Junsu

Sentado en tu mesa favorita del café A.M. enciendes tu teléfono para buscar en Internet el significado el de la palabra güerito. Te aparecen varios mensajes de tus amigos, pero decides ignorarlos.

Lees la primera definición que encuentras:

Güero/Güerito: Adjetivo coloquial mexicano. Que es rubio. "Ese chico de allá es güerito".

Tomas uno de tus mechones castaño rojizo y lo miras, estupefacto. Luego lees la segunda definición:

Que es de piel blanca.

Oh.

Terminas tu pan de naranja de dos bocados y bebes malteada de vainilla. El lugar está casi vacío y la música lo-fi te relaja, mas aún y con este ambiente no puedes dejar de pensar en Taissa, en El Rocafuerte y en Natalio. Este último te dijo que estuvieras al pendiente del teléfono porque te llegará un mensaje de Don Ernesto—el padre de Julieta—para que hablen a detalle de tus horarios y sueldo. Esas dos cuestiones no podrían importarte menos, pero es necesario. Tienes que darle una buena impresión para que vea en ti a un hombre de confianza.

Estás muy nervioso, tienes que ser muy cuidadoso con tus palabras.

—¿Todo bien?—dice una voz femenina desde la mesa de al lado. Volteas para encontrarte con el rostro delicado de Jinjoo, quien toma un descanso con un vaso de café en la mano. Esta vez no lleva varios broches en el pelo, sino una diadema rosa con un moño.

—¿Puedo hablar con usted un momento?—le preguntas.

—Claro, venga.

Guardas tu teléfono en la mochila, tomas tu malteada a medio terminar y vas a la mesa donde está Jinjoo, sentándote frente a ella.

—¿Usted ha tratado al padre de Yuyu alguna vez?

—Sí, bastante. Mi familia y la de Yuyu somos muy unidas y celebramos año nuevo, navidad y cumpleaños juntos.

—¿Y cómo es Don Ernesto?

—Es un hombre muy encantador, tal y como Yuyu. Se parecen mucho físicamente y en la personalidad. ¿Por qué tanto interés? No me diga que...—Jinjoo esboza una amplia sonrisa—. Usted está interesado en Yuyu. Oh cielos. ¿Va a hablar con su padre para salir con ella formalmente?

—No, no, nada de eso—sueltas una risa nerviosa—. Voy a trabajar en el Rocafuerte y en unas horas voy a verlo.

Te agrada charlar con Jinjoo. Su cuerpo menudo y mirada tierna es un gran contraste con su personalidad, tan vivaz como la de cualquier lugareña. Los demás asiáticos con los que has tratado a lo largo de tu carrera no se parecen ni por asomo a ella. Su forma de ser la hace mil veces más atractiva ante tus ojos.

Tan mexicana como el tequila, piensas, recordando las palabras de Julieta.

—No se ponga nervioso, sé que le irá bien—dice ella con seguridad—. ¿Y por cuánto tiempo va a trabajar en el Rocafuerte?

—Pues...—esbozas una leve sonrisa—. Estoy pensando en quedarme aquí el resto de mi vida.

Jinjoo abre los ojos a toda su expresión. Crees que te dirá lo mismo que Natalio cuando le expresaste tu deseo, pero no es así.

—Va a tener una vida muy buena aquí—te asegura—. Este pueblo es maravilloso.

—¿Usted no extraña su país?

—Bueno, me considero una noaventurera. Solo he visitado Seúl un par de veces en vacaciones, pero fui criada aquí.

—¿Y cómo es que su familia...?

Aprietas los labios. Estás siendo muy entrometido.

—Dígame—pide Jinjoo con suavidad.

—¿Cómo es que su familia terminó aquí?

—Tengo un hermano mayor, Junsu. Él vino de vacaciones aquí con unos amigos cuando tenía veinte años. Entonces se enamoró de una chica y le pesó irse. Volvió al siguiente año y abrieron este café juntos. Cuando empezó a irles bien, Junsu llamó a mis padres y les dijo que vinieran aquí para que ya no tuvieran que trabajar más. Siempre fue muy buen hijo...—Jinjoo bebe de su café—. Yo tenía cuatro años cuando llegamos al pueblo. Y desde entonces hemos tenido una buena vida. Me gusta la tranquilidad de Perlas y también su gente. No necesito de muchas cosas para ser feliz, solo quiero seguir aquí.

