Capítulo 12

Llegó noviembre y su frío arrollador. Los campos que rodeaban la Madriguera quedaron casi helados y sus habitantes hacían corto de mantas para cubrir las camas. Aún así, Harry seguía entrenando en el jardín con todo aquel que se prestara: Sirius, Lupin, Tonks, Marlene... Se sentía realmente afortunado por ello, eran todos unos magos notables. Dumbledore terminó para entonces de referirle la historia de Voldemort. Culminó con un recuerdo en el que Slughorn le contaba al joven Tom Ryddle lo que era un horrocrux. Harry no tenía ni idea de cómo lo habría conseguido Dumbledore, fue el único cuyo origen no reveló. Pero eso fue lo de menos. Lo preocupante fue enterarse de que debía destruir varios objetos que ni siquiera sabían cuáles eran.

En Hogwarts todo marchaba bien, Hermione y Ron seguían poniéndole al día y él lo agradecía. Sin embargo, en el mundo mágico y también en el muggle se multiplicaban los ataques. Asesinatos, desapariciones, torturas... cada día el Profeta narraba nuevas atrocidades. Resultaba descorazonador.

–Voy a dar una vuelta antes de cenar –informó Harry.

–Bien, recuerda no salir del perímetro protegido. Y ponte la bufanda que hace frío –advirtió Molly.

El chico obedeció y salió al jardín. Iba a girar hacia la derecha cuando descubrió a Sirius y a Marlene metiéndose mano junto al cobertizo. Cambió de rumbo de inmediato. Se dirigió hacia el estanque trasero cuando divisó a Tonks y a Lupin. Estaban en silencio, mirándose con ojos embelesados y con una sonrisa bobalicona en sus rostros. Harry no decidía cuál de las dos parejas era peor; últimamente se los encontraba así en todas partes y le tenían bastante harto. Volvió a entrar en casa malhumorado.

–¿No ibas a dar un paseo? –le preguntó Molly extrañada.

–Mejor paseo dentro de casa.

La matriarca sacudió la cabeza pero no comentó. El chico volvió a su habitación y se entretuvo escribiendo a sus amigos. Solo los Weasley, Hermione, Luna y Neville conocían la verdad; el resto pensaban que estaba en San Mungo con viruela de dragón. "Casi estaría mejor ahí, donde nadie hace demostraciones públicas de afecto" pensó enfurruñado. Durante la cena ignoró a las dos parejas. Se centró en intentar por millonésima vez explicarle al señor Weasley que los patitos de goma no eran tan ingeniosos como para merecer el Nobel de Física.

–No, tampoco el de la Paz–rebatió con paciencia–. Los patos de goma no han hecho nada por fomentar la fraternidad entre países ni el fin de las guerras.

–Bueno... Pero al inventor de la tostadora sí que le habrán dado muchos premios, ¿verdad? –insistió el pelirrojo.

Harry decidió asentir, pobre hombre, no ganaba nada matando sus ilusiones. Terminaron de cenar y como era viernes, nadie se acostó pronto. Se desperdigaron por la casa charlando unos con otros, bebiendo o jugando al ajedrez mágico. Harry estaba en el salón hojeando una revista de quidditch cuando le pareció ver algo brillar en la oscuridad de la noche. Antes de que tuviera tiempo a levantarse, escuchó a Marlene gritar:

–¡Fuego, hay fuego!

Todos se agolparon en las ventanas. Un muro ígneo se alzaba frente a la casa y amenazaba con rodearla. No había luna y no se distinguía nada, solo el chisporroteo del fuego. Si se trataba de mortífagos no tendrían problema para ocultarse entre las sombras.

–Aún no ha superado las barreras protectoras –observó Lupin.

Era verdad. Un muro invisible parecía impedir el avance de las llamas, pero no estaba claro cuánto aguantaría.

–Coged lo que sea imprescindible y a la chimenea –ordenó Sirius–. Voy a mandar un mensaje a Dumbledore... ¡Expecto patronum!

Un enorme perro traslucido surgió de su varita y partió en busca de ayuda. Todos subieron en tropel a sus habitaciones y en tiempo record juntaron sus pertenencias. Cuando Harry volvió al salón, Arthur, Molly y Tonks ya estaban ahí:

–¡No puede ser, yo he venido por aquí antes de cenar! –exclamaba Arthur.

–Casa de tía Muriel –repetía Molly con los polvos en la mano.

