Capítulo 18: Rocío.

Por fin, fui consciente. Alma se encontraba de pie al otro lado de la cama, observándome sin atreverse a decir o hacer nada. Tenía la barriga mucho más abultada y baja. Podría calcular una semana para que la pequeña "monstruita" naciese y conociese por fin el mundo.

A pesar de la rabia que sentía, quería abrazarla, llorar en su hombro, cuando la mano de Jaime, se posó sobre mi espalda, para ayudarme a ponerme en pie.

-Gracias, por acompañar a mi abuela.

Conseguí decir, ambas con lágrimas en los ojos nos miramos sin decirnos nada más. Cuando por fin trató de acercarse, la mano de él, se aferró a mí, más fuerte, alrededor de mi cadera.

-Lo siento mucho...

-Yo también...

Jaime, dió un paso adelante mostrando una sonrisa amable y relajada. Se presentó, extendiendo la mano en su dirección y pronunciando su nombre. Alma, le devolvió el saludo.

-Deberíamos acomodarnos. Alma, ¿si nos disculpas? Te agradecemos la preocupación, pero ya nos encargamos nosotros.

Mi amiga, nos miró desconcertada y sin esperarse aquella declaración de intenciones, asintió sin apartar la mirada de él y después de mí, esperando que dijese algo, al final decidió marcharse.

-¿Qué acaba de pasar?

Estaba descolocada, tratando de comprender qué acababa de pasar. Claro que seguramente fueran imaginaciones mías.

-Simplemente, he pensado que te irá bien descansar. Ya habrá tiempo de recibir visitas. Dúchate mientras voy a por las maletas.

Tenía razón. No estaba preparada para enfrentar a nadie. Quizás, teniendo aquí a Jaime, podría huir del mundo. No tendría que ver a Leighton. Sonreí amargada y me dirigí a darme esa ducha.

El agua destensó mis músculos, pero no pudo con el torbellino de emociones que sentía. Froté con fuerza mi cuerpo dejando que las lágrimas, de nuevo, desapareciésen con el agua, ahogando un grito que deseaba salir de lo más profundo.

***

-He estado pensando...

Levanté la cabeza para mirarle. Solté la mano de mi abuela para que la enfermera hiciese su trabajo y seguí a Jaime fuera de la habitación.

-No creo que sea necesario que se quede.

Señaló a la mujer que inyectaba la medicación a la vía de su mano.

-No te entiendo.

-Tú eres enfermera. Estamos aquí para encargarnos de la situación y sinceramente, creo que estaríamos más cómodos sin una extraña deambulando por aquí.

-La situación es mi abuela y no creo que debas meterte en ésto. No es tu decisión.

-¿Dudas de tu experiencia y tus capacidades?

-No dudo.

-Entonces qué te hace pensar que esa mujer va a hacerlo mejor que tú. Es tu abuela. ¿Ella querría que una desconocida la hurgase y la hiciese? Piénsalo. Yo te ayudaré en todo lo que necesites. Para eso estoy aquí. Rocío...

Puso la palma de su mano en mi mejilla y la acarició. Cuando se comportaba así, relajado, cuando me miraba con esa expresión de cariño y confianza en mí, no podía negarme. Me hacía sentir, después de todo, que sí valía para algo.

-Está bien. Tienes razón. A ella nunca le gustó que una desconocida deambulára por su casa.

Me regaló una sonrisa y sin más, me atrajo, dándome un suave beso en los labios, que no supe o, más bien, no quise responder.

-Con el tiempo sé que me aceptarás. Te haré feliz, me cueste lo que me cueste.

-Jaime...

-¿Rocío? ¿Eres tú?

Me aparté de él como si quemase, al escuchar a mi abuela, con voz débil llamarme y aunque quería intimidad con ella, me siguió muy pegado a mí.

-Soy yo... Estoy aquí...

-¿Por qué lloras, mi niña?

-Porque... te necesito.

