Zhelayu

Yulia Robinson, la fotógrafa, te miró con los ojos muy abiertos en cuanto entraste al estudio.

—¡Qué bella chica flapper!—exclamó. Tenía los ojos más azules que habías visto en tu vida.

—Eh...gracias—respondiste, pasando los dedos por la peluca negra de corte bob que traías puesta. Nunca habías estado ante una fotógrafa que irradiara tanta energía.

Yulia se acercó a ti y caminaron juntos hasta la mesa y el fondo art decó que ella tenía preparado.

—¿Estás nervioso?—te preguntó.

—Un poco.

—¿Por qué?

—Es la primera vez que seré fotografiado con ropa de mujer para una revista rusa.

—Entiendo, es algo muy atrevido. Por eso estamos muy agradecidos de que hayas aceptado. No te preocupes, a muchos les van a fascinar tanto las fotos como la entrevista. Yo te entrevistaré, por cierto.

—¿Eres periodista?

—Periodista, fotógrafa, editora, lo que se necesite. Hago de todo un poco. Zhelayu aún es una revista muy joven y no contamos con mucho personal.

—¿Entonces tú ideaste el concepto?

—¡Sí! ¿No es genial?

Asentiste, impresionado. Esta chica hacía de todo y no se le veía cansada. Su pasión era contagiosa.

Ya sentado en la mesa, tomaste la boquilla para cigarro y posaste siguiendo las indicaciones de Yulia. Estabas acostumbrado a todo tipo de fotógrafos; dinámicos, callados, perfeccionistas y algunos lascivos. Nunca había convivido con uno como ella. Su mirada te acariciaba como si fueras arte vivo, no un maniquí. No podía dejar de verte, ni tú a ella. ¿Por qué? ¿Eran sus alborotados rizos pelirrojos? ¿Su nariz llena de pecas? ¿O los penetrantes ojos azules?

Tu corazón se estrujó mientras te retocaban el maquillaje a media sesión. Todo esto era demasiado repentino e intenso. ¿Te gustaba Yulia? Sí, claro que te gustaba. Muchas chicas te habían gustado después de que te dejó Lena, mas esto era distinto.

Debo tranquilizarme, te dijiste para tus adentros.

Sabías que eras un hombre frágil, debías marcar tus límites.

La pasaste tan bien con Yulia tras la cámara y la música electro swing de fondo que el tiempo se te fue volando. Cuando menos te diste cuenta, la sesión había finalizado y una de las asistentes te trajo un abrigo y una taza de café humeante. Yulia se inclinó a tu lado para mostrarte algunas de las fotos.

—Maravilloso trabajo—dijo—. Espero poder fotografiarte de nuevo muy pronto.

—Sí...yo también.

Agradeciste para tus adentros cuando Yulia te ayudó a quitarte la peluca y la red, pues así no notaba el incipiente rubor que se extendía por todo tu rostro. No era justo lo que estaba haciendo con tus sentimientos, tú estabas convencido de tenerlos bajo tu control después de estar tanto tiempo solo. ¿Qué clase de superpoderes tenía para sacudirte con su sola presencia?

Basta, no puedes darte ese lujo. ¿Quieres salir lastimado de nuevo?

Yulia te dio con detalle la dirección de sus oficinas para la entrevista la siguiente semana y tú, tras darle las gracias, fuiste a cambiarte de ropa. En el taxi de regreso a casa escribiste tu experiencia a Sergey y Alisa, quienes te felicitaron por ese trabajo tan arriesgado.

No tardaste en pensar en Yulia Robinson. Tras unos instantes abriste el buscador en tu teléfono, picado por la curiosidad. Solo te tomó un momento encontrar su página web y, mientras la leías, una parte de ti te decía que lo mejor era detenerte ahora.

Pero podríamos ser muy buenos amigos...

Yulia Robinson era una joven artista y fotógrafa de veinticuatro años nacida en San Diego pero criada en Moscú toda su vida. Fue una de las co-fundadoras de Zhelayu antes de que se convirtiera en una revista física, cuando solo era una página web de tests, recetas, zodiacos y prensa rosa.

Insatisfecho con la información, te sumergiste en sus redes sociales; la joven había viajado a muchas partes del mundo y tenía mil y un fotos posando junto a monumentos o degustando comida exótica. También en algunas se le veía sonriente en marchas del orgullo gay.

Esta chica vive al máximo...

De entre todas las fotos una llamó tu especial atención: Yulia aparecía sentada en una mesa junto a una chica de su edad. En medio de ellas había un ostentoso pastel de chocolate con una bandera cuyos colores conocías muy bien: negro, gris, blanco y púrpura.

