Capítulo 15: Rocío.

Acababa de poner un pie en suelo asturiano y ya me estaba arrepintiendo. Las muletas, primero, las piernas después. Esto iba a ser demasiado complejo. Pensar que volvía al lugar dónde comenzó todo, me oprimía el pecho y el estómago.

Dos muletas, la pierna buena y luego, la otra, que no podía dejar de arrastrar. Así una y otra vez, mientras mi pecho se encogía recordando un beso en la oscuridad del bosque.

Una caricia de unas manos fuertes y suaves, experimentadas.

Un cuerpo cálido que se pegaba al mío, encajando a la perfección.

Un escalofrío por esa cercanía que necesitaba y que jamás volvería a tener.

Un abismo que se abría ante mis pies y que cruzaba todo mi ser, empujando las lágrimas desde lo más profundo de los recuerdos. Recuerdos, que desearía hacer desaparecer de forma perenne y que no iba a conseguir jamás.

Jaime, volvía a tener esa expresión seria en el rostro desde que llegamos. Intenté animarlo, pero no. Ni siquiera yo era capaz de simular una sonrisa. Así que dejé que pasase el brazo por mis hombros, cuando unos chicos, se pararon a nuestro lado, esperando seguramente a que les recogiesen.

-¡Mierda! Necesitamos un vehículo.

-¿Serás capaz de subir a un coche?

-¿Qué haremos sino? Estamos a una hora de allí. Podría llamar a...

No me dejó terminar la frase, cuando se tensó y gritó.

-¡NO! ¿Crees que no puedo cuidar de ti? ¿Vas a confiar en la gente que te ha estado engañando deliberadamente? Yo me encargo de llevarte hasta tu abuela. Te he prometido que no voy a soltarte jamás.

Sentí un pellizco en el estómago por la intensidad de esas palabras. Por esa mirada que lanzaba a uno de los chicos que se había quedado mirándonos. Jaime, se estaba comportando de forma exagerada. No tenía motivos para esto.

-¿Y ese, qué mira?

Le agradecía todo lo que estaba haciendo por mí, que me cuidase y protegiése, pero ya se estaba pasando con intentar mantenerme en una urna de cristal.

El chico apartó la vista de nosotros, mientras yo no entendía absolutamente nada de lo que se le estaba pasando por la cabeza.

Le sujeté la mano para atraer su atención. Lo que menos necesitaba era una pelea en ese momento y, podía asegurar, que estaba a punto de comenzar una, sin necesidad.

-Alquila un coche. Te espero aquí.

Tras unos minutos pensando y lanzando miradas asesinas a los chicos, al final accedió. ¿Qué diablos? Suspiré y me apoyé en la pared, para descansar el brazo y la pierna inservibles.

Cuando Jaime consiguió el coche de alquiler, me puse nerviosa. Esperaba en el fondo, no tener que subir en un vehículo. Se acercó para meter las maletas en el maletero y me abrió la puerta, ayudándome a subir, para colocarme el cinturón de seguridad.

-Yo puedo.

-Solo estoy asegurándome que lo lleves bien puesto.

-Creo que por ahora puedo encargarme de ponerme un cinturón. Me agobia que no dejes que haga nada.

-¡Estupendo! ¿Algo más que no te guste? ¿Desde cuándo te molesta que te cuide?

Joder, otra vez no.

-No quiero discutir.

-Parece lo contrario. Te encanta llevarme la contraria y poner en duda lo que hago por tí.

-¿De qué estás hablando?

-De nada.

-Jaime. ¿Qué pasa?

-¿Qué fue eso?

-No te entiendo...

Intenté tocarle, pero se apartó violentamente.

-Sabes que lo estoy pasando mal y que me desvivo por tí... Y ¿Cómo me lo pagas? Insinuándote a ese tío. ¡Fantástico, Rocío!

En ese momento, no era capaz de centrarme en sus palabras. Justo cuando arrancó el motor y sentí el leve movimiento del coche, las manos comenzaron a sudarme y un temblor se instaló en mi cuerpo, aplastado en el asiento del copiloto. Los recuerdos del accidente se hicieron tan reales que apenas conseguía respirar con normalidad.

En mi estómago se instaló una sensación incómoda. Como si el terror se hubiera instalado justo en esa parte y retorciése mis entrañas.

-¿No vas a decir nada?

