Capítulo 20: Rocío.

No pude dormir en toda la noche, tras lo ocurrido con Jaime.

Estábamos besándonos y al parecer, mi subconsciente, decidió acordarse de él. Por más que deseaba olvidarle, parecía misión imposible.

A decir verdad, tampoco entendía muy bien, en que momento me pareció buena idea, dejarme llevar por el momento. ¿Tanto me estaba perdiendo a mí misma, como para cederle todo el control? ¿Cuándo dejé que ocurriese?

Salí de la habitación, y me encaminé a la de mi yaya. Lidia me dió los buenos días con cara de preocupación.

-¿Está bien? ¿Ha pasado algo?

-Adamina está bien, acaba de despertar y preguntó por ti.

-¿Te puedo ayudar en algo?

-Tengo todo en orden. Voy a cambiar la bolsa de suero y traeré la medicación.

-Lidia... ¿Me podrías enseñar todos los documentos médicos? Me gustaría saber los detalles y a que nos enfrentamos.

Con cara de pena, abrió un cajón de la cómoda y sacó una carpeta abultada con todos los informes, ecos, radiografías, pruebas, recetas y miles de documentos más, incluso los que rechazaba seguir con la quimioterapia. Con los ojos abiertos de par en par, sujeté la evidencia de que mi abuela, jamás volvería a estar bien y que sin remedio, iría apagándose hasta el final.

Estaba cien por cien segura que había empeorado por mi culpa. El accidente, había acelerado la enfermedad. Ella estaba así por mi culpa.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Respiré hondo y tragué el nudo de mi garganta. Si él estaba aquí, no tardaría mucho en aparecer su hermano. No podía permitírselo. No. Nunca.

Entré en la habitación de mi abuela, con el corazón desbocado y miles de pinchazos, como de abejas asesinas, en mi estómago.

-Lidia, por favor. No quiero ver a nadie.

-Yo me encargo.

-Gracias.

Miré a mi abuela, que mantenía los ojos cerrados, aunque sabía que estaba despierta. Traté de sonreír y la besé en la frente, permitiéndome disfrutar de nuestro contacto unos segundos más.

-Te quiero, yaya.

-Yo te quiero a ti. ¿Has dormido bien?

-Sí. Me gusta estar aquí. ¿Necesitas algo?

-Estoy bien, cariño.

Las voces del piso de abajo llegaron hasta la habitación rompiendo nuestra tranquilidad.

-Iré a ver que pasa.

-Ese amigo tuyo...

-Jaime...

-¿Eres feliz?

-...Sí...

Tardé en contestar más de lo que hubiera deseado.

-¿Y por qué no se te iluminan los ojos?

-Porque es una felicidad triste. Será mejor que vea que ocurre. No tardaré.

-Tranquila, mi niña. Recuerda, eres fuerte y valiente. No lo olvides nunca.

Dibujé una especie de sonrisa y bajé las escaleras sintiendo que llevaba plomo en los bolsillos.

Dylan levantó la vista en cuanto me vio aparecer. Jaime, se mantenía de espaldas a mí y Lidia, sujetaba el brazo del vecino, con una expresión asustada, que no me gustó.

Miré la escena que tenía delante y sentí toda la rabia que tenía acumulada saliendo a la superficie. Estaba hiperventilando odio y rabia por cada poro de mi piel.

-Ya te he dicho que ella no quiere veros.

Jaime, mantenía los puños apretados con fuerza. Cuando se cercioró de mi presencia, se puso mucho más tenso. Aún estaba tratando de descubrir mis sentimientos hacia él, después de lo que pasó por la noche, pero en ese momento ni siquiera me importaba.

-¿Qué haces aquí?

Mi voz sonó más segura de lo que esperaba. Pero es que no podía evitar sentir la impotencia de tener delante a quien formó parte de esconderme la verdad.

-He venido a veros, a tu abuela y a tí.

-¡Serás caradura! ¿Con qué derecho vienes a ésta casa? ¿Sabes el daño que habéis causado en mi familia?
¿Quién te crees que eres? ¡Sois lo peor que me pudo pasar! ¡Tú, tu primo y tu hermano!

Vi como Jaime sonreía victorioso, acercándose a mi. Tenía la sensación que estaba disfrutando con esta situación, cuando lo único que me estaba provocando era un dolor insoportable.

Dylan dió un tirón de su brazo para que Lydia lo soltase. Paso a paso intentaba acercarse a mi. Cuando Jaime, viendo sus intenciones, se interpuso entre nosotros.

-No se te ocurra acercarte a ella o no respondo...

