Capítulo 27: Rocío.
Levanté la vista y la taza se escurrió de mis dedos cuando le vi frente a mí buscando algo con la mirada, hasta que nos encontramos. El sonido de la porcelana al romperse atrajo toda la atención de las personas que mostraban su respeto a mi abuela, pero solo tenía ojos para él. ¿Asimilar que estaba justo enfrente mía? Era un imposible desgarrador.
Tan perfecto, tan doloroso, tan destructivo. Imperturbable. Mi corazón chilló en mi pecho, mi mente, trató de recordarle todo por lo que habíamos pasado. Sus intenciones, sus manipulaciones, sus conquistas, el accidente, su omisión de la realidad... Todo, todo, caía con su propio peso como un balde de agua helada. En algún lugar de mi fuero interno, cabía la posibilidad que no se presentase, que se mantuviera alejado, pero no fue el caso.
¿Podía simplemente el amor que sentía anteponerse al pasado y comenzar de cero? No. La respuesta estaba claramente grabada en mis cicatrices, no porque le culpase de aquella noche fatídica, sino porque mi nuevo yo, no podía permitirse más sufrimiento.
Mis ojos sin embargo le besaron por última vez, cuando me di cuenta. Laura, volvía a estar junto a él y no solo eso, sino que volvía a dibujar en su rostro aquella expresión que me recordaba quien había ganado la competición. Claro que, yo jamás lo sentí de esa forma. Me había enamorado tan ciegamente de él, que nunca le vi como un trofeo.
La señora María, recogía los trozos diminutos de la taza.
–Cariño, Rocío, ¿te encuentras bien?
Mientras, su hermana Sole, se agachaba hasta colocar sus finos labios en mi oreja, tapando su boca con la mano como si del mayor secreto se tratase.
–Hija, tú y el inglés erais novios ¿Verdad?
Ni siquiera me dejó contestar. Tampoco habría podido hacerlo. ¿Eramos algo realmente? No. No eramos nada. No era nada para él, aparte de un juego,un pasatiempo, las noches de verano.
–Ayer cuando se te llevaron desmayada, éstos dos discutieron de lo lindo...
No quería saberlo. No quería pensar en nada referente a él y mucho menos si aquel algo tenía que ver con la mujer que le acompañaba. Era una falta de respeto, pero no sería yo quien dijese nada. No en ese momento. No cuando mi abuela, estaba de cuerpo presente en la habitación contigua.
–Pues resulta que ella, está preñada. Claro que por si había alguna duda...
¿Cómo? ¿Estaba embarazada? ¿De él? ¿Cómo...? ¿Cuándo...? Dejé de escuchar. Un pitido y a continuación el silencio inundaron mis sentidos, apenas fui capaz de respirar y aunque deseaba gritar y desmentir aquello, la mirada de Laura buscó la mía y pude ver como, en un gesto imperceptible, se colocaba la mano en la pequeña barriga que se marcaba bajo el vestido ajustado.
Respiré. Necesitaba hacerlo. Necesitaba reaccionar e ignorarlo. Estaba en la despedida de mi abuela. Era nuestro último adiós y él, había decidido destruir el momento tan doloroso, haciendo que fuese una pesadilla.
Rabia, dolor, miedo, angustia, nervios, incredulidad y tortura, fue lo que sentí tanto física como psicológicamente. Leighton iba a ser padre. Él y esa mujer, que se habían atrevido a aparecer en un momento como éste, ¿para demostrar qué? Que fui un entretenimiento, la última aventura antes de formar una familia con ella.
No me di cuenta del momento en el que me puse en pie. Ni siquiera fui consciente de estar mirándoles. A decir verdad, no lograba recordar que había pasado, ni el tiempo exacto que llevaba desde que supe la noticia. Sólo sabía que les tenía enfrente. Que Leighton no dejaba de mirarme y que Laura, disfrutaba del momento.
Cerré un segundo los ojos, respiré y al abrirlos, supe que mi mirada era totalmente intrascendente, impersonal e impermeable. Había empujado todo ese huracán de emociones hasta el fondo, en algún lugar de mi interior. Cualquier tipo de sentimiento que tuviese por él, había quedado neutralizado tras escuchar aquella frase. “Pues resulta que ella, está preñada”.