Aceleró y me agarré con todas mis fuerzas a la manilla de la puerta y al cinturón de seguridad. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas saliesen con total libertad. Una hora. Estaba a una hora de salir de ésta pesadilla para meterme en otra mucho peor, mientras Jaime, con el enfado en plena ebullición, seguía acelerando de forma brusca.

-Más despacio... Jaime... Por Dios...

-¿Sabes como me siento cuando me haces esto? ¿Acaso puedes ponerte en mi lugar?

-Lo siento... Lo siento, pero, por favor... Ve más despacio.

Ver pasar toda la naturaleza que nos rodeaba, era sentir de nuevo la realidad abrumadora de lo que mi vida estaba resultando. Necesitaba bajar, y alejarme de él. Necesitaba respirar.

Por fin, me hizo caso. Comenzó a reducir la velocidad y pude soltar el aire que retenía en mis pulmones.

-Lo siento.

Me limpié las lágrimas y le miré. Estaba asustada, enfadada y juro que deseaba pegarle, con todas mis fuerzas. Ese "lo siento", no era suficiente, para lo que me acababa de hacer.

-No, no lo sientes en absoluto.

Sacó una pequeña cajita del bolsillo de su pantalón. Y con una sonrisa, me lo entregó. ¿Era la única que veía su bipolaridad? ¿Cómo pude estar tan ciega?

-Estaba buscando el momento idóneo para dártelo...

-No puedes hacer esto. No puedes cambiar tus emociones de ésta forma.

Paró el coche en un área de servicio y me bajé todo lo rápido que pude. Aún con la cajita en la mano, cerré los ojos y respiré. Me estaba volviendo loca. Este hombre, me estaba haciendo perder lo que me quedaba de cordura, con sus cambios y sus enfados, por tonterías que ni siquiera era capaz de controlar.

Se acercó y con arrepentimiento, volvió a hablar. Ésta vez, con calma.

-Eres una persona muy importante para mí y a veces, no sé cómo controlar todo lo que me haces sentir. Cuando te prometí que estaría a tu lado, iba en serio.

-No tenías porqué comportarte así. No deberías hacer eso.

-Te prometo que no volverá a pasar. No quiero perderte. Ahora no podría soportarlo, después de todo lo que está pasando en mi vida.

Quería saber el motivo por el que había dejado el gimnasio, pero tampoco iba a obligarle. Se le veía hundido y nadie mejor que yo, sabía como se sentía el perderlo todo.

Desenvolví el papel de regalo, casi obligada con manos temblorosas y abrí la caja. Un colgante con su nombre, colgaba de mis dedos. No tenía palabras para describir el nivel de ansiedad que me estaba provocando.

-No puedo aceptarlo.

-¿No te gusta? ¿Prefieres otra cosa?

-No. Es perfecto, pero no tenías que...

-Claro que sí. Te lo mereces todo.

Se colocó detrás de mí, y pasó la cadena alrededor de mi cuello, tras quitármelo de las manos.

-Tenía tantas ganas de dártelo. Eres preciosa y no sé como agradecer que estés a mi lado en este momento en el que lo he perdido todo.

-Jaime...

Sentí su aliento en mi cuello y sus dedos acariciar mi nuca, mientras apartaba mi melena a un lado.

-Dime, amor.

Joder... No, no, no, no. Algo en mi interior despertó. Una realidad aplastante y demoledora. Jaime, quería algo que yo no estaba preparada a darle. Pensaba que había algo romántico entre ambos y aunque sintiese un profundo agradecimiento, la única emoción que me despertaba era esa. ¿Cómo no pude verlo antes? Este chico tenía un grave problema y yo estaba justo en medio de toda esta demencia.

Conseguí apartarme antes de que fuese más allá.

-¿Por qué huyes de mí?

-Creo que te confundes. Jaime, te agradezco mucho todos tus esfuerzos, nunca podré pagarte todo lo que haces por mí, pero no siento lo mismo, no de esa forma...

Entrecerró los ojos y sus labios desaparecieron en una fina línea.

-¿Qué quieres decir?

Silencio. No sabía como iba a reaccionar si pronunciaba las palabras que se agolpaban en mi lengua, hasta que reuní el valor suficiente.

-Eres mi amigo.

Se acercó hasta rozar mi cuerpo con el suyo de forma intimidatoria y con toda la rabia del mundo, escupió las palabras.

-Tú eres mi todo y ¿yo soy un simple amigo? Creo que necesitas pensar detenidamente en lo nuestro.

Me sujetó de la muñeca y tiró de mí hacia el coche de nuevo.







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