Poesía gótica

Sergey, a diferencia de Manya y tus amigos modelos, no es un noctámbulo, así que esperas hasta poco más de las nueve de la noche para llamarlo. Si tus cálculos no fallan, en Moscú deben ser las siete y media de la mañana, la hora en la que tu amigo suele desayunar en el pequeño café junto a su edificio de trabajo.

—¿Qué tal, Leo?—dice tras un bostezo—. ¿Cómo te va en tus vacaciones?

—¡Excelente! Hoy fui al Rocafuerte muy temprano y pude ver a la sirena. Ella fue muy atenta conmigo, y...y también...

Le das cada uno de los detalles sin poder contener tu emoción. Tu primera mañana en el restaurante bar fue maravillosa, y al regresar al hotel te preguntaste una y otra vez si lo vivido ahí fue real. Entonces, acostado en tu cama, contemplaste las fotos que tomaste de Taissa en tu teléfono y contuviste un suspiro.

—Me alegro que la estés pasando tan bien, Leo. Ya te hacía falta descansar del bullicio citadino—dice Sergey.

—Gracias. ¿Y a ti cómo te va?

—Lo de siempre: ir al trabajo, jugar Monopoly con mi madre los fines de semana, ir a la academia...—suspira—. La semana que viene iré a un recital de poesía gótica en la universidad de Manya, ya sabes que le encanta participar en ese tipo de eventos. A mí me deprimen los poemas tristes, pero sería grosero no ir.

No puedes evitar sonreír. Estás casi seguro de que Sergey siente algo por Manya, mas se niega a aceptarlo. Por eso sigue perdiendo el tiempo con sus compañeras de trabajo.

—¿Tienes planes para mañana?—pregunta Sergey.

—Iré a desayunar al Rocafuerte otra vez y pasaré la tarde recorriendo el pueblo. Quiero conocer un café que Igor Vistin pintó para su exposición.

Pasan los siguientes quince minutos charlando de cosas triviales y, antes de irte a dormir, te dispones a escribir en el diario. Esta vez las palabras salen con facilidad, como si alguien te las estuviera dictando.

A Taissa le gusta oírte

En esta mañana, a diferencia de la anterior, hay más personal en el Rocafuerte; Gemma está limpiando la barra y otra chica acomoda las copas; Julieta trapea el suelo del escenario; un joven adormilado acomoda las mesas y se detiene en cuanto te ve entrar. Lo miras poner una de las mesas junto a la pecera de la sirena durmiente, para después acomodar el florero, el portaservilletas y las salsas. Los pescadores están en las mesas más apartadas, charlando, totalmente ajenos al ruido. Solo uno de ellos, un anciano de bigote abundante, te sigue con la mirada mientras te diriges a tu mesa.

—Bienvenido al Rocafuerte—te dice el muchacho—. En un momento le traerán el...

No alcanza a terminar su frase cuando Gemma, con menú en mano, aparece a su derecha. El joven sonríe y se retira para seguir con sus labores.

—Un gusto verlo otra vez, señor Ivanov—dice Gemma, entregándote el menú.

—¿Cómo es que sabe mi nombre?

La mesera se ruboriza.

—Bueno...ayer, cuando vino, yo estaba segura de que lo había visto en alguna parte. Estuve toda la tarde tratando de recordar dónde mientras acomodaba mis discos, entonces vi mi copia de Lovers For Sale, el último álbum de Atherion, y usted aparece en la portada. También en el videoclip del segundo sencillo.

Al escuchar eso sientes algo de vergüenza por primera vez en tu vida; tanto en la carátula como en el videoclip de aquella banda de hardcore apareces usando solamente unas medias de red y unos calzoncillos de cuero. Por si fuera poco, posaste dentro de una máquina expendedora, con una mano contra el cristal.

—Busqué quién era el modelo por internet y entonces no me quedaron dudas—agrega Gemma—. Es usted. Sabía que es una celebridad.

—No, para nada. Llevo una vida bastante tranquila.

—Se ve que es muy modesto—sonríe y baja la mirada al menú que sostienes—. ¿Qué le apetece hoy?

—Hmm...lo mismo de ayer.

—Entendido. Se lo traeré enseguida.

La ves alejarse. Después clavas tu vista en la pecera y es cuando te percatas de que las demás meseras y el pescador anciano no dejan de verte. Tal vez se preguntan por qué estás tan obsesionado con la sirena. Bueno, para ti "obsesionado" no es la palabra correcta. Estás embelesado. Taissa sigue durmiendo plácidamente. Contemplas su mordaza y te preguntas si se la quitarán de vez en cuando. Supones que sí, pues tienen que alimentarla. Julieta baja del escenario y se acerca a tu mesa para saludarte.

