Capítulo 24: Rocío.
Llevaba dos semanas encerrada en aquella casa. La que una vez fue mi lugar feliz en el mundo, se había convertido en una cárcel controlada por un tipo que creí conocer. Jaime era un auténtico monstruo cuando algo no le parecía bien. Por lo que decidí mantenerme alejada todo lo posible, quedándome pegada a mi abuela.
Las noches eran otra historia. A pesar de todo, me permitía unos minutos de desconexión en el patio, observando las estrellas, para darme ánimos a volver a la cama una noche más.
Mi vida se había convertido en una broma macabra desde la noche en la que no fui capaz de negarme a que Jaime me utilizase. Mi mente voló lejos, mientras me usaba a su antojo. Aunque traté de negarme, fue inútil. Sus amenazas, sus reproches, su violencia, anularon mi capacidad de tomar decisiones por mí misma. Así que escapé de forma metafórica. Volé a sus brazos y a su recuerdo. Era una idiota enganchada a un recuerdo. A un fantasma.
Desnuda en la bañera, traté de quitarme cualquier rescoldo que quedase de Jaime, cuando llamaron a la puerta. Me enrollé con el albornoz y abrí la puerta de la habitación.
-Rocío. Mina quiere verte.
Negó con la cabeza sin apartar la vista de mí. No. No podía haber llegado el momento. Ni siquiera me había dado tiempo a despedirme de ella. Corrí como pude hasta alcanzar su mano y suplicando que no me abandonara, se quitó como buenamente pudo el respirador.
-Abuela...
-Pequeña... Te quiero.
-Y yo a tí. Te quiero. Te quiero tanto... No puedes irte. Sigue aquí, conmigo. Te necesito.
Sus ojos se cerraron y contuve el aliento. Apreté su mano y volvió a abrirlos durante unos segundos.
-Mi valiente niña...
-No, no, no, no... Abuela... ¡Joder! ¡Despierta! ¡No tienes derecho a hacerme esto! ¡No puedes irte ahora! ¿¡Me escuchas!? ¡Maldita sea! Te necesito.
Me tumbé a su lado con el alma hecha un ovillo y lloré, mientras dejaba de escuchar su respiración. Las máquinas comenzaron a pitar de forma continua y Lidia, apareció, para llamar por teléfono e informar que mi abuela, ya no estaba con nosotros. Mi yaya, me había abandonado. Y yo sólo quería irme con ella, estar a su lado siempre.
Lloré y no pude dejar de hacerlo, ni siquiera cuando Jaime trató de arrastrarme y apartarme de esa cama.
Le grité, me importaba nada lo que pudiera hacer o decir. Tan sólo quería seguir en ese estado de enajenación, con mi dolor y esa sensación de estar ahogándome.
Dolía, dolía demasiado. Me dolía el pecho y mi corazón. Dolían las lágrimas que brotaban de mis ojos sin consuelo y, todo mi mundo, todo lo que me quedaba, desapareció. Se lo llevó, arrebatándomelo sin pensar en que éste era el peor de los momentos.
-Quiero estar contigo. Aún no estaba preparada para decirte adiós. Ni siquiera lo he hecho...
La ambulancia llegó antes de lo que hubiera deseado y con ella, los vecinos que se arremolinaron en la entrada de casa, provocando la ira de Jaime, que no paraba de exigir que me deshiciera de toda esa gente, que no era bueno para mi estado y que necesitaba descansar. Y por muy estúpido y grotesco que pareciese, deseé con todas mis fuerzas que el primero en aparecer y abrazarme, para asegurarme que todo estaría bien, era él. Leighton.
Sentí unos brazos rodeándome, mientras me apartaban con cuidado de su lado. Con los ojos abnegados en lágrimas, no pude ver de quien se trataba, hasta que lo sentí. Dylan estaba ahí, conmigo, a pesar de todo. Deseé apartarlo, pero me era imposible hacer otra cosa más que llorar y morirme por dentro. Hiperventilé y escuchando sus palabras lejanas, observé como la sacaban de la habitación dentro de una bolsa de plástico negra.
-¡No, no, no! No puede estar ahí. ¡Sacarla de ahí!
Las palabras de Dylan se mezclaban con las de los sanitarios y ya no entendía nada. Solo podía pensar en esa bolsa con el cuerpo de mi yaya dentro.
No podría decir en qué momento apareció Jaime, observando la escena con los ojos desorbitados. Me arrancó de sus brazos, mientras Olga gritaba detrás de él.
Todo se estaba convirtiendo en una locura. Una pesadilla. Dylan empujó a Jaime y comenzaron a pelearse. Quería gritarles que parasen. No era el momento ni el lugar, mientras los paramédicos trataban de separarles, pero no pude. No tenía voz y tampoco fuerzas.
Por el jaleo, vecinos curiosos aparecieron y sentí que la casa de mi abuela se acababa de convertir en un circo. Levanté la vista y ahí estaba él, con la cara descompuesta y la mirada clavada en mi. Intenté respirar, juro que lo intenté, pero no conseguí hacer pasar el oxígeno más allá de la tráquea.
Laura, estaba a su lado y todo se volvió negro. Ni siquiera sentí como me desplomaba en el suelo.
Cuando abrí los ojos, la luz de los fluorescentes me cegó. Por un momento sentí que todo había sigo una pesadilla horrible, pero al ver dónde estaba y quien me acompañaba, supe que todo había pasado.
