Capítulo 31. Jaime

Esa maldita perra, había sido la culpable de mi detención.

El cerdo de Leighton me miraba de arriba a abajo, apoyado sobre la mesa de un guarda civil, para luego fijar toda su atención en mis ojos, como si jurase algún tipo de venganza. El desgraciado, era su amigo, pero eso me traía sin cuidado. No tenían nada contra mí y mucho menos podían retenerme contra mí voluntad.

- ¿Y bien? ¿Nos va a contar qué ha pasado?

Observé al uniformado, deseando salir de allí y reunirme con Rocío. Esa puta niñata iba a pagármelas por hacerme pasar esta vergüenza. Apreté los puños bajo la mesa y dibujé una sonrisa en los labios tratando de quitar importancia al asunto.

-Por tercera vez, fue un malentendido. Algunos piensan tener derecho sobre las mujeres de otros. No parece bastarles con la suya propia.

La cara de Leighton se desencajó por completo.

-Rocío no es de tu propiedad.

-Y parece ser que tuya tampoco. Ella ya tomó la decisión de apartaos de su lado. Sois un lastre. Un pasado que no quiere recordar. Ni siquiera te soporta. Reconócelo, prefiere alguien como yo, que sabe mantenerse en el lugar que corresponde.

- ¡Cierra la puta boca!

-No sabes como grita mi nombre mientras la...

- ¡He dicho que te calles de una jodida vez!

Uno de los guardias le sujetó, mientras me ordenaba cerrar el pico, pero ese, era sólo el comienzo.

-Yo sólo digo que Rocío se olvidó de éste hombre hace tiempo, justo cuando me rogó que me metiera en la cama con ella y la hiciera lo que él no supo hacer.

Sonreí en su dirección. Estaba cabreado y fuera de sí. En un abrir y cerrar de ojos le tenía sobre mí, a punto de darme un puñetazo. Hicieron falta tres hombres para quitármelo de encima.

-Márchese y no vuelva por aquí. Lo digo en serio. No quiero verle de nuevo o le encerraré en el calabozo por desacato a la autoridad.

El más joven, estaba engrilletando al imbécil, mientras yo tenía vía libre para largarme. Volví a sonreír al imbécil y me despedí con la mano. Estaba decidido. Rocío no volvería a pisar este lugar, en su miserable vida.

...

Marqué su teléfono mientras me dirigía a la casa, sin obtener respuesta.

- ¡JODER!

¿Dónde se había metido? Sentía la adrenalina correr por mis venas, deseaba darle una lección por su comportamiento de mierda, por pensar que podía jugar conmigo tan fácilmente. Esa cabeza hueca no iba a reírse de mí. Apreté el móvil con fuerza y aceleré el paso.

Cuando llegué, no quedaba nadie. Todo había sido recogido y esperando encontrarla en la cocina o en algún rincón, comencé a llamarla.

- ¡Rocío! ¡Rocío! ¿¡Dónde coño estás!? ¡No me toques los cojones y ven ahora mismo!

Traté de agudizar el oído.

- ¡Maldita sea! ¡Rocío! ¡Sal de una puta vez! ¿Crees que quiero jugar?

Subí las escaleras de tres en tres, a la planta de arriba, sintiendo la sangre de mi cuerpo en ebullición. Ésta niñata me las iba a pagar. Pensaba darle su merecido y llevármela tan lejos, que se le quitasen las ganas de tomarme por un tonto. Era mía, sólo mía y si tenía que demostrárselo de una forma más concisa, lo haría.

Abrí de un portazo la habitación. Nada. Sobre la cama había un pedazo de papel.
Lo cogí y comencé a leer.

<<Jaime.
No trates de buscarme, no me vas a encontrar. Me he marchado lejos y no pienso volver. Durante mucho tiempo he dejado que otros tomasen decisiones por mí. He sido un pelele y ya es hora de recuperar mi vida. Te recomiendo que hagas lo mismo, que busques ayuda y seas feliz.
Rocío.>>

Grité, rompí el papel y comencé a buscarla habitación por habitación. Sus cosas ya no estaban. Había guardado todas mis pertenencias en una maleta, pero las suyas... Entonces, ciego por la ira, salí de la propiedad y me encaminé a la de los jodidos vecinos. Si la estaban escondiendo, no iban a conseguirlo, jamás me separarían de ella.

Desde el principio supe que sería mala idea venir a este lugar. Esos desgraciados se habían inmiscuido en nuestros asuntos y lo habían echado todo a perder.

¡No! Rocío era mía. Nadie, ni siquiera ese hijo de perra la habían querido tanto como yo. Ella, sin mí, no era nadie. ¿Quién iba a querer a una coja, torpe y estúpida? Nadie.

