🌹 Epílogo 🌹
Un mes después
Palacio ducal
Oficina del duque
Era de noche y ya habían terminado de cenar. Mientras Patrick se encontraba firmando algunos papeles de negocios, Elizabeth estaba sentada en el sillón individual de su despacho leyendo un libro de romance.
La duquesita desde hacía quince días atrás había sido invitada a ser miembro importante de un club de lectura solo para mujeres y en dicho club pasaban una tarde por semana debatiendo la cadena de lectura que estaban leyendo, Jane Eyre para aquel momento.
—¿Cómo te encuentras en el club? —formuló curioso su marido.
—Muy bien, es un grupo divertido y agradable.
—¿Y aceptan solo mujeres?
—Sí. ¿Por qué lo preguntas? —cuestionó con interés mirándolo desde el borde del libro abierto.
—¿No te gustaría formar un club de lectura mixto? —sugirió.
—Sería un poco extraño, ¿no lo crees así? —comentó frunciendo el ceño.
—Nuestra vida es rara también, Elizabeth, desde la manera en cómo nos conocimos hasta lo que pasó hace un mes atrás, ¿no te parece? Tenemos bastante en tan poco tiempo de vivir juntos.
—Eso es cierto... ¿Y de verdad lo dices? ¿Dónde se realizaría y quiénes serían los encargados?
—Puedo mandar a construir dentro del ducado un lugar de lecturas, pueden tomar el té y el café por la tarde mientras leen y debaten.
—¿Y con lo otro?
—Tú y yo.
—¿Pasarías una tarde de lectura en vez de hacer tus cosas? —interrogó más que sorprendida.
—Se pueden elegir los viernes o los sábados, o incluso los domingos para que no sean aburridos —sonrió—. Y por lo visto no te disgustó la idea.
—La verdad es que no —dijo con entusiasmo.
—Mañana me comunicaré con el arquitecto y podremos acordar una cita.
—Eso sería perfecto.
Elizabeth dejó el libro cerrado sobre la mesa de salón que estaba frente al hogar a leña y se acercó al duque para quitarle la pluma de la mano y dejarla en el tintero.
—¿Qué haces? —Quedó sorprendido.
Vio cómo ella se sentaba en su regazo y lo abrazaba por el cuello desatándole el lazo que tenía en el pelo.
—Darte una recompensa —emitió y le dio un beso en los labios.
—Hay una sorpresa que la mantuve en secreto y creo que te encantará —la abrazó por la cintura.
—Dime.
—¿Recuerdas lo que hablamos sobre construir una nueva escuela en La Rochelle? —manifestó y ella asintió con la cabeza—, en este tiempo que pasó pedí que los niños que estudiaban allí estuvieran en el granero que pertenece a la finca, lo acondicionaron bien para que pudieran asistir mientras que construían la escuela. Y desde hace dos meses ya están instalados y con profesores nuevos que se agregaron.
—¿Profesores nuevos? —interpeló con mucha incertidumbre.
—De idioma, música, pintura y literatura. ¿Qué opinas?
—Que es demasiado.
—Yo sé cuán importante esto es para ti, sobre todo que los niños tengan un futuro y que no se les impida estudiar por ser de bajos recursos.
—Patricien... te adoro —apoyó la cabeza sobre su hombro y sollozó.
—Y yo más por ser así de preciosa, en todo —confesó mirándola a los ojos mientras le sostenía la barbilla entre sus dedos.
Elizabeth se acercó a sus labios y lo besó con todo el amor que sentía por él.
El duque la sujetó de la nuca y cintura para profundizar el beso, ambos querían ir mucho más pero Patrick frenó el ósculo.
—¿Qué sucede? —quiso saber su esposa.
—Si seguíamos creo que... íbamos a terminar en el sofá.
—¿Y sería malo?
—No... pero no quiero obligarte...
—Tú jamás me obligaste a hacer algo que no quería, ¿por qué me dices esto ahora? —preguntó preocupada.
—Porque después de lo que te sucedió no quise molestarte más, cuando nos quedamos a pasar la noche en el granero luego de la tormenta, quizá lo hice para recordar la intimidad que tuvimos y me conformé con eso, posiblemente en algún momento me haya arrepentido de habértelo hecho porque en vez de reconfortarte de forma cariñosa, terminé encima de ti para hacerte el amor, y creo que no debió haber pasado porque quizás tú no estabas lista aún ―confesó con angustia en su voz.
