Cuando vuelvas
Colocas tu teléfono en el escritorio de la habitación luego de ponerlo en altavoz. Acto seguido, te dispones a cambiarte de ropa mientras Manya sigue hablando:
—¿Y en serio crees que van a darte ese trabajo?—dice—. Yo lo dudo mucho.
—¿Por qué?—respondes de lo más relajado.
—No creo que se lo den a cualquiera. Esa sirena es algo muy importante para ellos y han de elegir con mucho cuidado a su personal.
—Mi amiga Yuyu dijo que sólo es cuestión de que el cuidador más viejo me apruebe. Y yo creo que sí lo hará.
Manya suspira.
—No pensé que tu fascinación por la sirena llegaría tan lejos. Si te aceptan ten mucho cuidado, recuerda que ella es tan letal como un tiburón. Una vez leí en el periódico que mueren un promedio de cien cocineros al mes en el mundo porque no aplicaron bien los sedantes a la hora de cocinar las sirenas. Te matan en cuestión de segundos, son seres sedientos de sangre.
Pero Taissa no, piensas. Al menos, no de la mía.
—Lo haré. Muchas gracias por preocuparte por mi.
—No es nada. Oye, y me alegra que estés usando la libreta que te regalé, sabía que iba a gustarte.
—Sí, cada vez mejoro más. Pero basta de mí, cuéntame qué has hecho tú.
Ya con tu pijama puesto, te sientas frente al escritorio.
—Nada interesante, solo estudiar para mis finales. Muero por salir de vacaciones y dormir doce horas seguidas. Nicholai me invitó a tomar un café en el Nyan mañana después de las clases en la academia. Hemos charlado por video-llamada un par de veces, es muy agradable. No creí que yo le caería tan bien.
—¿Por qué?
—Es que...es tan glamoroso y yo tan mundana.
—Eres muy linda, no digas eso—te muerdes el labio inferior—. Oye, ¿y sólo ves a Nicholai como un amigo?
—¡Leo!—exclama, avergonzada. No necesitas verla para saber que su rostro está ardiendo—. No estoy interesada en él de esa forma. Es muy guapo y agradable, pero no es mi tipo.
Manya sigue hablando, pero su voz entra en segundo plano.
Quizá Nicholai se deprima por un tiempo, pero se le pasará rápido, lo conoces muy bien. Los hombres que son tanto románticos como sexuales solían darte envidia aunque tú te esforzaras en no sentirla; ellos pueden darse el lujo de enamorarse una y otra vez sin preocuparse por sus cicatrices emocionales. Tú, en cambio, siempre estabas a la defensiva. Cuando recién conociste a Yulia moriste de miedo al notar que tenían buena química, y te preguntabas una y otra vez en qué momento debías decirle que eras alguien distinto a la mayoría de los hombres. Si no te aceptaba morirías de vergüenza y te odiarías de nuevo por haber nacido así. En cambio, si te aceptaba, siempre estarías con la duda de en qué momento se cansaría de la relación y buscaría amor y sexo en alguien más.
Pero llegamos a una solución, piensas. Creí que eso sería suficiente para ella.
Y no lo fue. Yulia te abandonó de la misma manera que Lena.
Esbozas una leve sonrisa, feliz de ya no sentir ese horrible nudo en el pecho cada que pensabas en ellas. Si esas dos relaciones no funcionaron fue porque tú estás destinado a Taissa, eres el único ser con el que ella tiene una conexión muy fuerte, capaz de mantenerlos cerca incluso cuando ambos duermen.
—...creo que deberíamos ir cuando vuelvas—dijo Manya.
—¿Eh?
—Al café japonés que abrieron en GUM. ¿Me estás prestando atención?
—Sí, disculpa, es que tengo algo de sueño.
Manya ríe.
—Cierto, a veces olvido que no eres un alma de la noche como yo. Hablamos luego, Leo, cuídate.
—Buenas noch...eh, días para ti.
Manya vuelve a reír y cuelga. Quedas en silencio, con la libreta frente a ti. La abres en la página dónde te quedaste, sin saber cómo empezar a describir el día de hoy. Tu mente se queda vagando alrededor de una frase que dijo Manya: Creo que deberíamos ir cuando vuelvas.
Cuando vuelvas.
Estás tan maravillado por Taissa y el pueblo que olvidas que tu estancia aquí no es para siempre. En poco más de un mes empacarás tus cosas, tomarás un avión a Ciudad de México y luego otro a Moscú. Regresarán a tu vida los fotógrafos, periodistas y demás modelos. También verás a tu madre, amigos y al profesor Angulo.
Sientes una punzada en el pecho. No los extrañas lo suficiente como para desear volver. Lo que en verdad quieres es renunciar y quedarte aquí el resto de tu existencia, trabajando como mesero y cuidando de Taissa. Te aterra el solo imaginarte lejos de ella. Sería un dolor demasiado profundo para ambos.
