Nada especial

Lena te besó en los labios por primera vez en una fiesta de año nuevo. Para entonces ambos tenían trece años y aún no debutabas en las pasarelas. Eran días más simples; tu mayor preocupación era aprobar tus exámenes de matemáticas y no llegar tarde a tus citas con Lena. Te sentías pleno, pues además de tu novia, también tenías a Ivan, Anna y Olezka, quienes eran muy buenos amigos. No te distanciaste de ellos hasta pocos meses después.

Vika, la madre de Lena, era una mujer alegre y cariñosa que te recibía en su casa como si fueras un miembro más de la familia. Siempre que ibas había música independiente de fondo y un ambiente muy ligero. La primera vez que la conociste solo te bastaron unos cuantos minutos de charla para ver de quién había heredado Lena su personalidad libre y desafiante. Vika y su familia siempre te invitaban a ti y a tu madre a las fiestas de navidad y año nuevo; fue un cambio que trajo color a tu vida, pues estabas acostumbrado a pasar esas fechas solo junto a Polina, con quien cenabas y abrías los regalos, para después irte a dormir. Con la familia de Lena, en cambio, bailabas y jugabas juegos de mesa junto a sus primos en el sótano, que era donde se divertían los más jóvenes. En aquella ocasión Lena había puesto un CD de rock a volumen moderado. Algunos de sus primos charlaban entre sí y otros jugaban UNO o comían golosinas. Ustedes dos, sentados en una esquina, veían el movimiento con una amplia sonrisa. Lena tomaba tu mano como de costumbre, pero esta vez temblaba ligeramente. Eso era algo extraño tomando en cuenta lo segura que era de sí misma.

La miraste de soslayo. Lucía preciosa con el vestido rojo y el cabello—ahora larguísimo— echo bucles. El tiempo le dio curvas y unos pechos incipientes, haciéndola cada vez más parecida a su madre. Eso te alegraba y entristecía a partes iguales, pues poco a poco el duende Kiper estaba muriendo.

Las niñas maduran más rápido, recordaste.

No tardaste en preguntarte si Lena también ponía mucha atención a cada uno de tus cambios; ahora eras mucho más alto que hace tres años, y tu voz ligeramente grave. No tardarías en hablar como un señor. Quizá ella también estaba un poco triste por eso.

—Te ves muy lindo hoy, Leo—dijo de repente, haciéndote ruborizar.

—Gracias. Tú también.

—Creo que...creo que deberíamos ser novios.

—Ya lo somos.

—Me refiero a novios de verdad. Ya estamos grandes, ya podemos serlo de verdad.

La miraste perplejo. Ya hacían todo lo que los novios hacían, ¿cuál era la diferencia?

—Siento mucho alivio, ¿sabes? Quería decirte eso desde hace tiempo—dice Lena.

Ibas a preguntarle por qué, pero entonces ella acercó su rostro al tuyo. Abriste los ojos a toda su expresión. Sabías que algún dia iban a tener que besarse, pero no tan pronto. No lo veías como algo tan importante.

Pero las chicas son diferentes, pensaste. Muy diferentes.

Lena cerró los ojos. Contemplaste su nariz respingada y sus largas pestañas. Qué niña más hermosa.

Habías leído unas cuantas novelas y visto las suficientes películas como para saber qué se sentiría ser besado. Hay mariposas en el estómago, alas en la mente. Todo tu cuerpo se calienta.

¿Estoy listo para todo eso?

Lena...

Cerraste los ojos también. De pronto la música entró en segundo plano. Sentiste tus latidos más intensos.

Lena posó sus suaves labios en los tuyos, y no pasó nada. No hubo mariposas ni alas. Y tu cuerpo seguía tan tibio como siempre. Eso te desconcertó bastante.

Te separaste de Lena al poco tiempo, asombrado por la calidez de sus manos y por lo rojo de su rostro. Ella se veía feliz, pero tú te sentías igual que hace unos minutos.

¿Y el cambio?

Lena sonrió y te dio un abrazo.

¿Dónde está el cambio?

Agua sin fin

—¡Aquí estoy yo!—exclama Odalys, señalando un boceto de ella trapeando el escenario—. ¿No me veo genial?

