CAPÍTULO 1.
¿Conocen esa emoción, esa adrenalina corriendo por tus venas que uno siente todo el tiempo en situaciones bajo presión?
Bueno, te diré que no es algo bonito, especialmente cuando llegas a tu trabajo llena de sangre, encima de un paciente, dándole RCP constantemente mientras los paramédicos empujan apresurados la camilla hasta la sala de emergencia.
No es nada bonito, cuanto todavía te quedan varias horas antes de empezar tu turno, horas que puedes aprovechar desayunando o incluso mejor, durmiendo calentita y limpiecita en tu cama, disfrutando de sueños eróticos y hombres sexys imaginarios tocandote por todas partes, como si tu fueras la reina y ellos tus sirvientes, deseosos de cumplir con todas tus fantasías habidas y por haber.
Es algo bastante lamentable, pero desgraciadamente esta es mi vida y lo será por un laaaarrggooo tiempo. Lo único que me queda es intentar reanimar el corazón de este idiota.
La pequeña habitación enseguida se llena de médicos y enfermeras cuando los dos paramédicos bajan al hombre junto conmigo de la camilla y lo colocan en la cama de operaciones, de la cual rápidamente me bajo y no pierdo tiempo en romperle la camisa azul claro de par en par, colocar los cables en el pecho y activar el desfibrilador hasta 100 voltios.
—Despejen —digo a la vez que levanto las manos y enseguida el pecho del tipo se levanta como si le hubiesen golpeado por la espalda, con un extraño sonido muy parecido al de una cámara.
—Sigue en asístole —dice una enfermera a mi lado observando la pantalla del electrocardiogramas pero no me rindo y vuelvo a cargar el desfibrilador a mayor potencia.
El pecho del hombre vuelve a levantarse con fuerza junto con el mismo sonido. Para mi alivio empiezo a escuchar el pulso en el electrocardiograma y la respiración se normaliza considerablemente.
—Bien hecho Bella —admite el doctor Nadir con una sonrisa paternal en su rostro, mi mentor y un gran cirujano en el hospital— A partir de ahora me encargo yo.
Suspiro agotada y asiento con la cabeza a la vez que empiezo a caminar hacia la salida del quirófano.
Estas son las cosas que debo soportar todos los días.
...
—UF, menudo cambio —espeta Anna cuando salgo del pequeño baño del cuarto de descanso para los médicos de guardia, envuelta en una diminuta toalla amarilla y la piel húmeda. Habían unas cuantas literas y taquilleros distribuidos por toda la habitación, pero aparte de eso todo estaba parcialmente oscuro y no había ventanas por lo que me sobresalté un poco al oír a Anna tan repentinamente— Por un momento pensé que eras un zombi cuando te vi entrar llena de sangre por la sala de emergencias.
Es una interna igual que yo. Esta acostada en la cama de abajo de la litera al lado de la puerta del pequeño baño, con el brazo derecho cubriendo sus ojos y la mano izquierda sobre su estómago, con su largo cabello rubio desparramado por toda la almohada.
Se veía muy cansada, y aún vestía el pulóver y los pantalones azules, lo cual me indicaba que recientemente había salido de una cirugía.
—¿Cómo estuvo la guardia? —pregunto mientras me seco el cabello frente al espejo de casillero. Usualmente mi cabello era rizado y rebelde pero gracias a la humedad se estaba comportando bastante bien mientras me lo recogía en un moño alto, dejándome algunos rizos en los bordes de mi cuero cabelludo.
—Horrible —responde con voz ronca y cansada— Estoy a punto de morirme.
Agarro un uniforme azul parecido al de Anna que siempre guardo en mi taquilla y me pongo el pulóver encima de la cabeza con desganez.
—Te entiendo. Yo no he descansado absolutamente nada —admito igualmente agotada.
Aparta el antebrazo de su cara y me mira bajo sus largas pestañas que en ese momento se veían decaídas al igual que el azul cielo de sus ojos y la palidez enfermiza de su tez. Unas enormes ojeras rodeaban sus ojos formando unas horribles arrugas en forma de arco que le daban un aspecto demacrado.
