Capítulo 29. Leighton.

—Lo sabía. Sabía perfectamente que era un error venir. Te lo dije. Ahora, por fin, te habrás dado cuenta.

—Me duele la cabeza.

—Y a mí los tobillos y la espalda y tengo náuseas y estoy muy cabreada. ¿Me ves quejarme acaso?

—Constantemente. ¿Qué necesitas? ¿Dime? Te daré lo que sea que me pidas, con tal de no tener que escucharte una sola vez más "te lo dije".

—Quiero que esa mosca cojonera desaparezca de nuestras vidas. Quiero que comiences a comportarte como mi futuro marido. Quiero que me pongas el anillo de una vez. ¿Piensas que mi familia aceptará a un hombre incapaz de comprometerse? Te equivocas. Yo no soy una de tus fulanas a la que le puedas dar la patada. Ya no.

—A cambio de ir a la fiesta en honor a Mina.

—No somos bien recibidos. Parece que te cuesta entenderlo.

—Lo que me cuesta es escucharte una y otra vez con lo mismo. Vamos a ir te guste o no. Puedes esperar en el coche si quieres o irte a... Casa.

Se me hizo un nudo en el estómago al pronunciar esa palabra. En parte llevaba razón, no eramos bienvenidos, pero Mina era importante en mi vida. Lo mínimo que podía hacer era presentarle mis respetos a su nieta y luego marcharme. De cualquier forma, no iba a dejarme hacer mucho más. Tenía una idea equivocada de lo que creía saber, aunque a grandes rasgos, la realidad era que iba a ser padre e iba a acabar casándome con Laura.  Lo que deseara o no, ya no tenía sentido. De paso, buscaría la forma de entregarle la carta que me entregó Adamina. Era lo justo.

— ¿Después me pedirás matrimonio? He visto un anillo que sería perfecto.

Sacó el móvil y me enseñó una foto del anillo en cuestión.

—Es de Tiffany's y es perfecto. Tiene dos zafiros y una gema. ¿No es divino? ¡Quiero éste!

Me parecía algo fuera de lugar gastar treinta y tres mil euros en un simple pedrusco. No por el dinero en sí, sino por la forma en la que lo exigía. Suspiré y asentí a sus extravagantes gustos.

***

Laura me sujetó el brazo posesivamente y nos adentramos en el jardín. Echó una ojeada y suspiró.

A pesar de haber una mesa llena de comida, pareciese que nadie tuviese hambre. Algunos sonreían tristemente, mientras hablaban con otro vecino. De vez en cuando alguien lloraba y se sentaba en una de las sillas, deshecho por la perdida tan grande. Riodeporcos era una aldea pequeña, por lo que cualquiera de los habitantes se convertía en un esencial. Mina, era la abuela, la mujer fuerte, la que todo lo podía, cocinera de postres por los que necesité alargar mis rutinas de ejercicio. Tenía una luz especial, que se había apagado, dejando un vacío en cada uno de nosotros.

La cara de Laura era una declaración de intenciones sin lugar a duda. Ceño fruncido, mirada dura y altivez en cada uno de sus movimientos. No fue hasta que encontró a su hermana sentada en una esquina del patio, que se atrevió a alejarse de mí, permitiéndome unos minutos de liberación.

Busqué a Dylan. Pero no le encontré, tampoco estaba Rocío, ni el gilipollas que iba pegado a ella en todo momento. Mi madre, que nada más verme se acercó, me ofreció algo de beber, con una expresión difícil de pasar por alto.

—No me quedaré mucho tiempo. No podía, simplemente, no venir.

—Lo sé cariño. ¿Qué tal... el embarazo?

Le costaba tanto como a mí hacerse a la idea. Siempre quiso ser abuela, pero no en estas condiciones. Sabía que no era feliz, que esto solo me haría más desdichado y peor persona, no por el niño, sino por la persona que lo llevaba en su vientre.

—Bien. El bebé va creciendo. Laura se siente cansada y... en fin... Las cosas son como son.

—Me alegro. ¿Has pensado que ese bebé necesitará amor? No por estar con la madre serás mejor o peor padre. A veces, nos obligamos a hacer cosas que nos hacen infelices, creyendo que es lo mejor, pero no siempre funciona y lo reflejamos en nuestros hijos. ¿Estás seguro?

— ¿Qué quieres decir?

—A partir de ahora, deberás evitar estar siempre enfadado, el bebé necesita crecer en un hogar lleno de amor y eso es justo lo que no tenéis entre vosotros. Si tú eres infeliz, el bebé será infeliz. No dejarás de ser un buen padre si decides vivir tu vida alejado de la madre.

—He tomado una decisión.

— ¿Vas a agarrarte a un clavo ardiendo, por tí o por Rocío?

—Qué tiene que ver ella en todo esto?

