Sogno Di Caspian
La mano de Lena era suave y muy cálida. Cada que la tomabas sentías un pinchazo agradable en el pecho y un nido de pájaros en el estómago. Ambos caminaban juntos durante el receso escolar, ignorando las burlas de la mayoría de sus compañeros varones. Las niñas, por su parte, estaban sorprendidas de ver que el duende Kiper tenía un lado dulce. Decían que Lena y tú se veían muy lindos juntos.
Aquel día comieron su almuerzo sentados en el pasto del jardín escolar, charlando sobre sus planes para la tarde de hoy. Estaban tan cerca que sus rodillas se tocaban. Eso te ponía muy nervioso, y la sensación no desaparecía a pesar de convivir tanto. Cada miércoles y jueves en la tarde Lena iba a tu casa. Comían uno de los tantos almuerzos precocidos que había en el congelador, veían la televisión y luego escuchaban música mientras hacían sus deberes. Lena solía llevar un CD de su colección, la cual era bastante variada; la semana pasada resolviste problemas matemáticos con europop de fondo y después coloreaste mapas al ritmo de grunge. Lena parecía no tener un gusto musical definido, y eso te fascinaba. La música que ponía nunca la había oído antes.
—¿Dónde consigues esos CDs tan únicos?—le preguntaste una vez durante la hora de la comida.
—Son artistas independientes, o sea no muy famosos. Tengo una prima que le encanta ir a festivales de música alrededor del mundo y cada año me trae CDs de esos artistas. Me gustan mucho, creo que son más apasionados que los cantantes famosos.
La jornada escolar terminó y, como ya era costumbre, tomaron el autobús juntos. Antes de que Lena fuera tu novia, a ti te entristecía que tu madre estuviera tantas horas en su trabajo. Ahora eso te agradaba un poco, pues así podías pasar toda la tarde con Lena a tus anchas. La presencia de tu madre los incomodaría mucho.
—Oye, Leo—dijo Lena mirando por la ventana del autobús.
—¿Sí?
—Cuando seámos mayores, ¿vas a casarte conmigo?
No tuviste que meditar mucho tu respuesta.
—Sí.
—¿Y tendremos hijos?
—Sí. Tres.
Lena clavó su mirada en la tuya.
—Creo que vas a ser un buen esposo—dijo, y te dio un breve beso en la nariz. A veces te costaba creer que esta niña tierna y gentil era la misma que desafió a la profesora el primer día de clases.
Yo soy de los pocos que conocen al Hada Kiper, pensaste. No solo al duende.
Al llegar a tu casa calentaste dos porciones de pollo con puré de papas mientras que Lena puso la mesa y después sacó el refresco del refrigerador. Morían de hambre, así que no perdieron el tiempo.
—¿Qué álbum trajiste hoy?—le preguntaste tras comer un poco de pechuga.
—Se llama Sogno Di Caspian. Los músicos son un dúo francés llamado Lust for a Vampyr. Son muy versátiles. Hacen música céltica, downtempo y también vals con un estilo de época victoriana.
Lena era una niña muy inteligente, y siempre usaba palabras complicadas a la hora de hablarte sobre los músicos. ¿Qué demonios era "versátiles" y "downtempo"? No tenías ni idea, pero no te atrevías a preguntar. De ninguna manera ibas a mostrarte como un chico sin cultura ante los ojos de tu novia. Quizá, poco a poco, aprenderías conforme escucharas los álbumes.
Terminaron de comer en solo quince minutos. Lavaron los platos juntos y despejaron la mesa para hacer sus tareas. Lena sacó de su mochila el álbum, cuya portada era una pareja de época victoriana bailando juntos en un salón. Vestían totalmente de blanco, pero tenían manchas de sangre. Lena fue a ponerlo en tu reproductor y al instante la sala se llenó con un vals elegante que te transportó a una época muy lejana.
—De pronto tengo ganas de usar una peluca empolvada y tomar té—dijo Lena, haciéndote reír.
