Capítulo 21: Rocío.

Mirándome al espejo, me horroricé de la imagen que me devolvía. No solo por las ojeras y los restos de lágrimas e hinchazón en toda la cara, sino por la sensación de no reconocerme. Pasé las yemas de los dedos por la cicatriz de la sien y la mandíbula. Con el pelo suelto apenas se notaba, pero estaba ahí, recordándome que podría haber muerto en el accidente. Escudriñé cada una de mis heridas que serían la nueva decoración de la mayor parte del lado izquierdo de mi cuerpo, para centrarme en otra cosa que no fuese la pelea, de hacía unos minutos, con Dylan.

Abrí el grifo del lavabo y me lavé la cara, cuando Jaime comenzó a aporrear la puerta.

-Rocío. Llevas diez minutos encerrada.

Suspiré, me sequé y abrí la puerta para encontrarme con su cara seria.
Sin mirarlo, pasé por su lado en dirección a la habitación de mi abuela. Era el único lugar donde deseaba estar.

-¿Dónde te crees que vas?

-No tengo que darte explicaciones.

-¿Qué hay entre ese imbécil y tú?

Me giré para encararlo. No iba a permitir que sacase el tema. No ahora, ni después de todo lo que había dicho, animada por él.

-Ya lo has visto. Nada. Y ahora si me disculpas. No me apetece seguir hablando de esto contigo.

Sujetó mi brazo y me pegó a su cuerpo. Estaba más calmado, volvía a ser él, aunque ya iba conociendo esa faceta suya de cambiar bruscamente su estado de ánimo.

-Perdóname. perdóname por lo de anoche. No he podido dormir sintiéndome culpable. Perdí la cabeza y no sé qué me pasó. Debería haberme controlado.

-Pero no lo hiciste.

-Quiero hacer algo por tí. Lo que sea. Solo pídemelo.

-Deja de ser bipolar. ¿Podrás?

-No volveré a asustarte. Estamos juntos en ésto. Dios... Si supieras lo importante que eres para mí. Lo mucho que te quiero...

Suspiré, sin saber que decir. Aunque deseaba apartarme de su agarre, no tuve el valor, sobretodo cuando me abrazó con una necesidad imperiosa. Le devolví el abrazo sintiéndome un juguete sin poder de decisión y al cabo de unos segundos, que se me hicieron demasiado extraños, me miró.

-Necesitaba esto. A veces siento que estoy haciéndote daño y no sé como arreglarlo. Por favor, ayúdame a ser bueno para tí.

-Jaime... Necesito estar con mi abuela. Por favor.

-Sí, claro. Si me necesitas, estaré por aquí.

Besó mis labios y me liberó de sus brazos.

***

-Cántale a tu abuela...

Tragué el nudo en la garganta.

-No puedo... Creo que ya no puedo encontrar mi voz...

apartó mi pelo detras de la oreja y me alejé antes de que viese la horrible cicatriz.

-Cariño, date tiempo. ¿Recuerdas la cueva? ¿Dónde iba con el abuelo? ¿Recuerdas dónde está?

Volvió a acariciarme la cara y esta vez, aguanté estoicamente, cerrando los ojos, porque la yaya no se merecía ver mi yo devastado.

-Sí, recuerdo donde está...

-Bien, hija, bien. Puedo preguntar ¿qué ha pasado ahí abajo?

-Nada... Simplemente, es que soy incapaz de olvidar lo que me han estado ocultando durante tanto tiempo. ¡No tenían... No teníais el derecho! Abuela. Hubiera luchado a tu lado... Yo podría... Nada de esto habría pasado... Si vosotros...

-¿Te das cuenta?

-¿De qué?

-Estás hablando en pasado. ¿Sabes qué quiere decir eso?

-No... No quiero saberlo...

Lloré en silencio y fui incapaz de pronunciar otra palabra más. Acaricié sus manos que se habían convertido en piel casi traslucida y huesos. Esa mujer ya no era ella. Al menos seguía teniendo esa esencia que llenaba una sola habitación solo con una palabra y eso, me mataba por dentro.

-Significa que hagamos lo que hagamos, las decisiones que tomamos y los caminos que escogemos, ya se tomaron en su momento, para bien o para mal y debemos aceptarlo y vivir con ello. No me arrepiento. Rocío, mírame. Está bien llorar y enfadarse y sentir que podrías haber hecho más de lo que hiciste, pero no hubiera cambiado el hecho de que estoy enferma y este momento llegaría.
Yo, decidí que quería pasar los últimos momentos de mi vida bien, a tu lado, disfrutando de tí y de mi vida.

-Tomaste una decisión por mí.

-No, cariño, lo hice por mí.

-Yo podría...

-No, mi niña, no podrías haber hecho nada más que sufrir y no disfrutar de mí. Tomé la decisión acertada.

-Pero... ¿Y qué hay de ellos? Me engañaron. Se rieron de mi... Me miraban sabiendo que...

-Hicieron lo que les pedí que hiciesen. Rocío. ¿Qué ha pasado ahí abajo?

-Nada. Descansa ¿Vale? Yo me quedaré aquí, contigo.

***

El tiempo se me pasó volando. Serían las once y media de la noche, cuando Jaime me despertó.

-Te has quedado dormida. ¿Quieres cenar?

Traté de estirarme con todos los músculos agarrotados. Me ayudó a ponerme en pié y salí de la habitación, tras besar la frente de mi abuela.