Abrazando las muletas con mis manos heladas, me acerqué a él, guiada por un instinto que no era ni sería capaz de reprimir. Mi mente embotada, quería gritarles que se largasen de aquí. No pensaba permitir que tuviesen la desvergüenza a reírse del dolor por la muerte de mi abuela.
La primera en hablar fue Laura.
–Te acompaño en…
No dejé que acabase la frase.
–No, Laura. No me insultes de ésta forma, porque no voy a permitírtelo.
Incluso decir su nombre me provocaba malestar. Lo último que necesitaba era tener que hablar con ella, pero continuabs hablando y Leighton no hacía nada por detenerla.
— ¿Cómo puedes ser tan maleducada? Mi prometido y yo sólo hemos venido a presentar nuestras condolencias ¿y tú nos tratas así?
–Cállate. Cállate de una vez.
En cuanto dijo la palabra prometido, se hizo un silencio sepulcral en la sala. O sea, no solo estaba embarazada sino que también estaban prometidos. Podía sentir como toda la atención estaba centrada en nosotras y como algo en mi cabeza mandaba una sensación de quemazón y tristeza al resto de mi cuerpo.
Antes de darme tiempo a responder, Jaime se situó a mi lado colocando su brazo en mis hombros. Por primera vez, en todos aquellos días, agradecí tenerlo a mi alrededor.
–Deberíais tener más respeto por ella y su abuela. No sois bienvenidos a este velatorio, así que marchaos por donde habéis venido y no volváis a acercaros a Rocío, porque la próxima vez no seré tan amable.
Esto último lo dijo mirando directamente a los ojos de Leighton. Sabía perfectamente que era una amenaza velada hacía él, pero en este caso no me importó. No quería volver a verlos en toda mi vida. Necesitaba poder olvidar a esta persona que tanto daño me hizo.
Leighton decidió hacer caso omiso a los palabras de Jaime y terminó de romper la distancia que nos separaba, mientras sujetaba mi brazo con suavidad.
–Rocío déjame explicarte…
Sus ojos me miraban suplicando una oportunidad de poder hablar, pero yo no quería saber nada, no quería verlos, no quería tenerlos delante, ni siquiera respirar el mismo oxigeno que ellos. Tiré de mi brazo para soltar su agarre y dirigí toda mi rabia contra él.
Cuando estaba lo suficientemente cerca, un brazo rodeó mi cintura y me lanzó hacia atrás con tanta violencia y rapidez, que solté un grito.
Los presentes levantaron el murmullo, sin embargo, nadie se atrevió a acercarse.
Jaime habló por mí, mientras se me rompía el corazón de nuevo y el dolor por la pérdida me destrozaba.
–Te daré tres segundos para que cojas a tu futura mujer y salgas por esa puerta. No quiero volver a ver tu puta cara, en lo que me queda de vida.
Me observó y le mantuve la mirada. Se acabó su poder sobre mí. No pensaba dejar que siguiese jugando con mis sentimientos. Entonces, armándome de valor, comencé la cuenta.
–Uno…
Siguió sin moverse.
–Dos…
Sin dejar de mirarme a los ojos, dio un paso atrás, cuando se dio cuenta que realmente iba en serio.
–Tres…
Se acabó.
–Vamos Leighty, dejemos a esta gente. No tendríamos que haber venido. Ellos no son como nosotros.
No me podía creer lo que había salido de la boca de esa mujer. Cerré los puños y con toda mi rabia me lancé sobre ella. No me dio tiempo a responder ya que, finalmente, alguien me tomó de la cintura y me alejó. Solo entonces fui consciente de todo el revuelo formado a mí alrededor.
Me giré a ver quién me había detenido. Jaime me mantenía sujeta contra su cuerpo agitado por el momento.
– ¿Y ésta es la gente que tanto te quiere? no sé cuántas veces tienen que humillarte para que te des cuenta, que estas mil veces mejor a mi lado, que no con ese indeseable. Aún no sé qué pudiste ver en semejante personaje.
