Capítulo 2. Leighton.


Me puse en pié, esperando la estocada final.

–¿Es familiar de Rocío Fernández?

No encontraba la voz. Yo, que siempre tenía la última palabra en la boca, ahora me sentía como un miserable hijo de puta incapacitado.
No pude emitir sonido alguno, mientras sentía que el mundo descansaba sobre mis hombros, riéndose de mi suerte.

¿Lo mejor de todo? Durante treinta y cinco años había estado equivocado, creyendo que el universo me debía algo por el simple mero hecho de existir, cuando, era al revés.

Jamás luché por nada y cuando lo hice, solo sirvió para perderlo todo y, así me acostumbré a coger todo lo que quería, para utilizarlo y tirarlo. El problema se encontraba en como había usado la palabra libertad, para definirme, cuando en verdad era un ciego idiota, encerrado en un recuerdo. Rehén de mis propias reglas vacías.

Pedir perdón nunca fue tan inútil.

El hombre me miró de arriba a abajo, mi estado era deplorable y con todo el traje manchado de sangre, debía pensar que, más que explicarme algo, tendría que atenderme.

–Sólo es un corte.

Conseguí decir a duras penas. En ese instante, me importaba una mierda esa nimiedad. Ella y solo ella me dolía.

–La situación, es grave, hemos conseguido estabilizarla, pero es cuestión de tiempo... ver como progresa.

–Habla claro, soy médico.

El hombre cambió la expresión. Me invitó a tomar asiento y con el cansancio que ocasionaban estos momentos, se sinceró.

–Le hemos practicado una intervención quirúrgica para eliminar el cúmulo de sangre en el tejido cerebral. Por suerte, nos hemos encontrado con un hematoma intracraneal.

Mi cara era la pura imagen de la descomposición.

–¿Se han asegurado que no sea un traumatismo craneoencefálico?

Conseguí sacar la profesionalidad a pesar de sentir como la rabia me consumía y empujaba a un abismo del que no estaba muy seguro poder salir. Al menos indemne.

El hombre parecía molesto por mi pregunta.

–Quiero verla.

–Hay más. Tiene un trauma torácico, producido por el cinturón de seguridad, en éste momento respira a través de un tubo endotraqueal. Lesiones en las vértebras C2, C5, C6 y C7. Y extremidades. Dos fracturas en la tibia y por suerte, la pelvis, no se ha llevado la peor parte. El resto son cortes en cara, brazos y manos. Va a necesitar mucha rehabilitación y ayuda psicológica.

No quiero preguntar...

–¿Las lesiones llegan a la médula?

–No, por suerte, los tejidos están limpios, pero... En este tipo de accidentes... Siempre quedan secuelas. Y por ahora no podemos saber la magnitud de las suyas.

–Quiero ver las pruebas que le hayan hecho.

–Perdone pero... ¿Qué me ha dicho que es de ella?

–No, no se lo he dicho.

No podía mentir, no podía decirle qué era, ya que, ni yo mismo lo sabía. Las mentiras nos habían llevado a esta situación; así que, opte por ser sincero por una maldita vez.

–Soy... El vecino de su abuela, en Asturias, bueno... soy quien le ha hecho esto.

El hombre abrió los ojos, sopesando mis palabras.

–¿Fuiste testigo? ¿Estuviste en el lugar del accidente?

–No.  Y ahora quiero pasar.

–No puedo dejarle. Solo se admiten familiares.

–¿Ve a algún familiar aquí?

Nunca pensé que Rocío estuviese tan sola en el mundo y aún así, ahí estaba, defendiéndose con uñas y dientes cada vez que la despreciaba. Entendí o eso pensé, porqué decidió inventarse aquellas mentiras. ¿Quién no hubiera hecho lo mismo si tuviera que tratar con alguien como yo?

–Usted como médico sabe mejor que nadie que no...

–Esa mujer es la persona más jodidamente exasperante, mentirosa, insufrible, histérica y toca huevos que haya conocido en mi vida. Pero también es fuerte, inteligente, indulgente, valiente, atrevida y... ¿He dicho insufrible?

–Sí.

–Voy a entrar ahí, le guste o no. Me importa una mierda las normas, los protocolos y demás gilipolleces. Puede llamar a seguridad, si quiere. Pero nadie va a evitar que pase a esa sala.

–Cinco minutos.

–Gracias.

Cerré los ojos con fuerza, rendido, y demasiado cansado mientras sentía mi móvil vibrando una y otra vez en el bolsillo. Estaba a punto de verla, de darme una hostia contra la realidad aplastante.

Lo primero que llegó a mis sentidos fue el sonido rítmico de cada una de las máquinas que medían su saturación de oxígeno en sangre, el ritmo cardíaco y el bombeo del tubo que respiraba por ella.

Su rostro hinchado y amoratado, lleno de cortes por la rotura de los cristales, la venda de la cabeza, su brazo y pierna izquierdos enyesados. Todos esos cables rodeando su cuerpo...

Caí de rodillas a su lado, encajando mi mano con la suya llena de pequeños cortes profundos.

–No quería hacerte esto. Perdóname. Tengo tantas cosas que decirte y no sé como empezar. No sé que siento, ni que hacer para aclarar todo lo que me provocas y aún así, necesito volver una y otra vez a tí, como si el daño que nos hacemos no fuese suficiente. Pero... no puedo darte algo que desconozco... Quiero que me perdones aún cuando no lo merezco. Y quiero escucharte gritar que soy un gilipollas con mayúsculas por algo que te haya molestado. Quiero volver a hacerte el amor con el cuerpo y la mirada.
Retrocedería en el tiempo y sin dudarlo me cambiaría por tí, pero no puedo, no puedo cambiar ésto. Ha sido mi culpa. El orgullo me pudo y deje que te marcharas a pesar de saber que no estaba bien... Nada estaba bien.
Rocío... Por favor. Lucha. Por tí y por Mina y por tu hermano. Lucha y abre los ojos. Mírame. Por favor mírame. Dime que soy un capullo.
¿Cómo he dejado que llegásemos a ésto?...

–Lo siento, pero tiene que salir de aquí, el tiempo de visita se ha terminado.

Le besé la frente y traté de recomponerme sin lograrlo.

                             ...

Tras entregarme sus pertenencias, subí al coche, con el que me lié a golpes y patadas hasta destrozar toda la carrocería. Luego, aún más lleno de rabia, acabé en un bar cualquiera, bebiendo bourbon barato y cualquier cosa que pudiera acabar en el vaso y en mi organismo, para paliar este jodido dolor que me abrasaba las entrañas, haciéndome rozar la locura.

                            

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