Problemas de hombres normales

Alguien toca el timbre de tu puerta cuando estás en plena sesión de airobics. Apagas el televisor, sales de tu habitación, bajas las escaleras de dos en dos y abres la puerta para encontrarte con el rostro sonriente de Sergey.

—Hola—dices, haciéndote a un lado para que pase—. Creí que estabas en el trabajo.

—Salí temprano y pensé: ¿por qué no visitar a mi buen amigo Leo?

Se sienta en el sillón y tú le preguntas si desea algo de beber.

—Podríamos salir a un café antes de ir a la academia—dice—. ¿Te parece bien?

—Sí, claro. Solo iré a ducharme.

Tomas el control del televisor de la mesita de café y se lo entregas. Él se pone cómodo y tú vas a la ducha, donde solo tardas unos cinco minutos. Al salir en bata miras a Sergey acostado en el sillón como muñeco sin cuerdas, viendo un video musical de Serebro, su trío de cantantes favorito (y no precisamente por sus voces, a juzgar por lo provocativas que lucen en la pantalla). Subes a tu cuarto y te secas el pelo y vistes de vaqueros y camiseta. Tomas tu mochila estilo cartero y regresas a la sala. Sergey se incorpora y sonríe cuando te ve.

—Andando—dice.

En el camino ninguno de los dos habla mucho. Sergey pone una estación de radio de música pop y tararea las canciones mientras conduce. Su auto esá tan limpio y ordenado como él y siempre huele a pino fresco.

—¿A qué café iremos?—le preguntas.

—Al Nyan. Lo abrieron hace poco, está cerca de la academia—te responde en español—. Manya ya fue y dice que es genial. Perfecto para estudiar.

Algo que te agrada mucho de charlar con Sergey es que cambian del ruso al español con bastante fluidez. Es el único que está a tu nivel en toda la clase y has aprendido más hablando con él que en cientos de sesiones en la academia.

Tras un camino de veinte minutos Sergey deja el coche en el estacionamiento de la academia y ambos cruzan la calle a la pequeña plaza que está justo en frente. El Nyan es un café pequeño cuya puerta tiene pintado un gato pardo de enormes ojos verdes. Al entrar solo ven el mostrador, una puerta para el baño y otra que también tiene pintado un gato. Se alcanzan a escuchar cascabeles y maullidos.

—Creo que es un café de gatos, Serg—dices, con una sonrisa.

—¿Gatos y café? ¿Es eso posible?

—Sí. Hay varios de ellos en Japón y Estados Unidos.

—Ja, dudo poder estudiar aquí—dice Serg en español—. No tengo tu concentración o la de Manya.

—¿Qué desean ordenar?—dice la barista, dándoles una enorme sonrisa.

Sergey y tú echan un vistazo rápido al menú. Lo haces por mera costumbre, pues siempre pides lo mismo en todos los cafés a los que vas.

—Un café negro sin azúcar.

—Una malteada de vainilla y una galleta de doble chocolate—pide Sergey.

La barista les entrega sus órdenes a la brevedad y ambos entran a la sala donde están los gatos. Solo hay unas cuatro mesas y dos sillones; alrededor miras pequeños castillos de madera, rascadores, juguetes y peluches. Gatitos de todos colores y tamaños merodean por ahí y algunos se persiguen. Además de ustedes, solo hay otros dos clientes en los sillones.

—¿Te gustan los gatos?—le preguntas a Sergey ya que están sentados en una mesa.

—Creo que son bonitos—toma su teléfono y te enfoca—. Posa, voy a enviarle una foto a Manya.

Haces la señal de paz a la cámara y tratas de no parpadear por el flash. Sergey siempre toma fotos con flash.

—¿Y eh...cómo te ha ido, Leo?—te pregunta tras dejar el teléfono sobre la mesa y sorber un poco de su malteada.

—Me ha ido bien. No me quejo.

—Genial.

No tardas en notarlo un poco tenso. Estás por preguntarle si le pasa algo, pero entonces un gatito gris salta sobre su mesa y se hace ovillo justo en medio. Sergey le acaricia la cabeza con el dedo índice.

—Pensé que este lugar sería perfecto para una charla—dice—. Parece que no.

—Yo lo encuentro bastante cómodo—respondes, dándole una sonrisa.

Tu amigo te mira a los ojos.

—Leo, quiero saber si en serio estás bien—dice, muy serio—. Me refiero a bien emocionalmente. Sé que tu ruptura con Yulia te afectó bastante.

—Pues...

—Por lo que me has contado deduzco que los problemas entre ustedes tuvieron que ver con su vida sexual, y estoy casi seguro de que te sientes culpable por eso.

Y en gran parte lo soy, piensas. A veces olvidas que, ante los ojos de Sergey, tú eres un hombre normal.

