Capítulo 5. Laura.
–¿Leighton?
–Mira, ese tal Leighton, lleva tirado en la barra de mi bar diez horas. Si tuviese un ranking de récord, él sería el ganador y aunque esté haciendo el agosto con él, me gustaría cerrar.
–¿Dónde está?...
Fui en su busca de nuevo. Como siempre. Solo tenía la esperanza que valiese la pena.
Le encontré tirado sobre la barra, con la cabeza apoyada en su brazo, mientras se tambaleaba. Por un momento pensé si alguna vez sufriría por mí, tanto como para llegar a éste punto. Supe la respuesta, mientras le arrastraba en dirección al hotel.
Leighton me gustaba. No es que estuviese enamorada de él, pero tenía todo lo que buscaba en un hombre, poder, dinero y un físico más que decente.
Esa idea fue la que me dió fuerzas para continuar con mi plan de conquistarlo, ahora que estaba tan roto y sin esperanzas.
Podría hacerle ver que su única opción era yo, la que jamás le fallaría a pesar de las veces que me rechazáse. Tenía que demostrarle que, jamás me separaría de su lado, pasase lo que pasase. Mi hermana, con Dylan, podría conseguir una buena parte de las acciones de los hoteles y yo, ser propietaria del cincuenta y uno por ciento de los hospitales. Por fin, todos verían mi triunfo. Mis padres, se sentirían orgullosos por fin, incluso todas aquellas personas que jamás creyeron en mí.
Dejaría de hacer favores a aquellos que pensaban que era de su propiedad a cambio de regalos caros y todo, gracias a él.
Le subí en el asiento del copiloto como pude. Leighton era mucho más grande que yo, así que no fue tarea fácil. Lo peor vino después, llegar a la habitación del hotel.
–Haces lo correcto. Rocío jamás supo ver tu potencial, cariño.
Por toda respuesta recibí un gruñido.
–Laura te cuidará.
Le dejé sobre la cama medio inconsciente y tras deshacerme de su ropa, me tumbé a su lado, pensando en mi siguiente paso.
Tenía que tener cuidado, en este momento, Leighton era una bomba de relojería y si estiraba del cable equivocado, todo saltaría por los aires.
Me quedé tan solo con el tanga de encaje y coloqué sobre mi pecho su mano, que, aún estando dormido, no tardó en acariciar y apretar.
–Sí, cielo... así...
Paseé mi mano por sus abdominales cuando dijo su nombre en forma de lamento.
¡Joder!
–Sí, amor, sigue...
Siguió acariciándome y solo pude sonreír por mi pequeño triunfo.
Todo cambió al ponerme a horcajadas sobre él. Abrió los ojos y tras cerciorarse que no era esa idiota, cabeza hueca, me apartó.
–¿Qué haces aquí?
–Cuidar de tí. Hacerte olvidar.
Con un gesto de dolor, se colocó sobre mí, impregnando mis fosas nasales de alcohol y los resquicios de su perfume masculino.
Tras mirarme con ira, me besó y me dejé hacer. Dos segundos más tarde, se puso en pie para desaparecer en el cuarto de baño.
–Cuando salga, quiero que ya no estés aquí.
–Leighton...
–¿Me has entendido, o te lo explico de otra forma?
–¿Y dónde voy a ir? No puedes echarme a ésta hora.
Le dió un puñetazo a la pared y cegado por la rabia, aceptó que pasase la noche. Él, dormiría en el sofá.
Estuve tan cerca...
<<Bien, Laura, poquito a poco>>.
...
–Leighton, Leighton... Tenemos que hablar...
–¿Ya has encontrado habitación?
–No. Es importante. ¿Puedes escucharme?
–Joder, eres como un dolor de huevos. ¿Qué?
–Deja el vaso.
–¿Qué cojones quieres, Laura?
–Tengo una falta.
–¿Y?
–Leighton, no me ha bajado la regla.
–¿Y qué tengo que ver yo en eso?
–Hemos estado acostándonos, ¿qué crees?
Soltó el vaso que cayó al suelo haciéndose añicos.
–¿¡Qué tú y yo, qué...!?
–¿Es que ibas tan borracho que ni te acuerdas? Hace dos semanas. Repetidas veces, además.
Me miraba sin entender lo que decía, blanco como la pared y a punto de darle un ataque de nervios.
–¿Te crees que voy a creerme...?
–Míralo tú mismo.
Saqué el test de embarazo con un positivo bien marcado. Se lo puse frente a la cara y me lo arrancó de las manos.
–¿Qué puta mierda es ésta? ¿Qué broma absurda me estás haciendo?
–Te acabo de mostrar una prueba de embarazo y ¿me dices qué es una broma?
–Me has mostrado una prueba, que no dice a quien pertenece.
Me llevé la mano al pecho, derrumbada por sus palabras, mientras sentía las lágrimas rodar por mis mejillas.
–¡Joder! Laura...
–¡Déjame! Estas ciego. No sabes ver lo que tienes en tu cara.
Salí de la habitación, dando un portazo, esperando que mis palabras, hicieran su efecto. Acaricié mi tripa plana y decidí que ahora era su turno de mover ficha.
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