Capítulo 22

Mis últimos días en Manchester se desarrollaron como un espejismo.

No sentía que nada de lo que estuviese viviendo fuera real; cada dos minutos tenía que recordarme a mí misma que esa era mi vida, que yo me llamaba Natalia, que era médico, que estaba en Manchester, que me volvía a Murcia… y un sinfín de afirmaciones más. Al parecer era algo llamado despersonalización o desrealización, creado por mi cabeza para no sucumbir a la ansiedad.

Pues que así sea.

No por ello era menos doloroso.

No había conseguido cruzarme a Jason desde mi última conversación. Se las apañaba para entrar y salir de casa cuando yo no estaba, no iba a zonas comunes y, en el cuarto, no hacía ningún tipo de ruido que me hiciese sospechar que podía querer entablar alguna conversación.

Yo por mi parte había recuperado mi insomnio de conciliación, y había perdido la poca paz que me quedaba al refugiarme en casa. Seguía sin querer volver, pero entendía que, en estas circunstancias, era lo que tenía que hacer. Y, al contarle a mis padres lo ocurrido, tampoco tenía otra opción.

Por otro lado, me vendría bien aprender a estar sola... o eso me estaba obligando a creer…

(…)

Mis amigos vinieron a despedirse la noche anterior a la salida de mi vuelo.

Natalia dos me trajo un café de Starbucks, Camila me prometió que se cuidaría y que tenía un plan real establecido para su futuro. Anand apareció y, muy en secreto, me aseguró que planeaba encontrar la manera de vencer sus miedos (Andrew posteriormente, me lo confirmó). Harry bromeó sobre la “penosa fiesta de despedida” y organizó un viaje conjunto para verme; y Enri y Chris habían vuelto a ser pareja. Me alegraba por ellos, se merecían esa segunda oportunidad.

Donia encontró el momento de acecharme a solas, en un baño, como era costumbre.

- Quiero que seas la primera en saber que voy a intentarlo. – los ojos le brillaban de emoción.

- ¿Intentar qué?

- Tener una cita. Con Harry. – no pude reprimir el gritito de alegría.

- ¿En serio? Qué bien.

- Ha sido gracias a ti… bueno, no gracias, porque detesto lo que ha pasado… - dejó de hablar.

- Sigue, sigue. – no quería que el tema tabú estropease la ilusión de mi amiga.

- En fin… no creo que no quisieras a tu novio, pero has necesitado conocerle a fondo para saber que no era la persona con la que querías pasar el resto de tu vida. Y me parece más o menos razonable.

- Cuánto me alegro, de verdad. Espero que os vaya genial.

- Yo también. Me hace mucha ilusión. Gracias por todo. Te voy a echar muchísimo de menos.

- Y yo a ti. Sabes que estas invitadísima, cuando quieras, tienes una casa a la que ir.

- Y tu si quieres volver…

No sabía si querría volver. Me había encantado la ciudad pero la sensación que me llevaba era tristemente agridulce. Muchas cosas excelentes y muchas cosas horribles. La balanza era positiva, pero me costaba que terminara de inclinarse al lado bueno.

Me gustaba creer que todo sería más fácil si Jason se hubiera acercado a despedirse.

En los últimos dos días, se había desvanecido del mapa.

El cuarto estaba completamente vacío y ni Tess, ni Enri tenían idea de a dónde se había marchado.

Dudé pero tome la decisión de escribirle.

Me voy ya. Se que no te gusta que te lo diga, pero ha sido un placer volver a verte y conocerte mejor. Espero que todo te vaya muy bien. Cuenta conmigo para lo que necesites. 16.00

Cogí el vuelo justo a esa hora y al poco estaba aterrizando en Madrid y trasladándome en tren a mi antigua casa, en Murcia.

(…)

A la vuelta de los viajes las maletas siempre parecen más pesadas, supongo que porque con el final de la aventura, y vencida la adrenalina, solo queda tu “yo” con lo aprendido en el camino.

Entré en casa con mis llaves, tratando de no despertar a nadie. Mi madre era la única que sabía que volvía y me esperaba en el salón haciendo bolillo con cualquier serie de fondo, como la dejé hacía 2 años.

Percibió que entraba, pero no se movió del asiento.

- Hola mamá. – susurré.

- Hola Natalia.

No esperaba un abrazo de bienvenida, ella no era así. Sin embargo, con todo lo que había pasado, era un momento en el que necesitaba ese tipo de apoyo que suele dar una madre.

- Siento lo que ha pasado. – añadió.

- Sí…

- … pero no le cuentes nada a tus hermanos, no es el ejemplo que debes darles.

- ¿Qué tipo de ejemplo, mamá?

- Ya sabes a lo que me refiero.

No sabía si se refería al de haber fracasado en mi experiencia en el extranjero o al tema Javi y Jason, y decidí no preguntar.

