Capítulo 8: Rocío.

Sentada en la cama, miraba por la ventana con la mirada fija en algún punto del cielo encapotado, sin ver nada en concreto. Mi mente se encontraba lejos, como anestesiada, pero siendo, a la vez, consciente de cada sensación por mínima que fuese, de cada célula de mi cuerpo.
Desde los pinchazos y la opresión en mi pecho, cada vez que tomaba aire, hasta el entumecimiento de mis extremidades.

El dolor y la sensación de vacío, o la suave brisa que se colaba por la rendija de la ventana entreabierta.

Todo parecía ser producto de mi imaginación, como si fuese etérea y nada importase más que estar quieta, sin apenas parpadear.

Esa sensación, era lo más parecido a un falso bienestar, que deseaba aprovechar al máximo, hasta que la necesidad de estar junto a mi abuela, me hizo volver a la realidad.

Volver a Asturias era lo lógico, sobretodo al saber de su enfermedad, pero algo más fuerte que ese deseo me retenía en una negativa total y absoluta.

El hecho de encontrarme atrapada en un cuerpo que ya no me pertenecía, o al menos, que ya no respondía a mis órdenes. El dolor incrustado en mi mente, mi corazón casi inexistente y el temor a reabrir las heridas, un eufemismo en toda regla, me paralizaban por completo.

Necesitaba estar con ella, pero no podía, por más que lo intentaba, no era capaz de dar el paso y volver.

Aún no.

Los minutos se hicieron horas y las horas días, que se completaban sin descanso, mientras yo tampoco descansaba.

Mi vida podía traducirse en un estado impermeable a los sentimientos, que trataba de mantener encerrados, en algún lugar dentro de mí. Sesiones duplicadas o triplicadas, a escondidas, de fisioterapia y llamadas telefónicas a mi abuela.

-¿Rocío?

Colgué la llamada en cuanto la voz de Dylan sonó a través del micrófono del teléfono. No estaba preparada. No, después de todo el daño que me habían causado.

Volví a llamar, horas después, rezando para que nadie más se dignáse a descolgar.

-Hola mi niña.

-Hola Abuela, ¿cómo te encuentras?

-Bien... Hoy es un buen día.

Miré por la ventana, con la mente en otra parte.

-Sí, es un buen día.

-Me alegra escucharte. ¿Cómo te va con los ejercicios?

-Bien. Parece que puedo mover el brazo, al menos.

-¿Y tu corazón?

-Pronto iré a verte. Aguanta, por favor.

-Te estaré esperando.

Las lágrimas que ni siquiera traté de ocultar, rodaban por mi cara y caían en el suelo, mientras sujetaba el teléfono con fuerza, tratando de sujetarme a algún indicio de esperanza que no lograba encontrar.

<<Te estaré esperando>>.

¿Por cuanto tiempo? ¿Hasta cuándo podría alargarlo más? ¿En qué momento la valentía tomaría el control por encima de mi nuevo yo?

Miré hacia la mesita de noche y mandando la promesa que me hice, de mantenerme alejada de la medicación para el estrés postraumático, a la mierda, abrí el cajón y sin pensarlo, me tomé una. Necesitaba descansar la mente y dormir. Sobre todo dormir.

-...¡Rocío! ¡Eh, despierta! ¡Rocío!

Abrí los ojos a regañadientes y Jaime, con cara descompuesta soltó un suspiro.

-¿Qué... Qué pasa?

-Llevas horas durmiendo y no era capaz de despertarte...

-¿Qué hora es?

-Las tres de la mañana. Llevas encerrada todo el día... ¿Estás bien?

¿Estoy bien? Era incapaz de pensar en mi estado, solo necesitaba dormir. Dormir sin pesadillas.

-Estoy... Bien...

Se puso en pie para salir de la habitación.

-Descansa.

-Jaime, espera... Quiero volver a Asturias.

-Mañana lo hablamos, ¿de acuerdo? Estoy cansado.

-Buenas noches.

