Capítulo 11. Rocío.

Jaime, me despertó con una gran sonrisa en su boca y dos billetes de tren en la mano, con dirección a Asturias. Di un respingo del susto, al encontrarlo ahí, de pie, en silencio y observándome.

-¿Qué es esto?

-Una sorpresa. Ya he preparado todo lo que tenemos que llevar y...

-¡Espera un momento! ¿Me has hecho la maleta? ¿Con mis cosas personales?

-Es una sorpresa. ¿De qué serviría si la dejo a medias?

-Ya, bueno... Pero has hecho más que eso... Has organizado mi vida sin preguntar primero... No sé si estoy preparada para ir y...

-Antes de nada. Te he dejado el desayuno en el salón. Prepárate y te espero fuera, a menos que necesites ayuda.

Negué con la cabeza, mientras sentía la tensión en el ambiente. Notaba a Jaime extraño. Ya me había comentado sus problemas en el trabajo, quizá, era eso por lo que se comportaba así. Era un buen chico, que se había molestado en abrirme las puertas de su casa, a pesar de no tener la necesidad de ello. Siempre tan atento, facilitándome la vida. Quizá, yo necesitaba relajarme un poco con él, agradecerle sus gestos y detalles, pero había algo, que me ponía en tensión, de todas formas.

-Gracias por todo lo que estás haciendo por mí. Eres un gran apoyo y sólo he sabido poner pegas a tus esfuerzos. Me apetece ir a Asturias y ver a mi abuela. Te lo agradezco mucho, Jaime.

Conforme con mis palabras, salió de la habitación dándome mi espacio y una vez que estuve preparada para salir, nos sentamos a desayunar.

-Me gustaría saber qué pasó...

-¿Qué pasó, con qué?

Hacerme la tonta, no iba a funcionar de nuevo. Tarde o temprano tendría que explicarle el porqué de mi forma de ser y el porqué de mi accidente.

Respiró profundamente y soltó la tostada sobre el plato, clavando sus ojos en mí.

-¿No tendrías que estar en el gimnasio?

-No me cambies de tema. ¿Qué pasó con él?

-Sabes lo que pasó. Susana te puso al corriente y no me apetece hablar de esto.

Me puse en pie, para recoger las sobras y hacer mis ejercicios antes de marcharnos, pero me sujetó del brazo con fuerza, desestabilizándome y haciéndome perder el equilibrio.

-Si queremos que ésto funcione, debemos ser sinceros ¿No crees?

Suspiré y mirando su mano que seguía sujetándome, cerré los ojos, tratando de ser fuerte para hablar de él, al menos, lo suficiente como para que me dejase en paz. Sentía el dolor por su recuerdo, tan latente aún, que temí, por no ser jamás, capaz de olvidarlo. Sentiría ese vacío y ese dolor el resto de mi vida y no conseguía acostumbrarme a ello.

Escuché las palabras salir de mis labios, como si no fuese yo quien las dijera.

-Él, era el vecino de mi abuela y después de mucho tiempo, supongo que seguía sintiendo algo... Nos peleamos y me marché. Después tuve el accidente y ya está.

-¿Cómo se llama?

-¿Qué importancia tiene eso?

-¿Tanto te importa, que no eres capaz de pronunciar su nombre?

Me apretó el brazo, mientras sentía toda la tensión que se iba acumulando en él.

-¿Por qué quieres que te cuente esto?

-¿Cómo se llama, Rocío?

Quería llorar. Las lágrimas, me quemaban los ojos y mi corazón bombeaba con fuerza dentro de mi pecho.

-No quiero seguir con ésto. Por favor, déjalo.

-Si yo desapareciese de tu vida ¿sentirías este dolor?

-No entiendo lo que pretendes y me estás asustando.

-Perdona. Es curiosidad. Supongo que siento celos de un fantasma. Por que... Es un fantasma ¿Verdad?

-No es nadie en mi vida.

Por fin me soltó y mi reacción fue apartarme de él.

-Lo siento. No quiero hacerte daño, ni que sientas miedo. Solo quiero cuidarte y verte feliz. Estoy pasando por un mal momento, mi ex, fue al trabajo para quejarse y estoy suspendido en empleo y sueldo hasta que salga el juicio.

Me limpié las lágrimas que se habían escapado, mientras volvía a empujar su recuerdo a lo más profundo de mi interior.

-¿Qué pasó? ¿Por qué no me dijiste nada?

-No quería preocuparte con mis problemas. Clara, se apuntó al gimnasio en el que trabajaba y comenzó a seducirme. Cuando por fin decidí dar el paso y después de unas semanas en las que parecía que todo iba bien, me acusó de algo horrible. Dijo que había intentado propasárme con ella por la fuerza y que la acosaba. Convenció a una amiga para acusarme de lo mismo y... En fin... Me despidieron hace una semana, hasta que todo éste lío se aclare.

No podía creer lo que escuchaba. Debía estar pasandolo realmente mal. Le vi derrotado, con la cabeza entre las manos, tembloroso. Me acerqué a él y le abracé, hundiendo mi cara en su cuello.

-Lo siento mucho. Todo se arreglará. En Asturias podrás desconectar y ver los problemas desde otra perspectiva.

-Te necesito, Rocío. No creo que pueda hacer esto sólo. Necesito que estés a mi lado. Por favor...

-Estaré a tu lado.

-¿Lo prometes?

-Jaime, mírame. No vas a pasar por esto tú solo. ¿De acuerdo? Ahora, ayúdame a hacer los ejercicios.

-¿Quieres que probemos algo nuevo?

-No, tienes razón. Tú eres el experto y si me dices que puedo hacerme daño, puedo esperar a más adelante.

-Aprendes rápido.

Así, nos pasamos la mañana, andando en la cinta a una velocidad reducida y aunque sabía que podía llevarla más al límite, me centré en las órdenes que me daba, para hacerle sentir que no iba a fallarle. Estábamos en el mismo barco.

A las cinco y media de la tarde, ya estábamos subidos en el tren. Era el momento de la verdad. Por fin, vería a mi abuela, pero esta vez, sería la última. Ultima vez que podría estar a su lado. Después de todo el tiempo perdido, después de la mentira que me había obligado a vivir... Todas las emociones, se arremolinaban en mi interior, arrasando con todo. Estaba entrando en pánico. Jaime, me dió la mano y se la apreté con fuerza.
Pensé que volver, sería duro, pero no tanto como me estaba resultando, saber que mi abuela me daría su último adiós y que él, podría aparecer en cualquier momento, terminó de hundirme. Tan solo deseaba que su recuerdo se quedase donde había conseguido mantenerlo.

¿Cómo podría respirar sin oxígeno?
¿Cómo iba a superar volver a verle?
¿Cómo iba a recuperar el tiempo perdido con mi abuela?

-¿Estás bien?

-No...

-Recuerda. Tú y yo, hasta el final. Estaré a tu lado.

-Eso espero.

-¿Lo dudas?

-No, pero tengo miedo. No me sueltes.

-Jamás.

Su sonrisa, se clavó en mi mente. Algo me decía que Jaime, hablaba en serio.

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