El tiempo se fue volando entre esquemas del aparato respiratorio y reseñas de El señor de las moscas. Con Lena a tu lado disfrutabas hasta las actividades más tediosas. De vez en cuando la veías de soslayo, inmersa en sus actividades, y contenías un suspiro. Qué chica más bonita y lista era Lena. Nunca creíste que alguien pudiera gustarte tanto hasta que ella besó tu mejilla por primera vez. Al terminar las tareas Lena puso el álbum de nuevo y te invitó a la sala a bailar. Tú la miraste con los ojos muy abiertos.
—No sé cómo—dijiste, avergonzado. Lena se encogió de hombros.
—Yo tampoco. Ven, hay que aprender juntos.
Caminaste hacia ella ya más traquilo. La chica guió tu mano izquierda a su cintura, haciéndote estremecer. Nunca habías estado tan cerca de una niña. Te agradaba el calor de su cuerpo y su olor a fresas.
—Sigue este ritmo—dijo Lena—. Y uno, dos, tres, cuatro, uno, dos...
Se movían de un lado al otro, torpes y risueños. Tu mente no tardó en vestir a Lena con un exquisito vestido de princesa y decorar su cuello con un collar de oro. La sala del modesto apartamento se convirtió en un salón repleto de otras parejas danzantes con pelucas altas y rostros estoicos. Lentamente sus pies se iban alejando del suelo, levitando en el salón. Diste una vuelta a la princesa Kiper y ella hizo una leve reverencia antes de volver a posar su mano en tu hombro. Una vez más los minutos se volvieron segundos, y el salón se desvaneció en cuanto llegó tu madre.
—Menuda fiesta—dijo, viéndolos con una sonrisa. Ustedes se separaron a la brevedad con los rostros encendidos, lo que divirtió aún más a Polina.
—Creo que...creo que ya es hora de irme—dijo Lena, yendo a la mesa para tomar su mochila. Tú quitaste el CD del reproductor y fuiste con ella para entregárselo. Tras despedirse de Polina, Lena salió del apartamento y tú la acompañaste a la parada. Una vez ahí, volvieron a tomarse de la mano.
Bar Rocafuerte
—...muchos güeritos como usted han venido últimamente por eso, no sé si sabía. ¿O nomás va a divertirse en la orilla?—dice la taxista, una matrona rolliza de piel canela con un tono de voz muy agradable. Tú, en los asientos de atrás, dejas de escribirle a Sergey en tu teléfono y te quitas uno de tus auriculares.
—¿Disculpe?—dices, sonriendo. Ella te ve un instante por el espejo retrovisor y también sonríe.
—Nada, solo le preguntaba por sus planes en Perlas.
Los taxistas mexicanos suelen hacer preguntas muy personales, pero por alguna razón no te sientes incómodo. Todos con los que has hablado desde que llegaste a Ciudad de México son muy alegres y parlanchines, con mucha curiosidad en la voz.
—Vengo a ver a la famosa sirena del Rocafuerte—respondes—. Y a descansar un poco de mi trabajo. Creo que necesito tiempo para mí mismo.
—Entonces ha venido al lugar indicado. ¿Y a qué se dedica?
—Soy traductor literario.
—¡Ah, con razón habla tan bien el español, oiga! Y no un español feo, uno muy bonito. Como de madrileño. Tengo un hijo que es profe de inglés, da clases en la secundaria del pueblo. ¿Usted habla inglés?
—Sí, aunque no tan bien como el español.
—Yo tomo cursos de inglés por las noches tres veces a la semana. Quiero aprender lo elemental porque a veces los gringos no entienden ni jota de lo que digo y pues yo tampoco a ellos.
La taxista se dispone a contarte sus anécdotas más graciosas con pasajeros estadounidenses y chinos. Le pones total atención, olvidando por un momento tu creciente ansiedad. En menos de media hora estarás frente al hotel Monarca, el cual se encuentra a solo minutos del mar y del bar Rocafuerte. Por fin podrás conocer a Taissa y recorrer los paisajes que tanto inspiraron a Igor Vistin.
