🌹 8 🌹

Palacio Ducal

Salón de té

Después del almuerzo del viernes, la duquesa y Elizabeth se encontraban dentro del salón de té junto con la modista, para la primera prueba del vestido de novia. Ajustes por la cintura y amplitudes en la falda se trazaban con el centímetro y luego las anotaba en su cuaderno de diseños exclusivos. Tenía ese solamente para la futura duquesa de Covent Garden, y aparte de los diseños que ya había comenzado a confeccionarle de vestidos y demás prendas, había agregado los que ya con anterioridad había comprado de la temporada de otoño-invierno. Puesto que pretendía que su vestido de novia fuera excepcional, y entre los gustos de ella y de Elizabeth, y opiniones de Kate, estaba dispuesta a que aquel vestido fuera magnifico para que todos los presentes clavaran la mirada en la prenda y en ella sobre todo.

―Vaya... qué cambio se está viendo ya desde la primera prueba ―admitió Katherine sorprendida.

―Quiero que su vestido sea perfecto ―confesó mientras estaba arrodillada detrás de la joven y cosiendo de manera provisoria el frunce de la primera capa de la falda―. ¿Quisiera una pequeña cola en el vestido?

―Me encantaría ―dijo con una sonrisa al mirarla―. Por favor, llámame Elizabeth.

―Pero milady... ―comentó abriendo más los ojos.

―Es lo que quiero, que me llames por mi nombre.

―De ser así, usted me llamará Anne.

―De acuerdo.

La prueba del vestido duró más de una hora y cuando alrededor de las cinco y media de la tarde la modista se retiró del ducado, la joven aprovechó en tomar un libro de la biblioteca del duque y caminar hacia el invernadero para leer con tranquilidad.


🌹🌹🌹


Jardín de invierno

Tomó un almohadón del sillón individual de hierro forjado que estaba al costado de la mesita redonda del mismo material y se sentó en el piso. Había elegido el sector de las rosas para poder estar relajada y leyendo, sin que la presencia del duque la perturbara, y lo peor era que no le disgustaba tenerlo cerca, tan solo quería por un momento tranquilidad porque ese rostro de bucanero seductor la dejaba sin aliento cada vez que la observaba con aquella mirada azul.

Habían pasado varios minutos cuando ella escuchó unos golpecitos en el vidrio del invernadero. Levantó la vista encontrándose con el duque que la saludaba con la mano y le regalaba una sonrisa, la muchacha correspondió el saludo y continuó leyendo, sin creer que él entraría también.

―¿Qué lee? ―preguntó curioso.

Orgullo y Prejuicio ―respondió metida en la lectura.

―La protagonista se parece a usted.

―Dejando de lado que tiene mi mismo nombre, supongo que lo dice porque está criada en el campo también ―levantó una ceja con altanería.

―Para nada... ―tomó el otro cojín del sillón de jardín y se sentó frente a ella―. Porque es muy moderna para la época en la que vive, y tan inteligente, y astuta que deja callado a más de un hombre.

―A usted por ejemplo.

―Sí pero confieso que me encanta, me deja fascinado.

―Veo que ha leído el libro, ¿verdad?

―Así es... es uno de los favoritos de mi madre. Se lo recomiendo, es extraordinario.

―Lo seguiré leyendo ―dijo bajando la cabeza para seguir con el libro.

―¿Ahora? ―cuestionó sorprendido.

―Sí, ¿qué quiere hacer entonces, milord? ―formuló intrigada.

―Hablar un rato con usted. ―Quedó mirándola con atención―, ¿le gustan los atardeceres?

―Sí, me encantan, ¿y a usted? ―cuestionó mirando el libro abierto.

―También...

Patrick sentía que Elizabeth lo estaba evadiendo, e iba a averiguar el porqué.

En la mente de la francesita había un debate entre tratar de leer con tranquilidad la novela, y lo que recordó de la madre de él.

»Mi hijo intentará besarte, no tendrías que esquivarlo.

―¿En qué piensa? No está leyendo, eso está más que claro ―agachó la cabeza para mirarla inclinado.

Un mechón negro cayó por delante, bloqueándole la visión, y ella tuvo el impulso de ponérselo detrás de la oreja. Y aunque era posible que estaba haciendo algo indebido, llevó a cabo lo que había pensado, ubicar el mechón detrás de su oreja.

