Sirenas y piratas


El décimo cumpleaños de Anna, una de tus compañeras de clase, fue en el parque acuático Kva-Kva, uno de tus lugares favoritos desde que tenías cinco años. Tu madre no podía darse el lujo de llevarte ahí seguido, así que esta era una gran oportunidad para tí. Pasaste poco más de media hora deslizándote por el mismo tobogán, el más grande del parque. Las madres de familia—sentadas en mesas y tumbonas—miraban a sus hijos desde lejos con refrescos en sus manos. Todas hablaban entre sí, menos la tuya. La siempre taciturna Polina estaba en una tumbona más alejada, con un libro en el regazo.

—¡Mamá!—gritaste desde uno de los chapoteaderos—¡Mamá, aquí estoy!

Ella te buscó con la mirada y sonrió una vez te encontró. Alzaste una mano para saludarla, pero entonces dos chorros de agua te impactaron desde ambos lados; perdiste el equilibrio y caíste al fondo de la piscina por unos minutos. Te incorporaste dando manotazos y, una vez subiste, escuchaste risas ahogadas. Tu vista se aclaró poco a poco y contemplaste a Ivan y Olezka, tus compañeros de equipo del cartel, sonriéndote con pistolas de agua en sus manos. Estabas muy enojado, pero preferiste esbozar una sonrisa. Desde que se reunieron para el cartel este par de chicos se convirtieron en tus amigos y tú nunca habías tenido unos. Tu madre te dijo que entre niños suelen jugar un poco rudo, pero no porque sean malvados y quieran hacerte daño.

—El papá de Anna repartió las pistolas hace rato—dijo Olezka—. Pero tú estabas demasiado ocupado deslizando tu trasero en el tobogán y te lo perdiste.

Frunciste los labios, molesto contigo mismo. Ivan intensificó su sonrisa y te entregó su segunda pistola.

—Toma, no es justo si no tienes con qué defenderte—dijo.

Ibas a decirle "gracias", pero en cuanto recibiste la pistola empezaron a dispararte de nueva cuenta. Moviste la cabeza de un lado a otro, riendo y disparando a ciegas. Qué bien la estabas pasando. Esa sensación se esfumó diez minutos después, cuando viste al duende Kiper llegar acompañada de una mujer que quizá era su tía o su madre.

—Rayos—dijo Ivan—. No creí que viniera. Estamos fritos.

—Dudo que ella necesite una pistola para ganarnos—agregó Olezka.

Ambos suspiraron con alivio cuando la vieron irse a otra piscina donde estaban las demás niñas jugando a ser sirenas.

Ya no ha vuelto a dirigirme la palabra, pensaste, mirándola sumergirse junto a Anna.

Después de su confesión en la parada del autobús las cosas volvieron a ser como siempre, y eso te entristeció bastante. Estabas seguro de que el cartel, la tarde en tu casa y el beso en tu mejilla los habían acercado lo suficiente como para ser amigos, mas era obvio que para Lena eso no significó nada. Tal vez solo quiso desahogarse, y ahora que conocías sus sentimientos ya no te necesitaba. O a lo mejor le daba vergüenza.

Estabas tan inmerso en tus pensamientos que ni siquiera los disparos en la nuca por parte de tus amigos lograban sacarte de ellos.

—¡Hey, defiéndete!—te exigió Ivan.

Pero tú seguías mirando a Lena, preguntándote qué pensará de ti.

—Creo que deberíamos ir con las niñas—dijiste, y Olezka rió.

—¿Para qué? ¿Para jugar a las sirenitas?—dijo.

Negaste con la cabeza.

—Se supone que somos piratas, ¿no? Ellos cazaban sirenas y hacían collares con sus garras y sus ojos.

—Es verdad—Ivan miró a los demás invitados varones, otros cinco niños—. ¡Oigan, vamos a cazar sirenas!