—Más o menos—responde Gemma, y hojea el diario de Vistin buscándose en las fotografías y dibujos—. ¡Oh, vamos, no puede ser! ¿Dónde estoy?

Tú, sentado en la misma mesa, las miras con una sonrisa mientras comes una concha de vainilla. Al poco rato aparece un mesero joven, el cual te sirve más café.

—¿Siguen con eso?—dice—. Yo me sentiría incómodo si supiera que ese sujeto raro me dibujó mientras trabajaba.

Julieta, sonriente, le muestra una fotografía donde él aparece limpiando el cristal de la pecera.

—Pues no te dibujó pero aquí estás.

—Qué guapo te ves, Alberto—dice Odalys.

—Qué horror—Alberto voltea a verte y recupera su tono profesional—. ¿Algo más que necesite?

—Todo está perfecto, gracias.

Alberto te sonríe y después echa un vistazo a su reloj de pulsera.

—Muy bien, señoritas, ya se acabó el descanso. Pónganse en acción.

Gemma, Odalys y Julieta obedecen no sin antes resongar, dejando la mesa vacía. Volteas a ver a Taissa, quien luce más animada que de costumbre. Tienes la teoría de que ella es capaz de ver las auras de los humanos, de forma que sabe quienes son buenos y quienes no. Por eso se pone contenta al estar tan cerca de ti y las meseras.

—¿Cómo dormiste hoy?—le preguntas. Ella sonríe y levanta ambos pulgares—. Me alegro. Yo también dormí muy bien. Tuve un sueño, pero no sé si fue una visita tuya.

Taissa asiente. Eso basta para que sientas un pinchazo agradable en el lugar del corazón. En aquel sueño Taissa y tú bailaron una especie de vals en medio de las aguas infinitas, dando vueltas y vueltas. El cabello de la sirena flotaba en cámara lenta, poniéndote en trance. Su preciosa cara estaba muy cerca de la tuya y su cola rodeaba una de tus piernas, apretándola suavemente.

Aunque Taissa ya sabe qué pasó, te dispones a relatarle con detalle el sueño. A juzgar por su mirada atenta, te consta lo mucho que le fascina cuando le das tu versión de sus sueños compartidos. Cuando terminas, Taissa pega las manos al cristal, mirándote con amor. Nunca nadie, ni siquiera Lena o Julia, te han mirado así. Haces lo mismo, imaginando que el cristal desaparece y sus manos por fin pueden tocarse.

—Quisiera abrazarte, ¿sabes?—le dices en voz baja—. No solo cuando duermo sino aquí, en la realidad. Taissa baja la mirada y se rodea con sus brazos.

—Sé que eso no es posible—dices—. Pero no importa. Sé lo mucho que me quieres, y eso me basta.

La sirena todavía se ve triste, así que decides cambiar de tema. Sacas tu libreta estampada de peces de tu mochila y le resumes lo que has escrito ahí. También le cuentas tus planes para este día.

—Iré al mercado de todos, es un lugar donde venden gran variedad de frutas y artesanías—dices, entusiasmado—. También volveré a la biblioteca para investigar más sobre ti. Tengo mucho interés en lo que eres capaz de hacer en los sueños, y también en tu voz. Hasta ahora no se ha conocido a ninguna otra sirena que sea capaz de enloquecer y matar con su voz.

La criatura te da una sonrisa ambigua, notablemente incómoda.

—Lo siento Taissa, no lo decía de mala manera—te apuras a decir—. Eres fascinante. Y no creas que tu historia me ha asustado, fue totalmente normal que hayas actuado así. Tú solo querías volver a casa.

Taissa se acomoda el cabello sin mirarte a los ojos. Mejor cállate, piensas. La estás haciendo sentir muy mal.

—Lo siento mucho, si quieres ya no hablo más.

Ella niega con la cabeza, volviendo a sonreír, y entonces señala la libreta y luego a ella misma.

—Sí, planeo escribir más sobre ti ahí—dices. Taissa te indica con un gesto que sigas hablando—. Eh...¿Puedo hacerte unas cuantas preguntas? No estás obligada a contestar si eso te incomoda.

La sirena acepta, y entonces pasas el resto de la mañana haciéndole preguntas sencillas que ella responde con gestos.