–¡MIERDA! –exclamó Tonks de repente– ¡Esta noche había mantenimiento de la red flu! En el Ministerio han comentado que entre las once y la una de la madrugada no funcionará.

–¿Y qué hacemos? –inquirió Lupin sumándose a ellos– Son las once y media. Veo muy arriesgado confiar en que los conjuros protectores contengan el fuego durante hora y media...

–Deberíamos poder llegar al bosque de detrás, es el área de aparición y está a dos pasos del perímetro protegido –recordó Marlene.

–Quizá es solo casualidad, un ataque como tantos otros y no saben que estamos aquí... –intervino Arthur esperanzado– Quizá ni siquiera hay nadie ahí fuera...

–Si han encontrado la casa, es porque alguien nos ha delatado –sentenció Tonks– y solo lo sabemos nosotros y Dumbledore...

–Lo importante ahora es salir de aquí –les cortó Lupin antes de que la desconfianza los enfrentara–. El cobertizo está dentro del campo de protección, ¿cuántas escobas hay?

–Capaces de hacer un viaje largo solo dos –reconoció Molly–. Pero si hay alguien ahí... se lanzarán a atacar a quien alce el vuelo. Veo más seguro lo del área de aparición, así podemos marcharnos todos.

–De acuerdo. Dumbledore ya está advertido, él se encargará. Vámonos –decidió Sirius–. ¿Lleváis todo lo necesario? ¿No habéis dejado nada que pueda delatar los planes de la Orden? Si invadieran la casa...

Molly se esforzaba por contener las lágrimas mientras su marido la abrazaba. El resto revisaban sus equipajes profundamente nerviosos.

–¿Has cogido la cartera que nos regaló Hagrid? –preguntó Marlene a Sirius– Dentro están las fichas de los mortífagos que consiguió Kingsley.

"Sí, aquí está" murmuró el animago comprobando el bolsillo de su capa. Sacó la cartera peluda y la volvió a meter. En ese breve movimiento, algo cayó de su bolsillo. Se trataba de una pluma azul claro como el hielo. Harry empalideció al reconocerla. Marlene y Lupin también se dieron cuenta.

–¡Es del pájaro de Bellatrix! –exclamó Marlene.

–Es la que se le cayó en Grimmauld cuando la rescató –murmuró Sirius muy pálido.

– Así nos ha descubierto. Habrá encontrado la forma de rastrearla –dedujo la rubia.

Harry recordó cuando tras su viaje al Ministerio la mortífaga utilizó una pluma del ave del trueno como traslador. Era posible convertirlas en objetos valiosos gracias a sus propiedades mágicas. Lupin le preguntó a su amigo (intentando no sonar acusador) por qué la guardó.

–¡No la guardé! –se defendió Sirius– O al menos no conscientemente...

–Quizá era parte del conjuro rastreador –aventuró Harry–, se metería ella sola...

Viendo que algunos empezaban a fruncir el ceño, decidieron cerrar el tema. La culpable era Bellatrix y punto. Aunque era preocupante su inteligencia: sabiendo que abandonarían Grimmauld tras su escape, encontró la forma de rastrearlos. Pero en ese momento lo importante era abandonar la Madriguera hasta que Dumbledore comprobara que seguía siendo segura. Quedaron en aparecerse en la casa de Bill y Fleur y ya ahí decidir qué hacer.

Salieron al patio y probaron unos cuantos conjuros para apagar el fuego. Como sospechaban, no funcionaron. Se trataba de fuego maldito (la especialidad de Bellatrix): extinguirlo era casi imposible. Así que no perdieron más tiempo y se dirigieron al bosque.

–Harry, ponte la capa –le advirtió Sirius– y pégate a mí. No sabes aparecerte, así que lo haré yo.

El chico asintió y se cubrió con la capa invisible que nunca abandonaba su bolsillo.

–Aquí acaba el perímetro de protección, junto a ese tronco retorcido –informó Arthur.

Todos se habían detenido ahí. No se veía a nadie delante, solo el bosque en penumbra. Pero aún así, les daba reparo salir del área protegida...

–Es solo avanzar tres pasos y ya está, podemos aparecernos –les animó Sirius–. Voy yo primero y...

Una llamarada descomunal acalló el final. El muro de fuego se había convertido en un anillo ígneo que rodeaba la casa casi por completo. Se giraron y vieron que en algunas zonas el fuego ya había traspasado el perímetro. Así que saltaron por la única brecha que quedaba y se agarraron por parejas para aparecerse.