-No voy a marcharme a ningún lugar. Aún no.

Desvió la mirada hacia Jaime, sonriendo con esfuerzo.

-¿Quién es éste jovencito?

-Me llamo Jaime. Encantado de conocerla por fin. Rocío me ha hablado mucho de usted.

Pasó su brazo por mis hombros sin borrar la sonrisa y me atrajo hacia él. Mi abuela nos observaba desde la cama, estiró la mano y se la atrapé.

-¿Es lo que quieres?

Dudé que responder y, tras pensalo, mentí. Asentí, mientras las lágrimas volvían a escapar de mis ojos.

-Entonces todo está bien.

-Jaime ha estado conmigo desde que salí del hospital. Me ayuda con la rehabilitación...

-Entiendo. Gracias por cuidar de mi nieta.

-No hay que darlas. Ella lo es, para mí, todo.

Volvió a besarme, esta vez en la mejilla y obligándome a sonreír, traté de cambiar el tema.

-Abuela, hemos pensado que estando yo aquí, no necesitamos a Lidia. Puedo encargarme de todo.

-Jaime, ¿nos disculpas a mi nieta y a mí? Sólo será un momento.

Sentí su cuerpo tensarse.

-Sí, claro. Estaré fuera por si me necesitáis.

Le acompañé a la puerta, prometiendo que no tardaría mucho y cerré tras él.

-¿Estás haciendo los ejercicios y la rehabilitación?

-Jaime me está ayudando mucho.

-Sí, Jaime. Se le ve muy interesado en ti. Quizá demasiado...

-Solo está preocupado. Es buen chico.

-Ni siquiera te ha soltado un segundo. Pero si es la persona que has elegido... Yo soy feliz, si tu lo eres. Mi niña fuerte y valiente.

Abracé a mi abuela para ocultar mi cara. Ya no era fuerte y mucho menos valiente. Estaba asustada, estaba perdida, y no tenía muy claro si no me estaba volviendo algo loca.

-Respecto a lo que propones... Mira cielo, confío en ti. Jamás dudaría de tu profesionalidad, pero estaría más segura si Lidia siguiese en casa.

Me separé de ella. Estaba claro. Jaime me lo advirtió en su momento, no estaba capacitada para cuidar de mí, mucho menos de otra persona. Mi yo de antes, habría sido capaz de cualquier cosa. Mi yo de ahora... No.

-Lo entiendo...

***

Salí al patio, con un dolor de cabeza insoportable, cuando mi yaya se quedó dormida. Miré al cielo lleno de estrellas y suspiré. La calma que me me hacía sentir aquel lugar, ese patio y el cielo de la noche en todo su esplendor, llenaron mi cuerpo de una sensación sanadora. Apartando de mis pensamientos todo aquello que me hacía daño.

Respiré. Cogí aire por la nariz y lo expulsé por la boca, junto a un suspiro.

-No puedes estar aquí fuera. Hace frío y te vas a poner enferma.

Jaime me arrancó de golpe esa calma que tanto tiempo estuve buscando sin suerte a encontrar.

-Hace una noche increíble... Desde aquí se ven todas las constelaciones...

El corazón se saltó un latido y me dio un vuelco, dejándome privada. La última vez que hablé de constelaciones y miré el cielo de esta forma, fue con él. El hombre que conseguía hacerme sentir amada durante unos segundos y luego una mierda el resto del tiempo y del que me enamoré de todos y cada uno de sus defectos y virtudes.

Mi imaginación voló a aquella noche. Sus ojos claros, observándome como si fuese alguien más interesante que aquel cielo. Cuando, después de hacer el amor, porque estaba claro que yo, cada vez que estaba con él, lo sentía de aquella forma, aunque para él simplemente significase echar un polvo, con cualquiera; se tumbó a mi lado y relajado, mantuvimos una conversación de mil cosas y ninguna.

