de los puñezatos que le adeudaba a Sirius. Como con la rabia del momento habían perdido el hilo, Bellatrix decidió atajarlo:

–Puedo enseñaros el recuerdo de lo que les sucedió a los Longbottom para que eso os convenza. O el de las veces que dejé escapar a víctimas y mandé avisos anónimos para que desalojaran lugares que iban a ser atacados.

–Podrías manipularlos –apuntó Tonks.

–Pero no lo he hecho.

–Aún así... Te uniste a Voldemort y siempre has presumido de que fue tu maestro... Siempre has parecido muy orgullosa de ello.

–Que me repugne llamar a alguien "amo" y arrastrarme por él no quiere decir que no aprovechase la situación –aclaró Bellatrix–. Estoy orgullosa de que fuese mi maestro: es el mago oscuro más poderoso de todos los tiempos y soy la única a la que le enseñó todo lo que sabe. Amo la magia, el duelo, el poder... esa era la parte que me seducía. Aunque desde luego no tanto como para inclinarme ante Él.

–Enséñanos entonces el recuerdo de cómo te obligó a unirte a él –decidió Sirius–. Dumbledore sabrá comprobar si es falso o no.

–No –respondió ella de inmediato–. No voy a compartir eso. Dumbledore me ofreció sacarme de Azkaban a cambio de ello y me negué.

–Yo no precisé verlo para aventurar lo que debió suceder... –apuntó el director– Pero me temo que el resto sí.

–¡He dicho que no! –bramó ella- Que no esté de parte de Voldemort en absoluto significa que esté de la vuestra. No pienso convertirme en uno de tus peones, Albus.

-Oh, querida, tú serias la reina –respondió Dumbledore con una sonrisa amable.

"Y yo la mierda del caballo" pensó Harry que ya no entendía ni qué estaba sucediendo. El director pareció cavilarlo y sugirió con calma:

–Hagamos una cosa: se lo enseñas solo a uno de nosotros y así nos podrá decir al resto si lo considera un motivo lo suficientemente poderoso como para unirte a los mortífagos. Piensa que cuanto antes lo hagas, antes te libras de nosotros.

Bellatrix lo miró con rabia. Después, al resto de visitantes. Finalmente, de muy mala gana, aceptó. Pero insistió en que quien lo viera no podría contarlo jamás. Dumbledore le prometió que así sería y el resto asintieron algo desconcertados. Le dijo que eligiera ella a la persona que lo vería. Sin dudar, la mortífaga sentenció:

–Minerva.

La subdirectora se sorprendió de su determinación, pero asintió. El resto también porque supieron que a ella tampoco lograría engañarla con un recuerdo falso. Pero entonces, de nuevo, intervino Snape:

–Si bien no dudo de mi docta compañera... Creo que al menos deberían verlo dos personas. Para asegurarnos de que si sucede algo, no vuelven las dudas y la desconfianza...

–¡Habló de desconfianza el traidor asqueroso! –exclamó Sirius.

Hubo otra ronda de insultos de varios minutos. Finalmente se decidió que lo viesen dos personas porque sería más seguro. Con incontenible rabia, Bellatrix los miró uno por uno a ver quién le daba menos asco:

–El matrimonio de conejos traidores ni de broma... –murmuró– El hombre–lobo mestizo menos... ¡Ja, la bastarda de mi hermana! Antes me arranco un brazo.

–Bellatrix, podemos oírte –apuntó Tonks.

A ella le dio igual y siguió valorando al personal:

–El traidor grasiento ni muerta... El viejo cotilla menos aún... La estúpida que debería estar muerta podría haber seguido muerta...

A Sirius ni lo valoró. Con un suspiro de resignación decidió:

–Va a tener que ser bebé Potter... Sé que me tienes el miedo suficiente como para mantener la boca cerrada.

El chico asintió asustado –aún le esperaba el castigo por haberle contado a Sirius lo de su resurrección- y también sorprendido por haber sido elegido. Junto a la subdirectora, se acercaron al pensadero del fondo de la sala. Bellatrix se colocó la varita en la sien y un hilo plateado empezó a emerger. No obstante, le costaba arrancárselo, parecía que no quisiera salir. Cuando al final lo consiguió, lo depositó en el recipiente.