―El que me hayas hecho el amor, fue un símbolo de cariño también ―admitió sorprendida―, jamás me sentí incómoda aquella noche, tendrías que haberte dado cuenta de eso, Patricien.
Las manos de Elizabeth quedaron sobre el amplio pecho del hombre, y aprovechó para desabotonar con disimulo la blanca camisa del duque. Cuando abrió la camisa, le dio un beso en el cuello y otro en su nuez de Adán. Patrick abrió más los ojos sorprendiéndose de grata manera por la actitud de ella pero dejó que le hiciera lo que quería. Volvió a abrazarlo y besó sus labios, pero ante la poca predisposición de él, la muchacha pasó al siguiente plan.
Se separó del duque e ignorándolo se dedicó a caminar hacia el largo sillón y comenzó a desajustarse las cintas que tenía la pechera de su vestido. El mismo cayó por los hombros y quedó con el corsé, la ropa interior y el liguero con sus ligas. A Lemacks casi se le desencaja la cara de la manera en cómo la observaba. Tan audaz y seductora que por un momento pensó que alguien había cambiado a su pimpollo rojo.
Mirándolo con desafío, le habló;
―Si no vas a hacer nada, es mejor que te pongas a trabajar en los papeles o te vayas a dormir —le guiñó un ojo estando de espaldas a él.
La duquesita se tendió en el sofá a la espera de su amante. Levantó una pierna posándola sobre el respaldo del sillón para provocarlo. Le mostró la pierna enfundada en la media y él se levantó de la silla, y yendo a su encuentro fue quitándose la chaqueta y la camisa. Se quedó frente a ella mirándola con deseo.
―Ésta noche no te dejaré dormir, duquesita ―la mirada que le regaló, la atravesó como el mismo fuego.
―Ya era hora que me mantuvieras despierta ―replicó con énfasis.
―¿De qué hablas? ―cuestionó con burla―. Podemos jugar a las damas.
Elizabeth casi lo golpea.
―¿Jugar a las damas? ―su voz sonó con indignación.
Patrick rio por lo bajo y se arrodilló frente a ella.
―¿Acaso no te gusta el preludio del amor, duquesita? ¿Besos y caricias? ―preguntó entre susurros y besando su cuello.
―¿Por qué me lo preguntas si sabes que sí? ―cuestionó y lo abrazó por el cuello.
Los besos del hombre descendieron con lentitud hasta que llegó a sus pechos y con parsimonia se dedicó a estos. La joven quedó con los sentidos a flor de piel mientras se mordía el labio inferior. La boca del duque era experta y sabía muy bien cómo contentarla, bajó más hasta llegar al ombligo y aprovechó en ubicar sus manos a los costados de las caderas de su esposa para bajarle la ropa interior.
Quedó expuesta y su piel se erizó.
Cuando subió, volvió a besarla y se puso de pie frente a ella para terminar de desvestirse. Elizabeth miró con atención todo su cuerpo y su mano fue sin aviso a su entrepierna. Patrick quedó petrificado. Dio un jadeo cuando sintió las caricias de su esposa sobre su miembro.
―¿No me quitarás las medias? ―formuló sorprendida y alzando las cejas.
―No —dijo, tratando de hablar con claridad—, quiero que tus piernas estén enfundadas y enredadas en mi cintura cuando sea el momento para sucumbir a la pasión que sentimos el uno por el otro.
El duque apoyó una rodilla casi en el borde del sillón y la duquesita lo invitó a ubicarse entre sus piernas. A medida que pasaba el tiempo, la intimidad entre ellos era cada vez más intensa.
―Me encanta cuando estás sobre mí ―volvió a decirle ella besándolo.
—Eres como un veneno —expresó con ansias de más y la levantó del sillón llevándola contra una de las paredes de su oficina.
—Nunca lo hemos hecho así —la joven se sorprendió.
—Siempre es bueno probar. —Sonrió contra sus labios.