***

Arrastré los pies hasta la cocina, donde Jaime preparaba café. Traté de sonreír sin éxito y me tomé la medicación que me entregaba.

-¿Qué tal has dormido?

-Mejor...

-Bien, por que hoy tengo una sorpresa para tí.

-¿Una sorpresa? Odio las sorpresas...

Las sorpresas para mí, eran un accidente tras otro. No, no me gustaban absolutamente nada.

-Ésta va a gustarte. ¿Qué me decías anoche?

-¿Anoche?

-Sí, algo de volver a Asturias.

Me sorprendió que sacase el tema. No recordaba haber dicho nada sobre Asturias...

-Creo que debería ir. Cuidar de mi abuela y estar junto a ella.

-Susana me comentó lo que pasó. ¿Es por él?

¡Joder! ¿A qué venía sacar el tema ahora? Hice una mueca de dolor. Pensarle dolía, pero no tanto como saber que podría encontrarlo allí.

-¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Abrí los ojos y le miré tratando de ser neutral. ¿Pensaría qué estoy loca por qué el dolor provenía de lo más profundo de mi interior?

-Estoy bien. No es nada...

-Rocío, quiero ayudarte, pero no podré si no eres sincera conmigo.

-Y agradezco tú ayuda, de verdad, pero no me pidas lo que no puedo darte. Te lo dije. Estoy rota.

-Las personas tienen esa capacidad de romperse y curarse. Tú también la tienes, pero si no hablas, si no sacas todo, al final te consumirá.

-He dicho que no. No insistas.

Me sujetó las manos, me miró y le aparté.

Una hora más tarde, nos encontrábamos en el metro, tras negarme en subir a su coche o a cualquier vehículo a motor. Sentía realmente pánico con solo imaginarlo.

-¿Donde vamos?

-Ya lo verás.

-Todo el mundo me mira.

-Eso no es verdad.

-Jaime, soy un monstruo.

-Yo no lo creo.

Entre los puntos que tenía desde la mandíbula a la sien, el trozo de pelo rapado por la operación con los puntos, el brazo aún lleno de cortes, y la cojera, sin contar el corpiño que necesitaba llevar, por el daño en la columna y el pecho, me sentía como Frankenstein. Mi estado de ánimo, tampoco ayudaba mucho.

Cuando llegamos al lugar de la sorpresa, me quedé blanca como la pared. ¡NO, NO, NO, NO, NO!

-¿Qué hacemos aquí? ¿Estás loco? ¿Qué te pasa?

-Rocío, tú hermano quiere verte. Susana...

-¿Esto es idea de Susana? ¿Pero cómo has podido? ¡NO PIENSO ENTRAR AHÍ!

-Rocío, por favor...

-¡NI POR FAVOR, NI HOSTIAS! ¡NO!

¿Nos habíamos vuelto locos o qué? ¿Cómo iba a ver a mi hermano de esta forma? ¿Cómo iba a entrar como si nada en mi antiguo trabajo? Porque si algo tenía claro, era que mi trabajo, ya no era mío.

Me giré cuando escuché a mi hermano llamarme.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos quemándome las retinas. ¿Cómo podía hacerme esto?

-Juan...

No era capaz de moverme del sitio. Susana, con cara de <<perdóname por la encerrona>> empujaba su silla hacia mí.

-Hola, te veo bien.

¿Bien? Estaba hecha una auténtica mierda, por dentro y por fuera. Estaba muy lejos de verme bien. Tanto, que esa palabra no tenía ningún significado.

Sin mirarla, traté de sonreír a mi hermano, que me miraba sin entender porqué había desaparecido de su vida tanto tiempo y porqué tenía esta pinta.

Entre las lágrimas, conseguí que se escuchase mi voz rota.

Tienes en los ojos girasoles/
Y cuando me miras, soy la estrella que más brilla/
Cuando ríes se ilumina todo el techo...

Le abracé con miedo de ser rechazada y me sorprendió, cuando por fin, con nuestro contacto, se calmó.

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