Capítulo 1. Leighton
-¿En serio vas a ir detrás de esa... Esa... Esa ridícula?
Una mirada me bastó para silenciar la voz impertinente de Laura, que seguía sujetándome para evitar que saliera corriendo.
Haciendo caso omiso a sus quejas, marqué su teléfono.
Me sentía la persona más IMBÉCIL por dejar que esto sucediese...
¿En qué cojones estaría pensando?
Un tono, dos tonos, tres y hasta que saltó el contestador de voz no logré reaccionar.
Volví a llamar una y otra vez, al menos para decirle lo estúpido que había sido desde el principio. Desde que la conocí.
Estaba claro que con eso no bastaba. Tendría que idear algo para que, al menos, cambiarse la expresión con la que me miró por última vez.
...
Nos sentamos a la mesa del restaurante donde Laura me había citado, para hablar de negocios.
-¿Te importa que me quede ésta noche en tu habitación? Con todo este día de locos, se me olvidó reservar y en el Ritz está todo ocupado...
Clavó su mirada en mí y acarició mi mano apoyada sobre la mesa, que aparté en el primer contacto, mientras no podía evitar mirar el móvil una y otra vez, esperando que esa cabezona, contestase a mis llamadas y mensajes.
Yo: 22:35
Rocío, coge el teléfono.
Yo: 22:36
No tengo paciencia para ésto, por favor. Deja que te explique.
Yo: 22:36
Rocío, hablo en serio. Iré a buscarte si no contestas en un minuto.
Yo: 22:37
Sé que me he comportado como un gilipollas y un cretino, pero, de verdad, quiero explicártelo todo y no por teléfono.
Yo: 22:37
Si quieres que te deje tranquila, al menos lee mis mensajes.
Yo: 22:38
Está bien... Si es lo que quieres... Tú te lo has buscado.
Dejé a una cabreadísima Laura, ante el plato de ensalada y pollo a la plancha, mientras salía del restaurante, con un incipiente dolor de cabeza y un cabreo de magnitudes insospechadas.
Iba a buscarla, iba a exigir una respuesta a su silencio, iba a explicar lo que no había tenido huevos a decirle y me iba a escuchar. Después, en su mano quedaba su decisión.
Conduje hasta su casa tratando de controlar lo que sentía en esos momentos. Miedo, rabia, nervios, desesperación...
Me di cuenta que esa insufrible mujer, había trastocado toda mi vida, poniendo patas arriba toda mi existencia.
Conseguía exasperárme y sacarme de mi zona de confort, permitiéndo sentirme vivo de nuevo, obligándome a sentir esta nueva experiencia de lo que significa preocuparse de alguien que no fuese yo mismo.
Dejé el coche en doble fila y llamé al portero automático, nervioso por lo que tenía que decirle.
<<Vas a disculparte y si después de escucharte no quiere volver a saber de ti, respetarás su decisión. Sea cual sea>>.
Volví a llamar.
Yo: 23:03
Estoy fundiendo el timbre. Abre.
Llamé de nuevo, pero tampoco había contestación.
Decidido a plantarme en la puerta de su casa hasta que decidiese abrirme, me colé en el portal cuando un hombre salía a pasear al perro.
...
Dos horas frente a su puerta desesperándome y con un cabreo de tres pares de cojones hasta que mi móvil vibró en el bolsillo. Sin mirar quien era descolgué.
-¡Rocío! ¿Dónde estás?
-Leighton, cielo, ¿dónde estás?
-En casa de Rocío... ¿Qué pasa?
-Siéntate y respira hondo.
-Alma ¿¡Qué cojones ocurre!?
-Es Mina... Estamos con ella...
-¿Qué tiene?
-Ha recibido una llamada del hospital... Rocío...
-¿Qué? ¿¡Quieres decirme de una puta vez qué cojones pasa!?
-Ha tenido un accidente de tráfico. Está... Grave... No saben si saldrá de ésta... ¿Leighton?...¿Leight? ¿Estás ahí? Tenemos que hablar. Tenemos que saber que ha pasado...
Solté el teléfono con la mirada perdida en su puerta. Rocío... Ella...
-¿Leighton? ¿Estás ahí? ¡Leight!
-¿¿¡Dónde está!??
