Se dejó caer acostado en su cama. Sus manos acariciaron la sábana que cubría el colchón, y acostó su cabeza encima de la suave almohada, que tenía un agradable aroma como a lavanda. Perseus fue muy consciente de cada sensación que le brindaba, ya que, era la primera vez en su vida, que tenía una cama que usar. Ni siquiera sabía lo que era, hasta que lo vio al entrar.
No le disgustó, aunque seguía pensando que dormir flotando en la nada del océano, era aún mejor para conciliar el sueño.
Tal vez dejaría la cama a mitad de la noche, para ir a dormir en las profundidades del lago que tenía al costado de su cabaña. Pero, no había motivación en esa acción, porque, en caso de que Annabeth viniera a visitarlo de madrugada por algún motivo en específico; ¿cómo lo encontraría? ¿Cómo Perseus sabría de su llegada, si estaba desconectado bajo el agua? ¡Él tenía que permanecer donde ella lo había dejado, donde supiese encontrarlo si lo buscaba!
Tenía que quedarse aquí entonces, y hacer esfuerzo de dormir. O simplemente podría aprovechar la luna de Artemisa para pensar… ¡Rememorar el beso! O pensar la forma en que ambos podrían pertenecer eternamente el uno al otro. Estaba seguro de que existía una palabra, una formalidad entre los mortales para determinar la unión fehaciente de dos seres vivos. Solo que aún él no lo sabía. Necesitaba ayuda, ¿tal vez, Leo podría iluminarle?
Cerró los párpados aunque no estaban cansados, lo hizo por inercia al imaginarse la posibilidad de recibir otro beso de Annabeth al día siguiente. Por ahora, tenía que contentarse con el de hoy. Ah, ¡qué dulce y delicado ataque resultaba ser la acción de besar! Quién hubiera creído que juntar los labios con los de una mortal, sería tan satisfactorio. ¡El corazón se le encogía de ternura!
Su sonrisa creció involuntariamente, una sensación cálida le embargó al pensar en ella, y mantuvo los ojos cerrados mientras una figura extraña y silenciosa; se acercaba hacia él con una daga oscura, que iba alzándose lentamente en la mano derecha, en absoluto silencio para no advertir a su “víctima”.
Mata al culpable, mátalo.
Kyle. Un chico huérfano sin origen y sin descendencia, lo único que había tenido en su vida es un apellido que el estado le dio y a ella… Su fallecida novia, la única chica que lo eligió cuando nunca nadie lo hizo, y tuvo que vivir con la soledad hasta que la conoció aquí en el campamento. Ella era su luz, y se extinguió junto con su razón para vivir, en el fondo del océano.
“Y todo por él, —esa voz le susurraba,—todo por su culpa”.
Porque ella murió por culpa de Annabeth Chase, pero Annabeth la perdió por culpa de este individuo. La culpa entonces recae también en él. Así que él lo mataría, y luego iría por Annabeth, así como el susurró fantasmagórico le decía; así como su ira le exigía.
Sus rodillas casi tocaron el colchón, pero se detuvo a centímetros de él. Lo observó antes de proceder con su homicidio. El chico que aparentaba ser también de su edad, se encontraba acostado, con los párpados cerrados y luciendo completamente ignorante de su presencia. También notó, el amago de una sonrisa que se reflejaba en sus labios.
“Parece estar recordando el beso con la puta”— pensó Kyle con aversión, apretando su agarre sobre la manija de la daga.— “¿Por qué él sí puede disfrutar del amor, y yo no? ¿Por qué?”
“Exacto”— el otro le respondía, — ¿por qué tú no y él sí? ¡Mátalo!
Sí él jamás hubiese existido, Annabeth jamás hubiese perdido la cabeza, él jamás la hubiera perdido, y por consiguiente, nunca conocería este vacío.
“¡Ya basta de dudas!” —gritaron en su oído, y su corazón empezó a latir por la adrenalina. Tragó saliva, su pie obtuvo la pose para atacar y tomó impulso, alzando la mano hasta arriba, por encima de su cabeza, antes de descender. La punta de la daga se acercó vertiginosamente hacia el corazón del azabache, (porque en los ojos furiosos de Kyle no había duda) y entonces, el filo del acero besó dulcemente la tela de su camisa; y la atravesó, para finalmente, rasguñar algo de la bronceada piel del Dios, y dejarle un hilillo de líquido dorado caer sobre las sábanas.
Sí… rasguñar. Un rasguño. Eso fue lo que Kyle consiguió, nada más. En el trayecto en el que parecía una muerte segura, Perseus detuvo la daga sin problemas ni sorpresa. La paró con una sola mano, (su cuerpo, ni su rostro se inmutó) sujetándola desde la parte filosa, sin preocuparse por cortarse el interior de su mano; por consiguiente, de la herida goteó sangre, en apariencia dorada y luminosa.
Cuando un dios era herido y sangraba, el icor era venenoso para los mortales, matando inmediatamente a todos los que entraban en contacto con la sangre de un inmortal. Kyle lo sabía, pero no fue eso lo que lo aterrorizó con creces, sino el descubrir que… Estaba frente a un Dios. Uno tan poderoso, que con solo abrir sus ojos oceánicos nuevamente, le influyeron las gigantescas ganas de cortarse la yugular con la daga.
—Quería saber si eras capaz de hacerlo —habló con neutralidad y calma—. No cabe duda, que no todos los mortales son tan maravillosos como Annabeth Chase.
Un involuntario chillido de terror salió de los labios de Kyle, y soltó la manija del arma como si esta quemara como hierro fundido en su mano. Retrocedió. Con demasiada prisa y torpeza, así que trastabilló, y se enredó con sus propios pies; causándole una caída patética frente a él. Pero incluso sentado en el suelo, Kyle no dejó de mirarlo, mientras Perseus se sentaba al borde del colchón y con parsimonia y pereza, se levantaba finalmente de la cama; encuadrando los hombros y alzando el mentón, con el porte digno de un Dios Griego.
Y Kyle simplemente no podía apartar su mirada desenfocada de terror, realmente, él no podía; estaban atraídos por una fuerza magnética, y le pareció que sus ojos estarían eternamente clavados en la figura ahora parada de Perseus delante de él. Un inmenso pánico nació en él, y no se dió cuenta que estaba temblando incontrolablemente hasta que oyó el repiqueteo de sus dientes chocando entre sí dentro de su boca. Trató de contenerse, como un digno hijo de la guerra, pero fue como osar pedirle al océano que no fuera cruel.
“Así que así se siente estar frente a un Dios de verdad”—pensó, pero luego negó con fiereza —. “No, no, esto se siente diferente a lo que transmite los Olímpicos, esto es totalmente diferente a ellos”.
El miedo jamás fue un aliado de los hijos de Ares. El miedo y el pánico, eran los indeseados para todos ellos. Sin embargo, eran los únicos presentes en el cuerpo de Kyle esta vez, mientras la atención del Dios de las mareas, finalmente recae en él.
—¿Quién te dio esto? — Preguntó Perseus, levantando y apuntando la daga hacia él.
No había escapatoria, ni salvación, Kyle lo tenía por seguro. Debió pedir misericordia.... Pero el odio y la aversión, fueron unos malos consejeros una vez más.
●●
Puta, joder que gran historia. Me metí en la historia. Tengo envidia de ustedes, >:v por qué leen cosas tan geniales y yo no?
Pregunta: ¿Cuál es la peor historia de PJ que has leído? ¿Y por qué?
Hagamos arder un poco el fandom, ¿quieren?
Continúa capítulo de rock and roll.
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