—Tengo una pregunta—le dices.

—¿Sí?

—¿Qué es lo que come la sirena?

—Los cuidadores la alimentan con unas cápsulas que se disuelven en el agua. Ahí están todos los nutrientes que necesita.

—¿O sea que no come como una sirena normal?

—No. Eso sería muy arriesgado.

—Oh. Entiendo.

Julieta se va a la barra y tú vuelves a mirar a Taissa. Pobre criatura, además de vivir encerrada en un espacio tan reducido ni siquiera puede comer pescado. Te gustaría poder ayudarla, pero no tienes manera de hacerlo. La sirena despierta a los pocos minutos y se espabila en cuanto te ve de nuevo aquí. Se frota los ojos como si no pudiera creerlo y acerca las manos al cristal.

—Buenos días, Taissa—dices, y ella te saluda con una mano—. Me alegro de verte otra vez. ¿Cómo has estado?

La sirena se encoge de hombros y simula suspirar.

—Me imagino que te has de aburrir mucho aquí...

Ella asiente.

Gemma llega con tu desayuno acompañada de otra chica que sostiene la jarra de café. Es muy alta y tiene las puntas del cabello teñidas de violeta. Ella deja la jarra sobre la mesa con las manos temblorosas y es cuando tienes oportunidad de leer el pin con su nombre: Odalys. Nunca lo habías oído antes, es muy bonito.

—Provecho—musita Odalys, dándote algo parecido a una sonrisa.

—Muchas gracias—respondes.

Las meseras te dejan a solas con la sirena y te dispones a comer ante su mirada curiosa. A lo largo de tu vida—incluso antes de convertirte en modelo—has recibido miradas intensas de muchas personas, pero ninguna te había perforado el alma como la de Taissa. Bebes café mientras piensas en algún tema del qué hablarle.

—Eh...Me llamo Leonid, creo que no te lo dije ayer—dices. Taissa asiente.

Aprietas los labios sin dejar de verla. A los pocos segundos tu teléfono suena por una notificación y lo sacas de la mochila para ver de qué se trata. Son varios mensajes y fotos de Alisa, quien ya está de vacaciones en Disneyland. Esbozas una sonrisa y le respondes a la brevedad. Cuando terminas y contemplas a Taissa, notas que ahora tiene los ojos fijos en tu teléfono.

—Estaba hablando con mi amiga, se llama Alisa. Ella está en Tokio, una ciudad muy lejana. Mira—le muestras una de las fotos—. Se ve linda con la diadema de orejas de ratón, ¿verdad?

Taissa pega el rostro al cristal para ver más de cerca, aplastando su nariz.

Le muestras las demás fotos una por una y te llenas de ternura al notar que sus ojos dorados siguen el movimiento de tu dedo cuando cambias de fotografía.

—Tengo otros amigos, pero ellos siguen en la ciudad de donde vengo—dices, feliz de tener un tema. Abres la galería en tu teléfono y eliges la primera foto donde apareces junto a Manya y Sergey—. Ellos son mis compañeros de la escuela, Sergey y Manya. Los suelo ver ahí tres veces por semana.

Le describes la impontente academia Atenea y das énfasis a la estatua de la diosa. Hablas del profesor Angulo, de tus demás compañeros y del café Nyan. A pesar de que Taissa no puede hablar contigo, sabes lo interesada que está por lo atento de su mirada. ¿Por qué le fascinas tanto? ¿Por qué no le disgustas igual que Igor Vistin? Te es tan fácil abrirte con ella, podrías pasar horas hablando. Comes el resto de los huevos y te sirves más café, dándote cuenta de que la jarra está vacía. Llamas a Odalys con un gesto, y ella llega a tu mesa casi corriendo.

—¿En qué puedo servirle, señor Ivanov?

Oh, ¿conque Gemma ya le dijo tu nombre? Tal vez por eso te miran tanto, porque creen que eres alguien muy reconocido en Rusia. Tienes algo de prestigio, pero no estás al nivel de un actor o un cantante.

—¿Me podría dar más café por favor?—le pides. Ella asiente y toma la jarra, para darse media vuelta.

—Oh, y otra cosa—dices antes de que se vaya—. Puede llamarme Leo.

Odalys voltea a verte con otro amago de sonrisa y se va. Te quedas en silencio un momento hasta que Taissa llama tu atención dando leves golpes al cristal.