El tiempo pasa muy rápido y, cuando menos te lo esperas, la taxista cambia de tema:
—Ya estamos en Perlas, muchacho. ¿Qué te parece?
Por primera vez desde que llegaste a Baja California Sur, sientes el sofocante calor del clima y te empieza a temblar el cuerpo. Miras por la ventana, maravillado por lo brillante que se ve el mar a lo lejos, las casas pequeñas y los lugareños usando pantalones cortos o vestidos ligeros. El conjunto chándal que cargas puesto no tarda en molestarte y sientes el impulso de quitártelo ahí mismo.
—Es...es precioso. Me fascina—contestas, para después tomar tu teléfono y grabar el paisaje. Envías el video a tus amigos, quienes no tardan en responderte; Sergey dice que desearía estar ahí mientras que Nicholai te pregunta qué tan sudado tienes el trasero. Alisa, por su parte, te envía una foto suya usando un filtro con gafas oscuras y un fondo de playa. Tu madre mira el video, mas no te escribe nada.
—¿Y cuál es su país?—pregunta la taxista—. ¿Es tan pintoresco como aquí?
—Rusia es fria y la gente un poco distante, pero buenas personas en general. No se parece ni por asomo a México, al menos no a los lugares que he visitado. Solo he estado aquí y en Ciudad de México.
—Ufff, el Estado de México es horrible y la gente muy pelada. Los extranjeros que van allá suelen generalizar todo el país solo por ese pequeño Estado podrido.
—Menos mal que solo fue un día y que no salí del hotel—contestas.
La taxista vuelve a sonreírte por el espejo retrovisor.
—Si mi marido supiera las cosas que digo de su tierra...—contiene una leve risita—. Mire, ahí está el Monarca.
Miras hacia enfrente para encontrarte con un hotel pequeño pero elegante. La taxista se detiene justo frente a él. Tú, embelesado, bajas, le pagas y le das las gracias.
—Pasela muy bien, muchacho—dice.
Ves el taxi alejarse. Das media vuelta y te tomas tu tiempo para contemplar el hotel. Es un edifico blanco de estilo art decó, de seguro lleva muchos años aquí. Quitas un mechón de cabello que cubre tu frente y te soprendes de lo húmeda que está. Entras al hotel con paso vacilante y sientes un alivio instantáneo con el aire acondicionado. El vestíbulo no es muy grande y hay solo tres personas en los sillones individuales. Te diriges a la recepción donde un chico pecoso toma tus datos, busca tu reservación y te entrega una llave de aspecto antiguo. Reservaste la habitación 21, la misma que ocupó Igor Vistin cuando se hospedó aquí.
Qué vintage es este lugar, piensas, entrando al elevador. Seleccionas el piso dos y contemplas tu reflejo en una de las paredes; luces cansado, pero tus ojos no han perdido su brillo. Llegas y caminas por los pasillos hasta dar con tu habitación. Entras a ella, maravillado por lo simple que es. Te sientas al borde de la cama unos minutos. Deberías ponerte a desempacar, mas la imagen de Taissa esperándote se apodera de tu mente una vez más. Abres una de tus maletas, escoges unos pantalones cortos y una camiseta simple y los dejas sobre la cama junto a unos calzoncillos estampados de gatitos, unas zapatillas deportivas y calcetines largos. Emocionado, entras a la ducha y te lavas lo más rápido que puedes. Sales unos ocho minutos después sin molestare en secar tu cabello. Te vistes frente al espejo del tocador, después aplicas bloqueador solar a tu rostro, brazos y parte de tus piernas. Ya listo, guardas parte de tu dinero, la llave, tu teléfono y tu diario de viaje en tu mochila estilo cartero, la tomas y abandonas la habitación. En el elevador acomodas la mochila en tu hombro sonriendo a la mujer rubia de piel tostada que está junto a tí. De seguro es una turista estadounidense, a juzgar por los lentes de sol vistosos, la cámara colgada al cuello y las sandalias estampadas con flores. Ella te ignora y se mira las uñas. Salen juntos del elevador y apuras el paso fuera del hotel. El calor te azota en cuanto pones un pie afuera. Lamentas no haber traído una liga para recogerte el cabello. Cruzas la calle al malecón de la playa y te dispones a caminar por los bares, cafés y restaurantes hasta dar con el Rocafuerte.