—Tu al menos pudiste dormir algo. Yo no he podido dormir absolutamente nada desde hace dos días. Necesito urgentemente unas vacaciones.
Sin poder evitarlo río a la vez que me pongo los pantalones, amenazando con caerme de culo al piso.
—Buena suerte con eso amiga. Como únicamente te den vacaciones es acostándose con el jefe de cirugía o el director del hospital.
Una mueca de asco se forma en sus grisáceos labios.
—Wakala, que asco. Ninguno de los dos —rápidamente se incorpora poniéndose boca a abajo, con su cara de frente a la mía y una sonrisa pícara adornando sus labios— Creo que el Dr.Nadir Sahar, tu mentor, sería más de mi tipo. ¿No crees que es atractivo?
Enseguida la imagen de Nadir me llega a la mente y frunzo el entrecejo. La verdad es que mi mentor era un hombre muy atractivo a pesar de sus casi cuarenta años. De cabello negro entrecano, alto, con ojos cobrizos amables y una sonrisa que deslumbra por si sola. Sin embargo no pude evitar sentirme algo incómoda, después de todo él es lo más parecido a un padre para mi.
—No lo sé. No lo creo —admito sentándome en el borde de la litera para ponerme los zapatos.
—Vamos, no me digas que no te haz dado cuenta de la forma en que te mira. Es obvio que está loquito contigo —dice dramáticamente.
—Deben ser ideas tuyas —bramo rápidamente, levantandome luego de abotonar los zapatos y terminando con ese tema de una vez por todas— Vámonos, de seguro nos deben estar buscando ahora mismo.
Anna resopla con molestia y a duras penas logra levantarse de la cama.
—Está bien, pero ni creas que he terminado con este tema porque no lo he hecho.
...
—¡Dije que no! —me sobresalto al escuchar el grito que resuena por toda la sala y el bolígrafo con el que escribía el informe encima de la mesa de recepción se me resbala de entre los dedos— ¡Dije que no quiero nada de negros ni gente como tu!
La enfermera de la recepción levanta los ojos de la pantalla de la computadora, obviamente ofendida con los gritos. Después de todo ella también es negra y varios pacientes sentados en la sala de espera o cerca de las máquinas expendedoras también reaccionaron al escuchar los gritos.
Me doy la vuelta, quedando frente a frente con el cuarto donde se encuentra Nadir, al parecer intentando calmar a un paciente.
—Por favor, entienda que su vida está en riesgo y si no hago esto podría morir —empezó a explicar Nadir con paciencia.
—Pues entonces busquen a alguien que sea como yo porque no pienso que un puto musulmán como tú me toque —espetó el paciente con el puro desprecio en su voz.
Ok, ya es suficiente.
Con paso decidido me dirijo a la habitación y abro la cortina, tal vez con demasiada fuerza. Enseguida todos los ojos se fijan en mi y no puedo evitar sentirme cohibida, especialmente debajo de "su" mirada. Sus ojos eran lo más azules que había visto en toda mi vida y al ver su rostro mejor sin toda esa sangre, pude notar que era realmente atractivo. Del tipo que definitivamente te deja boquiabierta. Debía tener unos treinta y tantos años, y a través de la bata de hospital podía observar claramente un cuerpo bien formado y ejercitado que me hizo tragar saliva con dificultad.
Era hermoso, pero del tipo peligroso.
Una venda cubría su cabeza y tenía dos yesos en su brazo y pierna derecha.
Al verme primeramente sus ojos se abrieron con sorpresa, luego me repararon de pies a cabeza incomodandome más, hasta terminar en mi rostro, el cual se quedó mirando un buen tiempo hasta que el Dr. Nadir interrumpió el momento.
—Ella es Alisha Miller. La interna que te salvó esta mañana de morir en la calle —dijo con cierto tono de orgullo en su voz, casi agradeciendo que llegara en ese preciso momento. Nadir era demasiado bueno como para saber poner ese tipo de personas en su lugar.
Enseguida la cara del hombre se descompuso. La curiosidad en sus ojos cambia inmediatamente al desprecio.
—¡¿Qué?! ¡¿Esa negra me salvó?! —brama con desdén y sorna.