¿Hay más sirenas con voz especial como la tuya? Sí.

¿Hay muchas de ellas? No.

¿Puedes saber si un humano es bueno solo con verlo? Sí.

¿Te comunicas con las demás sirenas enviándoles imágenes? Sí.

¿Suelen ir seguido a la superficie? No.

Taissa intenta darte detalles en cada pregunta lo mejor que puede, pero tú no logras descifrar lo que quiere decir. Cuando menos te das cuenta los turistas empiezan a llegar y no te queda mas que despedirte de la sirena, quien te sonríe y da un beso al cristal.

Un brazalete para Taissa

La biblioteca está aún más vacía que la última vez que la visitaste. Eso te agrada. Te sientas en uno de los sillones individuales y pones los tres libros que tomaste en tu regazo. El primero, titulado "Sirenas y vida marina", es el que más llama tu atención. Fue escrito por un biólogo marino llamado Joshua Rosenblum, quien además fue entrenador de animales en prestigiosos acuarios alrededor del mundo.

Me hubiera gustado un trabajo así, piensas, viendo su foto en la contraportada. Ahí aparece con una sirena albina en sus brazos. Se nota que era muy amigable.

Abres el libro, buscando los capítulos que hablan sobre la forma de comunicarse de las sirenas, su reproducción y cómo es la dinámica de las familias. Cuando por fin los encuentras, te dispones a leer, fascinado. Tal y como te aseguró Taissa, las sirenas se comunican por telepatía y unos cuantos gestos. Ellas suelen reproducirse con muchas otras a lo largo de su vida, pero tienen una sola pareja con la que compraten un lazo sentimental muy estrecho. La comunicación es mil veces mejor con la pareja, pues además de imágenes pueden compartirse emociones más intensas que con los familiares y sirenas con las que se aparean.

Yo soy la pareja sentimental de Taissa, piensas, emocionado.

Las sirenas suelen tener familias numerosas y nunca se separan de ellas. Son capaces de reconocer a cada uno de sus hijos, así hayan tenido muchos. Ese dato te entristece, pues de seguro Taissa extraña mucho a sus quien sabe cuántos hijos y también a sus padres y hermanas. Pobres criaturas, ahora se seguirán preguntado qué fue de ella. O eso crees hasta que sigues leyendo.

Las sirenas son capaces de enviarse imágenes y sentimientos desde distancias muy largas, lo que significa que la familia de Taissa conoce a la perfección el Rocafuerte.

Al menos saben que ella está viva y bien, dices para tus adentros.

Ahora Igor Vistin ya no te parece tan demente. Es un hombre de cultura, de seguro investigó mucho. Y estaba muy enamorado de Taissa, era de esperarse que sintiera desesperación al enterarse de todo esto y quisiera liberarla cuanto antes.

Terminas el capítulo y pasas otras dos horas leyendo los libros de cuentos de sirenas, ambos escritos por una tal Aria Veil. Son cursis, pero bastante entretenidos. Abandonas la biblioteca, tomando un taxi que te deje cerca del famoso Mercado de Todos. Al llegar, te asombras por la gran explosión de color; las tiendas de fruta, artesanías y dulces son tan variadas que parecen paisajes pintados por Diego Rivera. Turistas y lugareños se mezclan, caminando por aquí y por allá. Sin pensarlo dos veces sacas tu teléfono y te dispones a tomar fotografías conforme caminas, tomándote todo el tiempo del mundo. No tardas en llegar a la tienda de piñatas, y lo primero que llama tu atención es una con la apariencia de Taissa, colgada en medio de una del presidente de Estados Unidos y otra en forma de cerveza. Están muy detalladas, hasta parecen esculturas. De seguro han de valer mucho dinero. Les tomas fotografías desde todos los ángulos posibles hasta que eres interrumpido por la dependienta, una mujer morena de unos treinta años. Avergonzado, estás a punto de pedirle disculpas, pero ella dice:

—¿Quiere que le tome fotos junto con las piñatas?—pregunta, con un inglés no muy bueno.

—Sí, por favor—contestas en español, dándole tu teléfono. Posas sonriendo y haciendo la señal de paz. Tras unas cinco fotos, la mujer te regresa el teléfono y le das las gracias.