-¿Al final la enfermera no se va?

-Mi abuela quiere que se quede. Creo que no confía lo suficientemente en mí y la comprendo...

-¿Y tú? ¿Qué quieres tú?

-¿Acaso importa?

Decidí salir al patio, como un ritual que me había obligado a cumplir cada día a la misma hora. Me senté en la mecedora con la ayuda de Jaime y sin darme cuenta, comencé a nombrar constelaciones, mientras las señalaba. Era algo que me gustaba desde pequeña.

Leighton... Sentía que otra vez iba a comenzar con mi perorata de lo que pudo haber sido y el dolor que se me clavaba en el pecho al pensarle, pero no. Respiré y cerré los ojos.

-Estás muy callada.

-Este sitio me trae paz. La naturaleza, los recuerdos de ésta casa y mi abuela cocinando, las estrellas... Todo está donde debe estar, pase lo que pase y sea como sea.

-Cierto. Todo está como debe estar.

Jaime se acercó a mí, con los ojos brillantes y con toda la seguridad que a mí me faltaba. Cuando escuché el revuelo que se formó en la casa de los vecinos.

Casi salté del asiento, tratando de escuchar y saber porqué tanto alboroto.

-¡Joder! ¿Ni siquiera en el puto fin del mundo van a dejarnos tranquilos?

-Algo pasa.

Me dirigí hacia la casa de los Carrington, pero su mano me atrapó sin dejarme avanzar más.

-¿Vas a ir? ¿En serio? Creo que quedó bien claro quienes eran esa gente y lo que te han hecho.

Traté de soltarme sin suerte.

-Ocurre algo. Tengo que ir.

-¿A la mínima vas a dejarlo todo por esa gentuza? ¿Les prefieres a ellos antes que a mí?

-Me haces daño.

Las luces del coche del señor Carrington, se encendieron. Parecía que tuvieran prisa. De un tirón me solté y tratando de andar todo lo rápido que podía, intercepté a Adele.

-Querida, me alegro mucho de verte.

-¿Ha pasado algo?

-Ya viene el bebé. Brad nos ha llamado. ¿Vienes?

Sin pensarlo ni un segundo, asentí. Las consecuecias no me importaban en ese instante. Tan sólo podía pensar en Alma y que estaba a punto de dar a luz. Miré a Jaime que serio, me volvió a sujetar del brazo que tenía convaleciente, causándome un dolor agudo que me subió hasta la clavícula, haciéndome jadear del pinchazo y la tensión que sentí.

-Tú no vas. Ni se te ocurra ir con esa gente. ¿Te queda claro?

Su voz era un susurro. Temblé ante el juramento de amenaza que había tomado su voz.

-Alma me necesita.

-¿Para qué va a necesitarte? ¿Qué vas a hacer tú allí? Te quedas aquí y no sigas, porque estoy comenzando a cabrearme.

Adele se acercó hasta nosotros, mientras Jaime, rápidamente me soltó y volvió a dibujar su sonrisa amable. Los ojos me escocían y el temblor de mi cuerpo me delataba.

-Rocío, cariño, ¿estás bien?

-Sí. Todo bien. Le presento a Jaime. Jaime ella es Adele.

Jaime no se movió del sitio, manteniendo contacto conmigo en todo momento. Saludó interpretando su papel de buen chico y tiró de mí hacia casa.

-¿No venís? Sabes la ilusión que le haría a Alma tenerte en este momento con ella.

-No... No quiero dejar a mi abuela sola. Iré a verla en otro momento. Gracias.

-Mina estará bien con Lidia.

-Gracias, pero Rocío necesita descansar.

Adele cambió el gesto imperceptiblemente, me dió dos besos pidiéndome que al día siguiente fuese a visitarles y con todo el dolor del mundo, aguantando las lágrimas y la necesidad de ir junto a ella, se lo prometí.

¡Joder! ¡No! ¡No! ¡No!

¿Cómo iba a fallarles de esta forma?

Miré a Jaime, sabía que no iba a gustarle absolutamente nada mi decisión. Justo antes de que Adele desapareciese dentro del coche, me solté de su agarre.

–Espero que puedas perdonarme.

Mi voz fue casi imperceptible. Temblé y grité.

–¡Adele, espera!

Jaime volvió a agarrarme tan fuerte, que un quejido se escapó de mi garganta.

Y mientras la mujer volvía la cabeza hacia mí, escuché su voz amenazante.

–¿Segura que vas a dejar a tu abuela sola? Piénsalo bien, Rocío.

Era una amenaza. Lo sabía, era su forma de controlar que me quedase allí. Había amenazado a mi abuela y acababa de perder todo el control que pudiese tener sobre esta situación.

–Enhorabuena por el bebé. Dígale, que no venga. No quiero que vengáis a esta casa.

Las palabras quemaron mi lengua, la rabia, recorría mi cuerpo y el terror a sus amenazas abrieron mis ojos de una vez por todas. Jaime, era quien tenía el poder de mi vida en ese instante.

Y descubrirlo de esa forma, fue como poco, devastador.

–Has hecho lo correcto. Esa gente no te conviene.

Acarició mi cara, mientras veía alejarse el coche, con la última oportunidad de huir de él, hasta que por fin conseguí deshacerme de su agarre y entrar en casa, para encerrarme en la habitación de mi abuela.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top