Tu corazón volvió a encogerse. Leíste el pie de la foto: "¡Estoy muy contenta de que por fin aceptes tu identidad! Te quiero mucho Lula, amigas por siempre, xo".

Su amiga...su amiga es como yo.

De pronto todo temor desapareció.


Una vez más

Miraste a los lados, ansioso. Gente elegante por aquí, gente elegante por allá. Conversaban, reían, la pasaban bien.

Quizá esto fue demasiado, pensaste. Debí elegir un lugar más casual.

Consultaste la hora en tu teléfono: habían pasado diez minutos desde la hora acordada.

Tal vez tiene un problema. No ha transcurrido mucho tiempo. Tranquilízate.

Tus manos no dejaban de sudar.

—Espero le guste aquí...—musitas, viendo la pantalla del teléfono.

Amore mio era tu restaurante de comida italiana favorito, solías pasarla bastante bien aquí junto a tus amigos. Yulia era una chica de mundo, muy sofisticada, por supuesto que amaría el restaurante. O quizá ya lo visitó antes.

Yulia llegó disculpándose cinco minutos después.

—Lamento hacerte esperar, el taxi no llegaba—dijo—. Y tuve problemas ubicando aquí.

La viste tomar asiento. Portaba un sencillo vestido negro y se había recogido los gruesos rizos pelirrojos.

—No te preocupes, no esperé mucho.

—Este sitio tiene mucha clase, me gusta—dijo, contemplado alrededor.

—No creí que aceptaras salir conmigo...

—¿Por qué no?

—Fue muy repentino. En cuanto terminó la entrevista te pedí que saliéramos, debí tomarme más tiempo.

Hablabas demasiado rápido. Sentías el rostro ardiendo.

—Y yo no esperé que me invitaras a salir—respondió ella, sonriendo—. ¿Sabes? Ya estaba planeando una manera de acercarme sin verme tan atrevida. Pensé que te había asustado el día de la sesión.

—No, fue genial. Tú eres genial, creo que me gustas. Bueno, no lo creo, estoy seguro.

Yulia tomó tu mano por encima de la mesa.

—Tú también me gustas.

La viste seria por primera vez. Nunca creíste conectar tan rápido con alguien. Ella solo necesitaba verte para hacerte sentir querido y aceptado.


No volver

Alisa esconde su nariz y boca entre sus manos, cierra los ojos y suspira. La contemplas en silencio un momento, arrepentido por lo que le acabas de informar.

—Eh...Ali...

Alisa levanta una mano para pedirte silencio.

—Estás loco—dice por fin.

—¿Qué?

—¡¿Por qué vas a quedarte allá?!

—Porque me gusta, creo que tendré una buena vida aquí.

—P-Pero, tu contrato con la agencia y...¿Y dónde vivirás? Tu vida ya no será la misma.

—Ya envié un correo electrónico a la agencia, todavía no me contestan, y pronto iré a buscar un apartamento. Me irá bien, no te preocupes.

—¿Pero...y nosotros? ¿Nicholai, Tasha, tu madre? ¿Tus amigos de la academia?

—Ellos todavía no lo saben, se los diré pronto. Te lo dije primero porque confío mucho en ti, eres la más prudente.

La chica apoya una mejilla en la palma de su mano y te mira con preocupación. Se encuentra en la sala de su apartamento chic y con mucho rosa. Solían pasar muchas tardes ahí viendo películas extranjeras junto a Nicholai y Natasha. Tú, del otro lado de la pantalla, te relajas en el tranquilo café A.M. casi vacío a esta hora del día.

—Te agradezco mucho que me hayas dicho esto, y perdón si no te estoy apoyando como esperabas, pero es que me parece una tontería—dice—. Entiendo que el estrés nos pone muy mal en ocasiones, yo también he sentido el impulso de empacar tres mudas de ropa y huir a Tokio, mas recuerdo lo bella que es mi vida aquí, y a mis padres y amigos y eso desaparece.

Das un sorbo a tu café negro ahora tibio.

—Esto...esto no fue un impulso, Lisa. Vine aquí solo para vacacionar y terminé enamorado del lugar, de su gente y de...alguien en específico. Nunca había sido tan feliz.

—Oh, ya entiendo. Entonces esto tiene que ver con alguien.

Asientes.

—¿No crees que estás yendo muy rápido?—te pregunta, muy seria—. Apenas vas a cumplir un mes en el pueblo. Sé lo duro que ha sido él amor para ti, pero...