―¿Acaso debo estar pensando en algo para tener esta cara? ―preguntó con algo de ironía.

―Elizabeth... sé que piensa en algo, su rostro la delata ―sonrió de lado con gracia―, sus ojos no se mueven, intenta leer o pretender que lee pero no siguen las líneas de la escritura.

«Era un impertinente», pensó la joven.

No sabía si decirle o no, pero lo enfrentó clavándole la vista en sus preciosos ojos.

―¿Qué está buscando en verdad? ―Levantó una ceja.

―Que me diga lo que está pensando ahora mismo.

―Debo seguir con la lectura, milord.

―La novela puede esperar ―se la quitó de las manos, la cerró y estiró el brazo para ubicar el libro sobre la mesa de madera donde había macetas con rosas.

En el mismo instante en que Patrick giró la cabeza para poder ver dónde depositaba el volumen, ella quedó embelesada por sus facciones masculinas. Tenía un par de mechones de pelo sueltos, y eso lo hizo ver más atractivo, la muchacha se acercó un poco más a él y le besó el costado de la comisura.

El duque quedó de piedra ante el acto de haberle dado un beso. La observó sin decirle nada, aún estaban cerca el uno del otro, y sus respiraciones se mezclaban.

―Yo... supongo que no esperaba algo así, milord ―expresó con algo de incomodidad―, discúlpeme si lo incomodé ―se justificó.

―Coquetea conmigo, ¿y me pide disculpas? ―Su voz sonó divertida y sarcástica.

―Yo... no estoy coqueteando con usted, ¿acaso sí? ―cuestionó uniendo las cejas con curiosidad.

―Sí, lo está haciendo, o por lo menos es lo que estoy interpretando.

―No era mi intención.

―¿Siempre no es su intención, señorita? ¿O es posible que yo la esté encontrando nerviosa?

―Para nada, milord... Solo me gustaría que aceptara mis disculpas por haber tenido el impulso de...

Y allí mismo quedó suspendida en el aire la respuesta de Elizabeth, porque el duque la besó en los labios mientras la sostenía de la nuca. Con la mano libre de él, sujetó la de la joven para ubicarla en la nuca masculina.

―Relájese, no sucede nada malo ―confesó casi en susurros y a escasos centímetros de su boca.

―Béseme una vez más.

―Primero me dirá lo que la tenía intranquila, después... puede que la vuelva a besar ―sonrió con satisfacción por verla molesta.

―Le he contado a su madre sobre lo sucedido en la entrada del cobertizo cuando usted comentó que Etérea esperaba que me diera un beso... ―confesó mirándose las manos en señal de nervios.

―¿Y qué le dijo ella?

―Que usted iba a intentar besarme... y lo consiguió.

Patrick estalló en risas acostándose en el piso del invernadero, ella quedó petrificada ante su actitud.

―Me mata lo directa que es... y me encanta lo sincera que es también ―se incorporó para sentarse frente a ella de nuevo y la miró con fijeza―. ¿Por qué no hace lo que siente? No me enojaré con usted por querer hacer algo apropiado.

―¿Querer besar a un duque es apropiado?

La interrogación de Elizabeth dejó a Patrick sin palabras y supo que tenía muchos prejuicios encima, prejuicios que iba a borrárselos para siempre a medida que pasaban el tiempo juntos.

―Se lo pondré de este modo... ¿Querer besar a una joven de campo es apropiado? ―Sus palabras sonaron emotivas y esperaba que Elizabeth no las malinterpretara.

―¿Por qué usted se preguntaría eso?

―Por el mismo motivo que usted se lo pregunta también. Si es apropiado o no, ¿qué más da? Si quiere saber lo que pienso, se lo diré... es apropiado, en todo el sentido de la palabra, lo es. Punto.

Fue Elizabeth quien apoyó sus manos en las mejillas del hombre y de a poco se acercó para besarlo. Cuando estuvo cerca de su boca, cerró los ojos y posó sus labios con delicadeza sobre los suyos. El duque apoyó las manos a los costados de la cintura de la joven sin atreverse a abrazarla por miedo a que se terminara por asustar.

Pronto la muchacha se separó de su rostro para volver a mirarlo a los ojos.

―Creo que por hoy ha estado bien ―casi se rio ante su propio comentario.