-¿Qué has hecho?
Su voz sonaba temblorosa. Yo estaba a punto de implosionar.
Era mi culpa. Yo le había arrastrado a tener un accidente. Estaba paralizado, no podía creer sus palabras, no podía ser real. No. Era una confusión. En un rato aparecería por la puerta, y mantendría otra de sus broncas conmigo. Le echaría en cara que estuviese con ese imbécil y después, acabaríamos haciendo el amor en su cama, en la ducha, en el sofá y en cualquier lugar.
Le diría lo mucho que me dolía mantenerme alejado de ella.
-¡LEIGHTON!
-¡¡Dime dónde está Rocío!! ¡¡¡AHORA!!!
El lío que se formó en el portal por mis gritos me sudaron los cojones. Como las amenazas de avisar a la policía. Estaba en shock. No sentía otra cosa que miedo y odio hacia mí mismo.
Me odiaba. ¡JODER!
Bajé las escaleras de tres en tres o... No sé como llegué abajo, ni como tenía la mano sangrando y el cristal de la puerta del portal echo añicos.
No sé como conseguí subir al coche y arrancar en dirección al Gregorio Marañón.
Aceleré. Grité a todos esos gilipollas que estaban en mi camino, me cagué en los semáforos y en el tiempo que estaba tardando en llegar. Cuando por fin divisé el edificio, aceleré aún más, casi llevándome por delante a una pareja que cruzaban por el paso de cebra.
Empujé a un sinfín de personas hasta llegar al mostrador de urgencias. Todo el mundo gritaba, se quejaba y soltaban algún improperio sobre mi persona y mis modales.
-¡Dónde está!
-Disculpe, señor, debe esperar su turno.
-¡Rocío! ¿¡Dónde está!?
Dos tipos con uniforme de seguridad aparecieron.
-Caballero, espere su turno.
-¡Quiero saber dónde está Rocío!
-O se tranquiliza, o se larga.
¿Qué posibilidades tendría de liarme a hostias con esos dos y entrar a buscarla? Ninguna.
Respiré hondo por primera vez en mucho tiempo y me dirigí a ellos con una falsa calma.
-Sólo quiero información.
-Y toda ésta gente ser atendidos.
Retándoles con la mirada, apretando los dientes y los puños, volví al final de la fila.
Diez minutos. Tuve que esperar diez putos, largos minutos, que se me hicieron eternos, hasta ser atendido.
-Rocío Fernández. Ha tenido un accidente de coche.
-¿Es usted su familiar?
La señora de recepción me estaba tocando los cojones. Di un golpe en el mostrador llenándolo de sangre y sin sorprenderse, me mandó esperar en la sala contigua.
-Allí le dirán algo cuando sepan su estado. ¿Quiere recibir atención?
No entendí a lo que se refería, hasta que observé mi mano chorreando sangre.
Lancé un gruñido como toda respuesta y me alejé.
Parecía un león enjaulado dando vueltas en la sala sin que nadie me dijese nada.
Una hora, dos, tres.
Los pacientes y sus familiares iban y venían, pero yo seguía allí. Sin saber. Por mi cabeza pasaron mil ideas, desde entrar, hasta liarme a hostias con la puta máquina expendedora que no paraba de parpadear sacándome de mis casillas.
Me senté en el suelo, con la cabeza entre las manos, tratando de aguantar estoicamente. Sintiéndome tan perdido, que me costaba respirar.
-¿Alma?
-¿Sabes algo?
-Nadie me dice nada. Quiero destruirlo todo. Quiero... Retroceder el tiempo...
Estaba roto. Sentí que me desgarraba por dentro con cada latido.
-Pero, eso es imposible, cielo... Todo saldrá bien. Yo me quedaré con Mina. Está ingresada. Brad, estará allí mañana por la mañana. ¿Podrás aguantar?
-No lo sé... Pide perdón a Mina, dile que...
-Leighton... No creo que pueda aguantar mucho más... Lo siento...
Todo se estaba desmoronando como un castillo de naipes en el aire. Yo había creado esa situación. Era el maldito efecto que provocaba allá donde fuese.
-Yo...
-¿Familiares de Rocío Fernández?
Miré al medico y por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, me permití liberar las lágrimas que pugnaban por salir.
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