–Si contáis algo de... –empezó de nuevo.

–Nos desmembrarás con tus propias manos, lo sabemos, Bellatrix –la cortó McGonagall.

–Solo a Potter. A ti te obligaré a ser mi gato de compañía para siempre, como la Señora Norris –comentó ella con sorna-. Y te pondré vestiditos de slytherin.

La subdirectora puso los ojos en blanco pero no replicó. Miró a su alumno para asegurarse de que estaba preparado y sumergieron la cabeza en el pensadero.

Aterrizaron en una habitación que Harry no reconoció. Era una especie de sala de estar grande y siniestra, al estilo de Grimmauld Place. Cuando observó los bosques por la ventana, descubrió que se trataba del mismo lugar en el que estaban: la Mansión Black.

–Sí que han hecho un buen trabajo con la reforma –murmuró.

McGonagall asintió. La escena frente a ellos era sencilla. Un matrimonio de mediana edad estaba sentado en uno de los sofás. Él tenía una expresión severa y aspecto amenazante y ella parecía fría y altiva. Harry reconoció a la mujer: Druella Black, la vio en el recuerdo de Sirius. Él debía ser por tanto Cygnus Black III. Frente a ellos, se sentaba Bellatrix. Su expresión era también orgullosa, rebelde y despectiva. Debía tener dieciséis o diecisiete años y era guapa con sus rasgos marcados, melena sedosa y figura esbelta, pero menos que en la actualidad. Dedujeron que la reunión ya llevaba unos minutos y ambas partes estaban en profundo desacuerdo.

–No te estamos preguntado –sentenció Cygnus–, es tu deber hacerlo. La causa del Señor Tenebroso es más que justa y debemos congraciarnos con Él. En estos tiempos toda familia que no cuenta con un mortífago es tratada como cobarde y traidora.

–No me pienso unir a un tipo que esté por encima de mí y pretenda que le llame "Amo". Además, su biografía resulta bastante dudosa... –apuntó la chica– Estoy aprendiendo mucho con él, pero ya está. No necesito estrechar más lazos.

–Lo harás, Bellatrix, por el honor de tu familia. ¿O acaso no es importante para ti?

–Lo es. Por eso he aceptado vuestro estúpido matrimonio concertado y todas las demás obligaciones que me habéis impuesto desde que tengo uso de razón. Pero este es el límite, ningún bastardo va a marcarme como al ganado.

–¡Bellatrix, ese lenguaje! –le reprochó su madre.

–Mientras vivas bajo nuestro techo acatarás nuestras normas –advirtió su padre.

–De acuerdo –respondió ella–. Huiré con Sirius. Podéis ir borrándome del tapiz como habéis hecho con él.

El matrimonio se miró entre sí con una mezcla de rabia y duda. Parecían debatir con la mirada si revelar cierta información. Al final Druella comentó:

–¿Crees que es tan sencillo deshonrar a esta familia? Ayer hablamos con Orion y Walburga. Primero pensaron en hablar con el Ministro (ya sabes la de favores que les debe) y asegurarse de que expulsen a Sirius del colegio y le impidan conseguir ningún trabajo jamás. Pero decidieron que no es suficiente para pagar la traición... Van a matarlo. Contratarán a profesionales para encargarse, por supuesto. Quizá se lo comenten al Señor Tenebroso, le gusta ajustar cuentas con los traidores de sangre.

El rostro de Bellatrix perdió todo el color y su actitud burlona se esfumó.

–¿Matarán a su propio hijo? ¿A su primogénito? –preguntó intentando sonar despreocupada.

–Por supuesto –sentenció Cygnus–. Mejor un hijo muerto que traidor.

Bellatrix no respondió, se la veía profundamente afectada. Su madre le preguntó si ella deseaba el mismo destino. Abatida, negó con la cabeza.

–Así pues, ¿te unirás a los mortífagos? –repitió Druella.

Bellatrix asintió sin levantar la vista del suelo. Sus progenitores se miraron con sonrisa triunfal. Ya iban a dar el asunto por zanjado cuando la morena alzó la vista.

–Me uniré a los mortífagos... Y a cambio vosotros os aseguraréis de que no maten a Sirius.

–No eres tú quien da las órdenes –intervino Cygnus.

