🌹 Prefacio 🌹

Londres, Inglaterra, 1889

Palacio Ducal de Covent Garden

El otoño en Londres había iniciado con un precioso colorido en tonalidades amarillentas, ocres y rojizas. El jardín de la parte trasera del castillo, estaba cubierto con un colchón de hojas y pasto en tonos naranjas pálidos y amarillos. El gran ventanal que daba al despacho del hombre que estaba leyendo números e informes de sus contadores, daba una cierta claridad de nostalgia y somnolencia dentro del ambiente. El tintineo de las ramas sin hojas contra la ventana producto del viento, hacían desconcentrar un poco al individuo que intentaba prestar atención a lo que estaba frente a su vista.

El puro yacía sobre el cenicero por la mitad, era más lo que se consumía solo que lo que el hombre lo pitaba. El hogar estaba encendido y el crepitar de las leñas transformaban el lugar en algo acogedor.

El individuo por un instante quedó absorto en los detalles de los papeles que no escuchó a su mayordomo que lo llamaba.

Milord... Milord... ―emitió y tuvo que carraspear para que su señor lo oyera.

De a poco levantó la cabeza y le clavó la mirada.

―Dime... ―fue lo único que replicó.

―Acaba de llegar una misiva desde La Rochelle ―dijo su mayordomo, acercando al escritorio la carta sobre la bandeja de plata.

―Gracias James, puedes retirarte ―comunicó al tiempo que lo miraba y tomaba en sus manos el sobre.

Una vez que el hombre de edad avanzada se retiró, él abrió con lentitud la carta y comenzó a leer lo que estaba escrito. A medida que continuaba leyendo unía las cejas y luego las levantaba. Phillip Tomey, era el encargado de cuidar de los campos que era dueño.


Milord Lemacks;

Adjunta a esta carta, le entrego una foto de mi hija mayor, Elizabeth. Siendo esta muchacha la adecuada para que sea su esposa, como habíamos acordado con usted y sus abogados.

Las cosechas del año anterior y este año no han sido las más favorables, y me veo en la obligación de agradecerle lo que ha hecho por mi familia aceptando el acuerdo. A pesar de nuestras diferencias, asumo que es un buen hombre y un excelente patrón por permitirnos quedar en la casa. Mi esposa no está del todo de acuerdo en lo que se decidió, pero no tiene más opción que aceptar lo que usted nos ofrece.

Nuestra hija no le causará problemas, está muy bien educada, y acatará todo lo que usted le diga. Para el año siguiente, usted tendrá a Elizabeth como me lo hicieron saber los abogados. Casándose con ella, quedaría saldada la deuda.

Sin más que comunicarle, espero que nuestra hija sea de su completo agrado y sea la esposa que usted busca para tener un heredero.

Atentamente,

Phillip Tomey


La sonrisa de lado que se le asomó al duque al observar con atención desmedida la fotografía de la joven, fue en aumento y no pudo evitar tener pensamientos inapropiados. Tan pronto como dobló la carta, puso la misma y la foto dentro del sobre, se levantó y terminó de calar una última pitada para luego apagar el habano contra el cenicero de vidrio.

Estaba tan envalentonado que llamó a los gritos a James, su mayordomo.

―¿Me llamaba, milord? ―cuestionó cuando oyó su nombre a gritos.

―Dile a Sam que me prepare algo de ropa dentro de la maleta y apronte el carruaje, me voy a Francia.

―¿Puedo saber el por qué? ―Abrió más los ojos ante la petición.

―Iré a conocer a mi futura esposa ―sonrió lleno de felicidad.

―No es lo apropiado, milord ―comunicó―, recuerde bien que sus abogados le han dicho que lo más adecuado es que ambos, usted y aquella joven, permanezcan separados, por lo menos hasta que todo quede firmado por usted y el encargado de sus campos ―manifestó acabando con el entusiasmo que tenía su patrón.

―Eres complicado cuando te lo propones James, no puedo creer que me estés diciendo justamente esto ―espetó casi con hastío.

―Es lo correcto, solo quiero su bienestar y claro... que a la joven no la terminen considerando algo que seguramente no es ―confesó intentando que reflexionara.

―Eres petulante cuando quieres serlo.

―Trato de ser sensato, milord. Por el bien de todos, y para que todo siga como hasta ahora, es mucho mejor que se conozcan dentro de un año.

―La expectación me intriga, sabes que no puedo esperar a conocer a alguien que solo leí a través de una esquela y peor aún, su padre me acaba de enviar una fotografía.

―Lo siento, pero debe saber que por lo menos tiene asegurado una futura duquesa y por consiguiente, un heredero.

―Te daría un golpe cuando te pones así de querer convencerme para no manchar el honor de ella ―levantó una ceja al tiempo que lo miraba―, la haré mi esposa, no podría deshonrarla jamás.

―Si me lo permite, milord... Usted no se conforma solo con besos...

―Sí, sí, ya te he entendido ―dijo sin darle mucha importancia a lo que le decía.

―Si me disculpa, continuaré con mis labores ―comentó haciendo una reverencia y antes de retirarse le habló de nuevo su amo.

―¿No quieres conocerla? ―Alzó una ceja.

―Si usted me lo permite, con gusto, milord.

Pronto el duque se acercó al escritorio y desde donde estaba alargó su brazo para tomar la carta y abrió la solapa para sacar la imagen, y mostrársela.