Harry se aferró al brazo de Sirius y se preparó para experimentar la desagradable sensación de compresión. Vio cómo su padrino se concentraba. Enseguida empezó a notar un cosquilleo que le subía por los pies. Cerró los ojos intentando calmarse. El cosquilleo aumentó, pero en esa ocasión no notó cómo si tuviese que atravesar un tubo demasiado estrecho. Abrió los ojos y comprobó por qué: no podían aparecerse porque estaban petrificados. Alguien había lanzado en esa zona un hechizo petrificador que afectaba todo el que pisara la hierba. Y probablemente otro antiaparición. Harry comprobó con horror que nadie había logrado huir.

–Vaya, vaya... ¡qué grata sorpresa! –se escuchó una voz áspera como un ladrido.

Con terror, Harry observó acercarse a un hombre alto, corpulento, con la piel velluda cubierta de mugre y sangre. A su espalda, un par de carroñeros les apuntaban con sus varitas. Supo que pese a la parálisis, sí que podían hablar; puesto que escuchó a Molly gritar con horror. También a Lupin susurrar: "Greyback". O sea, que aquel era el infame hombre–lobo que lo convirtió... Harry podría haber seguido perfectamente con su vida sin conocerlo.

–¿Y nuestro querido Potter? No hemos montado todo esto para irnos sin él...

Harry seguía llevando la capa, pero tenía miedo de que cualquier ráfaga de aire se la arrancara. Aunque si así salvaba a sus amigos, no dudaría. Notaba el olor pútrido y nauseabundo de Greyback acercándose a ellos. Lo único que lograba calmar al joven era que seguía aferrado al brazo de Sirius. Sabía que su padrino lo protegería; era un instinto infantil, pero le hacía feliz tener a alguien a su lado. Los miembros de la Orden habían quedado paralizados formando una línea horizontal, tal y cómo habían salido del área de protección. El hombre–lobo caminó entre los árboles y empezó a examinarlos uno a uno. Parecía que estuviera olfateando en busca del olor de la víctima oculta.

–¿¡Black!? –exclamó al llegar junto a Sirius– Es imposible... Tú estabas muerto...

–¿Y no lo estoy? –inquirió Sirius fingiéndose sorprendido– ¡Libérame y te cuento la historia! Es muy entretenida, necesito los brazos para representarla.

Greyback dibujó una sonrisa asquerosa y le ignoró. Empezó a olfatear a su lado. Cuando se hallaba a un palmo de Harry, Sirius volvió a llamar su atención:

–Entiendo que te sorprenda lo que estás oliendo. Se llama higiene. No te vendría mal darte un baño de vez en cuando, creo que tu peste nos aniquilará antes que un avada.

El chico sintió su corazón encogerse: Sirius acababa de firmar su sentencia de muerte con su grosería (muy cierta, por otra parte). Lo único bueno es que el carroñero dejó de esnifar el espacio donde estaba Harry. Le clavó a Sirius la varita en la garganta. Por los gruñidos que ahogó el animago, su ahijado sospechó que quemaba. Aunque mejor eso que un ataque físico: podría convertirlo en hombre–lobo y eso sería casi peor que la muerte. Igual si ganaban tiempo los efectos del conjuro paralizante se desvanecían...

–Te crees muy listo, Black... A ti te mataré el último –declaró escupiéndole–, así verás morir a todos tus amigos. Y no creas que te vas a liberar del hechizo: mantendrá petrificada a cualquier persona que pise el área durante varias horas. Así que... ¿por quién empezamos?

Ahí la última esperanza de Harry se esfumó. Solo podía mover los ojos, pero vio por el rabillo cómo el hombre lobo se alejaba, pisoteando la maleza a su paso, para elegir a su primera víctima. El chico alzó la vista a las copas de los altos árboles, rezando porque Dumbledore o quien fuese se colara entre ellos. Pero no sucedió, no hubo milagro. Su única opción era delatarse: igual con la emoción de entregarlo a Voldemort se olvidaba de sus amigos...

–¡Tú serás la primera! –escuchó el gruñido de Greyback– Huelo en ti al traidor de Lupin, así que en lugar de matarte... te convertiré en una de nosotros. ¿Preparada? –se burló alzando su garra hacia Tonks.

-¡NOOO! –chilló Lupin- ¡MÁTAME A MÍ, DEJALÁ A ELLA!

