Despedida

Don Tomás, el abuelo de Julieta, te mira estrechando la mirada. Las arrugas alrededor de ella hacen parecer que se ha quedado sin ojos.

—Así que tú eres el Noa europeo, ¿eh?

—Sí, señor. Un gusto trabajar para usted.

Don Tomás frunce el ceño, divertido.

—Pues ya casi me retiro. Pronto trabajarás para mi niña Yuyu—da un sorbo a su cerveza y hace un sonido de gusto después de tragar—. ¿Verdad que está bien chula?

Ambos, sentados lado a lado en la misma mesa, contemplan a Julieta, quien baila en medio de la pista improvisada junto a Román y Alberto. Luce muy contenta.

—Sí, es muy hermosa—dices con sinceridad.

—¿Te gusta?

Te estremeces.

—Solo somos buenos amigos.

—Eso dices ahorita. Pérate al rato—palmea tu hombro con afecto—. Me caes bien, Leo. Ya veo por qué te eligió Natalio.

—Estoy muy agradecido con él por eso.

—Sí, me lo dijo. También me dijo que eres muy entregado en lo que haces.

El tanque de Taissa se encuentra a un lado del escenario para no estorbar en la fiesta. El cumpleañero está en la mesa de aperitivos comiéndose una ostra tras otra. Es la primera vez que lo ves genuinamente feliz.

Qué buen ambiente, piensas, abriendo tu tercera cerveza.

Todos son tan buenos contigo y el pueblo te brinda mucha paz. Pero no es suficiente.

Julieta, ligeramente despeinada, se acerca a tu mesa y toma tu mano.

—Ven, quiero que bailemos—dice.

Don Tomás sonríe.

—Claro, me encantaría—respondes, poniéndote de pie.

Ya en la pista, Julieta entrelaza sus dedos con los tuyos mientras bailan. Sus ojos brillan.

—Me alegra mucho que vas a quedarte—dice.

Le sonríes, avergonzado de mentirle. A ella y a todos.

En la mañana compraste por internet un boleto de autobús que te llevará a Sinaloa. Será un viaje de casi veinticuatro horas. Después tomarás un avión a Ciudad de México y luego...

Das una vuelta a Yuyu.

No sé a dónde iré después.

Tienes que irte a un lugar que esté cerca del mar para poder visitar a Taissa siempre que quieras. Tal vez un pueblo costero en Japón, o España. El solo imaginarlo te llena de dicha. Y esa dicha puede más que la tristeza de no volver jamás a Perlas de Medianoche ni convivir con su gente.

Julieta ríe. Mueve sus caderas.

Adiós Julieta.

Junsu y Román los graban con sus teléfonos. Natalio aplaude desde su mesa. La música es atronadora.

Adiós Perlas de Medianoche.


Empezar de nuevo

Miras a Taissa a los ojos.

—Tengo algo muy importante que decirte—dices, para luego tomarla de las manos. No puedes evitar que tiemblen por la emoción.

La sirena ladea la cabeza, notablemente preocupada. Su mirada inocente te provoca un pinchazo en el lugar del corazón.

—Voy a irme muy lejos mañana. Ya tengo todo listo.

Taissa se muerde el labio inferior, estupefacta.

—No, no te preocupes, no pienso dejarte aquí—te llevas su mano a tu pecho—. Todo lo contrario, voy a liberarte. ¡Despídete de esta horrible piscina inflable, de la mordaza y de la pecera!

Besas sus manos. Ella sonríe mientras le brotan lágrimas. Es la primera vez que la miras tan feliz.

Gracias, te dice su mirada. Mil gracias.

Hay total silencio en el vacío Rocafuerte. Solo puedes oír su respiración y la tuya. Estás muy ansioso. Mañana la vida de ambos va a cambiar para siempre. Por fin podrán ser felices y nada ni nadie los podrá separar.


Julieta está enamorada

Es un domingo especialmente frío. Julieta se abraza a sí misma sin dejar de caminar. Se dirige al Rocafuerte para visitarte. Piensa que será una grata sorpresa.

Está taaan enamorado de mí, piensa. Pero es muy tímido.

No puede creer que vayas a quedarte el resto de tu vida ahí. Ella era consciente de que tú le gustabas, pero no de que tus sentimientos fueran tan fuertes como para renunciar a la vida que tenías.

Julieta sonríe. Nunca esperó vivir un romance como ese. La chica lleva en su bolso un termo con chocolate caliente y caramelos de leche estilo ruso que ella misma preparó. Estuvo practicando por dos semanas hasta que le quedaron perfectos.

Apuesto a que le van a fascinar.

Mira su reloj. Apenas va a ser la una de la mañana. ¿Qué estará haciendo el príncipe Ivanov? Tal vez se encuentra ocupado con las uñas de la sirena, o está comiendo pan y café mientras escribe en su diario o lee un libro sobre México. Julieta suspira de solo imaginarte. Esta será la primera vez que se encuentren totalmente solos. Todo puede pasar.

Por fin llega al Restaurante y alza las cejas al percatarse de que la puerta está abierta. Entra y mira a los lados: no hay rastro de ti y la piscina inflable está vacía.

—¿Leo? Soy Yuyu, ¿dónde estás?

Busca en la cocina. En el almacén. Nada.

—¡Leo!

Su corazón comienza a acelerarse. Corre por entre las mesas hasta cerca del escenario. Luego voltea a ver la pecera. Está vacía.

—No...no, no puede ser...

Recuerda todas aquellas advertencias del tío abuelo Chilo.

La sirena es un ser peligroso y destructivo.

La joven aprieta los labios. ¿Por qué nunca se lo tomó en serio?

—¡LEONID!

