Capítulo 6. Rocío.

-Vamos... Un... poco... más... Un... Poco... ¡Ufffff! Dios, no puedo.

-Claro que sí. Te dijo el fisio que lo intentaras.

Jaime, no se había separado ni a sol ni sombra de mí, desde que me di de alta voluntaria en el hospital y, aunque se lo agradecía, no podía evitar sentirme agobiada.

Jaime era el tipo de persona que siempre llevaba una sonrisa dibujada en los labios, una palabra de aliento y rezumaba positividad por cada poro de su piel. Tanto, tanto, que a mí me encabronaba, porque no podía dejar de pensar en el capullo, orgulloso y eternamente malhumorado inglés.

-¡Holaaaa parejita! Tía se te escuchan las quejas desde el portal. —Estaba empezando a odiar a Susana también.

-Que te den. Y a ti también.

Les dije asesinándoles con la mirada. Desde que desperté, me sentía fuera de lugar. Algo no encajaba y algo no me cuadraba en toda la historia.

Susana, me convenció de mudarme a su casa, para ayudarme en cualquier cosa que pudiera necesitar. Al principio me negué. No quería ser un puñetero estorbo. Estaba lisiada. No podía mover el brazo que se llevó el golpe, mi cuerpo estaba suturado de cabeza a pies y la pierna... Bueno... Era incapaz de conseguir cualquier movimiento con ella. Lo que menos necesitaba mi amiga, era tener que ocuparse de mí. En mi interior, el dolor era un constante. Algo con lo que debería aprender a convivir por el resto de mi vida.

-¿Estás ahí? Te preguntaba si prefieres pizza o hamburguesa.

-No tengo hambre.

Jaime, me miró preocupado. Siempre me miraba igual y ya comenzaba a cansarme. No era un mono de feria, no estaba dispuesta a dar pena a todo el mundo.

-Llevas dos días sin comer.

-Jaime, por favor, de-ja-mé vivir.

Con todo el esfuerzo del mundo, me arrastré a la habitación de invitados, dando un portazo tras de mí.

Observé mi nuevo hogar. Y sopesé que nada podría ir peor. Quería llorar, algo que no me había permitido hasta ahora. Si tan solo pudiese empujar su pensamiento al fondo de mi alma... Si tuviese alguna forma de arrancarle de mi interior.

Dolía, dolía no solo su recuerdo, sino saber que había estado tratando de encontrarme día tras día. Susana había sido sincera al hablarme de él, pero si quería sanar, necesitaba hacerle desaparecer de mi vida. Olvidaría sus besos, lo que me provocaba, olvidaría su humor y sus pataletas de niño malcriado y olvidaría que mi corazón le perteneció sólo a él, en algún momento en el que mi razón, decidió vender mi alma al puto Diablo.

Amar a un fantasma, a un hombre que no entendía el significado de la palabra respeto y que, jamás me vio como había deseado que me viese, era algo que no podía permitirme. Otra vez no y, por ello, decidí desaparecer. Salir de su vida para siempre, aunque eso fuese una nimiedad para él, algo insignificante, algo que acostumbraba a hacer con cualquier mujer, sacarla como si de basura se tratase.

Dejarle romperme y volver a reconstruírme una y otra vez, solo había provocado el dolor que me consumía por dentro y que me arrastraba a un estado de apatía y odio hacia todo y todos. La peor parte, me la llevaba yo, convirtiéndome en mi propio saco de boxeo.

Estaba rota. Estaba tan sumida en la oscuridad, que el accidente, había quedado en un segundo plano.

Me dejé caer sobre la cama y encendí el móvil nuevo, pensando que jamás volvería a ser la misma persona, que, a partir de ese momento, estaría impedida física y psíquicamente y que no volvería a estar completa jamás.

-¿Rocío? ¿Eres tú?

-Hola Alma...

-¡Qué alegría saber de ti! ¿Qué tal te encuentras?

-Como si acabase de salir de un accidente de tráfico...

-¿Le has...?

Aquí venía, la gran pregunta... Contuve la respiración, para enfrentarme a lo que fuese que iba a preguntarme.

-¿Sabes algo de... Él?

-No.

-Quieres que...

-No. Él salió de mi vida en el momento en que fui en su busca y le encontré con Laura. ¿Te puedo pedir un favor?

-Lo que quieras, cielo.

-No quiero saber nada de él y tampoco quiero que él sepa nada de mí.

-Pero...

-Mira... Susana me ha contado que estuvo viniendo a verme todos los días y que jamás le dejó acercarse y... Me alegra que hiciera eso. No podría continuar con mi vida sabiendo que él...

-Tranquila. No volveré a mencionarle.

-¿Cómo estás? ¿Qué tal el embarazo?

-Todo bien. De hecho, salgo de cuentas la semana que viene.

-Me alegro mucho. Estarás deseando conocer a la pequeña mons... A la pequeña.

Joder, hasta eso me recordaba a él.

-Lo cierto es que tengo tantas ganas que apenas consigo pegar ojo. Rocío...

-¿Cómo está mi abuela? Susana me comentó el susto que os dió cuando se enteró de mi accidente, pero cada vez que la llamo, nadie contesta y ya estoy volviéndome loca.

-Mira... Rocío, tengo que contarte algo, pero promete que vas a tener la mente abierta...

-¿Qué pasa?

-Rocío...

-¡Qué está pasando, Alma!