Polina abrió los ojos a toda su expresión al verte liderar a un grupo de siete niños inquietos corriendo a la piscina donde estaban las niñas. Empezaron a dispararles sin piedad mientras gritaban cosas como "¡Muere, sirena!" o "¡Tus ojos se verán bien en mi cuello!". Las niñas, perplejas al principio, empezaron a defenderse una vez vieron a Lena tomar un par de pistolas y disparar a los niños justo en sus caras. La contemplaste con arrobo, y no reaccionaste hasta que te disparó.

—¡Nunca tendrás mis ojos!—exclamó, sonriéndote.

¡Por fin te habló!

—Claro que no—respondiste, llenando de agua tu pistola—. Lo que tomaré será tu corazón.

Lena se estremeció y su rostro no tardó en enrojecer. Se veía preciosa con el cabello húmedo pegado a la cara y su traje de baño rojo estampado con flores. Alzaste la pistola para dispararle, pero, tras meditarlo unos segundos, preferiste bajarla.

—¿Por qué ya no me hablas?—le preguntaste.

Ella apretó los labios y tú le sonreíste, tratando de darle confianza. Sentías un nudo en el pecho. Tanto Lena como tú eran totalmente ajenos a las risas y chapoteos de fondo.

—Es que me equivoqué al decirte que me gustas, creo que te incomodé mucho. A ti te gustan las chicas como Anna, no como yo. Yo no tengo el pelo largo y no son buena ni dulce.

—¿Por qué crees eso?

—Porque ahora eres muy amigo de Anna.

Lena volteó a verla, estaba en una esquina junto a dos amigas, sumergiéndose para evitar los disparos. Era verdad que ahora eran más cercanos, pero eso no quería decir que te gustara de la misma forma que te gustaba Lena.

—Tú también me gustas, Elena. Me gustas de la misma manera que yo te gusto a ti.

—¿Mucho?

—Sí, mucho. Y no me importa que seas brusca ni que pelees con niños. Y me gusta tu pelo, es muy negro, como los gatos de las brujas.

Lena pasó sus dedos por las puntas de su cabello y sonrió.

—A mí tambien me gusta tu pelo, Leonid, es como chocolate caliente.

Acercó su mano a la tuya bajo el agua y la apretaste con ternura. Pasaron la siguiente media hora ignorando la guerra que ellos mismos habían empezado y se deslizaron por los toboganes. Llegó la hora de comer pizza y pastel y se sentaron en la misma mesa. Hablaron de caricaturas, de la escuela y de lo divertido que era estar en el parque acuático.

—Deberías venir algún otro día a mi casa—dijiste.

—Sí, podríamos escuchar música y ver televisión—respondió Lena—. ¿Qué tal el próximo miércoles?

—Me parece bien.

Regresaste a casa hasta que la fiesta terminó y cerraron el parque. Durante el camino en el taxi le contaste a tu madre lo que pasó entre Lena y tú, y ella te miró con preocupación.

—Ten cuidado con esa niña, cariño, no quiero que vaya a romper tu corazón—dijo.

—No creo que vaya a romperlo porque me quiere. Y yo la quiero y también tengo su corazón.

Polina contuvo un suspiro.

—Espero que así sea.

Tomaste su mano y sonreíste.

—Por cierto, va a venir el siguiente miércoles—dijiste—. No hay problema, ¿verdad?

—No, está bien.

Sin duda tu madre veía su relación como un juego de niños, algo que terminaría más temprano que tarde. Jamás le pasó por la cabeza la idea de que ustedes durarían juntos poco más de siete años.

Ya casi

Este vuelo, a diferencia del anterior, es solo un parpadeo. Solo faltan veinte minutos para aterrizar.

Diana te envía un mensaje tras otro, diciéndote que la pasó muy bien en la piscina y se quedó con ganas de invitarte a tomar una copa en su habitación. Contienes un suspiro y te dispones a escribirle a tus amigos. Te sudan las manos y tu corazón delator es un martillo en tu pecho; por fin, después del eterno viaje a la ciudad de México y el letargo en el Hotel Valentine, solo será cuestión de subirte a un taxi para llegar al pequeño paraíso que parece llamarte desde la distancia.

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