Julieta enciende las luces de afuera y sale a la terraza. Contempla el mar. Le cuesta algo de trabajo enfocar su mirada, pero tras unos instantes por fin puede verte. Estás caminando sin prisa con la sirena en brazos.

—¡LEONID, REGRESA! ¡LEONIIID!

Es inútil. No la puedes oír.

Julieta está temblando. No sabe qué hacer.

Cálmate, cálmate, cálmate...

La chica seca sus lágrimas incipientes. Leonid necesita ayuda y la necesita pronto. Julieta no va a permitir que la sirena siga controlándolo con su canto, su mirada o lo que sea. Unos segundos después, ya más decidida, se va a la cocina y toma el primer cuchillo que encuentra. Abandona el Rocafuerte lo más rápido que puede y baja a la playa.


Fue real

Taissa rodea tu cuello con sus brazos. Tu corazón late muy fuerte.

El mar está cada vez más cerca. La noche los envuelve y aunque el frío cala tus huesos, no lo sientes con tanta intensidad.

—Ya casi llegamos—le susurras a la sirena, quién sonríe. Mueve su aleta de un lado al otro, ansiosa por tocar el océano. Pobre criatura, ha pasado tantos años privada de él. Admiras su fortaleza mental, pues si tú hubieras estado en su lugar no hubieses podido resistir tanto.

La sirena alza la mirada. La oscuridad de la noche y sus largas pestañas cafés hacen que sus ojos destaquen. No puedes esperar a mirar esos ojos de oro casi todos los días, más vivos que nunca. El mar va a fortalecerla, volverla aún más hermosa de lo que ya es.

El agua salada acaricia tus pies. Sientes un escalofrío. Tus brazos tiemblan y de pronto te cuesta mucho trabajo sostener a Taissa.

—Dejaré el pueblo en unas horas. Me tomará algo de tiempo quedarme en un lugar fijo—dices. Cálidas lágrimas resbalan por tus mejillas—. Visitame en sueños, te estaré esperando. Y cuando sepas que estoy cerca del mar, llámame e iré enseguida.

La criatura asiente y luego voltea a ver las aguas infinitas. Te arrodillas lentamente y, con delicadeza, dejas a Taissa sobre la arena. Se ve tan perfecta iluminada solo por la luna. La sirena seca tus lágrimas y después sus manos acarician tu rostro. Cierras los ojos ante su tacto frío, agradecido de ser amado por alguien tan maravilloso como ella. La rodeas con tus brazos y te quedas así un momento, aspirando su aroma a brisa marina.

Estrechas su pequeño cuerpo.

—Taissa...gracias...

Justo cuando creías estar perdido, cuando cerraste tu corazón, ella apareció. No fue una casualidad que aquel cuadro te haya cautivado tanto. Fue el destino él que te hizo venir hasta aquí.

—Te amo...

Sientes un pinchazo helado en el pecho. Abres los ojos a toda su expresión. Tu mirada se encuentra con los de Taissa. No hay un solo dejo de amor en ella.

—¿T-Taissa...?

Un olor metálico te invade la nariz. Estás paralizado, el dolor se intensifica. La sirena libera sus garras de tu carne y contemplas tu propia sangre en ellas. Te llevas ambas manos a la herida, perplejo.

¿Qué está pasando? ¿Por...por qué?

Te haces ovillo. Tu frente en la arena. Alzas la mirada y Taissa está sonriendo mientras se lame las garras.

—Taissa...no...

¿Entonces todo lo que te advirtió Chilo fue verdad?

No, no puede ser. Estás muriendo y aún así te cuesta creerlo. Todas esas madrugadas de risas y canciones no pudieron ser mentira. La conexión fue real.

Taissa, no puedes odiarme. ¿Por qué me odias si solo te he dado mi amor?

Arrastras una mano temblorosa a la suya. Taissa la aparta enseguida. Apenas puedes sostener tu propio cuerpo.

Su mirada...

Su voz...

Su magia...

Ella jamás me amó. Por eso nunca pude oírla hablar.

Entras en retrospectiva. Ahora todo es muy claro.

Recuerdas a Natalio y a Vistin. "Ella es capaz de afectar a hombres rotos" dijo Natalio aquella vez.

Te creías distinto a Vistin, pero siempre has sido igual que él: triste, perdido, anhelado romance y comprensión. Y Taissa te hizo creer que tendrías todo eso con ella.

Conmigo sí pudiste completar tu plan.

Esbozas una leve sonrisa. El efecto del sortilegio se está agotando, pero a pesar de eso tus sentimientos siguen siendo los mismos.

No hacía falta nada de esto, Taissa.

Vistin enloqueció porque su enamoramiento siempre fue artificial. Pero tú amaste a Taissa incluso antes de conocerla. Aún y si ella jamás te hubiera hechizado, igual la hubieses regresado al mar.

La sirena disfruta viéndote morir. Para ella solo eres un humano más, un hombre débil al que usó. Quisieras decirle que lo que sientes es genuino, que no ha desaparecido, pero no te quedan fuerzas. Escuchas una voz femenina a lo lejos. Grita tu nombre una y otra vez.

¿Julieta...?

Taissa te dedica una última mirada para luego arrastrarse hacia el océano. La contemplas adentrarse en las aguas con gracia. Tu sonrisa no se borra. A pesar de que ella no te amó, tú sí la amaste a ella, y eso es suficiente para ti. Pudiste experimentar una vez más aquello que creías imposible para un hombre como tú.

La bella cola de Taissa desaparece entre el mar.

Tu vista se nubla. Tus miembros se enfrían.

Taissa...

Julieta se arrodilla ante ti y contempla tu herida con lágrimas en los ojos

Espero que seas feliz otra vez...

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