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La Rochelle, Francia

Campos Lemacks Estate

Acababa de llegar una carta proveniente del ducado, pero con la firma del duque y su escritura era bastante informal a como solía redactar las mismas. Tanto Phillip como su esposa se miraron.

―¿No crees que sería una locura presentarnos allí? ―cuestionó con preocupación la mujer.

―Lo será pero nos pide por favor que estemos allí, y sabes que no podemos negarle algo al duque ―respondió el hombre―. Elizabeth se alegrará de vernos, ¿no te parece?

―Sí pero tampoco quiero que terminemos perjudicando a nuestra hija y por consiguiente al dueño de donde vivimos.

―Yo sé todo eso, Beth pero debemos ir, más sabiendo que pronto nuestra hija se casará con él ―admitió sonriéndole.

―Bueno, solo espero que esto no traiga problemas...

La preocupación de la mujer era verdadera y ansiaba que no surgieran problemas luego de aquella decisión.

A medida que las horas pasaban, ambos iban acomodando algunas cosas para el pronto viaje que realizarían, y lo harían con uno de los navíos del duque, puesto que en la misiva les había dado detalles de presentarse el domingo en el puerto para zarpar hacia Inglaterra y una vez que estuvieran en puerto londinense, un carruaje los estaría esperando para traerlos hacia el ducado.


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Covent Garden, Londres, Inglaterra

Palacio Ducal

Era ya domingo cuando los padres de Patrick luego del almuerzo decidieron dar un paseo por Hyde Park y ellos quedaron solos.

―¿Sabe jugar a las damas, señorita? ―preguntó con curiosidad.

―Sí, lo sé jugar. ¿Quiere que juguemos una partida?

―Sería perfecto, vayamos a la biblioteca.

Enseguida los dos se encaminaron hacia el despacho y luego se dirigieron hacia la biblioteca.


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Biblioteca

En el transcurso del juego, fue Patrick quien quiso saber más cosas de la joven, como por ejemplo de qué manera estaba constituida su familia.

―Estaba creída que sabía eso, milord.

―Pues no... solo supe que sus padres tienen una hija más chica que usted, y a usted pero no sé si tiene más hermanos.

―Sí, los tengo, tres varones que son los más pequeños. Alexandre de diez, Brendan de siete y Val de dos años.

―Vaya... casi todos van en hilerita ―comentó entre risas.

―Más o menos ―ella se rio también.

―Tal parece que tampoco han perdido el tiempo sus padres, por lo menos no con los varones.

―Con mi hermana tampoco, ella tiene veinte años. Pero sí, hay mucha diferencia de edades entre nosotras y ellos.

El duque cambió de tema para volver a preguntarle algo que a Elizabeth la dejó aún más desconcertada que antes.

―¿Qué anhela? ¿Cuáles son sus sueños? ―cuestionó mirándola a los ojos.

―No anhelo nada y tampoco tengo sueños, la gente del campo trata de no soñar nada, y solo vivir en la realidad.

―Las personas siempre deberían soñar con algo y anhelarlas también, es imposible que usted no quiera algo, la gente vive de sueños ―confesó el hombre.

―La gente como usted, sí... Pero no las personas como yo.

―¿Y ahora? ¿Ahora no anhela nada? ¿No tiene sueños? ―formuló con énfasis en su voz―. ¿No cree que ahora que está a punto de casarse conmigo, sería tiempo de soñar con las cosas que jamás se tuvo la oportunidad de anhelar?

―Sinceramente, no pienso en nada. Sería como aprovecharme de usted si pienso algo así.

―Me gustaría que se aprovechara de mí... ―la melodía de su voz aterciopelada dejó estupefacta a la joven, y sintió un extraño calor en sus mejillas que se expandía hacia las orejas.

―Vaya... usted no da vueltas.

―Estamos iguales, señorita ―sonrió de lado―. Reanudando la seriedad, ¿no me responderá?

―Nunca pensé en esas cosas porque siempre estuve creída que mi vida sería cosechar y tener un esposo que se dedicara al trabajo de campo, nada más... Jamás estuvo en mis planes verme aquí frente a usted y a punto de casarme con el duque.

―Elizabeth... usted no está para el trabajo de campo y tampoco la veo con cualquier hombre, excepto conmigo... con lo que le estoy diciendo, no quiero que me malinterprete, sé bien que no es de mi propiedad, solo he sido sincero con usted, porque así lo siento.