El corazón te golpea el pecho, amenazando con escaparse por la boca. Turistas y lugareñas te lanzan miradas pícaras pero tú no te das cuenta. Te detienes al ver el Rocafuerte; su exterior simula la cubierta de un barco pirata y en la entrada hay un esqueleto de utilería junto a un cofre de tesoro. Hay una fila considerable para entrar, y solo te basta fijarte en una de las ventanas para ver que está repleto. Mierda, esto no se parece en nada a tus fantasías; ahí el bar no estaba tan lleno y la mirada de Taissa se posaba en la tuya justo cuando entrabas. Una conexión instantánea y poderosa.
No voy a darme por vencido, piensas. Ya he llegado hasta aquí.
Te formas en la fila, matando el tiempo en tu teléfono. Hablas con tus amigos, escribes a tu madre y lees uno de los libros de sirenas que descargaste durante tu vuelo a ciudad de México. Pasan cuarenta minutos y la fila avanza muy poco. Eso no te frustra, pues sabes que valdrá la pena. Bostezas muy seguido y el calor te agota todavía más, pero te esfuerzas en mostrarte positivo. Tras poco más de una hora la fila avanza más rápido y por fin llegas a la entrada, donde un camarero te pregunta en inglés si vienes con los que están detrás de ti.
—No, vengo solo—respondes. El camarero te hace pasar y te guía a tu mesa. Camina tan deprisa que apenas tienes tiempo de apreciar las pinturas, fotografías y los timones en las paredes azules. A lo lejos, cerca del escenario donde toca una banda en vivo, miras la enorme pecera rodeada por jovencillas que se toman fotos junto a la sirena. No puedes vislumbrar ni un poco de su delicada figura. Llegan hasta la terraza con vista al mar.
—Pronto vendrá alguien a atenderle—dice el camarero.
—Gracias, amable caballero—dices con tu perfecto español, y el camarero luce notablemente sorprendido. Te da una leve sonrisa antes de volver a la entrada.
Contienes un suspiro, molesto contigo mismo. ¡Era obvio que iba a suceder algo así! Es Julio, la época donde las familias y parejas salen de vacaciones, ¿cómo demonios creíste que el restaurante bar más popular del pueblo no iba a estar lleno?
Miras el mar para tranquilizarte; hay niños y uno que otro perro jugando en la orilla. Hay una gaviota posada en el balcón de la terraza y otras ocho en el cielo. Sus graznidos se mezclan con el sonido del mar. Eso te basta para volver a sonreír. Ya estás adentro, solo es cuestión de esperar hasta que haya menos gente.
—Bienvenido al Rocafuerte—dice una voz femenina en inglés a tu derecha. Volteas, encontrándote con una joven como de tu edad de piel bronceada y cuerpo esbelto. Su cabello, negro y brillante, está peinado en un par de trenzas danesas. Lees su nombre en un prendedor que tiene en el pecho. Se llama Julieta.
Julieta te entrega el menú y tú lo lees sin mucho detenimiento. Todos los platillos se te hacen apetitosos.
—Umm...será un cóctel de camarón y una Pepsi, por favor—dices. Ella asiente y anota en una pequeña libreta.
—¿Algo más?
—No, es todo. Gracias.
La chica sonríe.
—No esperé que me hablara en español—dice.
—Quiero practicarlo un poco más. ¿Voy bien?
—Demasiado bien. Eh...—baja la mirada por un instante—. Volveré en un rato con su pedido. No tardo.
Tus tripas rugen con anticipación. Estabas tan concentrado en ver a Taissa que ni siquiera habías pensado en comer. Matas el tiempo fotografiando el paisaje y enviándoselo a Natasha, quien te responde que está muerta de celos. "¡Para la próxima vamos ahí con Nico y Lisa!" te escribe. Julieta vuelve con tu comida tras unos minutos.