Aunque odiaba Leighton en ese momento, escuchar como Jaime hablaba de él, provocaba en mí un fuego difícil de controlar. Tragué el nudo en la garganta. Éste, no era el momento de explotar. No otra vez.
No sé en qué momento, Jaime se separó de mí. A decir verdad, me estaba asfixiando. Quizás, eso que provocaba en mí, era el aliciente para no derrumbarme, pero ahora que me había dejado sola, mis pensamientos, tomaron un derrotero distinto.
¿Qué iba a hacer ahora sin ella? ¿Cómo podría continuar si era el pilar de mi vida? Estaba mareada, todo daba vueltas a mi alrededor. Me dejé caer en los primeros brazos que encontré, sin dejar de llorar por la falta y el vacío tan grande que sentía en mi pecho. No pude creerlo hasta que vi de nuevo la caja de madera dónde descansaba su cuerpo, rodeada de flores.
Escuchaba las palabras lejanas, como si de una alucinación se tratase y entonces, liberada por la necesidad de llorar y sintiéndome en todo el derecho a mandar al mundo a la mierda, volví a sentarme en mi lugar.
La familia Carrignton se acercó a mí para disculparse por toda aquella situación. En diversas ocasiones intentaron que saliese de aquella sala y yo ya no sabía cómo decirles que no, hasta que finalmente, en una de las quinientas veces que me dijeron lo mismo, las palabras salieron de mi boca sin controlar el tono cruel de las mismas.
–¡Dejadme en paz! No quiero pasear, no quiero ver a nadie y mucho menos comer. Sólo quiero que me dejéis en paz. Quiero estar con ella hasta el último momento ¿Tan difícil es de entender, joder?
Dylan y Alma se miraron entendiendo que no podían continuar agobiándome, y se retiraron hacia donde estaba reunida toda la familia. Jaime volvió a sentarse conmigo, y durante un momento también quise que desapareciera, y más cuando me abrazó mientras me repetía.
–Tranquila mi vida, tranquila. Esto pronto terminará y no volverás a verlos nunca más. Yo me encargaré de eso.
****
Cuando llegó el momento de la despedida, me sentía realmente sola. Ver como iba descendiendo el ataúd rompió lo poco que quedaba de mi pequeño corazón. Cuando la ceremonia terminó varias personas se acercaron para depositar sobre su tumba ramos, de las flores favoritas de mi abuela. No había ninguna corona. A ella no le gustaban y todo el mundo respetó su deseo.
Poco a poco las personas se fueron marchando pero yo no podía apartar la vista de aquella lápida fría. Escuché que uno de los encargados de la ceremonia me llamaba y Jaime decidió acercarse a ver qué sucedía.
En cuanto se apartó de mí, sentí a alguien a mi lado, cuando miré hacia el lado vi que se trataba de María. Observé que sacaba otra carta.
–Mi niña, ésta es la última carta que me entregó tu abuela. Ella quería despedirse de ti en este triste momento, pero me pidió algo y fue muy clara. Esta carta debes leerla a solas y nadie debe saber que dice. Quería que fuese un último secreto entre vosotras.
Me entregó un sobre y automáticamente lo guardé en mi bolsillo. Miré hacia donde se encontraba Jaime, pero estaba tan ocupado hablando con el encargado que no se dio cuenta de nada.
Finalmente ella me abrazó y me dejó llorar un rato más en su hombro. De verdad que no sabía cómo no se me agotaban las lágrimas. No recordaba haber llorado tanto en toda mi vida. Sentía mi cara y mis ojos hinchados. Aún me costaba asimilar que todo esto hubiese ocurrido. Me parecía una pesadilla de la cual no podía despertar.
De repente escuché carraspear a Jaime a mi lado.
–Es hora de marcharnos a esa estúpida fiesta.
Levanté la vista hacia él. Quise gritarle, pero no me quedaban fuerzas; así que solo pude hablar intentando sonar lo más firme que pude.
–Jaime, si tan estupida te parece, con no asistir es suficiente. Y ahora si me disculpais quiero despedirme de mi abuela. A solas.