¿Y si te quedas aquí? Lo que te ataba a Moscú era tu madre y tus sentimientos por Yulia. Polina ya no tiene el mismo poder sobre ti y has superado a Yulia mil veces más rápido que en el caso de Lena.
Regresaré solo para resolver unos cuantos asuntos, piensas. Primero que nada hablarás con la agencia de modelos y tu representante. Tendrás que pagar una penalización muy alta por irte antes de que expire el contrato que tienes con ellos, pero no te importa. Luego venderás el apartamento o se lo dejarás a tu madre, y, por último, te despedirás apropiadamente de tus amigos, prometiéndoles que vendrás de vez en cuando.
Te dispones a plasmar tus planes con una gran sonrisa. Tras unos quince minutos lees lo que has escrito y no te quedan dudas de que es la decisión correcta.
Don Natalio
Taissa mira tu pecho con detenimiento y esboza una leve sonrisa. Tú bajas la mirada al collar que compraste en antigüedades Helena, feliz de que la sirena lo haya notado.
—Es idéntico a tu cola—le dices—. Me gusta mucho.
Ella, halagada, besa el cristal.
Esta mañana de Martes es tan apacible como de costumbre. Tú, aún soñoliento, esperas a que te traigan el desayuno mientras hablas de asuntos triviales con la sirena. El rumor de las olas se mezcla con la música jazz que Odalys puso de fondo, haciéndote sentir como en un sueño. Nada te haría más dichoso que pasar cada una de tus mañanas aquí por el resto de tu vida. El único detalle que estropea un poco tu experiencia es la mirada intensa de Isidro Rocafuerte, quien no se cansa de acosarte. Sabes que lo hace porque se preocupa por tu bienestar, pero aún así te molesta.
Si tan solo entendiera lo estrecho que es mi lazo con Taissa, dices para tus adentros. Le quedaría claro que estoy fuera de peligro.
Julieta se acerca a tu mesa al poco rato, más alegre que de costumbre.
—Tu desayuno ya está—dice, y señala una mesa al fondo, la cual es ocupada por un hombre—. Te lo serví allá, en la mesa de Natalio. Quiere hablar contigo.
El solo oír lo último te pone los pelos de punta. No creíste que Julieta concretara la cita tan rápido, y estabas seguro de que te avisaría con tiempo.
—¿Tan...tan pronto?—musitas.
—Sí, él no pierde el tiempo. Acompáñame por favor.
Te pones de pie y, antes de seguir a Julieta, le dedicas una leve mirada a Taissa. Ella está tan apacible como de costumbre. Verla a los ojos una vez más es suficiente para calmarte.
—No te asustes, Leo. Natalio es un hombre muy amable—te asegura Julieta—. Creo que vas a agradarle mucho.
Llegan a la mesa—la cual está junto a una ventana—y Natalio alza la mirada y te dedica una leve sonrisa. Es un hombre de piel muy tostada y ojos hundidos. Le calculas unos sesenta años. En contraste a su cara envejecida, tiene los brazos fuertes y los hombros anchos. Quizá es un pescador o un albañil.
—Buenos días Yuyu y su amigo güerito—dice. Julieta sonríe y te da un leve codazo. Tomas asiento a la brevedad.
—Buenos días don Natalio—responde Julieta—. Si necesitan algo me llaman, ¿va?
—Claro.
En cuanto Julieta se va Natalio vuelve a clavarte sus ojos profundos, los cuales brillan como un par de obsidianas pulidas.
—Así que tú eres el amigo güerito—dice—. Leonid Ivanov.
Tiene una voz grave y rasposa. Sonríes al percatarte de que es el primer hombre aquí en pronunciar bien tu nombre completo.
—Sí, soy yo. ¿Yuyu le habló mucho de mí?
—No a mí directamente. La niña Yuyu habló primero con Don Tomás y Don Ernesto, luego Don Ernesto me llamó a mí. Admito que me emocioné porque hace tiempo que no tengo una de estas entrevistas de trabajo.
No ubicas a los hombres que menciona, pero supones que se tratan del abuelo y el padre de Julieta.
—Gracias por tomarse el tiempo para hablar conmigo—dices.
—Es un placer. Así que, Leonid Ivanov, ¿por qué el interés en cuidar de un pez gigante?
Te aclaras la garganta.
—Eh...bueno, vine a este pueblo tras ver una exposición artística en mi país de Igor Vistin, el artista que estuvo aquí el año pasado, y...