Te sientes muy identificado con la historia de Junsu. Él, al igual que tú, decidió quedarse aquí por amor.

Sé que tendré una gran vida aquí, piensas.

Jinjoo pasa los siguientes treinta minutos contándote anécdotas de sus padres, su hermano y su cuñada. Tú le das toda tu atención, deseando haberte criado aquí al igual que ella. Imaginas un mundo paralelo donde tu madre es feliz con un lugareño, donde nunca conociste a Lena ni a Yulia y Taissa ha estado junto a ti desde siempre.

Tu teléfono suena de repente, apagando la voz de Jinjoo y tu fantasía.

—Un momento—le dices a la chica, y desbloqueas el teléfono. Es un mensaje de un número desconocido.

"Ven al Rocafuerte en veinte minutos. Te estoy esperando".


Don Ernesto

El despacho de Don Ernesto es tal y como lo imaginaste: pequeño, modesto y con muebles viejos.

—Serán tres mil doscientos pesos por semana—dice, sentado en el escritorio repleto de papeles. No hay ni una computadora aquí—. Trabajarás sábados y domingos de once de la noche a seis de la mañana, que es cuando el personal empieza a llegar.

Ernesto es tal y como te lo describió Jinjoo: tranquilo y encantador. Tiene los mismos ojos, nariz y piel canela de Julieta, pero es más bajito que ella. No es tan fornido como los pescadores, así que asumes que se ha dedicado solo al Rocafuerte toda su vida.

—El viernes ven a las once para tu capacitación—dice—. Natalio y otro cuidador te enseñarán todo lo que necesitas saber. ¿Alguna duda?

Esperas a que te haga firmar algún papel, pero eso no pasa. Tal parece que esos asuntos aquí son más informales. Qué buena fe tienen los lugareños, dices para tus adentros.

—No, entiendo perfectamente. Gracias—esbozas una sonrisa y miras la enorme foto que está colgada en la pared tras Ernesto. Es una foto antigua del interior del bar; la sirena está ahí, rodeada por hombres jóvenes y sonrientes. Entre ellos distingues a un Isidro treintañero, quien sostiene a un niño de unos dos años en brazos.

—¿Ese niño es usted?—le preguntas a Ernesto, señalando la foto. Él mira hacia atrás y sonríe.

—Sí. Me está cargando el Tío Chilo. El hombre que está a su derecha es mi padre.

El Bar era tan distinto entonces; las mesas, el color de las paredes y el micrófono en el escenario no se parecen en nada a los que hay ahora. Solo hay algo que sigue igual: la pecera y la sirena que está dentro de ella.

—Me sorprende el tiempo que lleva la sirena ahí—dices—. ¿Nunca nadie ha intentado robarla?

—No, jamás. Aquí reina la calma chicha—Ernesto suelta una leve risa, haciéndote recordar a Julieta—. Me sorprende bastante que hayas querido tomar un trabajo como este. Créeme que si no fueras amigo de Yuyu no hubiera permitido la entrevista con Natalio.

—Esto significa mucho para mí. Estoy muy agradecido con ella y con usted. También con Don Tomás.

Ernesto alza una ceja y te dedica una sonrisa torcida.

—No vayas a querer pasarte de listo con la Yuyu, ¿eh?

—No, no, para nada. Solo...solo somos amigos.

—Lo sé, solo te estaba tomando el pelo. Uno sabe cuando alguien tiene otras intenciones con su hija. Me agrada que la saques a pasear, por lo regular se la pasa en el A.M. o en casa después del trabajo. Espero vuelvas para el siguiente verano.

Meditas unos instantes en decirle tu plan o no.

Sí, es mejor discutir esto ahora. Tú ya tomaste una decisión.

—Estoy pensando en quedarme aquí permanentemente tras arreglar unos asuntos en mi país.

Ernesto no se inmuta.

—Ya veremos—dice.

