𝙷𝚘𝚛𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚝é

Con mis amigos siempre pasa lo mismo.

Nos vamos de fiesta y regresamos temprano

a alguna casa tranquila, tomados de las manos.

Nos juntamos a beber, y terminamos sentados en una mesa cualquiera,

rústica, alargada, casi siempre de madera,

rodeados de galletas, tazas de té, dulces y bocadillos,

intercambiando chismes entre mermeladas y quesillos. 


Intentamos tener experiencias "alocadas"

dignas de películas Hollywoodianas.

Pero nuestras almas de viejo son demasiado anticuadas

para experimentar las típicas noches trasnochadas

características de la juventud americana. 


Hubieron días en los que el vodka fue derramado libremente.

En el colegio, cuando cada licor se conseguía ilegalmente.

Pero ahora, lo que nos resta es esto.

El suburbio callado, el imperante silencio.


Entre nosotros nos molestamos por ser así.

Por no ser capaces de disfrutar el hedonismo actual

y deleitarnos con los placeres de la vida.


Pero, ¿cuál es el mal de ser un eremita?

¿Cuál es el mal de no caernos alcoholizados e inconscientes?

¿De no despertar enfermos, con la luz del día?


No es patético querer un rincón tranquilo

dónde descansar la mente y charlar con amigos.

No es ridículo poner límites, 

y saber cuándo el placer se puede transformar en vicio. 


Y yo disfruto la hora del té, más de lo que disfruto la hora del baile.

¿Cuál es el gusto de estar de pie, entreteniendo conversaciones casuales,

con desconocidos curiosos, con extraños personajes,

mientras una música alta me vuela los tímpanos

y el deseo de irme me revuelve las tripas?

Prefiero mil veces estar sentada 

con mis amados idiotas, con mis torpes tontitas, 

a los que conozco y amo en iguales medidas,

conversando sobre cosas que de veras me importan, 

y sobre temas que sí me fascinan. 


Así que brindo con mi tacita de porcelana blanca,

con mi té negro, medio tibio, azucarado, 

a las reuniones en medio de la madrugada,

en casas sencillas y suburbanas. 

Brindo por casa broma, por cada consejo, por cada risa;

por cada momento que puedo vivir al lado

de estos aburridos ancianos, 

de mis comadres y compadres.

¡Salud!

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