La musa
—Eso es todo, chicos—dice el profesor Angulo—. Tengan un buen día y os veo mañana.
Los estudiantes empezaron a abandonar el aula tras despedirse del profesor. Manya y Sergey, mientras recogen sus cosas, te preguntan si quieres ir a tomar café con ellos.
—Claro—respondes—. De hecho hay algo de lo que quisiera hablar con ustedes.
Manya abre los ojos a toda su expresión.
—¿Te pasó algo malo?
Ella siempre suele pensar en lo peor, sobre todo ahora con el asunto de Yulia. Le das una sonrisa para tranquilizarla.
—No, para nada.
Cierras tu mochila y te diriges a la puerta, pero el profesor te detiene.
—¿Puedo hablar contigo un par de minutos, Ivanov?—dice desde su escritorio.
—Sí—volteas a ver a tus amigos—. Si quieren adelántense, los veo allá.
Ambos asienten y se van. Te acercas al escritorio del profesor, sonriente. Él te clava sus potentes ojos marrones. Antes, cuando todavía eras un adolescente, el profesor Angulo te intimidaba mucho. Sólo bastaron unas cuantas clases para que esa sensación se esfumara; oirlo hablar ruso con tanta fluidez te relajaba, y el leve acento español le daba cierta musicalidad. Lo ves más como una figura paterna que como un profesor, cosa que él no sabe. Quizá se lo digas cuando dejes de ir a la academia.
—¿De qué quiere hablar conmigo, profesor?
—Quiero felicitarte por tu poema. Es muy bueno, no creí que te gustara escribir.
—Gracias. La verdad no es mi pasatiempo, este es el primero que escribo.
—Vaya, ¿en serio? Estoy aún más sorprendido. ¿Y se podría saber qué te inspiró?
Aprietas los labios, apenado.
—Pues...una chica.
—¿Una chica tan encantadora como una sirena?
Angulo suena fascinado.
—Sí, bastante
—Deberías escribir más. Tienes mucho potencial.
—Gracias. Si escribo más se los mostraré.
—Me encantaría.
Abandonas el salón todavía más contento que cuando llegaste. Tu profesor es un hombre de mucha cultura y si le gustó lo que hiciste es porque en serio es bueno. Cruzas la calle a la plaza, entras al Nyan y pides tu café de siempre. Ya en la sala te sientas junto a tus amigos y les cuentas sobre lo que te acaba de pasar.
—Tiene toda la razón, eres muy bueno—dice Manya, acariciando a un gatito blanco sobre la mesa—. Lograste arrastrarme hasta los confines del océano, me sentí como un pez.
—Muchas gracias—respondes.
—¿Y de qué querías hablarnos?—te pregunta Sergey.
Sacas el libro de Igor Vistin de tu mochila y lo abres en la primera página.
—De esto—señalas el título, "Perlas de medianoche"—. Verán, hace una semana descargué Tomodachi para hacer amigos extranjeros y practicar el español. Tuve un par de citas con una española y una mexicana. Fue divertido, pero siento que no fue suficiente. Así que he pensado en pasar un mes en este pueblo.
Es una verdad a medias; es cierto que quieres practicar tu español, pero lo que más te impulsa a visitar ese lugar es Taissa. Quieres verla de cerca. No sabes porqué, solo te invaden unas ganas intensas de hacerlo.
Manya y Sergey te dicen que es una muy buena idea. Tú viajas todo el tiempo, así que no les sorprende mucho. No saben que una parte de ti se aterra ante la sola idea de separarte de Moscú por tanto tiempo. Esta sería la primera vez que saldrías del país por otra cosa que no es trabajo.
—¿Y dónde queda ese pueblo?—pregunta Manya tomando el libro para hojearlo.
—Baja California Sur, en México. Es un pueblo costero muy pequeño.
—Luce como un paraíso—dice Sergey, viendo las instantáneas de la playa—. Y las lugareñas son muy bonitas. No van a despegar sus ojos de ti, Leo. Qué suertudo.
No tardan en encontrar el retrato de Taissa, y Manya ata cabos poco después de leer su descripción.
—¡Pero si esta es la musa de tu poema, Leo!—dice—. ¿No es así?
Te arde el rostro. Era de esperarse que lo supiera, pero no pensaste que te afectaría tanto. Sientes como si estuvieras desnudo frente a ella.
—Sí, algo así—respondes.
—Deberías escribir más poemas cuando estés allá.
Pasan el rato hablando del libro y de las clases. Media hora más tarde van a una papelería de la plaza y Manya te compra una bonita libreta estampada con peces y algas. Le das las gracias, y sonríes al darte cuenta de que tu miedo a salir de Moscú ha desaparecido.
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