Elizabeth se aferró más a su cuello y a sus caderas, y los embistes eran más intensos, y profundos. Ambos gemían en los oídos del otro y Patrick la sujetó de los muslos para terminar por embestirla una vez más y ahogando los dos un gemido contra sus bocas mientras llegaban juntos al orgasmo.
—Me has sorprendido... quedé anonadada —rio casi a carcajadas y acomodó su cabello poniéndolo detrás de sus orejas.
—Me alegro —le regaló una sonrisa y después la besó.
De a poco fueron normalizando sus respiraciones y se vistieron de nuevo. Patrick apagó el fuego del hogar y la abrazó por los hombros para salir del despacho y subir las escaleras hacia sus aposentos.
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Mes de marzo
Residencia ducal
Salón de té
Reunión de cumpleaños
La enamorada pareja se encontraba riéndose con los padres de ambos, los tíos del agasajado, Isabella, Sophie y Prince mientras que los hermanos de la duquesita estaban en el jardín jugando con los obsequios que Patrick les había dado el día que habían llegado.
Isabella no le sacaba la vista de encima a su primo y Prince no podía dejar de mirar a la hermana de Elizabeth. Ella también le entregaba miradas furtivas solo por miedo a que alguien más se diera cuenta de lo mucho que le gustaba y solo fueron pocas las veces que se habían visto.
Poco tiempo después, Miranda y Andrew se retiraron a la habitación de invitados para echarse una siesta, así como también los padres de la pareja. Habían quedado solo los más jóvenes y el ambiente se había quedado en silencio. Hasta que a Isabella se le ocurrió abrir la boca como siempre de manera inoportuna.
—Jamás pensé que mi primo te entregaría el collar de esmeraldas.
—Pues lo hizo hace algunas semanas atrás.
Elizabeth tenía puesto para aquel día un vestido verde oscuro de satén con un precioso escote, luciendo el collar de la familia. Una trenza francesa con pequeños pimpollos de rosa de color rojo y rosado, y sus labios con el pintalabios que Patrick le había dicho que se comprara. Rojo. Como la pasión que se tenían.
Isabella revoleó los ojos y se levantó del sillón individual.
—Será mejor que me eche una siesta, tanta dulzura me da náuseas —bufó saliendo de allí.
—Creo que te haría bien, aunque sobre todo, te vendría bien un poco de melaza —acotó Patrick casi entre risas.
—Qué poco tacto, primo —dijo indignada.
—Es lo que te mereces de mí, no vas a arruinar mi festejo —contestó y se levantó también.
La jovencita se encaminó derecho a la salida y subió las escaleras para entrar a la recámara que le correspondía.
—Sophie... —habló Prince y la joven lo miró—, ¿me permites hablar contigo? Si tu hermana lo acepta.
—Por supuesto. Sophie, ¿tú qué dices? —preguntó su hermana.
—Está bien. —Se levantó de la silla.
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Jardines del ducado
Ambos salieron del castillo para dirigirse hacia el pequeño establecimiento que Patrick había mandado a construir para los domingos de lectura del club mixto. Desde que se había inaugurado gracias a las invitaciones que se habían enviado, era un completo éxito. Muy poco común pero divertido y bastante famoso por el poco tiempo en el que había abierto sus puertas.
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Interior del castillo
Sala de té
Cuando el duque la tuvo a solas dentro del salón de té, la abrazó por la cintura para darle un beso en los labios.
—Tienes labial —rio por lo bajo mientras se lo quitaba con los dedos.
—Esa boca roja es como una bella rosa en todo su esplendor.
La duquesita estaba encantada con las palabras que le recitaba y sobre todo con el hombre que tenía frente a sus ojos.
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Ducado de Covent Garden
Club de lectura "La duquesita roja"
Dentro del club, Prince le dedicaba unas palabras a la joven por la que estaba comenzando a sentir cosas.
—Sé que lo que te diré te resultará demasiado apresurado —le tomó las manos entre las suyas—, pero... me gustas mucho, Sophie. Desde que te conocí aquí que me has parecido una muchacha encantadora y preciosa. Con la que se puede conversar casi de todo.
La joven había quedado sorprendida porque no se lo esperaba. Sabía que algo pasaba entre ellos por la manera en cómo se miraban y hablaban pero nunca había pensado que él se le declarara tan rápido.