-Es... Mina... Tu abuela... Ella... Verás, tratamos de hacerla entrar en razón y Leight... Y él... Quería decírtelo... Pero ella...

-¡¿Qué pasa!? ¡Dilo de una vez, joder!

-Cuando se enteró de tu accidente, tuvimos que ingresarla... Y...

-¿Mi abuela? ¿¡Está bien!? ¿Dónde está? ¡Quiero hablar con ella!

-Mira, cielo...

-¡Ni cielo, ni leches! ¿Por qué no me coge el teléfono?

-Ella... No quiere hablar contigo... Ahora no... Tiene... Joder, Rocío, lo siento mucho, de verdad, no tenías que saberlo, pero es que...

-¡ALMA! ¿QUÉ COJONES PASA?

-Tiene cáncer..., Rocío, lo siento mucho...

-¿Cómo...? Repítelo, porque creo que la medicación me está afectando...

-Mina, tu abuela, está muy enferma... Y...

-¿Lo sabíais? ¡¿Desde cuándo?!

-Desde hace seis meses.

-Hace seis meses... Todos lo sabíais y me lo habéis ocultado. ¡TODOS SABÍAIS QUE MI ABUELA ESTÁ ENFERMA! ¡ALMA! ¡¡¡TODOS!!!

-Sí...

No podía creer lo que estaba escuchando. Sentí mi mundo resquebrajarse bajo mis pies y no me sentía capaz de hacer nada por evitarlo. El dolor de la pierna se acrecentó hasta hacerme chillar, pero, el peor de todos los dolores era el que se unía al instalado ya en mi pecho, por la mentira en la que había estado viviendo. Leighton, me había mentido. Alma, me había mentido. Mi propia Abuela, me había mentido y yo... Yo estaba ahí. Justo delante de todos ellos y jamás se dignaron a decir nada.

-¿Dónde está?

-En casa... Nosotros nos ocupamos de ella y Leighton, se encargó de equipar su habitación con todo lo necesario para...

-No me lo digas. No quiero saber que hizo ese desgraciado.

-Él quiso contártelo todo, pero Mina se negó una y mil veces...

-Mi abuela no es su jefa. No trates de suavizarlo, no trates ni por un instante de hacerle santo, porque es todo lo contrario. Y ahora, discúlpame si te mando a la mierda.

Colgué el teléfono y una muy asustada Susana asomó la cabeza por la rendija de la puerta, mientras no podía dejar de llorar y golpear, con el único brazo que me quedaba indemne, la cama.

-Ro... ¿Se puede?

-Me mintieron... Esos... Ese... Ese hijo de puta, me engañó...

-¿Quieres contármelo?

-Mi abuela...

Con solo mirar su expresión, supe que lo sabía.

-¿Tú...? ¿¡Tú también!?

Asintió agachando la cabeza y se acercó estirando su mano para tocarme. Me aparté y reuniendo todo el odio que sentía crecer en mi interior la grité.

-¿¡Y tú te haces llamar amiga!? ¿Tú también? ¡Sois todos una panda de desgraciados! ¡Sois las peores personas que pueden existir en el mundo! Y ¿Sabes algo? Métete tu caridad y toda esa falsedad por el culo.

-Ro... Yo...

-¡Ni Ro, ni leches! No vuelvas a llamarme, no vuelvas a considerarme nada tuyo. No vuelvas a dirigirme la palabra, porque te juro por lo que más quieres, que te arrancaré el puto corazón, si es que tienes.

Susana dejó escapar las lágrimas que trataba de retener por todos los medios, pero lejos de darme pena, deseaba darle dos guantazos por lo que me había hecho. Me puse en pie como pude y metiendo lo primero que encontré, en la maleta, salí de esa habitación arrastrándome. Me giré una última vez y con todo el dolor y ansiedad, toda esa ira recorriendo mis terminaciones nerviosas, estampé el móvil contra la pared, haciéndolo añicos.

Jaime, nos miraba primero a una y luego a otra sin entender. No necesité abrir la boca, para que llevase mi maleta a la puerta.

-¿Tienes lugar para quedarte?

Lloré y lloré sin control, convulsionándome sobre mí misma, sintiendo los espasmos de las extremidades que era incapaz de mover por mí misma con normalidad y el dolor de costillas y esternón, que me bloqueaba el paso de oxígeno a mis pulmones.

-Vamos, te llevaré a casa.

A casa... Esa palabra se me quedaba grande. No tenía casa, no tenía hogar. Mi madre... Bueno... Esa mujer... Desaparecida desde que me visitó el primer día que abrí los ojos. Mi hermano, al que llevaba semanas sin ver. No podía dejar que me encontrase de esta forma. No podía hacerle sentir miedo. Simplemente, no podía. Mi abuela... Dios... Mi abuela... Pensar en ella me cegaba de rabia. Pero al mismo tiempo, sentía las garras de una bestia desgarrárme y aplastárme como, si de un chicle, se tratase mi corazón, o bueno... De las cenizas que pudiesen quedar de él.

Sentí mi alma romperse por segunda vez y en esta ocasión, supe, sería irreparable el daño.

Con un dolor tanto físico, como mental, me sujeté al brazo de Jaime y me dejé guiar a dónde fuese que el llamaba casa y, por primera vez, la lluvia que nos empapaba, recreando un marco idílico de aguacero cálido de verano, no me hizo sentir reconfortada.

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