–De que no maten a Sirius –repitió Bellatrix– y de que no le quiten Grimmauld de la herencia.

–¿Quién te has creído que...? –empezó su madre.

–Os vais a asegurar de que dejen en paz a Sirius, de que le leguen la casa y de que no digan una palabra en contra de él. Y si no cerráis la bocaza, seguiré añadiendo condiciones.

Sus padres la miraron con rabia. Luego se miraron entre ellos y luego a su hija otra vez. Evidentemente no querían concederle nada pero Harry se dio cuenta de una cosa: le tenían miedo. Y ella lo sabía.

–Sed inteligentes por una vez. He estudiado y practicado magia oscura desde los cuatro años, no por vuestras estúpidas convicciones sino por placer. Y porque es lo que mejor se me da. El tal Voldemort al que tanto veneráis lleva años dándome clases particulares... ¿Realmente creéis que estáis en posición de negarme algo?

Había tanta ira en Bellatrix que parecía que un halo oscuro la envolvía, como si su propia magia bullera encabritada deseando ser liberada. Era casi palpable, incluso tratándose de un recuerdo. Así que con una rabia imposible de disimular, su padre aceptó. Ella se uniría a los mortífagos y él haría que su hermana dejase a su hijo en paz.

–Muy bien. Mamá, saca la varita, vamos a jurarlo.

–¿Cómo? –preguntó Druella nerviosa.

–Vamos a hacer el juramento inquebrantable, mi maestro me habló de él. Pero solo de pasada, claro, estaba muy ocupado enseñándome un maleficio para convertir los intestinos en serpientes que te devoren por dentro.

Sus padres la miraron horrorizados. Ella río y añadió:

–¡Nah, era broma! Voldemort no me enseñó ese maleficio... Lo inventé yo.

La última parte sonó tan fría que su madre sacó la varita y su padre extendió el brazo. Bellatrix se aseguró de hacer las peticiones en plural e incluyendo a sus tíos para que nadie pudiera incumplirlo. Ella a cambio juró unirse a los mortífagos y mantener el honor de la familia. En cuando la espiral dorada selló el pacto, le ordenaron que se retirara. Sin decir una palabra, les dio la espalda y se marchó. Justo antes de cerrar la puerta, cambió de opinión y comentó:

–Os mataré por eso. A vosotros, a Walburga y a Orion. Hay que matar a alguien de tu familia como parte del ritual para convertirse en mortífago. Y yo amo taaanto a mi Señor que mataré a cuatro. No intentéis desheredarme porque el dolor y la duración de vuestra agonía dependerán únicamente de mí.

Cerró con un portazo y se alejó por el pasillo a toda velocidad. Pese a lo firme y serena que se había mantenido, en cuanto se vio sola rompió a llorar. Parecía profundamente triste por el futuro que le aguardaba, acababa de hipotecar su vida para siempre. Pero había salvado a Sirius.

El recuerdo se desvaneció. Cuando McGonagall y Harry salieron del pensadero, la sala estaba en silencio. Todo el mundo seguía ahí, pero nadie se había atrevido a comentar nada; solo los Black habían llamado a Didi para pedirle más whisky. De inmediato todas las cabezas se giraron hacia ellos. Ambos estaban pálidos y alterados por lo que acababan de presenciar.

–¿Y bien? –preguntó Marlene.

–¿Os ha resultado convincente? –secundó Tonks.

La subdirectora fue la primera en recuperar el habla:

–Sí. El recuerdo no estaba manipulado y realmente Bellatrix no tuvo opción. Además, encaja con lo que sabemos de las familias de sangre pura.

–¿Y tú, Harry? –preguntó su padrino.

El chico simplemente asintió. Sabía que esperaban algo más, pero no era capaz de verbalizar nada. Se le había quedado muy mal cuerpo y se sentía profundamente incómodo.

–Potter, si algo de lo que has visto incumple...

–No vamos a contar nada de lo que hemos visto, Severus –le cortó la directora–. Ya está. No digo que esta mujer merezca la Orden de Merlín, pero tampoco que la entreguemos al Ministerio en las circunstancias actuales. Os ha ayudado a salir intactos de esta misión, por menos se ha perdonado a gente...

No miró a Snape al comentar lo último y quizá no se refería a él, pero Harry lo interpretó así.

