Capítulo 4: El sabueso del diablo

No había luna y tampoco estrellas. Matías no recordaba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había visto un auto en la carretera. Dentro del vehículo tan solo se oía el suave ronroneo del motor.

Rodrigo iba con las manos en el volante y con la mirada fija en el camino. Matías por su parte, estaba reclinado en su asiento e intentaba conciliar el sueño. Una densa y fantasmagórica niebla había comenzado a formarse en el asfalto y ahora los rodeaba dificultando la visibilidad.

Bajo la sugestión que le produjo el paisaje pesadillesco, la niebla se fue infiltrando poco a poco en los sueños de Matías para dar forma a un mundo onírico que parecía no tener fin. En él, el periodista era acusado de fraude, era despedido, caía sumido en la pobreza o en las garras de las criaturas que él mismo había inventado para finalmente encontrarse cara a cara con la mismísima muerte.

Un reflejo del sol del amanecer lo salvó de su tormento y lo devolvió a la vigilia. Rodrigo bostezaba exhausto después de una larga noche conduciendo a baja velocidad. Ahora, que estaban llegando a Tucumán y la niebla se marchaba, cobraban forma ante sus ojos algunos autos a la distancia.

Los cultivos de caña de azúcar algo resecos se extendían a ambos lados del camino debajo de un cielo que hubiese sido digno de ser inmortalizado en la cámara del fotógrafo. Sin embargo, un rugido ensordecedor del estómago vacío de Rodrigo le advirtió a Matías que no podían detenerse en ese momento para sacar fotos puesto que sus provisiones se les habían terminado a las pocas horas de salir de Buenos Aires y esperaban poder llegar a su destino lo más pronto posible.

Los jóvenes habían sido asignados a cubrir la apertura de un nuevo spa inaugurado por la Estancia Santa Juana. Viviana Guzardo, la jefa de redacción de la revista para la que trabajaban, les había informado que había llegado a un acuerdo con el dueño del lugar que resultaba beneficioso para ambos. La revista brindaría buena publicidad al sitio, a cambio de sustanciosos descuentos en la materia prima que utilizaban para imprimir ya que el dueño también era propietario de una papelera.

Además de las tres noches de estadía disfrutando como los primeros huéspedes del lujoso complejo y de elaborar una nota turística para realzar el esplendor del sitio, ellos se encargaban de la columna paranormal de la revista. Guzardo le había exigido a Matías que aprovechara el viaje para encontrar algo relevante sobre el tema sin perjudicar de ninguna manera a la estancia. Incluso Matías pensó que podría hablar sobre la niebla fantasma si no conseguía algo mejor para enviarle a Viviana.

Sus noticias y las fotografías de su compañero de viaje, los había vuelto populares entre grupos de jóvenes y adolescentes apasionados con lo oculto que compraban la revista solo por ellos. Incluso el nombre Matías Álvarez había comenzado a estar en boca de algunos renombrados teóricos de las conspiraciones, famosos en las redes sociales.

Se detuvieron en una estación de servicio castigada por el tiempo para llenar el tanque del auto, despejar la mente y apaciguar un poco el hambre del fotógrafo. El lugar contaba con un pequeño y caluroso patio de comidas en donde Matías adquirió una gaseosa helada y Rodrigo un café con leche y unos sandwiches de miga para comer en el momento y compró también un salamín de campo y un queso de cabra que guardó en su mochila.

Continuaron con su viaje y llegaron a la estancia recién a media mañana. Allí los recibió el propietario del lugar, un hombre de pelo cano, quien se presentó como Ricardo Ariganelli.

El predio era asombroso por lo que Rodrigo aprovechó para tomar algunas fotografías de los caballos, del campo y de la enorme y lujosa casona que si bien conservaba el encanto de la época de la colonia, había sido adaptada para cubrir las necesidades de los huéspedes adinerados del siglo XXI.

Ariganelli los acompañó hasta su habitación. Cuando abrió la puerta, Matías se quedó boquiabierto. El lugar era sumamente lujoso y no solo en comparación a los económicos hospedajes a los que estaban acostumbrados, sino que realmente parecía la recámara de un magnate millonario.

Del techo alto y abovedado colgaba una lámpara antigua de cristal. Contaban además con un jacuzzi, una televisión que debería tener más de cincuenta pulgadas y un bar aprovisionado con costosas botellas que Matías jamás podría costear.

Lamentablemente, ante la mirada del joven el propietario le aclaró que cualquier consumición más allá de las tres comidas diarias que les habían prometido, deberían ser abonadas por ellos.