―Sí pero quiero continuar ―admitió él.

Una vez más, el hombre la tomó de las mejillas para besarla con dulzura y ansias. La francesita no pudo evitar abrazarlo por el cuello y derretirse en aquel beso. El perfume de rosas, el atardecer que se veía a través de los vidrios repartidos de uno de los costados del invernadero, y ellos besándose era un cuadro perfecto.

Elizabeth quedó apoyando la frente sobre el hombro de él, estaba incómoda y nerviosa, lo que había sucedido escasos segundos atrás había trastocado todo su cuerpo, y sobre todo sus pensamientos, unos pensamientos que la hacían dudar siempre. Tenía prejuicios y muchos, unos prejuicios que no podía evitar tener cuando estaba cerca del duque, se odiaba a sí misma por sentir lo que estaba sintiendo por él. No cavilaba cuando lo tenía a su lado. Le nubló la razón cuando estuvo en sus brazos mientras la besaba con vehemencia, no quería sentirse así porque siempre había pensado que un hombre de su rango no podía tener esa clase de sentimientos por una joven de campo y su mente, y corazón siempre se debatían cuando el duque se acercaba a ella.

―Puede mirarme sin miedos, señorita ―acotó intentando que ella levantara la cabeza y lo enfrentara.

La joven de a poco levantó el rostro hacia él y quedaron mirándose fijamente a los ojos.

―Me siento incómoda.

―¿Por qué? ―preguntó.

―¿Acaso no es obvio? Nos acabamos de besar ―tragó saliva con dificultad.

―¿Y cuál es su inconveniente con eso que hemos hecho? ―cuestionó directo.

―Yo... no lo sé, quiero creer que no es ningún inconveniente ―se encogió de hombros.

―No, no es ningún inconveniente, Elizabeth ―la sostuvo de la barbilla y le dio un beso cerca de sus labios para intentar tranquilizarla―. Vayamos dentro, está oscureciendo ―emitió ayudándola a ponerse en pie.

El hombre tomó el libro en una mano y se lo entregó a ella en las suyas, la muchacha se lo abrazó contra su cuerpo y él pasó el brazo por los hombros para caminar juntos hacia el exterior del invernadero.


🌹🌹🌹


Palacio ducal

Comedor

La noche los encontró cenando con tranquilidad y buena conversación. Cuando finalizaron la comida de cada uno, les sirvieron el postre y posterior los padres se retiraron a descansar, él se levantó de su silla y se ubicó detrás de ella.

―Iré a la biblioteca ―confesó en un susurro y cerca de su oído.

―Yo... iré a dormir, me encuentro cansada, milord ―expresó con la respiración entrecortada de nervios mientras alzaba la vista para mirarlo.

―Entiendo ―asintió con la cabeza―, en ese caso... buenas noches, Elizabeth ―habló y le dio un beso en la sien.

―Gracias, buenas noches, milord ―contestó, observándolo como se alejaba de allí.

La joven se mordió el nudillo flexionado de los nervios que sentía, rabia le daba sentirse así, porque su mente le advertía cosas que su corazón no quería escuchar. Sabía muy bien que era pronto para comenzar a sentir algo por él, pero su manera de sentirse cuando estaba cerca suyo no sabía de prejuicios y prohibiciones. No quiso pensar mucho más aquello, se levantó de la silla y subió las escaleras, porque lo único que quería era despejarse la mente con tantos pensamientos que se le mezclaban.


🌹🌹🌹


Recámaras ducales

Solo se sentó en la silla y apoyó el libro sobre la mesa para continuar leyendo.

Aún el reloj de péndulo marcaba las nueve de la noche cuando ella subió a su cuarto y desde aquel instante se dedicó a leer. No se detuvo hasta haber quedado satisfecha, se había leído las quinientas cuarenta y cuatro páginas que contenía el libro, y cuando giró para ver la ventana, el alba se había colado a través de las cortinas.

Si lo sabía el duque, estaba más que segura que iba a obtener un regaño de su parte y con justa razón. Se había metido tan compenetrada en la lectura que no midió las horas. Los ojos le ardían pero no había podido parar de leer hasta llegar al final.