―Lo entiendo, milord. No se preocupe.

―¿Y ahora? ¿Con qué sueña? Prácticamente la semana culminó, y me gustaría saber cómo se siente o qué estaría anhelando ahora mismo.

La muchacha a pesar de pensarlo varias veces, se animó a decirle lo que estaba cavilando en ese instante.

―Ahora, anhelo un beso suyo...

Las mejillas ardieron de vergüenza y el duque miró su rostro ruborizado.

―Usted tampoco da vueltas, señorita ―sonrió con encanto.

En el mismo momento en que él apoyó los labios en los de la joven, James apareció dentro de la biblioteca.

―Golpea la puerta, James ―lo fulminó con la mirada.

―Lo he hecho, milord pero nadie me escuchó ―admitió observando a ambos.

―¿Qué necesitas?

―Acaba de llegar una carta.

―¿Quién la envía?

El mayordomo no respondió y el duque supo de quién se trataba. Y Elizabeth lo supo también y quedó tan desconcertada que se levantó de donde se encontraba.

―Me voy ―la voz casi fue de irritación.

Patrick intentó retenerla de la mano pero ella la quitó antes de tiempo y lo mató con la mirada.

―No es lo que está pensando, que las reciba no quiere decir nada, ya le he dicho que no tengo nada más con ella.

―Me deja hacer todo solo para callarme la boca, por eso solo lo hace, mientras usted...

Ni siquiera pudo terminar la opinión, se dio media vuelta y salió de allí.

―Elizabeth espere... ―gritó pero antes se giró en sus talones para hablarle a James―, si llega otra misiva, como la recibes la rompes, no me la entregues, no quiero saber nada con esa mujer, no quiero tener problemas con Elizabeth por su culpa ―declaró.

―Perfecto, milord... pero sabe que tarde o temprano es posible que las dos se encuentren a solas, y su examante será capaz de cualquier cosa ―lo advirtió.

―Lo sé bien pero tampoco la quiero mantener dentro de este castillo, sé que tiene lo necesario para defenderse de ella.

―Entiendo. Tomaré la carta y la romperé.

―Me parece bien.


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Interior de la residencia

El duque salió de la biblioteca y se encaminó hacia las escaleras pero Clarissa lo detuvo a medio camino.

―La señorita no está, se acaba de ir con el caballo y no dijo dónde.

―Esta mujer me escuchará ―respondió enojado y la joven mujer lo miró perpleja.

―¿Les dejo algún mensaje suyo a sus padres si llegan antes que usted, milord? ―cuestionó asombrada.

―No... trataré de volver con ella lo antes posible. No debe de estar muy lejos.

―De acuerdo, con su permiso ―le dedicó una reverencia y salió de su vista para entrar a la cocina.


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Cocina

Dentro del lugar, madre e hija, James y Sam, junto con otras cinco personas más, charlaban sobre lo ocurrido hacía pocos minutos atrás.

―Espero que la encuentre pronto y que le haga entender que esa mujer no está más con él ―comentó el mayordomo a los demás.

―Si esto no prospera, estamos perdidos... ―expresó el leñador.

―Prosperará, yo sé que sí ―afirmó Bertha.


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Territorio ducal

Floresta

En el claro del bosque, la muchacha paseaba con Etérea por el sendero de árboles que había conocido gracias al duque, estaba tranquila y en silencio, solo se escuchaba el crujir de las hojas y ramas, el graznido de algún ave y el relincho de la potra. Detuvo al caballo en el medio del camino y quedó pensando en la situación que había vivido tiempo atrás, estaba más que claro que había sido una escena de celos.

―No sabía que montaba como un hombre... ―dijo con un dejo de ironía en su voz.

La voz del duque hizo eco en el medio del sendero y sabía que se aproximaba hacia ella. La joven giró la mitad de su cuerpo para mirarlo. Arrogante y avasallador, eso era el duque de Covent Garden. Y que alguien se apiadara de ella porque se estaba enamorando de él.

―¿Acaso no puede dejarme por un rato tranquila? ―sonó irritada.

―La verdad es que no... este juego lo encuentro excitante ―sonrió de lado y se acercó a ella con sigilo.

―Si se acerca más, me voy.

―No se atrevería...

―Lo haré ―confesó y emprendió el galope.