—Buen provecho—dice.
—Eh...disculpe—dices antes de que se vaya.
—Claro, dígame.
—¿Cómo a qué hora hay menos personas aquí? Es que quería ver a la sirena, pero me es imposible ahora.
—Creo que ha venido un poco tarde. Justo a esta hora y en la noche es cuando hay más clientes. Si quiere ver a la sirena en paz...bueno...¿le molesta madrugar?
—No, para nada.
—Entonces venga mañana a las seis, justo cuando abrimos. De seis a diez solo hay pescadores desayunando y el ambiente está muy tranquilo. Podrá tomar todas las fotos que quiera.
Una vez más te imaginas sintiendo la mirada de Taissa y no puedes evitar sonreír.
—Aquí estaré. Muchas gracias.
Desayunando con la sirena
Despiertas casi media hora antes de que tu alarma suene. Tomas tu teléfono de la mesita de noche y estrechas la mirada ante el brillo de la pantalla. Esbozas una sonrisa. Hoy es el día.
Te duchas aún más rápido que ayer y te vistes con uno de tus tantos conjuntos chándal. Perlas de medianoche es un pueblo cálido, pero, según lo que has leído en el diario de Vistin, sus mañanas suelen ser bastante frías. Esta vez sí secas tu cabello y te lo recoges tras la nuca. Sales del hotel casi corriendo. No sientes nervios hasta que cruzas la calle y empiezas a caminar por los restaurantes. Perlas es un lugar totalmente distinto a esta hora, hasta parece un pueblo fantasma; el cielo tiene una tonalidad que no se decide entre el azul o el gris y hay tanto silencio que solo se escuchan el rumor de las olas y algunos pescadores charlando a lo lejos. Quizá luego vayas a visitar los muelles.
Llegas al Rocafuerte y entras con el corazón encogido. Esta vez sí puedes ver los detalles en las paredes, te sientes como en el interior de un barco pirata. A tu yo de 10 años sin duda le hubiera fascinado este lugar. El escenario y Taissa están como a unos treinta pasos de distancia. No te atreves a darlos. Eres como un adolescente en su primera cita, por dentro estás echo un cáos.
—Buenos días—dice una chica a tu derecha. Volteas a verla esperando que sea Julieta, mas no es así. Esta joven es más bajita que ella y tiene el cabello corto y teñido de rojo sangre.
—Buenos...buenos días.
Lees el prendedor en su pecho. Se llama Gemma.
—¿Va a tomar asiento en una mesa o prefiere ir a la barra?
—Vine a ver a la sirena. Eh...por eso estoy aquí tan temprano. ¿Podría desayunar en el suelo, junto a la pecera?
Gemma esboza una sonrisa llena de diversión.
—Si lo desea podemos mover una mesa junto a la pecera.
—Eso sería genial.
—Muy bien. Aguarde un momento.
La joven mesera va a buscar a dos compañeros suyos y éstos mueven una mesa y una silla a poca distancia de la pecera. Miras alrededor; ademas de ti, solo hay media decena de hombres soñolientos en las mesas, devorando huevos fritos y bebiendo café. De seguro son los pescadores de los que te habló Julieta. Gemma, desde tu mesa, te llama con un gesto y tu avanzas con paso vacilante. La sirena está durmiendo, flotando en medio de la pecera. Tomas asiento sin apartar tus ojos de ella. Su cola es mucho más brillante en persona, y su rostro más angelical.
Taissa tiene los ojos delicadamente cerrados, quizá está teniendo un buen sueño. Se está abrazando a sí misma y el largo cabello naranja cubre parte de su cara de vez en cuando.
—Qué hermosa—murmuras para ti mismo.
—Sí, es una criatura preciosa—dice Gemma, entregándote el menú.
—¿Qué me recomienda?—preguntas, sin apartar tus ojos de la sirena.
—¿Qué le parecen unos huevos con salchica y café?
