Capítulo 9: Rocío.
Abrazada a mi hermano, por primera vez, sentí estar en mi hogar, como si tras mucho tiempo flotando a la deriva, por fin encontrase tierra.
Susana me miraba dejándonos nuestro espacio, preguntándose si debía acercarse o no. La miré y aunque quería abrazarla, no me sentí capaz.
-Rocío. Lo siento.
-Está bien. Yo también lo siento, pero ahora mismo, no quiero tenerte en mi vida, aunque me hagas falta.
-Por favor...
-Susana. No. Ahora no.
Miré a Jaime que se había acercado hasta rozar con su mano mi hombro y por primera vez, no le aparté.
-Gracias por traerme. Pero quiero marcharme.
Ambos se miraron y yo les ignoré, mientras me despedía de Juan.
-Te prometo que vendré a verte pronto. Te llevo en mi corazón en todo momento y estaremos juntos, tú y yo. Te debo una explicación y pienso dártela, pero ahora, aguanta un poquito más. ¿Vale mi amor?
Estaba muy enfadado conmigo, más que nunca y aunque eso me partía el alma, no me veía capaz de ser buena para él en este momento.
-Gracias Susana, por cuidar de él.
-Ro, por favor... No quise hacerte daño...
-Pero lo hiciste. Lo hiciste cuando te callastes, cuando no me dijiste lo que sabías.
Me alejé junto al chico que había decidido convertirse en mi apoyo, sin saber exactamente que sacaría él de todo esto.
-¿Estás bien?
-Sí.
Todo era decepcionante. Ver a mi hermano y no poder estar junto a él, tener a Susana tan confundida y arrepentida, vivir en casa de un extraño, saber que mi abuela me escondió su enfermedad, Alma, a la que consideré mi amiga... Los ingleses... ¿Qué sentido podía darle a mi vida? Ni siquiera sabía quien era yo en ese mismo momento. ¿Una lisiada? ¿Una idiota que se volvió imbécil por otro imbécil?
-¿Has pensado ya cuando quieres ir a Asturias?
Me sacó de mis pensamientos de golpe. En verdad, no lo había pensado demasiado en serio. ¿Qué se suponía que debía hacer? La respuesta estaba clara y siempre podría mantener mi estancia allí en secreto... No... Imposible...
Aún así...
-Prepararé las cosas y saldré la semana que viene. Creo que ya es hora de dejar de ocupar tu casa y devolverte tu espacio.
Se tensó y apretó los labios. Algo de lo que dije le había molestado.
-Aún me quedan unos días de vacaciones. Me gustaría acompañarte y seguir ayudándote con la fisioterapia. Te vendrá bien tener a un hombre para ayudarte.
-¿Cómo?
Me aparté de su lado, tratando de averiguar a que se refería. Se acercó, invadiendo mi espacio personal y pasando su brazo por mis hombros para ayudarme a subir las escaleras del portal, trató de explicarse.
-Me refiero a que dada tu situación, yo podría ser de ayuda.
-No quiero que te molestes por mí. Podré arreglármelas.
-No es molestia. Al contrario.
Sonrió y se la devolví algo inquieta. Lo cierto es que le agradecía mucho toda su ayuda. Siempre estaba atento, todo le parecía bien y jamás me dejaba sola, menos cuando tenía que trabajar. Enseguida volvía a casa y se deshacía en elogios y amabilidad para hacerme sentir bien. Aunque a veces me estresaba y agobiaba, pero era buen chico.
-Creo que deberías salir. Yo estoy cansada y me iré pronto a la cama y, desde que estoy aquí, no has hecho ningún plan divertido. Te doy la noche libre.
-Prefiero quedarme. Preparo algo de cena y me cuentas qué pasó con ese chico. Porque me da la sensación que sigues pensando en él.
-Mira, no te ofendas, pero creo que es un tema que no te incumbe. Preferiría que no te metiéras dónde no te llaman y de forma tan brusca.
-Perdona, es que Susana me contó algo de la historia y luego como iba a buscarte todos los días al hospital. Creo que deberías olvidarte de él. Ese tipo de personas son tóxicas y solo saben hacer daño a las mujeres como tú.
-Espera un momento... ¿Mujeres como yo? Jaime. Explícate por que creo que estoy a punto de decirte algo que no va a gustarte.
-Tú eres dulce y necesitas alguien que cuide de tí. Alguien que sepa lo que te hace falta y te lo proporcione. No un tipo que te utilice y que se...