―Con todo respeto, milord, le diré que su futura esposa es encantadora.

―Te lo agradezco, James ―dijo con una sonrisa y volvió a guardarla.

―Ahora sí, me retiro, con su permiso ―reanudó la reverencia y salió del despacho cerrando la puerta a sus espaldas.

El duque se giró en sus talones y volvió a sentarse en el sillón para seguir con los papeles que había dejado de lado.

El mayordomo enseguida entró a la cocina para beber un vaso de agua ante la sorpresa que había presenciado al conocer a la futura señora de la casa.

―¿Qué te ocurre, James? ―preguntó con interés la cocinera.

Milord me ha enseñado la fotografía de su futura esposa, hace unos momentos atrás llegó la carta desde La Rochelle.

―Deseo que alguien buena se quede con él, solo espero que la muchacha no termine por decepcionarse aquí ―declaró el hombre.

Milord es bueno... y la joven no debería sentirse mal por estar en el ducado ―respondió la mujer.

―Bertha, este matrimonio no será tradicional.

―¿De qué hablas? ―quiso saber la cocinera frunciendo el ceño.

―La joven es la hija del encargado de los campos de milord, es una muchacha de campo ―confesó terminándose de beber el agua.

―¿Y no estás de acuerdo con esto?

―Sí, claro que sí... pero todos nosotros sabemos lo que es capaz de hacer la sociedad rica londinense.

―A milord le importará poco lo que los demás digan. Está claro que necesita alguien como ella para que la estirada de su amante lo deje de perseguir ―admitió la mujer.

―Supongo que tienes razón.

Cada uno volvió a sus labores y la mansión quedó en silencio.


🌹🌹🌹


La Rochelle, Francia, 1890

Campos Lemacks State

La joven Elizabeth terminaba de guardar sus mudas de ropa y lo necesario dentro de su única maleta, el viaje podría ser muy largo y el barco... sería la primera vez que lo pisaba. Estaba disgustada, y no era para menos, en dos semanas iba a casarse con un hombre que jamás había visto en su vida, y tendría que compartir muchas más cosas con él, con un completo extraño.

Su padre le había comentado que era un hombre de negocios, y de buena posición, sobre todo porque era el dueño de las tierras en donde ellos estaban viviendo desde que tenía memoria.

Nunca había estado en contra de las decisiones que tomaba su padre, pero esa única vez, lo estaba porque sin pedirle opinión alguna, su progenitor, aquel misterioso hombre y los abogados de este último, la tomaron como pago por las deudas que acarreaba su familia. Deudas que no podían ser pagadas al dueño por falta de cosechas de sus propias tierras.

―¿Ya tienes todo listo, hija? ―preguntó su madre.

―Sí, mamá ―respondió con lágrimas en los ojos.

―No debes llorar ―la reconfortó con caricias en las mejillas―, todo irá bien, en Londres tendrás una hermosa vida, ya verás que sí, cariño ―esbozó una sonrisa tratando de calmarla.

―No quiero irme ―expresó sinceramente, abrazándose a su madre.

―Elizabeth, hija. Es por tu bien, eres preciosa y estoy muy segura que ese hombre te querrá.

―Los hombres londinenses no son lo que parecen ―manifestó con apremio.

―Nada es lo que parece, cariño ―admitió con algo de pesar en su voz―, si ya estás lista, te acompañaremos al puerto.

Elizabeth y su madre, salieron de la casa y subieron a la carreta donde las esperaban los demás integrantes de la familia. El trayecto fue silencioso y la muchacha lloraba en silencio por lo que le tocaría vivir en Londres, junto a un hombre desconocido en lo absoluto.

Sus dos hermanos más pequeños se abrazaron a ella en un llanto desconsolado. Sabían bien que era posible que jamás volverían a verla.

Llegaron al puerto momentos después, llevaron su maleta al camarote que había sido pagado por los abogados por autorización de su futuro marido y acto seguido, apenas se anunció que zarpaban, ella los saludó y los abrazó fuertemente. La joven se enfrentó al imponente transatlántico que la alejaría de su familia por quién sabría por cuanto tiempo. Con lágrimas en los ojos, subió a cubierta esperando por el navío que pronto zarparía hacia un país que sabía bien era posible jamás encajaría. Cuando los marineros exclamaron que levaran las anclas, el barco a vapor comenzó a desplazarse mar adentro. Elizabeth ante la desesperación corrió hacia el estribor para verlos por última vez. Apretando sus manos en la baranda del barco, bajó la cabeza llorando en señal de derrota. Tuvo que darles la espalda y caminar hacia el interior del barco para tratar de recomponerse.

Como era de esperarse, la muchacha tuvo un camarote en primera clase como las demás personas de la alta sociedad francesa y londinense, algo que la apabullaba por no sentirse idónea de dicho lujo. Miró todo a su alrededor tratando de no perder ningún detalle, la pomposidad del camarote la dejaba intranquila pero sabía bien que nada de lo que dijera iba a ser tomado en cuenta por ella, una simple joven de campo. Una deuda saldada, eso era en verdad, un pago. Recostada de lado, se aferró a la almohada para acallar los sollozos.

De pronto, se sintió sumergida en una sensación mecedora producto del navío surcando las aguas y haciendo que sus párpados comenzaran a pesarle y a llevarla a un profundo sueño.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top