—Milord... yo solo estoy de paso, y principalmente provengo de una familia agricultora.
—¿Milord? —cuestionó incrédulo—. Prince... solo Prince para ti. A mí no me importa de dónde provengas, incluso si hubieras sido una vendedora te habría querido igual. ¿Por qué no podrías tener algo como lo que tiene tu hermana?
—Porque sé el lugar que debo ocupar, yo no tuve un acuerdo matrimonial, ni nada. Elizabeth tiene un hombre maravilloso que la adora y la ama, y sobre todo... unos suegros que la quieren también.
En aquel momento supo el hombre que lo estaba diciendo por su madre y su hermana.
—Ya veo... tienes miedo de Isabella y de mi madre, ¿verdad? —formuló pero ella se calló—, siempre han sido así, y en estos momentos ya tendrías que saber cómo son, además... Bien has visto que yo no les sigo sus juegos y mucho menos las obedezco. Soy adulto y no necesito que me dominen... ¿Tú no sientes algo por mí?
—¿De qué manera podría sentir algo por ti si solo nos hemos visto pocas veces?
—Pero creo que nos hemos conocido bastante durante esos días, y en esta ocasión más también... Sophie, ¿me permitirías cortejarte?
El rostro de la joven quedó sorprendido porque algo así no esperaba escuchar de él. Le gustaba mucho pero sabía que las cosas podrían complicarse si se enteraban su madre y su hermana. Pero... ni siquiera ella misma podía negarse que sentía cosas por Prince también.
—De acuerdo.
Ante aquellas palabras, el hombre le dio un beso en el dorso de cada mano.
—Gracias. Me gustaría pedirle permiso a tus padres también para cortejarte.
—Supongo que no habría problema... —quedó mirándolo a los ojos.
—Me haces muy feliz —le regaló una sonrisa y ella le entregó otra.
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Ducado
Los jardines
En el medio del jardín que conducía hacia el invernadero, se encontraban los duques.
—Me parece que Prince tiene intenciones serias con tu hermana.
—Opino lo mismo. ¿Te imaginas una boda este año? —formuló contenta Elizabeth.
—Me la puedo imaginar —respondió Patrick.
—Una boda y algo más.
—¿Algo más? —Frunció el ceño sin comprenderla.
—Todavía no te di tu regalo de cumpleaños, milord.
—El regalo de cumpleaños eres tú, pimpollo rojo —le sujetó la mano para besársela y luego la mejilla.
—Pero hay algo más... que me di cuenta por cálculos que hice... —dejó en el aire la frase.
Patricien la miró y se puso frente a ella.
—¿Qué es?
—Te lo diré en el jardín de invierno.
Lemacks la levantó en brazos y caminó ligero hacia el lugar mientras ella se carcajeaba.
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Invernadero de Covent Garden
Cuando entraron, él cerró las puertas. Elizabeth se acercó al sector de las rosas y vio una entre tantas que le llamó la atención.
—¿Cuándo floreció? Es preciosa, la estaba regando y cuidando pero creí que no florecería tan pronto —dijo encantada al verla.
—Es una rosa corazones —expresó y Patrick tomó la tijera, y la cortó por el tallo.
—¿Por qué lo has hecho? Se veía hermosa en su hábitat.
—Porque se verá perfecta en tu pelo —confesó acomodándola cerca de su oreja y metiendo el tallo entre su cabello—. Una belleza —sonrió con amor sujetándola de la nuca y besándole los labios.
En aquella demostración de amor, ella se aferró a la cintura de su marido y entre besos le dijo sobre la sorpresa.
—Estoy embarazada —admitió contenta y él se separó escasos centímetros de su rostro.
—¿En serio? —cuestionó y la joven asintió con la cabeza—, no solo por esta hermosa noticia sino por todo lo que eres y cómo eres, me haces el hombre más feliz del mundo.
—Te adoro y te amo mucho, Patricien.
—Te amo inmensamente, pimpollo rojo.
Sabían ambos que nunca, nada ni nadie iban a poder separarlos. La pareja quedó abrazada y besándose dentro del jardín de invierno mientras el perfume de rosas los envolvía en un invisible abrazo cargado de sensualidad y amor, mucho amor.
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