Patrick la siguió con el galope firme detrás de ella y avanzó para interponerse en su camino, frenando el andar del caballo por las riendas del carrillo y haciendo que la potra tuviera que girar su cabeza y el cuerpo para quedar en la dirección contraria a él. Elizabeth apretó los dientes y lo fulminó con la mirada.

―A mí no me va a poner esa cara, señorita ―contestó él con enojo fingido.

―No le he puesto ninguna cara, milord ―sonó con tono desafiante.

Tomó con más firmeza las riendas de la quijada de la potra y la acercó a su caballo para tener más cerca a la joven, la sujetó de la nuca y la besó con ansias, ella le dio una cachetada.

―Impertinente ―emitió con enojo.

El duque no le dio tiempo a nada para que ella pudiera defenderse o hacer algo más, la tomó de la cintura con un brazo y la atrajo hacia su caballo para continuar besándola. Elizabeth forcejeaba pero nada podía derribar al hombre que tenía frente a ella y terminó sucumbiendo a sus besos.

―La ablandaré con besos si se me pone brava como recién ―rio por lo bajo sin dejar de mirarla a los ojos.

―Lo haré con justa razón, no me sirve si sé que se ve con ella a mis espaldas, milord.

―No hay nada, se está equivocando, señorita. Le aseguro que no hay nada entre ella y yo ―anunció con veracidad―. Admito que me encanta que esté celosa, porque eso quiere decir que de alguna manera le parezco agradable.

«Agradable es lo menos que diría, me gustas demasiado Patrick y me odio por sentirme así contigo», pensó la joven.

―Ya quisiera usted que lo encuentre agradable, milord ―contestó y no pudo evitar reírse por lo bajo ante lo que le había respondido.

―Le he pedido a James que rompiera la esquela y si continúa enviándolas, que las reciba y se deshiciera de ellas, no me interesa en lo absoluto ―comentó con decisión.

Elizabeth sentía que le decía la verdad pero tampoco podía confiar del todo en él. Suspiró resignada.

―Podemos volver cuando usted quiera.

―He cambiado de idea, ¿qué le parece dar una vuelta por los alrededores del territorio ducal?―preguntó con interés―, si está más cómoda la ayudaré a subirse a Etérea.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza.

Ambos caballos iban a la par trotando por los alrededores de las hectáreas que eran propiedad privada del duque, y a medida que paseaban, los dos conversaban también. Fue Misterio que se detuvo gracias al hombre, él se apeó para ayudar a la joven a bajarse de su caballo y caminaron uno al lado del otro entre medio de los caballos.

―¿Qué sucede? ―formuló intrigada.

―Nada, he querido caminar un poco, me gusta tenerla a mi lado ―expresó y entrelazó su mano con la suya.

La llevó a su boca para depositarle un beso en el dorso, y miró sus dedos. Pronto iba a elegir el anillo de compromiso para ella y con eso sellaría un paso más hacia el altar. Ansiaba desposarla cuanto antes, para que pudiera disfrutar de todas las comodidades que merecía.

―¿Esto es el final del territorio? ―interrogó mirando el inicio de la reja de hierro forjado trabajada con preciosas rosas y hojas, y a cada cierta distancia el escudo heráldico de la familia.

―Sí, estamos en la parte trasera del ducado y la única salida que existe es la principal, por la que usted llegó hace una semana atrás ya.

―¿Nadie custodia esta parte?

―Sí, siempre, del lado externo y del lado interno también.

Ella se acercó a las rejas y se sujetó de los hierros para mirar hacia fuera, cuando se giró para retomar el camino, se encontró con los ojos del duque que la observaban con fijeza. A ambos les había caído el reflejo del sol, que traspasaban las ramas de los árboles a sus ojos y los dos quedaron encantados al mirarse.

―Sus ojos brillan al sol y son casi transparentes con el precioso color verde que tiene ―declaró él.

―Me molesta la luz y no puedo mirar del todo bien... ―comentó intentando esquivar el rayo en sus ojos―. Los suyos son de un azul más claro.

―Eso se resuelve enseguida ―dijo regalándole una sonrisa y refiriéndose a la molestia que ella tenía en sus ojos por el sol.