Llamé a la puerta fuera de mí. Sentir que la había perdido, me estaba desquiciado de tal manera, que no era capaz de controlar mis impulsos. Tampoco era capaz de pensar con claridad, tan sólo quería encontrarla y llevármela bien lejos de toda esta gente, que se había convertido en un cáncer, para nuestra relación.

Dylan y Brad abrieron la puerta, se cruzaron de brazos como si así pudieran amedrentárme y no dijeron nada. Tan sólo se quedaron ahí, esperando a que yo diera el primer paso.

-No quiero problemas. Sólo quiero a Rocío. Ahora.

-Mira, Rocío no quiere saber nada de tí. Mejor lárgate y déjala tranquila.

Fueron a cerrar la puerta, pero les detuve.

-Decídla que salga de una vez. Es hora de volver a casa. ¡Rocío! ¡Sal ya!

-Tío, ya te hemos dicho que ella no va a ir a ninguna parte contigo y ahora, sal de mi propiedad.

- No voy a ninguna parte sin ella. Lo digo por las buenas.

-Me estás tocando los cojones. Rocío no está aquí. Se ha ido lejos. ¿Te queda claro?

- ¡Rocío! ¡ROCÍO!

Susana se abrió paso entre los dos.

-Jaime, te dicen la verdad. Rocío ya no está aquí, aunque te gustará saber que decidió no denunciarte por abuso y malos tratos.

- ¿De qué cojones estás hablando? Dila que salga de una puta vez. Me estoy cabreando.

-Te digo que tengo seis denuncias por malos tratos y varias órdenes de alejamiento de varias chicas a las que hiciste la vida imposible. Ahora mismo, Rocío está en un avión, rumbo a cualquier parte, lejos de tí y si no te largas en diez segundos, su abogado aquí presente - Dijo señalando a Brad. - se encargará de que pases una buena temporada entre rejas.

- ¿Crees que voy a creerme una sola palabra de lo que has dicho? ¿Te piensas que soy imbécil?

-No importa lo que piense, pero acabo de ver como su avión despegaba. Ahora, te quedan cinco segundos para marcharte. La guardia civil está en camino y no creo que esta vez te dejen libre, cuando vean todas las denuncias, incluso la que he interpuesto por Rocío. Sin contar todos los testigos que han visto como la has tratado. Hasta nunca.

Cerró la puerta y me dejó allí, pensando en cuanto había de verdad en sus palabras.

Cegado por la ira, volví al coche. Aceleré y comencé a llamarla por teléfono, recibiendo en cada una la misma respuesta. <<El número al que usted llama no existe>>.

...

Cuatro semanas más tarde.

Apenas era posible caminar por mi apartamento. Había acumulado tantos deshechos y botellas, que, a cada paso, me tropezaba. Mareado, di un trago a la botella de ginebra barata, cuando llamaron a la puerta.

- ¡Largo de aquí!

Quién fuese, era insistente. Pensé en que podría ser Rocío, estaba seguro que volvería y a decir verdad, aunque no dejé de llamarla sin recibir respuesta, no estaba dispuesto a enfrentarme con toda esa gente. Mi plan era darla tiempo hasta que volviera a recuperar sus pertenencias. Entonces, la demostraría que era mía y sólo mía.

-¡Ya voy!

Abrí la puerta sujetándome a ésta para no caer de bruces contra el suelo.

- ¿Señor Jaime Ortiz?

¡Joder! Dos policías estaban parados en mi puerta. Traté de peinarme con los dedos y tiré la botella que sujetaba en la mano.

-Soy yo.

-Tiene que acompañarnos a comisaría.

- ¿Cuál es el motivo?

-Tiene ocho denuncias por malos tratos y acoso. -Me pusieron las esposas, mientras me dirigían al coche patrulla.

- ¿Se puede saber quién me ha denunciado? -Todo lo que obtuve fue silencio. -¡Exijo saber quien me ha denunciado!

-Varias chicas alegan que usted las obligó a mantener relaciones sexuales sin consentimiento bajo amenazas y un médico ha enviado un dosier con pruebas de esos malos tratos, junto a la declaración de la víctima.

- ¡Eso es mentira! ¡Yo jamás he pegado a nadie! ¡Jamás he obligado a ninguna de esas chicas!

-Eso deberá explicárselo al juez. Va a necesitar un abogado o se le adjudicará uno de oficio en caso de no poder pagarlo.

Sólo un nombre se me vino a la mente. Rocío. Y sólo una idea pasaba por mi cabeza. Encontrarla y hacerle pagar por lo que me estaba haciendo.

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