–Ahora Potter necesita descansar y creo que el resto también. Ya discutiremos mañana los detalles que falten.

–Yo no lo habría dicho mejor, Minerva –celebró Dumbledore mientras comprobaba la hora–. Ya habrán reactivado la red flu. Arthur, Molly, ¿querías ir a casa de vuestra tía Muriel, verdad? Tú, Nymphadora, puedes volver con tus padres. Harry debería regresar a Hogwarts. Y el resto... Grimmauld Place me temo que ya no es un lugar seguro...

–¡Porque ella se fugó y nos delató! –estalló Marlene– Si tan afín a nuestra causa eres, podías haberlo manifestado entonces.

–Si lo hubiese manifestado entonces, no me habría enterado del ataque de hoy y estaríais muertos –respondió Bellatrix con calma–. Tuve que fugarme porque Voldemort me estaba llamando con la marca y puede localizarme a través de ella. Al estar Grimmauld bajo el fidelio, no lograría saber exactamente dónde, pero sí sabría que estoy con vosotros. Y ya no se hubiese fiado de mí.

–Sí, pero... ¡Atacaste al tren con Harry y luego a nosotros!

-De no haber aceptado yo la misión, se habría encargado otro. Probablemente habría fallado incluso el hechizo para soltar el vagón y vuestro heroico bebé hubiese muerto al momento. Y durante la batalla no maté ni herí gravemente a nadie –recordó ella-. ¿Realmente crees que podéis luchar contra mí sin sufrir ninguna baja? Por Circe, eres aún más idiota de lo que creía...

-¡Serás...! –empezó a bramar Marlene.

–Suficiente –la cortó Dumbledore con amabilidad pero sin opción a réplica–. Como os decía, seguro que a los que estáis sin residencia Bellatrix tiene la amabilidad de cederos un par de habitaciones...

La mortífaga bufó pero no se negó. Lupin asintió avergonzado de no tener otro sitio donde quedarse.

–Eh... –empezó Tonks– ¿Podría quedarme yo también? Prefiero retrasar el momento de contarle esto a mi madre, de verdad que no sé cómo hacerlo...

–Yo tampoco querría volver a casa si estuviese esa traidora... ¡Pero ni se os ocurra engendrar lobeznos en mi casa! –advirtió Bellatrix.

–Haremos lo que podamos –respondió sonriente la metamorfomaga–. ¿Vosotros qué? –les preguntó a Sirius y Marlene.

–¡Nos vamos, por supuesto! –exclamó la rubia– Mortífaga o no, esta mujer no está bien, todos lo sabemos.

–¿A dónde exactamente? –preguntó Sirius agotado.

–¡A cualquier otra parte! Podemos quedarnos en... Quizá en... ¡Seguro que en el Caldero Chorreante hay alguna habitación libre!

–Amada mía, aunque el Ministerio me declaró inocente, sigo siendo un presidario muerto y resucitado. Y tú se supone que llevas muerta quince años. No podemos aparecer en público como si tal cosa.

Marlene chasqueó la lengua al recordar ese dato. Bellatrix sugirió que igual debajo de un puente estaban a gusto. Harry optó por intervenir y comentó:

–Yo me quedo, sigo sin querer volver al colegio.

–Harry– intervino Dumbledore con suavidad–, sabes que Hogwarts es el lugar más seguro que...

–Profesor, estoy agotado y harto de recuerdos traumáticos. Me da ansiedad la sola idea de volver a clase.

El chico parecía tan extenuado física y psicológicamente que nadie se atrevió a replicar. Los señores Weasley se marcharon por la chimenea, los tres profesores igual. Bellatrix avisó a Didi y le indicó que acompañara a las habitaciones a Lupin, Tonks y Harry. Después miró a su primo y a Marlene:

–¿Os largáis o qué? –les espetó.

–Nos quedamos –suspiró Sirius.

–Sigo pensando que eres una traidora –apuntó Marlene.

–Pues haz el favor de no meterte en mi cama, que al parecer eso te pone –comentó dirigiéndole a su primo una mirada sucia.

Ambos la miraron con rabia pero no replicaron: tenían todas las de perder. Se unieron al grupo por la elfina y Bellatrix desapareció.  

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