Capítulo 22: Leighton.

-¿De dónde vienes?

-Laura. No me toques los cojones.

-Por cierto ha llamado Brad.

La miré con el ceño fruncido.

-¿Y?

-Creo que la bruja de su mujer está de parto. Tampoco es que me haya enterado mucho... Pero bueno...

¡JODER! Miré el móvil que había dejado en casa. Ochenta y tres llamadas y cuarenta y cinco mensajes.

Pulsé la rellamada a Brad y no tardó ni un segundo en descolgar.

-¡¡¿Dónde cojones estás?!! ¡¡Ven cagando hostias al hospital!! ¡¡TE DOY UN MINUTO O JURO QUE TE ABRO LA CABEZA!! ¡¡MALDITO DESGRACIADO!! Juro por tus muertos que si estás borracho te arranco los huevos. ¿¡ME HAS OÍDO!?

Sin dejarme hablar colgó la llamada.

-¿Y bien?

Sin contestar, cogí las llaves de la moto y salí de la habitación. Laura se levantó de la cama y me siguió, reprochando algo que no estaba dispuesto a escuchar.

-¿Qué haces?

-Ir contigo. En términos prácticos soy la tía de ese bebé ¿No?

Al final, subimos en el coche. Tardaría más en llegar, pero Laura se empeñó por alguna razón que desconocía y no podía llevarla en moto en su estado.

Veinte minutos más tarde, en los que no dejó de sonar el teléfono, llegamos al hospital. Mi padre estaba en la puerta, restregándose la cara. Cuando me vio, se llevó el teléfono a la oreja y avisó de mi llegada.

-¿Dónde estabas? Van a matarte.

-Lo sé.

Corrí hasta la sala de parto y entré una vez me preparé. Todo el equipo estaba allí, con Alma despatarrada soltando todas las burradas que se le venían a la mente. Brad, se lanzó a mí, me sujetó de la bata verde y pude ver el miedo y el cabreo que sentía en ese momento.

-¡Saca a mi hija de ahí dentro! ¡YA!

Miré a Alma sudando y apretando la mano de mi amigo. Se la iba a deshacer.

-¿Epidural?

-¡¡Tú qué crees maldito GILIPOLLAS! ¡No me dió tiempo! ¡¡Brad, te odio!! Juro que te odio! ¡No vuelvas a tocarme en tu puta vida! ¡¡MIRA LO QUE ME HAS HECHO!! ¡Y tú SÁCAME A LA NIÑA DE UNA PUTA VEZ!

Gritó y me coloqué entre sus piernas. No necesité palpar, puesto que ya asomaba la coronilla morena. Iba a ser tío. Estaba trayendo al mundo a la hija de mis mejores amigos.

-Vale, Alma, respira hondo un empuja. Ya casi está. Le veo la cabeza. Queda poco.

-¡No puedo! ¡No quiero, no quiero, no quiero! ¡EPIDURAL! ¡QUIERO LA JODIDA EPIDURAL!

-Ahora no es posible. Estás haciéndolo muy bien. Vamos el último empujón. Pronto tendrás a la monstruita en tus brazos.

-¡Juro que voy a mataos a todos!

-Pero... Cariño... Empuja...

-¡Qué empuje tu puta madre! ¡Ah! ¡Joder!

-Alma, tienes que empujar más. La niña está atascada. Un esfuerzo más.

Las constantes vitales del bebé estaban bajando y necesitaba actuar rápido. Metí las manos hasta sujetar la cabeza y tiré con la ayuda del último empujón. Enseguida coloqué a la monstruita sobre Alma, que con lágrimas en los ojos y riendo, abrazaba a su hija. Brad, se agachó y las besó.

-Evolet.

-¿Evolet?

-Sí.

-Me gusta ese nombre. ¡Amigo, soy padre! ¡Soy padre!

Nos abrazamos y cuando me soltó, sin perder la sonrisa, cogió a la pequeña Evolet en brazos.

-He querido matarte, pero gracias. Mi pequeña ya está aquí. Gracias, tío. Cuando tengas a tu pequeño en brazos, verás que todo desaparece.

Le observé con una sensación vacía. Me alegraba por ellos, por fin eran padres, pero aún así, me sentía echo mierda.

-Leight, cariño. Gracias por ayudarme a traerla al mundo.

Estiró la mano y me acerqué, dándola un beso en la frente.

-No tires la toalla aún. Valdrá la pena.

No estaba seguro de que me hablaba, pero tampoco quería quedarme a descubrirlo. No quería eclipsar su felicidad con mi mal humor ni mi negatividad, así que dejé que el equipo de enfermería se encargase de ellos y salí de la sala, quitándome los guantes y el gorro.

La familia de Alma y la mía, se acercaron nada más verme. Con la emoción y la alegría por el nuevo miembro de la familia.

-¿Y bien?

-Todo bien. Les subirán a planta en un momento. La niña está bien y Alma también.

-Gracias, gracias.