—Ella me acepta tal y como soy. Eso es algo que jamás creí encontrar en alguien, estaba resignado a vivir sin experimentar ese tipo de amor otra vez.

Hay tantas cosas que quisieras decirle; lo estrecho y mágico que es tu lazo con Taissa, relatar todas esas madrugadas de oírla cantar, leer tus poemas en voz alta y bailar con ella en brazos. Pero Alisa no podría comprenderlo, se preocuparía aún más por ti.

—Leonid...¿estás seguro? Ya no habrá marcha atrás.

—Sí, totalmente.

Los ojos de Alisa comienzan a brillar por las lágrimas. La chica parpadea varias veces para espantarlas.

—Está bien, no me queda mas que desearte lo mejor. Espero que nos visites de vez en cuando...

—¡Claro que lo haré! El hecho de que me quede aquí no significa que dejaremos de ser amigos. Los aprecio mucho.

—Y nosotros a ti.

Alisa termina la videollamada diez minutos después y regresas tu teléfono a la mochila con cierta desazón.

Esta decisión va a herirlos mucho, piensas, mirando tu taza vacía. Pero es lo mejor para mí.

Esbozas una leve sonrisa. Perlas de Medianoche te fascina, pero sabes perfectamente que si Taissa no estuviera aquí hubieras vuelto a casa desde hacía tiempo.

Ella fue quien me atrajo hasta aquí sin saberlo.

Recuerdas la hermosa pintura de la sirena, el asombro que te invadió en cuanto la admiraste por primera vez.

Nuestras almas están demasiado unidas ahora. Moriré si nos alejamos.


Conexión

Taissa devora un trozo de pescado seco tras otro con una mano mientras que extiende la otra para que le apliques el líquido en las uñas. Tú, tras dejar la mochila a un lado, te sientas junto a la piscina inflable.

—Ya no te pondré eso—dices—. Estuve investigando en la biblioteca hoy y esa cosa te hace mucho daño.

Le tomas la mano y te llevas el dorso a los labios.

—Me gustaría poder cuidarte todos los días de la semana para asegurarme de que nadie más te aplicara eso.

Taissa deja de comer y esboza una leve sonrisa. La débil luz del foco hace brillar sus ojos de miel.

—Traje ese libro donde investigué para leertelo, es muy interesante. No me canso de aprender sobre ti, en serio eres fascinante—sacas el libro de la mochila y le muestras la portada donde aparece un dibujo vintage de una sirena—. Quien lo escribió tenía una amiga sirena y yo sospecho que su relación era como la nuestra.

La sirena se emociona en cuanto escucha lo último. Tú, enternecido, abres el libro ante su mirada curiosa. Recuerdas haber dejado un pequeño post-it en el párrafo donde te quedaste.

—Oh, aquí está. Me quedé en el capítulo 4—dices, pasando tus ojos por las primeras líneas—. Va a ser muy interesante.

La sirena aplaude con suavidad mientras mastica el último trozo de pescado seco que había en su bolsa.

—¿Lista?—preguntas, y te aclaras la garganta para comenzar a leer:—. Las sirenas solo tienen un vínculo emocional en toda su vida. Si bien son capaces de enviarse mensajes psíquicos con las demás de su especie, en el caso de la pareja esto va más allá: se pueden enviar sabores, colores, paisajes, sensaciones e incluso imágenes de lo que haya alrededor. La conexión puede ser comparable con un GPS muy avanzado, pues las sirenas saben la ubicación la una de la otra en cualquier momento, sin importar la distancia.

Taissa y tú contemplan una serie de fotografías que muestran un experimento donde colocaron a una pareja de sirenas en un enorme laberinto bajo el agua, una en cada extremo; ambas supieron dónde se encontraba la otra y no dudaron en ningún momento.

—Quisiera tener esos poderes—dices, y Taissa apoya su cabeza en tu hombro. Su cabello está ligeramente húmedo y te invade el aroma a brisa marina—. Pero supongo que lo nuestro es diferente porque no soy una de las tuyas.

Taissa te toma del brazo y frota su mejilla contra tu hombro para después suspirar. Faltan cinco horas para que abran en Rocafuerte. Deseas que el tiempo se detenga. Podrían darte mil horas junto a Taissa y aún así no sería suficiente.

—Yo no sabría dónde estás, pero tú sí, ¿verdad?—le dices, pasando tus manos por su cabello—. Por eso eres capaz de visitarme en sueños y ponerles tanto color, por nuestra conexión. Yo podría volver a Rusia y tú sabrías dónde estoy.

Taissa asiente.

—Qué hermoso, es como magia.



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