—No puedes soportar que haga su vida lejos de ti y eso, te está consumiendo. Tienes que centrarte, volver a tu trabajo, aclarar tus ideas respecto a Laura. Hacerte a la idea que vas a ser padre y vas a tener que estar al mil por ciento para ese bebé y olvidarte de ella. Le has hecho un daño irreparable y no me refiero al accidente. Coge las riendas de tu vida y echale valor y coraje, o acabarás mal. En la vida, no solo vale amar y sentarse a esperar, hay que demostrarlo y luchar.

Por toda respuesta lancé un gruñido y disculpándome con ella, con la excusa de ir a buscar a Dylan, me alejé. Pensar en sus palabras era lo que menos necesitaba en ese momento. Conseguía hacerme pensar que otra alternativa era posible, aunque era mucho más complejo que su visión de mi vida y mis tomas de decisión. ¿En verdad me estaba sujetando en Laura por no poder tener a Rocío? No. Eran como el día y la noche. No era por ese motivo. La razón, era el bebé, sería padre en poco más de seis meses.

Entré en la casa y el golpe de realidad, se estrelló en mi cara. Parecía más fría y vacía, más impersonal faltando ella. Sin pararme a pensar demasiado, llamé a Dylan como excusa para encontrar a Rocío. Era patético. Un hombre prometido, buscando a otra mujer.

<<Eres gilipollas Leighton, gilipollas de manual.>>

— ¿Dylan?

Escuché voces y gritos, a los vecinos y entre todas esas voces, a ella.
Salí de la casa dirigido por el ruido y, lo que encontré, disparó todas mis alarmas. Haciendo a un lado a toda la gente, llegue al epicentro de lo que mantenía a todos alarmados. Dylan estaba tendido en el suelo sangrando por la nariz y la ceja. El desgraciado de Jaime, sobre él, acababa de amenazar a Rocío con ser la siguiente y ya no pude contenerme más.

Le giré, para tenerlo cara a cara y le planté el primer puñetazo de muchos. No era capaz de hablar, tampoco de pensar con claridad. Cegado por toda la rabia, por las ganas que tenía de tenerlo así desde hacía tanto tiempo, le pegué una y otra vez, mientras trataba de detenerme y protegerse.

Era un hombre fuerte, tenía una altura considerable, pero a mí, me movía el odio más visceral. No sólo por encontrar a mi hermano vapuleado, sino por ella.

Fue como una iluminación. Con el primer golpe, tuve la mente tan despejada, que cada una de las piezas del puzzle encajaron a la perfección. Traté de cambiar la dirección de mis pensamientos, pero era inútil. Le sujeté del cuello y con toda la rabia acumulada, le tiré al suelo, colocándome sobre él a horcajadas.

— ¿Todo ésto por la coja? Joder, debe haberos follado bien... y yo pensando que era tan activa como una muñeca hinchable.

Entrecerré los ojos, mientras volvía a sujetarlo del cuello y continúe dándole puñetazos con tanta rabia, que pensé que acabaría con su miserable existencia ahí mismo. Ese hijo de puta era un maldito maltratador. Sabía que algo pasaba, que nada andaba bien con Rocío. Puede que una parte fuese por el odio acérrimo que Rocío me profesaba, pero su forma de actuar, la forma en que él la consideraba una propiedad suya, el no haber recuperado la movilidad completamente... Todo ello me estaba golpeando una y otra vez, lo que me hacía volverme ciego a tener compasión por el despojo que sangraba bajo mi ataque.

—¡Leighton, para! ¡Lo vas a matar!

Rocío colocó sus manos alrededor de mi brazo, tratando de detener el siguiente puñetazo, sin éxito. Podía escucharla rogando por este puto imbécil y eso me animaba cada vez más a golpearlo una y otra vez, como las palabras que ese cerdo soltó para hacerme daño. Todo estaba borroso, hasta que ella gritó algo que me paralizó.

—¡Leighton Carrington Lean! ¡Suéltalo, ya! ¡No tienes derecho a estar aquí! ¡Lo complicas todo! ¡Vuelve con tu mujer embarazada! ¡AHORA!

Solté un grito que se amortiguó entre mis dientes apretados. Rocío me observaba con una mezcla de miedo y odio, que me hizo estremecer. Necesitaba pensar, parar y pensar. Dejar de intentarlo, porque era un imposible.

Miré al despojo sangrante y levantando el puño, cerré con más fuerza la mano. Estaba nervioso, me temblaba todo el cuerpo y al final, desistí.

—Escuchame bien. Si vuelves a hacerla daño, desearás haber muerto hoy. Si vuelves a acercarte a ella con la intención de dañarla, te buscaré, te encontraré y acabaré contigo. ¿Lo entiendes? Si la tocas un pelo, me encargaré de tí y no va a gustarte.

Jaime, apenas podía mover un músculo de la cara, pero consiguió hacer una mueca, una especie de sonrisa.

—Ella es mía. No volverás a verla después de esto.

Volví a cogerle del cuello, le atraje hacia mí y antes de poder hacer nada, la guardia civil me detuvo.

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