—¿Qué pasa?—le preguntas, ligeramente preocupado. Taissa se palpa la garganta un par de veces y luego te señala—. Oh, ¿quieres que siga hablando?

La criatura asiente.

JinJoo Lee

Te dispones a irte del Rocafuerte hasta que son poco más de las diez a.m. Maldices para tus adentros a los clientes que empiezan a llegar y a la banda en vivo que se prepara en el escenario. Te despides de Taissa con una sonrisa y un "hasta pronto". Ella asiente, para después dar un beso al cristal, como si fuera para ti. Ese gesto basta para derretirte el corazón.

Piensas en recorrer los demás bares y restaurantes junto a la playa, o quizá bajar a la orilla, pero al final decides ir a la plaza comercial más cercana. Recuerdas que el café A.M., aquel que menciona Igor Vistin en su diario, está ahí, y si su pintura no miente, te sentirás como dentro de una casa de muñecas.

Tras caminar unos veinte minutos llegas a la plaza, tan abarrotada de gente como imaginaste. Das con el pequeño café A.M. casi de inmediato y suspiras con alivio al ver que hay unas cuantas mesas disponibles. Haces fila en el mostrador, asombrado por lo lindo que es el lugar; las paredes, de un azul cielo, tienen pintados animales bebé con ojos grandes, flores y arabescos. Las mesas y sillones son de colores pastel y los manteles tienen bordados con muchos detalles. De fondo se escucha el mismo estilo de música lo-fi que pusiste aquella vez para ser creativo. Menos mal que esta vez no sientes nada de sueño. Es tu turno en el mostrador. La barista, una extravagante chica asiática, te sonríe. Tiene un corte de pelo bob, pero su flequillo es tan corto que ni siquiera le cubre la frente. Tiene decenas de pequeños broches en el cabello. No puedes evitar pensar en las colegialas japonesas que miraste en tu primer viaje a Tokio; usaban broches muy parecidos a esos.

—¿Qué me recomienda?—le preguntas a la barista.

—Nuestra especialidad son los frappés y el pan de naranja—responde ella, señalando el pan en el mostrador. Está muy esponjoso y cubierto de chocolate.

—Quiero uno de esos panes y un frappé de brownie, por favor.

—Enseguida. ¿Cuál es su nombre?

—Leo.

Pagas y vas a sentarte en una de las mesas que está junto a una ventana. Sacas el libro de Igor Vistin y buscas la entrada que habla de este café. En la primera página hay bocetos de la barista, abajo está escrito su nombre: JinJoo Lee. Entonces no es japonesa, piensas. Lees la entrada y te enteras de unas cuantas cosas, como que se hicieron buenos amigos, que Igor la ayudó a pintar unos cuantos animales en las paredes y que la visitaba seguido. Jinjoo menciona tu nombre y vas a recoger lo que ordenaste, sintiendo curiosidad por ella. Tuvo la fortuna de conocer a un genio como Igor Vistin. Quizá luego le pidas detalles. Vuelves a sentarte y das un sorbo al frappé de brownie. No es tan bueno como los que suele hacer tu madre, pero tampoco están mal. Retomas tu lectura, relajado por el ambiente. Las horas pasan y cuando menos te das cuenta ya hay menos personas en el lugar y Jinjoo toma un descanso en una de las mesas. Tomas tu libro, decidido a acercarte a ella.

—Eh...señorita...

Ella levanta la mirada de su teléfono.

—¿Sí?

Le muestras sus bocetos en el libro.

—Es usted. ¿Recuerda a Igor Vistin?

Jinjoo no sonríe. De hecho, se le ve un tanto incómoda.

—Así que era verdad...—murmura.

—¿Eh?

—Igor dijo que era un artista reconocido pero no creí que fuera cierto. Estaba algo chiflado.

—¿De verdad?

—Sí. Nos comunicábamos con un traductor en su teléfono, pues su español era malísimo. Estaba obsesionado con la sirena del Rocafuerte, no dejaba de hablar de ella. Durante sus últimos días en el pueblo estuvo deprimido porque la sirena ya no le prestó atención. ¡Es un animal, por ella amor de Dios!—gira los ojos—. Pero fuera de eso es un buen tipo. Me ayudó con los murales del café y me dio muchas ideas. Supongo que todos los artistas están locos en mayor o menor medida, ¿no cree?

Asientes, tratando de ocultar tu decepción. Por lo que habías leído creíste que eran buenos amigos o algo así, y que su relación con Taissa era asombrosa, pero tal parece que el artista escribió lo que creía que pasaba, o más bien lo que le hubiese gustado.

Miras la colorida pintura del café en el libro, y ahora te parece bastante triste.

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