—¿Son las piñatas más vendidas de aquí?—le preguntas.

—Sí, son los modelos que más se piden. La sirena es mi favorita.

—La mía también.

Echas un vistazo a los dulces, embriagado por lo bien que huelen. Hay mucha variedad y no sabes qué elegir, así que decides comprar una canasta de surtidos. Continúas tu camino por el mercado mientras comes los dulces. El primero es un dulce de leche con semillas de calabaza. Sabe tan bien como huele. Le siguen un alfajor de coco, un dulce de cacahuate y dos higos cocidos. Todo lo que has comido en este pueblo es asombroso.

Te detienes en una tienda de joyas, la cual te recuerda un poco a las antiguedades de Helena. Entras dispueso a encontrar algo bonito para Alisa y Natasha, quienes no han dejado de escribirte desde que llegaste aquí. Te vas a la sección de collares y eliges uno con un dije en forma de corazón para Alisa. Tomas otro con un dije en forma de "N" para Natasha. Fue más sencillo de lo que pensaste. Supones que tantos años en la industria de la moda te han dotado de un gusto muy refinado por los colores y diseños.

Estás por ir a pagar, pero entonces, al pasar por una mesa, un brazalete llama tu atención. Es grueso y dorado, tal y como los ojos de Taissa. Tiene varios dijes en forma de pescados, algas y caballitos de mar.

—¿Es resistente al agua?—le preguntas a la dependienta.

—Sí. Es de oro.

Es bastante costoso, mas eso no te importa. Taissa se viera preciosa con él. Nada te gustaría más que ponérselo tú mismo, pero sabes que eso es imposible.

O tal vez no, piensas, abriendo un poco tu mente.


El cuidador más viejo

Comes un poco de tu pan de naranja y luego das un sorbo a tu café.

—Entonces—dices—. ¿En pocos años El bar Rocafuerte va a ser tuyo?

Julieta asiente sin dejar de revolver su soda italiana de cereza.

—Así es. Por eso estudio administración de empresas en Guadalajara. Solo vengo a Perlas durante las vacaciones.

—Ya veo. Creí que eras una Noaveturera.

Ella ríe.

—Me hubiera gustado serlo, pero una de las condiciones de mi abuelo para tomar las riendas de su negocio es que tenga una carrera. Soy la única de todos sus nietos que está interesada en el Bar.

—Igual que tu padre en su momento.

—Así es. Ahora él es quien ayuda al abuelo, ya está algo viejo. Creo que haré un buen trabajo. He aprendido bastante todos estos veranos como camarera.

Te agrada mucho Julieta, podrías pasar horas escuchándola. Beber café en el A.M. Y recorrer el pueblo es mil veces más divertido con ella que cuando estás solo.

—¿Y por qué amas tanto el Rocafuerte?—le preguntas.

—Es una parte muy importante de la historia de Perlas, la que lo puso en el mapa. Además crecí viendo a los turistas divertirse ahí, me fascina el ambiente. Me siento muy en paz—bebe un poco de soda—. Pero basta de mí, he acaparado la conversación. Ahora háblame de tí, has de tener muchas cosas interesantes qué contar.

—No realmente...

—¡Oh, vamos! Eres un supermodelo y un cosmopolita, de seguro has conocido muchos lugares fascinantes y gente famosa.

—Sí, uno que otro—te aclaras la garganta—. Está bien. ¿Por donde empiezo?

Julieta te clava sus brillantes ojos negros, expectante. Se ve mucho más bonita cuando se emociona por algo.

—Pues...nací en Moscú—dices—. Tengo veinticuatro años. Mi cumpleaños es el 21 de Diciembre. Me gusta mucho el café negro, los brownies, el pan concha y aprender idiomas. La primera vez que escuché el español fue en una película española para niños que mi madre alquiló cuando tenía como diez años, desde entonces quedé fascinado. Empecé a aprenderlo a partir de los trece años, después de que mi carrera en el modelaje empezara.

—Con razón lo hablas tan bien. ¿Tienes amigos españoles o latinoamericanos allá en Rusia?

—No. Perfecciono mi español yendo a una academia. El profesor es un hombre muy inteligente y sus métodos de enseñanza son los mejores.