Harry notó que el brazo al que se aferraba desaparecía. En el lugar que había ocupado Sirius apareció un perro semejante a un oso. El chico comprendió lo que había deducido su padrino: "...mantendrá petrificado a cualquier persona...". El hechizo no afectaba a animales. Así que sin dudar, Canuto se abalanzó sobre Greyback un segundo antes de que sus uñas rozaran a Tonks. Le pilló desprevenido y su corpulenta figura cayó contra un roble. Se escuchó un gruñido de dolor desgarrador. Pero hacía falta mucho más que eso para eliminar al líder de los hombres–lobo...

–¡Quietos! –bramó Greyback cuando sus compañeros se acercaron para ayudarle– ¡Me basto yo solo para acabar con este chucho inmundo!

Canuto se mantenía a unos pasos de él, interponiéndose entre la fiera y sus amigos. Por desgracia, el enemigo era demasiado grande. Lanzó varios maleficios que el perro esquivó con agilidad. Finalmente se abalanzó sobre él. Canuto pudo esquivarlo dos veces y arrojarlo al suelo en otra ocasión. Pero estaba recuperándose de un golpe que lo lanzó por los aires cuando Greyback volvió a lanzarse sobre él. Supo que ese iba a ser el final.

Entonces, algo cayó de una de las ramas del roble. Un bulto negro aterrizó sobre el hombre–lobo y lo dejó aplastado contra el suelo. Harry solo podía contemplar la escena por el rabillo del ojo, pero se trataba de otro animal. Su envergadura era similar a la de Canuto pero más estilizada, mucho más ágil y sigiloso. En cuanto los dos carroñeros alzaron las varitas para ayudar a su líder, Canuto se lanzó sobre ellos. El otro animal le imitó. Esos sí que no les duraron ni un asalto. Enseguida quedaron desarmados y desmayados.

–¡Sirius! –gritó Harry para advertirle.

El perro se giró y vio que Greyback intentaba ponerse en pie. De un salto, el estilizado bulto negro volvió a aplastarlo contra el suelo. A su vez, el perro le hundió la cabeza en la tierra cortándole la respiración. Pronto dejó de sacudirse. El otro animal (que ahora que estaba más cerca a Harry le pareció una pantera), bajó de la espalda de su presa. De un zarpazo desgarró la garganta del hombre–lobo. La sangre brotó como un géiser. En cuanto Greyback murió, el hechizo paralizante perdió su efecto. Todos empezaron a moverse y a comprobar que estaban intactos

–¡Silencio! –advirtió Lupin con voz queda– Hay más hombres–lobo por ahí.

Callaron y comprobaron que era verdad: a lo lejos se oían murmullos y crujidos de ramas. Por desgracia, el hechizo antidesaparición seguía vigente, no debía ser obra de Greyback... Qué harto estaba Harry se ese conjuro.

–Dumbledore dijo que colocaría trasladores por aquí, por si sucedía algo así... –recordó Tonks– ¿Alguien sabe dónde...?

No hizo falta que terminara porque la supuesta pantera –que había observando la escena a cierta distancia– empezó a deslizarse entre los árboles. Sirius, que seguía en su forma perruna, la siguió de forma instintiva. Harry y el resto hicieron lo mismo. Utilizaron hechizos silenciadores en sus calzados para no hacer ruido y caminaron entre los árboles. De vez en cuando los animales que iban en cabeza se detenían. Entonces el resto de la comitiva frenaba también. Pese a haberse librado del peligro inminente, Harry no podía evitar sentir cierta angustia. ¿Y si los atacantes habían encontrado el traslador? ¿Y si era otra trampa? Pero tampoco tenían muchas más opciones...

Pocos minutos después alcanzaron un claro con un único árbol. El chico observó con estupor cómo la pantera trepaba por el tronco con más facilidad que si estuviese en horizontal. Alcanzó la rama más gruesa y se sentó encima para sacudirla. Una vieja rueda de neumático cayó al suelo.

–¡Por ahí! ¡Ahí hay alguien! –se escuchó una voz brusca.

Los compañeros de Greyback habían oído el ruido. Nadie tuvo dudas de lo que había que hacer. A la vez, Molly, Arthur, Tonks, Lupin, Marlene y Harry aproximaron su mano al objeto; los dos animales extendieron una pata. Un segundo después, una espiral de magia los absorbió y desaparecieron del bosque. 

::::

PS. ¡Feliz Navidad, Bella y yo os amamos mucho!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top