Capítulo 32: Rocío
Empujaba la silla de ruedas y las dos maletas, por el suelo de linóleo del aeropuerto, cuando me di cuenta. Lo que estaba haciendo era una locura. ¿A quién quería engañar? Una parte de mi, una gran parte de mí, quería volver con Jaime. ¿Y si, a fin de cuentas, él tenía razón? ¿Y si fracasaba de nuevo?
Acababa de dar un giro de ciento ochenta grados a mi vida. Sin un plan, sin organización, con mi hermano, con necesidades especiales y una estúpida maleta. Necesitaba pararme a pensar, trazar un plan y sobretodo, dejar el pasado en España. Dejar de pensar en que Jaime fue el pilar que sostenía mi vida... Aunque no era del todo falso. ¡No! ¡Se acabó! Toda mi existencia fui una persona totalmente independiente, podía conseguirlo de nuevo, comenzar de cero y poco a poco, recuperar la Rocío que fui una vez.
A pesar de ese pensamiento, algo en mi interior, intentaba hacerme pequeña e incapaz. Si mi abuela siguiese conmigo, me diría que soy fuerte, que ningún hombre podía hacerme sentir inferior y, aferrándome a esa idea, continúe andando en dirección a la salida, sin conseguir controlar el llanto silencioso y el dolor que sentía por mi yaya.
El teléfono móvil comenzó a sonar, con la canción de pesadilla antes de Navidad, que le había adjudicado a mi madre. Rodé los ojos y la ignoré. Ni siquiera había estado en el entierro ¿Creía que iba a dejarlo todo por escuchar sus excusas? ¿Acaso no era consciente del daño que era capaz de provocar? La madre desaparecida, la madre que no fue capaz de estar presente en los momentos difíciles.
Pensándolo fríamente, desde que salí del hospital, tras el accidente, no había vuelto a saber de ella. Deseaba tantísimo decirla que se fuera al infierno... No la necesitábamos, podríamos salir adelante sin ella y eso pensaba hacer.
Cuatro llamadas más tarde, decidí apagarlo. Por su propio bien y por el mío.
— ¡Ma ma mamamama!
—Sí, es mamá. La bruja de mamá.
—Br, br, ¡aaa!
— ¡Exactamente eso es lo que es! ¿Sabes qué, cielo? No la necesitamos. Nos tenemos el uno al otro y seremos felices. Tú y yo. Se acabaron las residencias, los abandonos y la tristeza.
Mi hermano sonrió y dio un par de saltos sobre su silla. Estaba feliz y eso, era suficiente.
—¡Aaaaa!
— ¿Tienes hambre, cielo? Vamos a comer.
Tras conseguir un mapa turístico de la ciudad, salimos del aeropuerto Punta Raisi de Palermo, para subirnos a un taxi que nos llevase al hotel Villa D'Amato, dónde nos alojaríamos en un principio. Tenía el dinero suficiente como para vivir tranquila tres meses, así que, más relajada y respirando el nuevo aire del comienzo, me dejé deslumbrar por todo lo que me rodeaba.
— Dove stai andando, signorina? —Mi italiano era pésimo, en verdad, jamás lo había hablado, así que temerosa de hacer el ridículo, traté de desempolvar mi inglés de instituto.
—Lets go to the hotel Villa D'Amato.
—Viaggiano per piacere, ti piacerà questo posto. Saluta la signora Valetti. Ora c'è molto turismo. Va bene per gli affari. dove siete tutti? —(Viajan por placer, os gustará éste lugar. Salude a la señora Valetti. Ahora hay mucho turismo. Es bueno para el negocio. ¿de dónde son ustedes?) — ¿Por qué tenía que entablar conversación? Quise contestar algo, pero, tan sólo me limité a sonreír como una estúpida. No me había enterado de nada. El hombre me miraba a través del espejo retrovisor sin parar de hablar. Yo asentía, con una sonrisa dibujada en los labios, tratando de entender algo.
—Grazie mille, signore. —Fue cuanto supe decir al llegar a nuestro destino.
—Buon soggiorno a Palermo. Accoglienza. (Disfrute de su estancia en Palermo. Bienvenidos.)
—Gracias... Chao. —Tenía que aprender italiano, sí o sí.
Cerré los ojos, tras observar el hotel, tomé aire hasta hinchar los pulmones y sentí, por primera vez, después de mucho tiempo la paz. Estaba dolorida, cansada, asustada y echaba muchísimo de menos a mí abuela, pero era libre, libre para llorar, reír, caminar, empezar de cero, o simplemente empezar. Abrí los ojos y mirando al cielo, agradecí, a la persona más importante en mi vida, la oportunidad que me había brindado.
—Gracias abuela. Gracias por creer en mí y cuidarme desde dónde estés. Te quiero. —Me enjugué los ojos húmedos y empujé la silla hasta la recepción.
Tras pelearme de nuevo con el idioma y hacer el check-in, mapa en mano, nos dirigimos en la búsqueda de algún lugar dónde comer. Puré para Juan y pizza para mí.
—Juan, estoy cansadísima del viaje. —y de todo, aunque no pensaba entrar en detalles de lo que había sido últimamente mi vida, con él. Ahora, al menos, no. — ¿Te apetece dar un paseo por la costa? ¡Te va a encantar!
Mi hermano saltó en su silla, manchándose de puré, le limpié y continuamos hablando de todo lo que podríamos hacer, visitar y conocer, con el atisbo de la ilusión, creciendo poco a poco.
Era mi momento de luchar y seguir hacia adelante, de conocerme, por muy duro que fuese el camino, tenía que comenzar.
***
El atardecer caía sobre el mar, como una postal idílica de vacaciones. Mi hermano y yo, sentados en la arena, observábamos en silencio el sonido de las olas, muriendo en la arena, con las siluetas de los últimos barcos volviendo de alta mar, para descansar de un largo día de trabajo.
—Es hora de volver a casa. — Nada más decir esas palabras, el nudo que oprimía mi estómago, subió al pecho, sintiendo como mi corazón latía con fuerza. Volver a casa. ¿A quién trataba de engañar? No tenía casa, no tenía un lugar al que llamar hogar y ya no nos quedaba nadie.
Sintiéndome como una mota de polvo revoloteando sin rumbo, me puse en pie, sacudiendo la arena del pantalón.
Ahora tenía otro problema. Levantar a Juan del suelo y subirlo en la silla.
—¡Vamos, tipo duro!
Quince minutos más tarde, lo conseguimos y así, sacando fuerzas de dónde no había, supe que de ahora en adelante, debía luchar por los dos. Porque éramos lo único que teníamos. El uno al otro.
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