- ¿Cómo están?

- Pues Pedro está ya empezando a salir, con 16 y fumando. Aprovechando que estás aquí deberías hablar con él y decirle lo malo que es para su salud, a ti te escucha.

- ¿Gonzalo?

- Tiene dudas con la carrera, está dudando con psicología ¿puedes creerlo?

¿Qué era lo difícil de creer del asunto?

- Debería hacer algo con más salidas laborales, pero claro, tu padre que es “el bueno” le ha dicho que tiene que hacer algo que le guste y a mi me deja como la mala de la película.

Mmm hogar dulce hogar.

Me reservé para mí el preguntar por Juan. Quería verle por mi misma, era el mayor de los tres y siempre habíamos tenido una relación especial.

Me despedí, demasiado cansada como para fingir que la desproporcionada escala de valores de mi madre era realista.

Soñé con él. Con que conocía mi habitación de toda la vida, azul celeste, con peluches y libros por todas partes. Con que le gustaba mi familia, con que se entendía con Juan, le encantaba a mi padre, jugaba con Maca…

Soñé que me besaba, con la intensidad con la que lo había hecho en persona, pero más veces, y más tiempo.

(…)

Los días siguientes trajeron una oleada de responsabilidades. El papeleo para trasladarse a mitad de curso facilitaba mi tarea de mantenerme ocupada, pero no conseguían quitarme del todo la angustia del pecho.

Mi padre me lo notó la noche que fui a cenar con ellos.

- Natalia – gritó Maca corriendo a mis brazos. Estaba enorme, disfrazada de princesita. La levanté en volandas.

- Madre mía, eres toda una princesa.

- Y tu una reina. – dijo mi padre, y una punzada de dolor me atravesó el cuerpo.

- Te hemos echado de menos. ¿Te quedarás? – apareció Elena, la mujer de mi padre, por la cocina.

- Poco tiempo, planeo irme a Madrid. Es donde la oferta de hospitales es mayor y me han puesto menos pegas para reincorporarme a mitad de curso.

Tras una cena encantadora, nos quedamos manteniendo una conversación profunda padre- hija.

- Te noto ausente, Natalia.

- Han sido unos meses difíciles, papá.

- Y sin embargo en las videollamadas que hacías te he visto más feliz que nunca. ¿Qué te ha hecho abandonar lo que te estaba haciendo tanto bien?

Encogí las cejas y puse una mueca de dolor.

- ¿Que ha pasado, cariño?

- No… no he podido hacer nada.. tuve una oportunidad y la cagué y creo que perdí lo mejor que podría haber tenido.

- ¿Y estás segura de que lo has perdido?

Recordé a Jason diciendo que no le merecía la pena y en como no contestó a mis mensajes. Ni siquiera le aparecía como enviado. Me habría bloqueado.

Asentí y dejé escapar unas lágrimas.

- Creo que no le merecía la pena…

- Mi niña bonita… siempre tan capaz y tan brillante. – me acarició la cabeza. Todo me recordaba a él. – si quisieras, estoy seguro de que podrías… no obstante, tu conoces lo que es mejor para ti. Y sabes que te voy a apoyar con cada decisión que tomes.

Le abracé aún más fuerte y esa noche hice una llamada que llevaba procrastinando desde hacía días. Me noté el corazón latir muy deprisa mientras marcaba cada número en el teléfono.

- ¿Nat?

- Hola, ¿Cómo estás?

Hubo una pausa demasiado larga para la pregunta que había realizado.

- Bien, ¿y tú?

- Bueno… bien. – cogí fuerzas para asumir la derrota. - Te llamaba porque tendría que ir a recoger mis cosas al apartamento de Valencia y… lo he atrasado unos días pero creo que es hora de ir haciéndome a la idea…

- No me lo creo. – parecía sorprendido de verdad. - ¡lo ha conseguido!

- ¿Conseguir el qué?

- Te has vuelto a casa…

- Sí… ¿quién ha conseguido qué?

- Jason, por supuesto, nadie más hubiese podido...¿Cómo te convenció?

- Javi, no estoy entendiendo… - se quedó callado al otro lado de la línea.

-¿Javi?

- Natalia, dimos con el apartamento en el que estabas gracias a que él prometió a Angellica que te haría dejar el país… supuse que te lo habría contado…

Me quedé en silencio absoluto. El riesgo. No le merecía la pena el riesgo. Mi riesgo.

- Tengo que hacer otra llamada.

- ¿Y el piso de Valencia?

- Mañana te escribo.

La cabeza me iba a mil por hora, y el corazón a tres mil. No podía ser.

¿Sería verdad? Después de todo, otra vez, lo había hecho por mí. Como siempre, por mí.

- Hola Nat – al otro lado de la línea, sonó adormilada. - ¿estás bien?

- Donia, necesito un favor.

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