Inmediatamente me puse recta como un trapeador y todos mis músculos se tensaron debajo de mi piel.
Nadir avanzó un paso hacia el con los puños apretados y yo temiendo lo peor rápidamente lo agarré del brazo, evitando que haga una locura.
—Doctor, recuerde que tiene una cirugía a las 11:30. Váyase, yo me encargo de él.—le dije amablemente.
Nadir me miró y luego miró al paciente, pero al final se retiró dejándome solo con él.
Nos quedamos en silencio, intercambiando miradas rencorosa hasta que finalmente me moví para tomar su expediente encima de la mesita al lado de su cama, bajo su intensa mirada.
—Ya veo, Alec... —digo al leer el texto.— Un coágulo en el cerebro es peligroso ¿sabe? —manifiesto sin apartar la vista de la hoja— Podría provocarle un derrame cerebral e incluso la muerte...—lo miro de reojo. Se claramente que me está mirando el trasero en vez de prestar atención a lo que estoy diciendo, rápidamente me aparto.
Se encoge de hombros como si nada y finalmente sube su mirada sube a mi rostro con toda su calma.
—¿Sabes quien soy yo?
Frunzo el ceño extrañada.
—¿Debería? —pregunto súbitamente nerviosa.
Una sonrisa de medio lado se forma en sus labios con un pequeño hoyuelos en su mejilla derecha.
—Deberías. Soy bastante conocido en internet, y para ti no soy Alec. Llámame Ares.
—¿Ares como el dios de la mitología?—pregunto más curiosa y noto que sus ojos caen en la zona de mis pechos. Rápidamente me los cubro con la carpeta entre mis brazos tragando saliva ante su atenta mirada. Intentando no parecer tan nerviosa de lo que estoy— ¿Porqué?
Vuelve a sonreír, como si lo que acabase de decir fuese lo más gracioso del mundo y en su lugar me pregunta:
—¿Qué se siente? ¿Eh? ¿Cubrir el puesto de alguien más?
Mi entrecejo se vuelve a arrugar confundida.
—¿Qué?
—Me refiero a que este puesto no debería ser tuyo. Estas ocupando el puesto que debería ser de alguien verdaderamente americano.
—Nací y me crié en los Estados Unidos...
—Eres solo un parásito más que se alimenta de este país. Nada más. El mundo sería un lugar mejor si todos ustedes volvieran de África o de donde quiera que sean.
Oh. Ya entiendo. Con que con esas estamos.
—Eso es bastante hipócrita considerando que fueron "ustedes" los que nos trajeron a estas tierras en primer lugar para esclavizarnos. Además, ustedes también son intrusos en estas tierras. Los verdaderos Americanos fueron los indios que habitaron estas tierras primero que tú gente. No te creas mucha cosa solo porqué...
—Si que tienes una boquita suelta ¿eh?—indica interrumpiendome. Sus ojos se tornan un tanto más oscuros de lo normal, mirándome directamente a los labios— Me dan ganas de hacer muchas cosas sucias con ella.
El aire se me detiene en la garganta y mis piernas literalmente parecían estar hecha de gelatina.
El calor de su intensa mirada me quemó hasta atravesar mi piel. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron y sentí como se licuaban mis entrañas. ¿Qué demonios estaba diciendo?
Luego pestañea, y pestañea otra vez desconcertado como si no pudiera creer lo que acababa de decir él mismo.
—Larguese de aquí —dice con brusquedad luego de un minuto de silencio— Tengo que descansar y creo que voy a vomitar si sigo viendo tu cara de negra.
Abrí la boca insultada y estuve a punto de gritarle las cosas que no pude decirle en la cafetería pero de repente la cortina de la habitación volvió a abrirse adentrándose una mujer de cabello rojo corto por encima de los hombros y ojos grises, de piel lechosa y pecas distribuidas por su nariz y parte de su mejilla. Esta al verme, su cara se puso más roja que un tomate, posiblemente por la rabia, y pronto decidí que sería mejor irme de ahí por ahora si no quería amanecer junto con ese encanto en una celda de la policía por agresión.
...
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