Hotel Valentine
El vuelo de más de diez horas no te ha dejado tan agotado como creías. Tienes algo de energía, pero no ganas de abandonar el hotel. El Valentine es uno de los hoteles más imponentes de la Ciudad de México, y, según los sitios web de viajes, uno con las mejores vistas.
Es verdad, dices en tu mente, dando un sorbo a tu martini.
La terraza—ubicada en el piso 16—tiene un aire a película de suspenso ochentera. No puedes evitar sentirme como un Yuppie listo para irse a un centro de convenciones. Uno al que, a mitad de camino, le pasa algo terrible y fascinante al mismo tiempo. Si tienes un deseo tan fuerte en ir a Perlas de medianoche, en vez de quedarte en este lugar tan sofisticado, es porque buscas un poco de aventura, y dudas que eso suceda aquí a pesar de que hay muchas posibilidades.
Tu mesa está justo frente al balcón, la vista es fabulosa; miras el Paseo de la Reforma, justo donde está el célebre ángel de la Independencia presente en todas las postales. La gente y los autos no dejan de circular, el ruido se mezcla con la música downtempo de fondo. Qué ciudad tan cautivadora, debiste haber venido mucho antes.
Terminas tu trago y decides ir a la barra para pedir otro. Junto a ti está sentada una chica bajita y morena con la vista en su celular, pero suele verte de reojo cada cierto tiempo. La ignoras y sacas la libreta que te dio Manya de tu mochila estilo cartero. Escribiste un par de cuartillas durante el vuelo, y crees que es buen momento de continuar. La pasas bien describiendo lo bello que es el hotel y las pocas ganas que tienes de salir a la ciudad. Cualquiera de tus amigos diría que es un desperdicio quedarte ahí durante tu único día en Ciudad de México, y tendrían bastante razón. Divagas en la página siguiente, imaginando qué harían Nicholai o Sergey si estuvieran aquí.
—¿Es tu diario?—pregunta la chica a tu lado.
—Eh...sí, es mi diario de viaje.
—Has de tener mucha paciencia para hacer algo así.
Te encoges de hombros.
—Mi profesor de Literatura dice que tengo potencial.
La chica mira tu libreta abierta. No te molestas en cubrirla con las manos, pues todo está escrito en ruso.
—¿Eres croata? ¿O polaco?—pregunta ella.
—Soy ruso.
Te gusta su tono de voz, tiene esa musicalidad dulce que escuchas en las películas mexicanas.
—Yo soy de Tijuana, es una ciudad de Baja California. Me llamo Diana, por cierto.
—Un gusto Diana, yo soy Leonid—estrechas su mano—. ¿Sabes? Voy a ir cerca de ahí, a Baja California Sur.
—¿A Perlas?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Casi todos los europeos van allá para ver a la sirena.
No puedes evitar sonreí.
—Ese es mi plan. La última exhibición de mi artista favorito fue inspirada por ese pueblo, y eso despertó mi curiosidad.
—He estado ahí un par de veces, es un lugar bastante mágico. La vas a pasar bien—revuelve su margarita—. ¿Y a qué te dedicas?
—Soy traductor literario. Actualmente estudio mi segunda carrera, literatura inglesa.
—Vaya, pensé que eras actor de cine o modelo.
Sueltas una leve risa.
—Sí, suelen decirme eso a menudo.
—Yo soy influencer. Me gusta mi trabajo, solo debo divertirme para ganar dinero.
La estudias con detenimiento; es simpática y linda, pero no tan hermosa como Alisa o Natasha. Tal vez edita mucho sus fotos.
—¿Y cuánto tiempo vas a estar aquí, Layonid?—dice.
—Es Leonid, pero puedes llamarme Leo si quieres. Solo estaré aquí por una noche. Mañana en la tarde es mi vuelo a Baja California Sur.
—¿Tan pronto? Qué pena, creí que podríamos turistear juntos.
Qué directa, piensas un tanto incómodo.
—¿No vienes con amigos?
—Solo con mi fotógrafo, él está en su habitación.
Diana termina su bebida y pide otras dos. Te entrega la segunda con una sonrisa.
—Aún es de tarde, podemos ir a algún lugar—dice.
—No me apetece salir, sigo cansado por el viaje. Pero espero que tú si te diviertas.
Crees que eso será suficiente para que se aleje, pero no es así:
—En ese caso hagamos algo relajante. ¿Quieres ir al spa o a la piscina?—dice.
Terminas aceptando su invitación a la piscina y subes a tu habitación para cambiarte de ropa. Te sueltas el pelo y miras en el espejo; tus ojos siguen brillando como la última vez que los viste en el espejo del baño del avión. Esbozas una leve sonrisa y vas a la piscina cubierta, donde Diana—sentada en una esquina con los pies en el agua—te saluda desde lejos. Te sumerges junto a ella y finges escucharla cuando te habla de sus viajes y de lo glamorosa que es su vida. Tu mente está en otro lado, ansiosa por abandonar este lugar.
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