Se acercó a los labios de la joven y ella cerró los ojos esperando por su beso. Cuando rozó sus labios en los de ella, la devoró. La muchacha se aferró a sus hombros, apretando con nervios la tela de la capa masculina. El hombre posteriormente, besó la delicada punta de su nariz. Eliza quedó perpleja ante el detalle que tuvo con ella.

―Sería bueno que regresáramos al castillo ―dijo con la voz entrecortada.

―¿Acaso me tiene miedo o se pone nerviosa cuando estamos a solas? ―su pregunta la tomó por sorpresa, dejándola estupefacta.

―Un poco... siento nervios y me gustaría volver, por favor.

Patrick por alguna extraña razón supo que lo decía por lo ocurrido hacía más de un año atrás con aquel sujeto que intentó abusar de ella y ante aquello, aceptó retornar al palacio y dejarla tranquila.

―Regresaremos, no se preocupe más.

Cuando montó, el duque la miró cómo galopaba la futura duquesa y quedó maravillado con la manera de andar, sin remilgos y como una amazona. El trote fue bastante rápido y llegaron al palacio ducal en menos de veinte minutos.


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Castillo de Covent Garden

Los empleados aún estaban dentro de la cocina, y la escena la miraron a través de la ventana del lugar. Todos se aliviaron y reanudaron sus quehaceres.

Después de la cena, se retiraron a dormir y Lemacks deambuló con su madre por los pasillos del ala oeste, lugar donde se encontraban las joyas de la familia. Fue el hijo quien apenas habían llegado del paseo, quiso hablar a solas con su madre para comentarle sobre el anillo para Elizabeth.

―¿Ya has decidido el anillo que le darás? ―quiso saber su madre con entusiasmo en su voz.

―No, y por eso necesito que me aconsejes.

―No puedo aconsejarte, es el que tú quisieras que ella tenga.

―Para el día de la boda, ¿es posible que ella misma elija las joyas?

Ducky... me haces una pregunta que sabes bien que aceptaré, yo no tengo inconveniente en que Elizabeth elija las joyas para su unión contigo.

―Lo sé pero lo de antes no fue bien...

―Eso está fuera de discusión, querido. No hay comparaciones. Son distintas las dos por completo. Elizabeth tiene derecho a todo lo que quiera usar de las joyas familiares, de todas maneras, yo ya he pasado para lucirlas, y se le verán perfectas a ella ―admitió con una sonrisa.

―Seguirás siendo una duquesa, madre.

―Solo tendré el título de milady, pero me conformo, tu futura esposa tiene el lugar merecido ―sonrió con sinceridad.

―He visto que se llevan muy bien entre ustedes.

―Sí, es encantadora y me llevo muy bien con ella. Hace unos días atrás, cuando quedé a solas con la muchacha, estuve tentada en confesarle lo mal que me llevaba con Roseanne.

―En otra ocasión se lo contarás, pero no ahora madre, por favor.

―Tranquilo, no diré nada.

Estaban dentro del cuarto y mirando las joyas mientras hablaban, hasta que a Patrick le llamó mucho la atención un precioso anillo con un rubí.

―¿Qué te parece?

―Magnífico, es perfecto ―sonrió su madre al mirar el anillo.

―Será este entonces ―dijo tomando en sus manos el estuche de terciopelo.

―Tu abuela estará contenta, era de su joyero favorito y por sorprendente que parezca, yo nunca lo usé, solo ella... Y me gustaría que se lo entregues a Elizabeth como anillo de compromiso.

―Creo que la piedra representa todo lo que es este lugar y sobre todo lo que siento por ella.

―Estás muy enamorado, ¿verdad?

―Sí ―afirmó, asintiendo con la cabeza también―. Creo que... Elizabeth ni siquiera se da cuenta de lo mucho que me tiene enamorado y lo peor es que la arpía de mi examante está intentando interferir entre nosotros.

―No debes darle importancia, querido. Ya sabemos todos cómo de malvada es esa mujer.

―Lo sé pero tengo miedo que Elizabeth termine por creerle a ella y no a mí. Ya de por sí, tiene sus opiniones bien fundadas con respecto a los hombres de mi círculo, y no sería raro si le creyera.

―¿Por qué lo dices?

―No viene al caso en estos momentos ―negó con la cabeza mientras le daba una sonrisa.

Pronto salieron de la habitación y subieron las escaleras a la par, se dieron un beso en las mejillas para desearse las buenas noches y cada uno entró a su recámara.

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