Mañana

El bar más grande del pueblo, Nova, te transporta a otra época en cuanto pones un pie dentro de él; hay mesas altas, viejos pósters de publicidad de Coca-Cola y fotos de modelos usando hombreras y el cabello alborotado. Predominan los colores neón y al fondo hay una vieja rocola que inunda el lugar con una balada que habla de un muchacho de ojos tristes y una chica que muere por darle el amor que necesita. Antes de sentarte y pedir algo te dispones a tomar fotografías para luego enviárselas a Tasha y Alisa. Estás seguro de que les fascinaría este lugar.

Eliges una silla junto a una ventana y te dispones a ver el mar hasta que llega un camarero. Ordenas un refresco, pues quieres celebrar estando en tus cinco sentidos. Mañana por fin será el día en el que veas a Taissa fuera de la pecera y eso te emociona bastante. El sábado, cuando por fin estén a solas, le entregarás la pulsera que le compraste en el mercado.

Hay muchas estrellas esta noche. Imaginas a Taissa en el mar, sacando el torso a la superficie para contemplarlas. La miras estirar un brazo, como si quisiera alcanzar una estrella. Está de espaldas a ti. La noche apaga su llamativa melena naranja, pero hace brillar su piel. La sirena da media vuelta y sus ojos se clavan en los tuyos. Ella sonríe y alza su mano, como pidiendo la tuya. Entonces se deshace como si fuera espuma de mar.

1-2-5-4-4-0

Llegas al Rocafuerte diez minutos antes de la hora convenida. Casi son las once de la noche y la mayoría de los restaurantes y tiendas han cerrado. Alcanzas a escuchar a lo lejos una canción pop ochentera—tal vez proveniente del Nova—mezclándose con una melodía de jazz. Emocionado, te sientas en flor de loto en el suelo, junto a la entrada. Te miras las largas piernas iluminadas por la luz de la luna. Tienes la piel erizada, y no por el frío. No tardas en escuchar pasos a lo lejos y volteas a tu derecha, donde ves la figura de un hombre acercarse. Usa pantalones cortos y una camiseta vieja sin mangas. Cuando está solo a un paso de ti, alzas la mirada y te encuentras con su rostro joven y moreno.

—Así que es verdad—dice él, con una sonrisa.

—¿Eh?

—Creí que Don Natalio estaba bromeando cuando me dijo que un ruso flaquito iba a tomar su lugar por un mes.

—Yo soy ruso.

El hombre ríe.

—Sí, por eso lo digo. Me llamo Fernando, pero puedes llamarme Nando, Fercho o como quieras. ¿Y tú eres...?

—Me llamo Leo.

—Un gusto, Leo. Tu español es muy claro, no pensé que lo hablaras tan bien.

—Gracias. Lo he estudiado por muchos años.

Fercho saca de su bolsillo un aro repleto de llaves y lo miras abrir el local mientras silba una canción que desconoces. Una vez termina, te pide con un gesto que lo acompañes y ya adentro empieza a encender las luces. Nunca habías visto al Rocafuerte tan en paz, totalmente en silencio. El hombre acomoda un par de sillas frente a la pecera para luego sentarse en una.

—Ven aquí—dice Fercho, y tú lo obedeces a la brevedad. Te sientas en la segunda silla, mirando fijamente a Taissa. La criatura está dormida abrazándose a sí misma.

—Hablemos de tu trabajo—dice el cuidador. Sacas una libreta y un bolígrafo de tu mochila para empezar a tomar notas—. Oh, qué aplicado. Muy bien, empecemos por lo básico. Nunca he capacitado a un guardián nuevo así que si no soy muy claro con mis instrucciones me dices, ¿okay?

Asientes con una gran sonrisa. "Guardián" suena mucho más bonito que "cuidador".

—Todo lo que necesitas para cuidar de la sirena está en un almacén al fondo. En un rato iremos ahí—dice Fercho—. Lo primero que hacemos es abrir la pecera para inyectarle un paralizante. Siempre clava la aguja en un brazo, nunca en el cuello, el rostro o el torso. Si lo intentas puede que te jale al interior de la pecera o te ataque.