—A lo largo de los años el sexo masculino siempre ha sido visto como el fuerte, el brutal—dice Sergey—. La vulnerabilidad del hombre todavía no es bien vista y asuntos como el acoso o la presión en las relaciones sexuales por parte de las mujeres a nosotros suele causar risa. No sé qué cosa te haya pedido Yulia, pero hiciste bien en no ceder si era algo que te incomodaba.

Sergey es un hombre de mente muy abierta, estás seguro de que te comprendería al cien por ciento si le contaras tu situación. Pero algo te detiene, y no sabes bien qué es: ¿vergüenza? ¿Orgullo?

Decides que lo mejor es dejarte llevar por la historia que Sergey cree es la correcta.

—Yulia fue una muy buena novia, Serg, tú fuiste testigo de lo felices que fuimos—dices—. Pero en ese aspecto de nuestra relación yo no pude cumplir lo que ella pedía y por mucho tiempo creí que se fue porque no fui suficiente. Me dolió y todavía me duele, mas soy consciente de que fue lo mejor para ambos.

Sergey sonríe. Eso era justo lo que quería oir.

—Gracias por preguntarme, eres un gran amigo—dices—. Pero basta de mí, mejor háblame de esa nueva compañera en tu trabajo que no deja de verte.

Pasas los próximos cuarenta minutos escuchando a Sergey, bebiendo café y acariciando una gata calicó echada en tu regazo. Llega la hora de clase y ambos regresan a la academia. Sergey está contento mientras que tú finges lo mejor que puedes.


Academia de Idiomas Atenea

Frente al edificio donde tomas tu clase hay una fuente con una preciosa estatua de Atenea que mira hacia abajo, como si compadeciera a los mortales. En más de una ocasión te has embelesado con sus ojos, como si te buscaras en ellos. Según los mitos Atenea es una de las tres diosas vírgenes junto a Hestia y Artemisa. Decidieron vivir así, y no se sienten culpables por ello.

Quisiera tener su libertad, piensas.

—Hey Leon, ¿cómo estáis?—dice una voz femenina con un perfecto español. Es Manya, una de tus compañeras de clase. La ves caminar hacia tí y le sonríes.

—De maravilla, gracias.

—Ya vi la foto que me envió Serg, te ves adorable.

—Es imposible estudiar en ese café.

Manya ríe.

—Lo sé, pero quería que se diviertieran un poco. ¿Dónde está Serg?

—En el salón releyendo el último libro que le dejó de tarea el señor Angulo.

—De seguro ya escribió el poema.

—Escribió tres.

—¿Y tú?

—Ni siquiera he empezado. Menos mal que tenemos una semana para entregarlo.

La academia de Idiomas Atenea cuenta con diversos niveles de aprendizaje en más de diez idiomas y las clases son muy diversas y ahondan en temas que otras no suelen siquiera tocar. Llevas estudiando ahí poco más de cuatro años y estás fascinado con los métodos del señor Angulo para perfeccionar el español conversacional y escrito usando la literatura clásica española y latinoamericana.

—¿Tú ya tienes el poema?—le preguntas a Manya, y ella niega con la cabeza.

—No, he estado ocupada con la reseña del libro. Recuerda que hoy es mi turno de exponer.

—¡Oh, es cierto! ¿Estás nerviosa?

—Un poco.

Sabes que le irá bien, pues es una chica muy dedicada. Pasan el rato charlando sobre asuntos triviales y entran al aula cuando ven al profesor llegar. Tomas tu lugar en tercera fila—en medio de Sergey y Manya— y sacas tu cuaderno de apuntes y un bolígrafo de la mochila.

—¿Qué tal, chicos? Muy buenas tardes—dice el señor Angulo en su escritorio, poniéndose sus gafas—. Hoy es viernes de reseñas, y de un libro bastante bueno—baja la mirada a una lista—. Manya, querida, pasa al frente.

La mencionada asiente y saca un libro de su mochilla.

—Buenas tardes, compañeros—dice, en su bonito español—. Hoy voy a hablarles de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel. Es un clásico mexicano ambientado en la revolución que narra las desventuras de Tita, una chica que...

Miras a Sergey de reojo, está muy concentrado en la reseña. Parece beber las palabras de Manya como si fueran vino rosa, y te preguntas si es simple admiración o si le gustará ella. Él es un hombre muy apasionado, y ha hecho cosas bastante locas para enamorar a una mujer; llegó a esta academia porque quería impresionar a una joven chilena que lo volvió loco en un nightclub. Ella lo rechazó y él lo aceptó con dignidad y siguió viniendo, pues le había quedado el gusto por el idioma.

¿Ahora seguirá aquí por Manya?

No puedes evitar sonreír. Te gustaría poder de sanar tan rápido como Sergey.

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