-Para. Jaime, para, porque no tienes ni puñetera idea de lo que estás hablando. ¿Qué crees que necesito? ¿Un hombre cómo tú?
-¿Y por qué no? ¿Qué hay de malo?
-Porque no te quiero de esa forma. Dios, ni siquiera te conozco. Te agradezco todo lo que estás haciendo por mí, pero no puedo..., no puedes estar hablando en serio...
Aquella noche me fui a la cama sin cenar a pesar de la insistencia de Jaime. Me metí en la cama con otra de las pastillas y caí rendida sin soñar absolutamente nada.
Me levanté tratando de coordinar mis pensamientos con mi cuerpo.
-Vamos, muévete... No es tan difícil. ¡Rodilla del demonio!
Mi móvil sonó y antes de llegar a cogerlo, Jaime ya lo había descolgado.
-Aquí no hay ninguna Rocío. No vuelvas a molestar.
Salí de la habitación tratando de no matarlo. ¿Quién se creía que era para invadir mi intimidad de esa forma?
-¿Quién era?
-Se han equivocado.
Dicho esto, salió del salón cabreado dando un portazo. Quería seguirlo, pedir una explicación a este nuevo comportamiento, pero estaba demasiado cansada como para entrar en una pelea estúpida.
Miré en las llamadas entrantes aquél número que desconocía. Por una milésima de segundo la idea de que fuera él se me quedó incrustada en el pecho, como si me hubiera tragado un globo inflado que amenazaba con estallar en mi interior, luego, esa idea se borró.
El innombrable no podía ser, porque, seguramente, ya se habría olvidado de mi existencia y, aunque ese pensamiento me quemaba, sabía que era lo mejor.
La relación entre Jaime y yo, se estaba convirtiendo en una especie de volcán en calma. Entre una seguridad y un estrés que me mantenía con una sensación de inquietud ante sus movimientos bruscos.
No sabría explicarlo mejor... Un volcán a punto de entrar en erupción, sobretodo cuando sacaba sin previo aviso el tema de mi vida en Asturias. Parecía molestarle y al mismo tiempo tenía la necesidad de saber cada detalle.
Cada vez que me miraba, sentía mi vello erizarse y la necesidad de salir de su perímetro, aunque enseguida, hacía alguna broma y volvía a ser ese chico que me llamó tanto la atención en aquella discoteca.
En ésta ocasión, se había pasado tres pueblos y quería saber que le había llevado a responder una llamada dirigida a mí, en mi lugar.
-Tenemos que hablar.
-Lo sé.
-Tenemos que hablar de lo que ha pasado hace un momento.
-Eso quisiera saber yo. ¿Qué ha pasado?
-Jaime. Has cogido mi teléfono. Has contestado una llamada que era para mí. ¿Y si hubiera sido mi abuela?
-Está claro que no fue ella.
-Mira. No sé que narices te pasa ahora. Pero...
-¿Quieres saber lo que me pasa? Yo te lo explico. Te he dado todo. Un lugar donde vivir. Trato de ayudarte todo lo posible con tu recuperación, intento sorprenderte y que me veas. Estoy ahí para tí en todo momento ¿Y tú cómo me lo pagas? ¿Eh, dime?
-No te entiendo...
-Ese tío, lleva llamando toda la puta mañana, una y otra vez. ¿Qué está pasando?
-Jaime, no sé de que me hablas. No hay ningún "tío".
-Solo quiero que estés bien. ¿Lo entiendes?
Su mirada se calmó, como su cuerpo y sentí la necesidad de acercarme y disculparme, porque tenía razón. Él estaba ahí y yo, no se lo había puesto nada fácil.
-Lo siento. Sé que soy difícil y que mi situación, a veces...
-No digas nada. Perdóname. Es que... No quiero perderte. Últimamente, el trabajo me consume y he tenido un par de problemas, eso es todo.
-¿Qué problemas?
-Nada importante... ¿Has hecho ya los ejercicios?
-No. Eso quería comentarte... Creo que estoy preparada para hacer algo más. Otra clase de ejercicios que me hagan avanzar...
-¿Qué quieres? ¿Hacerte daño?
-No voy a hacerme daño. Pero estoy cansada de andar en la cinta, necesito algo más que me ayude a movilizar la rodilla.
-Quieres decir que necesitas dejar de cojear antes de ir a Asturias ¿No?
-Quiero decir que esto ya no funciona.
-Seguiremos con el programa. ¿Quién sabe más tú o yo?
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