-¿Dónde... Dónde estoy? ¿Y mi abuela?
-Estás en el hospital y a tu abuela se la han llevado a la morgue.
Escuchar esas palabras tan frías, vacías de emoción, como si hablase de cualquier cosa cotidiana, me Estremeció.
-Y ahora vas a explicarme por qué estabas con ese desgraciado abrazada y no fuiste capaz de buscarme a mí.
Cerré los ojos. Necesitaba a Dylan, a Alma, a alguien... Necesitaba a mi abuela. Enseguida pensé en Leight. Estaba allí. No fue mi imaginación. Él me había visto desmoronárme cuando comenzó la pelea. Iba con esa mujer y no pude soportarlo. No podía... Era superior a mis fuerzas.
Para mi suerte, una enfermera entró, al box dónde me encontraba.
-¿Cómo te encuentras?
Por toda respuesta lloré.
-Despertaste pero te dimos un calmante. Llevas dos horas durmiendo, así que cuando te encuentres mejor, avisa pulsando el botón y vendremos. ¿De acuerdo?
Asentí, implorando mentalmente, que no me dejase a solas con Jaime. No estaba preparada para explicar lo que no sabía explicar. Me aferré a Dylan porque era la persona más cercana que tenía en ese momento. Nada más. Ni siquiera supe que era el en un principio.
La mano de Jaime acarició mi pelo. Ahora, lo sentía como una forma de posesión, más que para relajarme y aunque quisiera apartarme, sabía que era inútil. Estaba sola. Sola con él y como me había demostrado... Podía hacer lo que le viniese en gana.
Me preguntaba si alguien había venido a verme, o si alguien estaría esperando fuera. Busqué con la mirada y luego le miré a él.
-Estamos solos. Te dije que esa gente no era de fiar. No te querían y acaban de demostrarlo.
Su mano se aferró a la mía y cuando estuve preparada para enfrentarme al mundo, salí de allí, haciéndome a la idea de todo lo que tenía que preparar para el entierro.
***
Llevaba la ropa que al parecer mi abuela había decidido que me pusiera. Un vestido de flores que había dejado preparado, junto a una carta con instrucciones.
No me veía en posición de poder cumplirlas todas, pero por algo tenía que empezar y ese algo, fue el vestido que, por supuesto, Jaime miraba con desaprobación. En la carta decía que no quería a un puñado de personas alrededor de su cuerpo, vestidas de negro llorando por los rincones. El día de su marcha, debía ser un día para estar unidos, como a ella le gustaba.
Cuando Lidia me la entregó, no pude sino abrir la boca y suspirar. Estaba loca. Siempre lo estuvo, pero ahí estaba su esencia. La mujer por la que daría mi vida y aún así, no fui capaz de hacer nada por mantenerla un poco más conmigo.
<<Pequeña niña.
Sé que este no es el mejor momento, pero también sé lo fuerte que eres. He tenido que pedir a Leighton que me escriba la carta. Me queda mucha guerra que dar, pero, quiero escribirla hoy, justo cuando ha salido el sol y tú te encuentras nadando en la piscina, salpicando a Black. Me encanta verte feliz. Ya sabes que yo lo soy, si tú lo eres.
Cuando la recibas, ya me habré marchado, pero no quiero que estés triste. No, al contrario. Es mi momento y lo acepto. Tampoco quiero que te enfades con él. Me ha costado mucho esfuerzo hacerles entender porqué decidí ocultarte mi enfermedad y es que, no debe ser un condicionante en tú vida.
Las cosas llegan así y debemos afrontarlo, seguir hacia adelante y tratar de vivir al máximo cada instante.
Créeme. Yo he vivido todo lo que
deseaba y estoy preparada. Por esto, necesito escribirte. Para que vivas. Para que seas tan feliz como lo he
sido yo.
Eres mi pequeña, mi amor, mi luchadora. Una persona maravillosa que conseguirá romper barreras y vencer monstruos. Solo tienes que encontrar tu camino y seguir hacia adelante, sin arrepentirte de nada. Mi lección de vida ha sido que de todos los errores, de todas las situaciones, aprendemos y nos fortalecemos y aunque no puedas verlo ahora, sé que lo harás llegado el momento.
He encontrado el amor de mi vida y lo he disfrutado cada segundo. He construido un hogar y una familia y te he tenido. Doy gracias por ello. Si supieras lo orgullosa que estoy de tí y todo lo que has conseguido con tu hermano.
Adiós mi pequeña. Siempre te llevaré en mi corazón. Siempre me sentiré orgullosa de tí y sólo deseo que cada decisión que tomes, te acerque un poco más a tu felicidad.
Te he reservado lo mejor para el final. Sé que necesitas un pequeño empujón para conseguirlo, por lo que aquí te dejo mi voluntad.
Primero, quiero que seques esas lágrimas y te pongas el vestido que he cosido para tí. Ese día, quiero verte brillar, quiero que respires y te ames.
Te he dejado algo en el cajón de la mesilla. Disfrútalo. Necesitas alejarte y volver a encontrarte. Necesito irme en paz y éste es el comienzo.
Quiero que veas el mundo a través de tus propios ojos y que me cuentes qué te parece. Es algo que debes descubrir.
Por último, vive. Aquí tienes tu casa, tu hogar y un nuevo comienzo, cuando estés preparada y dispuesta. La casa es tuya y tienes toda la libertad de hacer con ella lo que desees.
Con amor.
Tu abuela.>>
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