—Me parece excelente.
—Muy bien.
El sonido de los zapatos de Gemma al irse te sacan de tu arrobo. Parpadeas varias veces y frotas tus ojos, para después mirar a Taissa de nuevo. Estás aquí. Es real. Sonríes al contemplar las manchas naranjas de su cola verde, y te imaginas acariciando las escamas. Han de ser muy suaves. Sacas tu teléfono de tu mochila y le tomas un par de fotos, las cuales envías a Manya y a Sergey. La mesera llega unos diez minutos después con los huevos, una taza y una jarra de café. Te lo sirve con cierta curiosidad en la mirada.
—Buen provecho—dice, y te contempla ladeando un poco la cabeza—. Creo que lo he visto antes.
—Vine ayer más o menos a las tres de la tarde.
—No, me refiero a la televisión o el internet. Creo que lo he visto ahí, ¿es famoso?
Esbozas una sonrisa.
—No, para nada.
Gemma te regresa la sonrisa.
—Quizá lo confundí con alguien más. Si necesita otra cosa estaré tras la barra.
—Muchas gracias.
Te sirves un poco de café y, por primera vez en mucho tiempo, lo endulzas con azúcar. Comes despacio, disfrutando de tan buena compañía. Te estremeces cuando la sirena empieza a estirarse y, poco a poco, abre sus ojos de oro. Sus miradas por fin se cruzan.
Taissa te mira con curiosidad y después alrededor. No ha de estar acostumbrada a que un turista la visite tan temprano en la mañana. Cuando sus ojos vuelven a posarse en los tuyos, ella sonríe. O al menos lo más que le permite la mordaza de plata.
—Hola—dices con suavidad—. Me da mucho...me da mucho gusto conocerte.
Taissa pega las manos al cristal. Haces lo mismo, y eso parece agradarle. A simple vista parece una criatura amistosa, pero si tiene esa mordaza es por algo.
—Vi un retrato de ti en mi país. Lo hizo Igor Vistin, ¿te acuerdas de él?—preguntas, y Taissa asiente—. Qué bien. Yo lo admiro mucho, es mi artista favorito.
Taissa hace una mueca de disgusto.
—¿Qué pasa? ¿No te gustaron sus pinturas?—La sirena señala sus propios ojos y después traza un círculo con su dedo índice alrededor de su rostro—. ¿Él te...te miraba demasiado?
Taissa asiente, notablemente asqueada. Eso te hace sentir bastante mal, pues era justo lo que tú hacías mientras estaba durmiendo.
—Perdón, yo también he venido a verte. Por eso me levanté tan temprano. Es que...creo que eres muy linda.
Taissa vuelve a sonreír y pegar las manos al cristal.
—¿Te molesta si vengo a verte por las mañanas?
La criatura niega con la cabeza.
—Me alegro. En serio, esto me hace mucha ilusión. He venido desde muy lejos...
Pasas los siguientes treinta minutos hablándole de tu viaje, solo haciendo pausas para servirte más café. Ella te mira sonriente, como si fuera tu amiga. Estás por relatarle tu primera visita al Rocafuerte cuando Julieta se acerca a tu mesa, mirándote con los ojos muy abiertos.
—Oh, hola—dices—. Me está encantando la experiencia. Es mucho mejor así, con el restaurante casi vacío.
—No puedo creer lo que veo—responde Julieta, volteando a ver a Taissa—. Ella por lo regular es muy huraña, ¿sabe? No le agradan ni un poco los humanos.
—¿En serio?
—¡Sí! Llegué hace como media hora y me quedé con una compañera en la barra, viéndolo a usted y a ella. La sirena estaba dándole toda su atención.
—¿Entonces no es así de amistosa con todos?
Taissa niega con la cabeza. Eso te llena de ternura.
—¿Es usted encantador de sirenas o algo así?—te pregunta Julieta. Sueltas una leve risa, complacido.
—No, no lo soy.
Este día no podría ser mejor. La experiencia es aún más mágica que tus sueños.
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