Pasas la siguiente media hora hablándole del profesor Angulo y luego de Sergey y Manya. No tardas en sentir algo de nostalgia por esas tardes frías bebiendo café con tus amigos después de clases, o poniéndose serios al jugar al Cluedo (donde casi siempre gana Sergey). Qué afortunado eres por tener un par de amigos como ellos, quienes siempre han estado para ti y han sabido darte tu espacio cuando pasaste por situaciones duras, como tu rompimiento con Yulia.

—Ellos son Manya y Sergey—dices a Julieta, mostrándole una foto de ellos en tu teléfonoo. Aparecen en el café Nyan, sosteniendo gatas calicó. Julieta toca la pantalla para ver la siguiente y entonces aparece una foto de Yulia del año pasado, bebiendo chocolate caliente en el sillón de tu apartamento. Sientes el impulso de cambiar de foto, pero no lo haces.

—¿Ella también es tu amiga?—pregunta Julieta—. Es muy bonita.

—Es mi ex.

—Oh.

Le restas importancia al asunto con un gesto y guardas el teléfono de vuelta en tu mochila. Julieta, rápidamente, cambia de tema; te pregunta si tienes más amigos, cuál fue la primera celebridad que conociste y qué otro pasatiempo te gusta además de estudiar idiomas. Respondes las dos primeras preguntas con detalle, ahondando en las anécdotas más divertidas. No te habías percatado de lo asombrosa que es tu vida hasta que hablas de ella largo y tendido con alguien. Sonríes para tus adentros. ¿Por qué te sentías tan triste y gris la mayoría del tiempo, cuando todo tu alrededor ha estado lleno de color?

—Sobre los pasatiempos...pues no tengo tantos—dices—. Últimamente he estado escribiendo un diario de viaje inspirado por Vistin. Mi prosa no era muy buena, pero he mejorado bastante.

—Oh, cierto. Te vi antier cuando le mostraste una libreta a la sirena.

—Ese es mi diario. Ha sido una experiencia maravillosa el estar aquí, no sabía lo mucho que me hacía falta escapar de Moscú.

—¿Ya visitaste todos los lugares de interés?

—Me falta la cascada y el museo. Hace poco fui al mercado de todos y vi las piñatas. Son geniales.

Te muerdes el labio inferior. Este es muy buen momento para decirle a Julieta aquella descabellada idea que se te ocurrió cuando viste el brazalete dorado. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Que te diga que no, por supuesto, pero es una posibilidad muy pequeña. Las mañanas en el bar junto a Taissa ya no son suficientes, neecesitas tenerla más cerca.

—Yuyu, hay algo que tengo en mente...es una locura, pero creo que tú podrías ayudarme—dices.

—¿De qué se trata?

—Es sobre la sirena, estoy muy interesado en seguir escribiendo sobre ella. No como Vistin, claro, yo no estoy loco, pero...

Julieta te mira con los ojos entrecerrados.

—¿Quieres verla fuera del tanque o algo así?

—Quisiera ser uno de los cuidadores. Quiero atenderla una noche por semana, como ellos. Puede ser cualquier día, tengo todos disponibles.

Esperas a que Julieta te diga que eso es mucha responsabilidad y que no podría dejarlo en tus manos o algo así. En cambio, esboza una sonrisa.

—No es una experiencia tan asombrosa como crees, Leo—dice—. Cuidar de la sirena es tan sencillo que aburre. Pero supongo que esto no se trata solo de la experiencia en sí, ¿verdad?

—¿A qué te refieres?

—Quieres darle compañía a la sirena. Eso me parece muy lindo.

Asientes, un tanto avergonzado.

—Eso me parece muy lindo. Puedo hablar al respecto con mi padre y abuelo, no habría problema—dice Julieta—. El problema sería que Natalio te acepte.

—¿Quién es él?

—El cuidador más viejo. Mi abuelo dice que "tiene un sexto sentido" para los cuidadores, por eso le deja esa decisión a él. Todos los que ha contratado son Noaventureros, puede que no te acepte solo porque eres extranjero.

Eso último te desanima, pero te esfuerzas en que Julieta no lo note.

—No pierdo nada con intentarlo—dices.

—Muy bien. En ese caso hablaré con ellos y concretaré una entrevista con Natalio.

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