—¿Ya ha muerto alguien por eso?

—Sí. Un guardián que se aburría demasiado quiso inyectarla en el cuello. En toda la historia del bar solo ha muerto ese.

Sientes un escalofrío.

—únicamente inyectar su brazo...—musitas mientras escribes en tu libreta—. Entendido. ¿Qué más?

—Esperas unos dos minutos y después la sacas de la pecera. Ten lista una piscina inflable, ahí la vas a recostar.

—¿Una piscina con agua?

—No, vacía. Puede estar un tiempo fuera del agua sin morirse.

—¿Y podré sacarla de la pecera sin ayuda? ¿No es muy pesada?

Fercho esboza una leve sonrisa.

—Es más ligera de lo que crees. Hasta un morro tan flaco como tú puede cargarla sin problemas. Su cola y piel se secan al poco rato de que la sacas, así que no habrá un desastre qué trapear. ¿Tienes dudas hasta ahora?

—No.

—Muy bien. Es hora de poner manos a la obra.

Fercho te guía al almacén. Ahí, además de la piscina, hay un estante con varios frascos y medicamentos. El hombre toma tres y una jeringa. Luego te pide que vayas por la piscina. Cuando regresan a donde Taissa, ella ya está despierta. Esboza una sonrisa y sus ojos brillan en cuanto te mira.

—Hola—le dices. Ella besa el cristal.

—Quién la viera—dice tu compañero dejando los frascos en su silla—. Sí que te quiere, Leo.

—Nos llevamos muy bien.

—Pon mucha atención, esto es importante.

Lo ves preparar el paralizante en cuestión de segundos y después acercarse a la pecera para abrirla con un solo brazo. Toma sin titubear el fino brazo de Taissa y la inyecta. La criatura deja de moverse y queda flotando en medio del agua como si estuviera muerta. Fercho, tras dejar la jeringa junto a los frascos en la silla, mete ambos brazos al agua. Es entonces cuando tu corazón empieza a acelerarse. Un ramalazo de inesperado terror se apodera de tu cuerpo. ¿Por qué te sientes así? Deberías estar contento, ¡por fin vas a verla fuera del agua! Quizá porque tu cuerpo, como el de cualquier humano, está hecho para huir de depredadores. El que te encuentres tan cerca de ella, aunque esté inerte, lo ve como un peligro, por eso te envía estas sensaciones tan desagradables.

Fercho, tal y como te dijo, toma en brazos a la sirena sin ninguna dificultad y la deja en la piscina. Te quedas pasmado en tu lugar, contemplando la preciosa cola que sobresale de la piscina. Tus ojos se posan en los de Taissa una vez más y, en cuanto ves la tristeza en ellos, tu miedo desaparece. Tienes los instintos despiertos, pero estos no pueden más que tu lazo con ella. No tardas en sentir todo su dolor y lo mucho que la deprime estar aquí.

—Ven, acércate—dice Fercho—. Esto era lo que tanto querías, ¿no?

Lo obedeces a la brevedad. Te arrodillas ante la sirena y te dejas embriagar por su aroma a brisa marina. Pasas las yemas de los dedos por uno de sus brazos. Su piel es más suave que en los sueños.

—Lo que sigue también es muy fácil—dice el guardián sosteniendo el frasco más pequeño—. Tienes que tratar sus uñas.

Se sienta en el suelo a tu lado. Abre el frasco y ves que el líquido es espeso y transparente. La tapa tiene por dentro una pequeña brocha para aplicarlo, como si fuera esmalte de uñas.

—Esta cosa es para que no pueda sacar las uñas. Se le tiene que aplicar todos los días—explica Fercho—. Las sirenas tienen uñas retráctiles como los gatos, pero mucho más gruesas y filosas. Esto es muy importante porque por ejemplo, si al guardián de ayer se le hubiera olvidado hacerlo, entonces yo ahora estaría muerto al tratar de inyectarla. Aplicarle esta cosa es lo primero que debes hacer.

—Entendido.

Fercho te entrega el frasco y moja la brocha en él. Acto seguido, toma con cuidado la mano derecha de Taissa para empezar su trabajo.