Dylan ni siquiera lo miró. Tenía su vista fija en mi, con esa expresión de dolor que podría haberme hecho replanteármelo todo.

-Rocío, escúchame... Hicimos lo que nos pidió... No pensamos...

Aparté a Jaime de un empujón y me planté delante de Dylan.

-No pensasteis... ¿Pero la familia Carrington piensa? ¡Por qué yo creo que no! ¿¡Cómo pudisteis, siquiera pensar, que ocultarme algo así, era lo mejor!?

El pobre parecía arrepentido, pero era incapaz de parar. Le solté una bofetada, que le hizo volver la cabeza y que nadie se esperaba, de eso estaba segura. Aaguantando estoicamente, volví a enfrentarlo.

-No te quiero en mi casa, ni cerca de mi abuela ¡FUERA!

Le empujé, y juro que pude escuchar la risa de Jaime a mi espalda. Estaba más que satisfecho con esto.

Mientras rodeaba su brazo por mi cintura, atrayéndome hacia su cuerpo, habló tenso y victorioso, con regocijo.

-Mira tío, en serio. Vete. No os queremos en esta casa, ni a tí ni a ninguno de tu calaña.

El arrepentimiento de Dylan se convirtió en rabia y mirando su brazo rodeándome, por fin respondió.

-No sé quién eres ni que haces aquí, pero realmente me importa una mierda lo que tú quieras o no. No pienso moverme sin hablar con Rocío.

Respiré profundo, cerrando los puños. ¿Es qué no se había dado por enterado que no les quería aquí?
A pesar de todo, Dylan siempre supo como hacerme flaquear. Le quería como un buen amigo, aunque no se hubiera comportado como tal. Quizá debería escucharlo, por mucha rabia que tuviese.

-Habla.

Jaime agarró mi brazo con la mano libre y apretó con fuerza.

-¿Pero, no te das cuenta? ¡Te están manipulando como siempre! Con sus caras bonitas y sus buenas palabras ¡SON UNOS PUTOS MENTIROSOS ROCÍO! y el único que te está diciendo las verdades a la cara, soy yo.

De nuevo todas las emociones se juntaron en mi pecho. Los ojos y la garganta me ardían, la tensión se concentraba en mi cabeza y cerré los ojos, tratando de calmarme de nuevo. Cuando los abrí, fulminé a Dylan. Jaime tenía razón. Eran unos putos mentirosos, unos cobardes. Decían ser mis amigos, pero no. Eso no hacen los amigos. Manipuladores, mentirosos.

Dylan se acercó a mí, ignorando a Jaime. Podía sentir como su agarre en mi brazo se hacía más fuerte, pero Dylan solo me miraba a mi. Nada más que a mí y... Quise gritarle y llorar. Pero no lo hice.

-Ro, mírame por favor... Por favor escúchame, después me marcharé, pero...

No le dió tiempo a nada más, cuando Jaime me apartó y se lanzó contra él. Escuché a Lídia gritar, y toda esta situación, me rebasaba. Ya no podía más.

- ¡¡¡BASTAAAAA!!!

Mi grito hizo que ambos parasen de pelear. Creo que nunca había gritado de esta manera. Era un grito gutural que me salió de lo más profundo del alma. Era toda mi desesperación, saliendo hacia fuera, sin importar nada más.

-Basta... No sé os ocurra continuar peleando en esta casa. Dylan, por la amistad que en su momento tuvimos, por favor, vete de aquí y no volváis. La próxima vez llamaré a la policía. No os quiero cerca de nosotros.

-Ro...

No lo dejé acabar.

-¡Qué te largues, joder! No te quiero aquí... No quiero verte, no quiero oírte, no quiero hablar contigo.

Me echó un último vistazo sin decir nada más. Sólo dió media vuelta y se marchó por dónde había venido. Jaime se acercó a mi e intentó abrazarme. En ese momento sólo quería alejarme de él... Alejarme de todos. Mientras que toda la aldea, había salido al escuchar los gritos y ninguno apartaba la mirada de mí. Incluso los padres de Dylan y Scott.

-Vamos nena. Sabes que has hecho lo correcto.

Esquivé su abrazo, y vi la rabia en su cara. Pero a esas alturas ya me daba igual.

-Ni se te ocurra tocarme ahora ¿Me escuchas? Y entiende una cosa. Tú no eres nadie para tomar decisiones en esta casa, así que a partir de este momento te ruego que te absténgas de tomarlas.

Sin dejarle responder me di media vuelta y me encaminé al baño. Necesitaba estar sola.

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