Maria apretó mi mano, que aún mantenía sujeta y se retiró sin decir nada más. Con Jaime supe que no sería tan fácil.
–Rocío...
Su voz dejaba traslucir que estaba empezando a perder la paciencia. Pero no lo dejé continuar con su perorata.
–Jaime pronto regresaremos a Madrid y no creo que regrese aquí. Así que, por favor te pido, que me dejes a solas.
Entrecerró los ojos, y echó un vistazo alrededor para comprobar que no quedaba nadie. Una vez se cercioro que estábamos a solas dio su brazo a torcer.
–Como sea. Te espero en el coche. Tienes cinco minutos. Espero no tener que venir a buscarte.
Cuando se marchó sentí que por fin pude respirar. me dejé caer sobre el suelo, mientras hablaba con aquella piedra fría.
–Ayudame abuela... no sé como seguir sin tí. Ayúdame a olvidarlo y a poder seguir adelante…
Sentía como mis manos temblaban y las lágrimas volvían a mojar mis mejillas.
– ¿Quien me dirá “mi niña” con el amor que tú lo hacías? Dime como voy a poder vivir sin poder tenerte más a mi lado, porque yo no sé cómo hacerlo. ¿Por qué la vida nos ha dado tan poco tiempo? ¡Joder pude haber aprovechado más tiempo contigo! ¡¿Por qué has tenido que marcharte?!
–Se ha marchado porque estaba muy enferma y su cuerpo no resistió más.
Escuché la voz de Dylan a mi espalda.
– ¿Qué haces aquí todavía?
Se sentó a mi lado en el suelo.
–Solo estoy intentando ayudar a una buena amiga a superar uno de los peores días de su vida. Y a despedirme de alguien que era parte de mi familia y a la que me duele haber perdido.
Lo miré sorprendida. Podía ver como hacía verdaderos esfuerzos por contener las lágrimas y entonces tuve una revelación.
Por mucho que Jaime dijese lo contrario, aquellas personas estaban ahí para mi. Siempre lo habían estado y a ellas también les dolía muchísimo perder a alguien con el que habían llegado a sentirse en familia. Yo los había apartado de ella en sus últimos momentos.
Me di cuenta de que no podía seguir haciendo leña del árbol caído y que debía perdonar y entender porqué lo hicieron.
Se giró hacia mí mientras lloraba en silencio.
– ¿Crees que podrás perdonarnos alguna vez?
Me levanté sobre mis rodillas y le cogí sus manos.
–Ya estáis todos perdonados. Solo espero que vosotros me podáis perdonar a mi por mi comportamiento…
Antes de que pudiese acabar mi frase, observé como la expresión de Dylan cambiaba y acto seguido escuché la voz de Jaime.
–Ya podía estar esperándote en el coche. ¿Para esto querías quedarte? ¿Para hacer manitas con cualquiera de los hombres de esa familia? Debería darte vergüenza.
Dylan se puso en pie de un salto, pero le sujeté antes de que se lanzará a por él.
–Está bien Dylan. Ve a casa de mi abuela para la fiesta. Yo llegaré enseguida.
–Rocío…
La manera en que Jaime apretaba los puños y la vena marcada de su cuello me indicaba que si Dylan continuaba esto no acabaría bien.
–Dylan, por favor ¡Vete!
A regañadientes, me ayudó a levantarme y finalmente se marchó dejándome a solas con Jaime. Sin darme apenas tiempo de acabar de despedirme, caminamos hacía el coche.
–¿Sabes lo que habrán pensado de tí? Que eres una puta yendo de brazo en brazo. Te falta tiempo para lanzarte sobre cualquiera de estos hijos de puta. Sólo voy a decirlo una vez. Si vuelves a mirar, aunque sea una sola vez en su dirección, en la de cualquiera de ellos, te aseguro que vas a descubrir de lo que soy capaz. Aún no me has visto cabreado. Aléjate de ellos ¿Te queda claro?
Ni siquiera fui capaz de mirarlo, a pesar de lo fuerte que me agarró del brazo. Iba observando por la ventana y en ese momento lo supe. Tenía que salir de ahí. Jaime, podría hacerme mucho daño. Un daño irreparable.
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