Matías no dejó que aquello lo desilusionara. Se sentía en la suite de un rey y pensaba aprovechar esos tres días para disfrutar al máximo de las comodidades que le ofrecían. En ese momento, sentía que amaba su empleo.

No fue difícil acostumbrarse a la buena vida ofrecida por el lugar. Matías logró con facilidad escribir desde el hidromasaje una reseña que hacía honor a las comodidades allí ofrecidas. Al terminar envió su producción directamente a Buenos Aires. Cerró la tapa de la notebook que reposaba sobre un banco de madera que había llevado hasta el tocador y se dedicó a disfrutar de un relajante baño con sales aromáticas.

Se cambió allí mismo y para no interrumpir el sueño de Rodrigo cuyos ronquidos se escuchaban al otro lado de la puerta, decidió que iría a hablar con algunos peones de la estancia. Así podría averiguar información del lugar que podría servirle para su columna paranormal.

A pesar de que intentaba justificar siempre la información que volcaba con fuentes y hechos reales, lo cierto era que los tiempos de publicación lo corrían y en ocasiones se veía obligado a tergiversar un poco la realidad.

Su caminata por los amplios pasillos hasta el exterior de la estancia se vio interrumpida por la presencia de una hermosa morena de unos dieciocho años quien lo detuvo educadamente.

—Disculpe señor, ¿le gustaría recibir un masaje con aceite de jacarandá y menta?

Era la primera vez que lo llamaban señor. Lo cierto era que el título otorgado por la chica lo hacía sentirse importante, como si tuviese mucho dinero o poder.

—Claro. ¿Por qué no? Podés llamarme Matías.

—Un placer, Matías. Mi nombre es Miriam.

Su voz era pausada y melodiosa. El periodista le regaló su mejor sonrisa y le comentó que trabajaba para una revista de Buenos Aires. Evitó mencionar para cuál, para que ella no se diera cuenta de que su lugar laboral no era muy conocido. La joven parecía fascinada. Matías pensó que seguramente aspiraba conseguir algo de fama o recibir una abultada propina de su parte.

Aprovecharía la situación para preguntarle a la masajista sobre cualquier tipo de eventos paranormales que pudieran haber acontecido cerca del lugar. Era mucho mejor trabajar desde la comodidad del spa que tener que salir al calor agobiante para buscar peones dispuestos a colaborar con su columna.

Miriam lo guio hasta una sala con algunas camas de masaje y ungüentos que proporcionaban un delicioso aroma al recinto. Ella salió un momento para que él pudiera cambiarse y colocarse un toallón en la cintura. Cuando se quitó la camisa deseó por un momento haber pasado más tiempo en el gimnasio tonificando su delgado cuerpo en lugar de haber estado tan ofuscado escribiendo sus fantásticas notas.

Cuando la joven regresó, él se recostó boca abajo y ella comenzó a masajear su espalda con un aceite refrescante. Se sentía muy bien. Podría haberse quedado dormido, pero tenía que trabajar para que sus notas salieran lo mejor posible.

—Llevo la dirección de una columna paranormal —mencionó mientras Miriam presionaba con los dedos agradablemente sus hombros y su nuca—. Quizás hayas escuchado algo de eso que está ocurriendo y puedas darme una mano.

Tal y como Matías esperaba, la muchacha mordió el anzuelo de la fama.

—Ah, ¿vos decís por la sequía? No creo que sea real.

Matías no tenía idea de qué estaba hablando la chica, pero decidió seguirle el juego.

—Sí, lo de la sequía.

—Bueno, es que siempre pensé que eran cuentos de viejas, pero si estás acá algo de cierto debe tener —dijo masajeando el lóbulo de la oreja izquierda de Matías haciéndolo estremecer.

—¿Qué dicen por acá sobre eso? —insistió—. No importa que parezca raro. Las leyendas esconden verdades.

—Está bien —aceptó proporcionando más placer a la espalda del periodista—. Mi abuela nos contaba a mis hermanos y a mí que cuando había sequía durante muchos días y las cosechas se veían amenazadas, algunos estancieros hacían un pacto con el demonio para que empiecen las lluvias. Se le ofrecía el alma del peón más rebelde a cambio de la prosperidad para todos los que trabajaban en la cañada. Si el diablo aceptaba el trato mandaba a uno de sus sabuesos o quizás venía él mismo en forma de perro negro como la muerte y devoraba al pobre hombre.

—Y ahora, hace tiempo que no llueve —comprendió Matías recordando los cultivos resecos.