Una puerta se escuchó cerrarse y divisó por el rellano de la puerta contigua, la luz del dormitorio del duque, frunció el ceño porque estaba más que creída que recién se levantaba pero tal parecía que estaba igual que ella. Y por un momento, solo por un segundo pensó en que él había salido durante toda la noche y eso la dejó quebrada.

Patrick miró con el ceño fruncido y entrecerrando los ojos la luz que se veía debajo de la puerta en el cuarto de ella y no tuvo mejor idea que inspeccionar lo que hacía. Abrió la puerta sin golpearla y se adentro en el femenino cuarto.

―¿Acaso quedó toda la noche leyendo? ―su pregunta la tomó por sorpresa.

―No he podido resistirme ―comentó entrelazando su cabello.

―¿Y qué le ha parecido? ―formuló caminando con lentitud para tratar de dejarla entre el tocador y él―. ¿Sigue cuestionándose las cosas o va a dejar que las cosas continúen su curso? ―La miró a los ojos cuando la tuvo donde quería.

―Solo le puedo decir que la historia me gustó mucho. Que después de todo, ella lo aceptó y dejó sus prejuicios de lado así como él dejó su orgullo a un lado también.

―Y usted los tiene todavía, sé que los tiene. ―Patrick puso una mano en cada costado sin dejar que saliera de donde estaba―. Y no puede guiarse por sus prejuicios, van a terminar por ahogarla si sigue así, debería disfrutar y no pensar tanto.

―¿Acaso usted no ha dormido tampoco? ―Evadió su razonamiento.

Intentó salir frente a él, pero le fue imposible.

―No, y si gusta podemos echarnos unas horas de sueño juntos ―rio por lo bajo sin dejar de mirarla.

―Atrevido... no compartiré la cama con usted ―su voz no sonó muy seria.

―Pero una vez casados, sí.

―Usted me dijo que cuando yo estaba preparada para que compartiéramos la cama, iba a aceptarlo también, y no sin mi voluntad.

―Creo que tendré más cuidado en decirle las cosas, porque veo que se acuerda de todo lo que le digo... De ser así, entonces debería acordarse que le he dicho que no tendría que cuestionarse todo, le pone pretextos a todo, señorita y tendría que pensar menos sobre los prejuicios ―expresó sin dejar de mirarla―. Si le ofrezco algo, piensa otra cosa, si quiero pasar tiempo con usted, cree otra cosa, está llena de peros y porqués, y yo la quiero libre, libre como una mariposa.

―Entonces si me quiere libre, quiere decir que no habrá matrimonio ―dijo con la barbilla en alto.

―Habrá boda ―emitió con firmeza―, pero seguirá siendo usted, sin que yo la obligue a ser alguien que no es, sin instigarla a hacer algo que no quiere hacer, sin castigarla, sin acosarla de mal modo ―admitió con seriedad absoluta―. Quiero que sea usted misma después de la boda, por lo tanto quiere decir que no soy la clase de hombres que rebajan a sus esposas, o que las insultan, o golpean. Me criaron en el ceno de una familia bien y de títulos nobiliarios, pero principalmente soy un hombre al que de pequeño y adolescente lo criaron con valores, para que sea un hombre de bien, con moral, honestidad y sin maldad ―confesó de tal manera que Elizabeth sintió sus ojos arder por las lágrimas.

―Quiero salir, por favor ―fue lo único que respondió.

El duque dejó de apoyarse sobre el tocador y caminó unos pocos pasos hacia atrás para que ella tuviera su espacio. Ella lo miró de reojo y caminó con pasos ligeros detrás del biombo para desvestirse y ponerse el camisón de lino y el salto de cama. Para cuando ella salió, él ya se había ido. Suspiró aliviada.


🌹🌹🌹


Interior del castillo

Durante todo el día del sábado, no se vieron, solo lo hicieron cuando el sol comenzaba a ocultarse y ahí fue cuando él la invitó a dar un paseo por la ciudad.

―¿En este horario, milord?

―Sí, las luces de las calles principales de la ciudad se ven bonitas en este horario y de paso, haremos acto de presencia entre los habitantes de Covent Garden.

―¿Por qué? ―quiso saber.

―Ya le he dicho que es una manera más de cortejarla, que nos vean es señal de cortejo también.

―Y hoy mismo quiere ir, ¿verdad?

―Sí ―afirmó rotundamente.

―¿Sus padres no querrán venir con nosotros?