Jaime, no era él. Nunca sería él. Jamás volvería a sentir de la misma forma ni a desear a alguien con tanta fuerza e intensidad. Leighton, me hizo dependiente de sus idas y venidas, de sus faltas de respeto, del amor que me daba en pequeñas dosis, de sus múltiples sonrisas y su voz, capaz de atravesar cualquier muro que iba levantando contra su ataque. Un muro, que derrumbó una y mil veces sin importar cuan herida me dejaba.

-¿Quieres enfermar? ¡Pues muy bien! -Me sujetó del brazo para llamar mi atención. -¡Quédate ahí! Mirando las putas estrellas. Cuando acabes, quizá te apetezca hacerme compañía.

Entró en casa dando un fuerte portazo que me hizo cerrar los ojos y estremecerme, por lo que decidí ir tras él, antes de que se enfadase más.

El sonido de una moto alejándose a unos metros, me hicieron frenar en seco. ¿Era él? ¿Estaba aquí? ¿Cuánto tiempo llevaba en la oscuridad? Mi corazón bombeó con tanta violencia, que sentí dolor físico.

No podía ser real. Leighton no podía ser. Puede que mi imaginación me jugase una mala pasada, debía ser. O algún motorista perdido... No... Fue mi imaginación.

Pasé el resto de la noche pensando. Jaime, dormía a mi lado, puesto que no había más habitaciones y a pesar de ello, ni siquiera era consciente de que acababa de pasar un brazo por encima de mi estómago y se dedicaba a dibujar círculos en mi piel, mientras me atraía hasta colocarme bajo su cuerpo.

Leighton me había visto. Sabía que estaba allí y ni siquiera se dignó a saludar. No quería que le viera. No quería ser descubierto, pero lo hice. No le vi, pero le escuché.

-¿En qué piensas?

Leight estaba decidido a mantenerme tan alejada de su vida, como yo lo había hecho estos últimos meses.

-¿Decías algo?

-Te he preguntado que, en qué piensas.

-En lo cansada que estoy de tener miedo a no recuperar mi vida.

-Yo te ayudaré a hacerlo. Recuperarás lo más importante.

Dejó caer su cuerpo sobre el mío, sin llegar a aplastárme del todo y me besó. Aunque traté de huir, de nuevo la mirada de Leighton, apareció en mi mente y suspiré, cerrando los ojos. Sus manos acariciaron mi piel desde la cadera hasta el cuello, rozando la curva de mi pecho y él, volvió a aparecer, con aquella media sonrisa de capullo insolente, que tanto me gustaba.

Sus labios, devoraron mi boca y suspiré, porque ya era tarde para no imaginarlo. Acababa de hacerse dueño de mi mente, de mi cuerpo y de todas las sensaciones que Jaime trataba de provocarme. Si supiese que él no era quien me hacía gemir...

-¿¡Has dicho su nombre!?

-¿Cómo dices?

-Has dicho su nombre. Estoy besándote y le has nombrado. ¡Eres una maldita zorra!

-¡No he dicho nada!

-Acabas de decir Leighton.

-Eso es mentira.

-¿Me acusas de mentiroso?

-No...

-Cierra la puta boca. Has nombrado a otro mientras te besaba. Encima a un imbécil que se folló a otra, mientras te utilizaba como basura. Eras basura para él y apuesto a que sigues siendo basura. ¿Crees que se iba a fijar en una puta coja, inútil? Joder. Pensaba que eras más inteligente. Ese tío, escúchame bien, ese desgraciado, ahora mismo estará con una mujer mejor que tú. Con otra que no tiene cicatrices y mierda por dentro. Das pena.

Lanzó un puñetazo a la almohada, justo al lado de mi cabeza, que me hizo temblar y soltar un grito. Me miró con odio y asco y salió de la habitación dejándome ahí tirada, hiperventilando y tratando de ahogar el grito que la rabia y el dolor de sus palabras, me producían. Intentando no llorar, porque últimamente, era lo único que parecía hacer bien. Llorar.

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