—Claro. Encima, coincide con que por las noches se escuchan algunos aullidos, pero no creo que Ariganelli trate de sacrificar a nadie. ¿O sí? —dijo Miriam que parecía estar teniendo un debate interno sobre si creer o no en los cuentos de su infancia.

—Esperemos que no, pero por si acaso. ¿Hay alguna forma de salvarse del perro?

—Siendo el diablo o algo que tiene que ver con él, seguramente una cruz o agua bendita, supongo que eso debería funcionar para espantarlo —explicó reparando en que había olvidado continuar con el masaje y se concentró en los hombros del chico.

—No tengo opción. Si la provincia está sufriendo el peligro de una amenaza real, es mi deber contárselo al mundo —Matías esperaba no estar sobreactuando demasiado—. Esta noche voy a salir a buscar al perro y sabremos si se trata de una mascota perdida o de algo mucho más siniestro.

—No vayas. Mirá si te mata —pidió.

Parecía haber comprado la historia a la que ella misma había dado forma.

Matías pensó que si ella se había sugestionado tanto, sus fieles lectores quienes estaban dispuestos a creer lo que compraban, amarían leer la próxima entrega de su columna a la que titularía: "El sabueso del diablo".

—No puede hacerme daño, no trabajo en la estancia. Mi trabajo está en Capital —dijo sin poder evitar fanfarronear.

—No sé. Por ahí solo fueron peones hasta ahora, porque no había nadie más cerca, pero entre la gente que trabaja acá y un completo extraño, yo creo que Ariganelli ofrecería tu alma. Perdón que te diga eso, pero es lo que me parece.

—No te preocupes... Podrías tener razón. Igual, esta noche voy a investigar... Esperemos que sea un perro normal.

—Esperá. Mejor te doy mi cruz. Así Dios te protege. Está bendecida por un cura de Mar del Plata que conoció al papa antes de que se vaya para Roma —dijo sacándose por la cabeza la cruz para enrollarla después, alrededor de la muñeca de Matías quien se había sentado en la camilla para que ella pudiera hacerlo.

—Gracias, linda.

Una pincelada de rubor atravesó el rostro de la joven quien se acercó y le dio a Matías un cálido beso. Quizás pensó que podría ser el último día del periodista. Él correspondió, no sin sentirse un poco culpable por haberla asustado.

Cuando regresó a su habitación, Rodrigo ya se había despertado y estaba ansioso por ir a almorzar.

Mientras comían, el periodista con una sonrisa radiante de genuina alegría le contó a su compañero la información que tenía sobre el sabueso del diablo. Rodrigo atribuyó a esta noticia la felicidad que reflejaban los ojos de su amigo.

—Yo sé que a vos te encantan estas cosas, pero hay fuerzas con las que es mejor no jugar. Igual ya estamos metidos hasta la médula en esto. Yo sé que vamos a ir y sin mis fotos nadie te creería.

Esperaron a que salieran las primeras estrellas antes de aventurarse hacia los cultivos de azúcar. Lo cierto era que habían escuchado aullidos a lo lejos y, aunque Matías dudaba de que se tratase del diablo, lograron dar con un perro.

El can era grande, sucio y de color marrón oscuro, aunque en las hábiles fotos de Rodrigo y aprovechando la oscuridad, podría pasar tranquilamente por negro. Parecía rabioso o, por lo menos, hambriento. Se acercaron hasta donde se encontraba para inmortalizarlo en numerosas imágenes, pero el animal se sintió amenazado y le mostró los dientes a Rodrigo.

Al oler el miedo del fotógrafo, el perro ganó confianza y se dispuso a atacar. Rodrigo retrocedía tomando alguna que otra fotografía, mientras que el sabueso avanzaba hacia él.

Matías se alejó un poco, puesto que no tenía forma de salvar a su amigo. Por fortuna, el fotógrafo se movió lentamente para no alterar más al perro que le gruñía furioso, y sacó del bolsillo de su mochila el salamín regional que había comprado. Luego lo arrojó frente a las patas delanteras de la bestia.

El perro comenzó a comer y los jóvenes aprovecharon para escapar del sabueso del diablo.

A Viviana le fascinó la nota cuando se la enviaron, solo pidió que cambiaran el nombre de la estancia por el de otra lo suficientemente cercana para atraer a los turistas cautivados por lo oculto y lo suficientemente lejana como para no espantar a nadie.


Muchas gracias por leer este capítulo. Espero de todo corazón que disfrutes esta historia.

Te mando un abrazo muy grande.

¡Nos leemos pronto!

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