―Deje a mis padres tranquilos, iremos solo los dos.

Con la ayuda de Clarissa y Sam, hicieron más rápido todo, y cuando salieron del palacio ducal, el carruaje los estaba esperando.

A medida que la calesa avanzaba hacia las calles principales de la ciudad, Elizabeth más nerviosa comenzaba a ponerse y no era para menos. Trago saliva con dificultad. Una cosa había sido ir a la boutique de moda en compañía de su futura suegra y Clarissa, y otra muy diferente la que estaba aconteciendo en ese preciso momento.


🌹🌹🌹


Londres, Inglaterra

Barrio de Covent Garden

El cochero los dejó en el inicio de las calles principales y ella lo detuvo del brazo.

―No estoy preparada ―se le atoró en la garganta lo que le había dicho y lo miró con terror.

―Sé que está nerviosa pero debe estar tranquila, está conmigo, y sé que disfrutará el paseo ―manifestó para calmarla―, si no es hoy, será otro día antes de casarnos, y es preferible hacerlo ahora.

Patrick abrió la portezuela, y bajó. La miró y extendió la mano para que ella se la aceptara. Con un gran suspiro comenzó a salir del interior del carruaje hasta quedar con los pies en el suelo. El duque le avisó al cochero que en una hora se volverían a encontrar en ese mismo lugar y pronto quedaron solos en medio de calles atestadas de personas.

―Bienvenida a la parte bulliciosa de la ciudad, sé que ya la conoce por haber ido con mi madre a la modista pero no ha conocido nada después de ahí y me gustaría ser su guía ―comentó con entusiasmo.

―Acepto que sea mi guía, milord ―sonrió con sutileza.

El hombre ofreció su brazo para que la joven pasara el suyo y posara la mano en él. Al tiempo que caminaban entre las personas, iban mirando los puestos de ventas y las tiendas más prestigiosas de la ciudad. Covent Garden era la parte principal del territorio donde ellos vivían y donde las mejores tiendas de modas y lugares para el entretenimiento, yacían. Era sin dudas el barrio más importante de Londres.

―Como estará viendo, hay mucho movimiento durante casi todo el día y parte de la noche también puesto que los teatros y la Royal Opera House se encuentran aquí mismo. Así que, si alguna noche quisiera podemos ir a ver una ópera, tengo uno de los mejores palcos ―admitió queriendo parecerse el interesante.

―¿Le gusta la ópera?

―Sí, y me gustaría ir con usted una noche.

―Como no conozco no puedo decirle nada más, milord.

Elizabeth clavó la vista en algo que le había llamado mucho la atención, estaba cerca de un puesto de flores, el color la había cautivado.

―Los puestos de flores de aquí y el mercado de flores principal que se encuentra más adelante de esta calle, son míos. Aunque confieso que algunos negocios más de aquí lo son. Por ejemplo los de náutica.

―¿Por qué me lo cuenta, milord? ―preguntó intrigada y frunciendo el ceño.

―Porque quiero que lo sepa, por ninguna otra cosa más.

―Entiendo. Las rosas son del campo, ¿no? ―dijo dándose cuenta de ello.

―Sí, desde que me las enviaron la primera vez desde Francia, pedí que continuaran enviándolas para la venta.

―Hasta que la tormenta del año pasado las echó a perder ―manifestó la muchacha.

―Pero se recuperaron de a poco y se volvió a exportar.

―Las he cultivado yo ―confesó mirándolo a los ojos―, recuerdo cuando usted a través de una misiva pedía algún tipo de cultivo floral, hasta que se me ocurrió plantar rosas y terminaron por tomar fuerza para crecer y florecer.

―La felicito, por la idea de cultivarlas y mantenerlas.

―Se lo agradezco, milord... fue una manera de poder pagarle y comer, ni yo tampoco habría pensado que las rosas crecerían tanto, si viera ahora esos campos, se asombraría.

Antes que Patrick le respondiera algo más, se encontraron con la desagradable presencia de Roseanne y su marido.

―Qué agradable sorpresa encontrarlos por aquí ―la voz de la mujer sonó irónica.

Charles, el marido de esta, miró desde el ruedo del vestido de la joven hasta su cabello sujeto en una trenza francesa y clavó los ojos en los verdes de ella, la muchacha sintió escalofríos de miedo cuando la observó con detenimiento y estaba más que segura que no quería pasar ni un segundo a solas con aquel hombre en ningún momento, porque sabía bien que iba a encontrarlos a ambos en varias oportunidades.