La madre de ella me abrazó y su padre me dio una palmada en la espalda. Aunque necesitaba salir de allí, aguanté estoicamente. Miré a Laura que hablaba con su hermana alejada del resto. Le importaba una mierda que todo hubiera ido bien o no y enseguida me sorprendí buscándola a ella. ¿No había venido? ¿No iba a apoyar a su amiga en el momento más importante de su vida? ¿Tanto odio me tenía que ni siquiera era capaz de estar presente en este momento?

El roce de la mano de mi madre en la espalda, me sacó de esos pensamientos en bucle que sólo me hacían daño. Estaba feliz, pero algo la empañaba.

-Hijo, ¿estás bien?

Su voz reflejaba preocupación y éste día era para celebrar, así que traté de sonreír. Inconscientemente recorrí la sala de espera con la mirada, mientras le respondía distraídamente.

-Sí. Sólo estaba...

No me dejó acabar la frase.

-No ha venido y no lo va a hacer.

Escuchar  a mi madre afirmar de manera tan categórica que Rocío no vendría solo consiguió que confirmase una sospecha. Había estado con ella. Intenté mantener la calma, aunque lo único que quería es que me contase hasta el último detalle. Si no podía verla por mi mismo, me tendría que conformar con verla a través de los ojos de los demás.

–Mamá, ¿La has visto? ¿Has hablado con ella? ¿Cómo…?

Mil preguntas pugnaban por salir de mi garganta. Mi madre suspiró. Sabía que no quería hacerme daño, pero necesitaba saber de ella.

-Leigthy... Cielo... Ella...

Algo en su cara me indicó que algo no va bien. Sentí como la frustración se iba acumulando.  ¡Joder! ¿Tan difícil era de entender que necesitaba saber de ella? Me daba exactamente igual que doliese, me daba exactamente igual, que fuese una tortura, para mí era como una catarsis.

Respiré profundo para que mi voz no demostrase emoción alguna. No deseaba pagar con mi madre toda mi rabia. Ella solo quería ayudarme.

–Ella, ¿Qué, mamá?

Por un momento pensé que me iba a explicar algo más pero justo en ese momento ambos escuchamos la estridente risa de Laura con su hermana, y fue como si mi madre regresase a la realidad. Suspiró y negó con la cabeza, guardándose para ella, lo que fuese que me iba a explicar.

–No sucede nada Leight. Ella está rehaciendo su vida. Tú tienes la tuya.  Debes continuar hacia delante y olvidar el pasado.  Rocío sabe cuidar de sí misma.

Cerró sus labios en una mueca, para evitar hablar de más. Sabía que  algo no me estaba explicando. Lo notaba, pero no alcanzaba a saber qué.

–Contéstame algo... ¿Ella está bien?

La cara de mi madre era difícil de descifrar. Apartó la mirada. Eso no era buena señal. En eso me parecía a ella, así que tenía claro que realmente sucedía algo. La agarré suavemente por los hombros para obligarla a mirarme.

–Mírame, mírame, por favor. ¿Rocío está bien?

Ni siquiera me miró. Mantenía la vista en Laura, que parecía que le estuviese explicando su embarazo a todo el hospital. Como siempre buscando ser el centro de atención.

–Ella... Hijo... ¿No ves que te estás haciendo daño? Rehaz tú vida.

La solté. Sabía que no me iba a decir nada sobre ella.

–Mamá yo le hice daño a ella. Y no solo una vez. Si tuvo ese accidente fue por mi culpa, porque fui un gilipollas que solo pensaba en mi propio beneficio.

Ahora era su turno de acercarse a mí y abrazarme. No me había dado cuenta cuanto necesitaba un abrazo.

–Leighty. No. No pienses eso, ya lo hemos hablado. El accidente fue por un conductor que se puso ante ella. No por ti ¿Lo entiendes?

Volví a intentarlo por última vez.

–Por favor, solo te pido que me cuentes qué te dijo.

Podía notar la tensión en sus brazos a mí alrededor. Sé que buscaba reconfórmame, y eso me dio a entender que lo que me diría era malo. Muy malo.

–No quiere ver a nadie. Es más, no quiere que ninguno de nosotros nos acerquemos a aquella casa. Así que, cariño, si de verdad la quieres, cumplirás con su deseo y te mantendrás alejado de ella.

Después de soltar aquello, sentí que caía en mis hombros todo el peso de la responsabilidad. Debía aprender a respetar sus deseos y aunque me doliése, lo cumpliría. Le demostraría que era capaz de mantenerme a distancia.

En ese instante Laura se acercó a nosotros. Mi madre se separó de mi y regresó con mi padre para entrar a ver a la pequeña.

–Cariño, no me siento bien. Quiero regresar a casa.

Y aunque tenía ganas de decirle que  llamase a un taxi, sabía que no podía hacer eso. Al menos intentaría ser mejor persona por mi futuro hijo. Recogí mi chaqueta sin mirarle a la cara y suspiré.

–Vamos. Te llevaré a casa.

Tan solo pude ver la cara triunfal que le lanzó a su hermana y que me revolvía el estómago.

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