—¡Ja! Me acuerdo de ese hombre, hizo muchas locuras—Natalio da un sorbo a su café y tú comes un poco de tostada—. Él fue el primer ruso en querer acercarse a la sirena, pero no era ni la mitad de calmado que tú. Estuvo normal los primeros días, pero conforme más tiempo pasó haciendo dibujitos junto a la sirena, más extraño se volvió su comportamiento. Supongo que Yuyu ya te habrá contado esas historias.
—Sí, y también otros lugareños. Eso me decepcionó bastante porque es uno de mis artistas favoritos y mi inspiración para hacer este viaje y conocer a la sirena.
—Mi teoría es que la sirena misma fue la que le mermó la salud mental. Son seres malvados y seductores, tal vez tienen poderes que la ciencia aún no ha podido descubrir.
Te sirves café y lo endulzas con azúcar.
—Puede ser—lo miras a los ojos, tratando de lucir serio—. Isidro Rocafuerte no ha dejado de acosarme con la mirada desde el primer día y le ha dicho a Yuyu que la sirena va a comerme. Yo no he desarrollado un comportamiento como el de Vistin y mi interés por ella es meramente artístico, así que no creo estar en peligro.
—Yo tampoco lo creo. De hecho admito que estoy bastante sorprendido con la relación que tienes con la criatura. Verás, la sirena es un ser hostil y distante, pero he notado que contigo se comporta como si fuera una foca amigable.
—¿Me ha visto antes?
—Claro. Yo desayuno aquí seguido, solo que yo no suelo acosarte tal y como lo hace Chilo—suelta una leve risa—. Pobre de él, creo que nunca se va a recuperar de aquella tarde en el Escila. Yo tampoco, la verdad. José María, uno de los Noaventureros, era mi hermano mayor.
—Lamento mucho lo que pasó.
Natalio le resta importancia al asunto con un gesto.
—Yo tenía quince años entonces. Mi padre era el médico del pueblo y entre él y yo tratamos las heridas tanto de la sirena como de Chilo. Mi plan de vida antes de ese día era irme de la ciudad y estudiar medicina, pero perdí las ganas. Armé un nuevo grupo de Noaventureros y, durante los fines de semana, cuidé de la sirena. Esa rutina no ha cambiado desde hace cuarenta y cinco años. Creo que yo y mis chicos también somos inmune a lo que sea que haga la sirena con los hombres débiles como el artista ese. En fin...—da otro sorbo al café—. Así que tu interés por la sirena es "meramente artístico" dices, ¿también eres pintor?
—No. Soy...soy modelo.
—¿De ropa interior?
Natalio te regala una sonrisa llena de diversión, haciéndote sonrojar hasta la raíz de los cabellos.
—Sí, a veces de ropa interior, pero planeo dejar ese trabajo pronto. Estoy escribiendo un diario sobre mis vivencias aquí, y quiero vivir experiencias que ningún otro turista ha tenido. No me conformo solo con los lugares de interés, quiero algo más.
—Ya veo. Quieres enriquecerte espiritualmente.
—Sí, sentirme como si fuera un lugareño.
—Suena bien. Y cuando termines ese diario, ¿qué harás? ¿Lo publicarás en Rusia?
—Tal vez. Y...y si me gusta la experiencia, que es lo más probable, voy a dejar mi vida allá y me quedaré aquí.
—¿Para siempre?
—Sí, para siempre. Seré camarero o pescador y también cuidador de la sirena.
Natalio te mira con los ojos muy abiertos.
—Eso es algo muy serio, güerito. Mira, la experiencia en sí no es nada del otro mundo: cuidar de la sirena es como cuidar un pez gigante. ¿Has tenido uno de mascota? Pues es lo mismo. Puede que la vida ajetreada que llevas en Rusia te haya consumido, y has tomado una buena decisión al venir a descansar a Perlas, pero piensa muy bien si lo que realmente quieres es cambiar la vida que tienes allá por la calma chicha de aquí.
Esbozas una leve sonrisa, agradecido por su preocupación. El cuidador te dedica una sonrisa paternal, esperando tu respuesta.
—Sí, lo voy a pensar. ¿Eso...eso significa que tengo el trabajo?
Natalio se lleva una mano al mentón, pensativo.
—¿Cuánto tiempo te queda de vacaciones?
—Un mes y diez días.
—Muy bien. En ese caso cuidarás de la sirena cuatro fines de semana, sábados y domingos. Si decides quedarte entonces hablaré con Don Tomás para que tu trabajo sea permanente.
—¿Cree que lo haré bien?
Natalio ríe.
—Hasta un chango lo haría bien. Me agrada tu actitud güero, se ve que este pueblo y su principal atracción te apasionan mucho.
Por el tono de su voz, sabes que está seguro de que te irás acabando el mes. Para él solo eres un turista embelesado que se aburrirá del trabajo tras la primera noche.
Pero Natalio no sabe cuales son tus verdaderas intensiones. No sabe lo mucho que Taissa y tú se aman.
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