—Con una capa basta—dice—. Esto toma unos cinco minutos.

Tu mirada sigue fija en el rostro de Taissa. No puedes creer que está aquí, tan cerca.

La voz de Fercho te saca de tu arrobo:

—Don Natalio nos contó lo de tu diario, que tal vez lo publicarás en Rusia.

—Sí, probablemente. Cuando lo termine me tomaré un tiempo para corregirlo—esbozas una sonrisa—. Esta experiencia es como oro molido para mí.

—Nada más no vayas a volverte loco como el último ruso que estuvo cerca de la sirena.

No puedes evitar reír.

—Claro que no. Oye, ¿y a qué te dedicas además de esto?

—Trabajo por las mañana en el Nova, es un bar de los de aquí.

—Ayer estuve ahí, pero de noche. Es un buen lugar.

—Sí, sobre todo en estas épocas del año. Vieras a cuántas turistas gringas me he ligado.

—¿Ligado?

—O sea que la hemos pasado bien. Tu español es muy europeo, te falta barrio. Pero poco a poco aprenderás—termina con la mano y toma la otra—. Don Natalio ya nos contó que modelas calzones en tu país. Eso ha de dejar mucho dinero.

Te agrada saber que Natalio habló mucho de ti con los demás Noaventureros.

—Es un trabajo bien pagado, no te lo niego, pero más monótono de lo que te imaginas. En parte por eso vine aquí, porque necesitaba alejarme de ese ambiente.

—¿Y planeas volver pronto?

Quisieras decirle que no, pero sabes que te dirá algo parecido a Don Ernesto cuando hablaste con él sobre el trabajo.

—Sí, en poco más de un mes.

Fercho sonríe.

—Qué bien.

Termina las uñas de Taissa. Lo miras mover la cabeza de Taissa hacia un lado y después empezar a despejar su nuca. Ahí está el pequeño candado de la mordaza.

—Escribe este número: 1-2-5-4-4-0.

Vas por tu libreta para anotar. Le pides que repita la serie de números y lo hace dos veces.

—Esa es la combinación de la mordaza—dice mientras le quita la mordaza a la sirena—. Tienes que quitársela por un par de horas para que descanse.

No dejas de tomar nota.

—Entendido.

—¿Quieres ver la mordaza de cerca?—te pregunta, entregándotela antes de que siquiera puedas contestar. Es ligera y brillante.

—Plata pura—dice Fercho—. Fue un regalo del entonces gobernador del Estado. Natalio nos contaba a los Noas y a mí que antes sus mordazas eran de bambú. La sirena era muy bronca entonces, se volvía loca cada vez que abrían la pecera. Gracias a Dios que ya no, creo que ya se ha resignado—la mira a los ojos—. Qué chula eres, muchacha—le acaricia la cabeza—. Una pena que seas mitad pescado.

—¿Y ahora qué sigue?—le preguntas sin soltar el bolígrafo.

—Ya que pasen las dos horas le vuelves a poner la mordaza y la regresas a la pecera—dice—. Después tomas una de las cápsulas de ese frasco—señala dl frasco amarillo qué está en la silla—. Y lo abres para que el polvo caiga en la pecera. Eso es lo que ella come.

—¿No necesita nada más?

—No. Ese polvo tiene los nutrientes que necesita.

—Está bien. ¿Y luego de eso?

—Pues te sientas, enciendes un cigarrillo o te preparas un café y esperas.

—¿A qué?

—Pues a la mañana, a que empiece a llegar el personal.

—¿Entonces no hago nada más? ¿No le cambio el agua de la pecera o...no sé, le aplico alguna crema o le doy sus medicinas?

Fercho niega con la cabeza.

—Eso le corresponde a los guardianes de los lunes y miércoles respectivamente.

—Oh.

—¿Estás decepcionado con el trabajo?

—Un poco.

Durante las siguientes dos horas Fercho te cuenta anécdotas de los Noaventureros—O Noas, como los llama él—. Tú tratas de mostrarte interesado, y de hecho deberías ponerle atención para anotar todo en tu diario, mas ahora lo único en lo que piensas es en el día de mañana, cuando estés aquí solo, junto a la sirena.

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