―¿No nos presentarás a la joven que va de tu brazo, Lemacks? ―cuestionó el hombre con entusiasmo fingido.

―Elizabeth, le presento a Charles Smith, el marido de Roseanne ―comentó haciendo énfasis en las últimas palabras―, ambas ya se conocen, así que no haría falta la presentación.

La respuesta de Patrick fue seria y sin formalidad ubicando títulos y demás cosas, y eso mismo a Roseanne le molestó.

―Encantada, y con la señora nos hemos visto en la boutique de Anne.

Más seco el comentario de ella no pudo haber sido y la examante la fulminó con la mirada.

―Bueno... si nos disculpan, debemos continuar nuestro paseo ―dijo el duque.

―Hasta pronto, y encantado en conocerla, señorita.

La pareja continuó paseando sin hablarse y a Patrick lo estaba poniendo incómodo. A medida que iban recorriendo los puestos del mercado, ella iba observando todo y oliendo las flores de cada puestito floral. Terminaron por llegar al mercado principal de flores y allí entraron. Mientras ella miraba las flores y se iban adentrando más a la enorme tienda, él le seguía los pasos.

―Elizabeth, me está matando con su silencio, por favor... hábleme.

―¿Por qué se encuentra así? No debería, milord ―respondió acercando su nariz a una rosa inglesa―. Qué bien huele.

―¿Le gusta? Se la compro ―emitió desesperado.

Ella lo miró al fin y se rio por lo bajo.

―No tiene que comprarme algo para que yo le termine hablando, milord. No me sucede nada.

―Su expresión no es la misma desde que nos encontramos a los Smith.

―No soy quien para que usted se guíe por cómo ve mi expresión. Y cambie usted ese rostro apretado, no le queda ―volvió a reír.

―Lo siento si la incomodó la presencia de Roseanne ―dijo sincero.

―Ya deje el tema de lado.

Recorrieron un rato más el mercado y al cabo de una hora ya estaban regresando al ducado. Mientras él miraba por la ventanilla el paisaje, ella pensó en la escena con aquellas personas y se cuestionó algo que tuvo el impulso de preguntárselo a él.

―¿Las damas de su círculo tienen amantes? ―la interrogación fue casi tan normal que Patrick le clavó los ojos enseguida.

―No conozco la vida de las demás, pero supongo que alguna mujer lo debe tener ―la respuesta que le dio lo incomodó.

―Tendré que buscarme uno entonces ―comentó dándole de su propia medicina.

La cara del duque se desencajó deliberadamente y de inmediato se sentó a su lado.

―Usted... no tendrá ojos más que para mí, señorita. Se lo aseguro ―su voz sonó con firmeza―. Y sé que me lo está diciendo solo porque se enteró que he tenido una amante ―tomó una de sus manos y la llevó a los labios para depositarle un beso en el dorso.

―Aún no estoy del todo segura si me ha dicho usted la verdad, milord ―dijo con impertinencia.

―Dejé de frecuentarla hace mucho.

―Todavía no me ha convencido, milord ―habló con seriedad intentando no mirarlo a los ojos.

En un acto reflejo, ella lo observó con atención y él aprovechó la oportunidad para sujetarla de las mejillas y acercar su boca a la suya.

―Después de esto... creo que no le quedará ninguna duda que solo... estaré pendiente de usted, señorita ―confesó terminando por besarla.

La voz del duque sonó como un suave terciopelo a los oídos de Elizabeth, y se dejó besar por él. Cada vez que lo tenía cerca, lo olía y cada vez que intentaba acariciar su rostro o besarla como ahora, caía en su embrujo.

Cuando arribaron a la entrada del palacio ducal, el lacayo abrió la portezuela sin avisar, rompiendo todo el encanto que estaban compartiendo ambos dentro del carruaje. Patrick lo mató con la mirada y el hombre le pidió disculpas. Ella rio por lo bajo.

Apenas bajaron, la joven con la ayuda del duque, entraron al castillo para ser recibidos con la mesa dispuesta para cenar y a los padres de Patrick sentados allí esperando por ellos. Una hora y algo después, se retiraron a dormir los cuatro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top