🌹 4 🌹

Ducado de Covent Garden

Posterior al almuerzo familiar, en donde Elizabeth vio una faceta diferente del duque, su dama de compañía, la madre de su futuro marido y ella, se subieron a la calesa, para dirigirse al centro de la ciudad.

―Señora mía, no gastes tanto ―rio por lo bajo de manera divertida.

―Te compraré algo si quieres ―comentó animada también.

―No hace falta, disfruten de las compras ―emitió con una sonrisa.

―Gracias, querido mío. La bella Elizabeth es la que necesita verse deslumbrante ―sonrió al tiempo que miraba a la joven sentada sin dejarse ver.

Cuando el carruaje comenzó a alejarse de allí, los dos hombres entraron al palacio.

―Necesito saber el porqué de todo esto, Patrick ―reprochó su padre al mirarlo.

―Solo tienes que saber que no es un capricho, ni nada parecido. Hubo asuntos que no estaban en los planes de nadie, vamos al despacho y te explico mejor ―admitió y ambos entraron.


🌹🌹🌹


Oficia del duque

Luego de más de quince minutos en donde el padre escuchaba atentamente a su hijo, pasaron al paseo de hoy de las mujeres.

―Me parece que tendrías que haber ido con ellas ―respondió―, por precaución.

―Lo pensé pero decidí no ir con ellas para que Elizabeth tenga libertad.

―Una cosa es la libertad y otra diferente es que sea el blanco de tu examante ―replicó sin darle vueltas.

―Quiero creer que no se encontrarán.

―No confíes en Roseanne, esa mujer es malvada, aún no comprendo cómo fuiste capaz de mezclarte con ella, Patrick.

―Creí amarla y sin embargo me traicionó.

―Ni eso te bastó para alejarte de ella, porque después de un tiempo la frecuentaste de nuevo ―manifestó molesto.

―Ya pasó, desde que conocí a Elizabeth por fotografía que dejé de verla, no estoy con ella.

―¿Acaso le eres fiel? ―preguntó uniendo las cejas con asombro.

―Sí, aunque te parezca raro. Ella aún me sigue enviando cartas, pero no las respondo.

―Me alegra saber eso, hijo. Tu madre y yo queremos que seas feliz, y sabíamos que jamás lo serías con Roseanne, esa mujer aparte de estirada casi lapida tu fortuna.

―Hasta que encontró a otro ―dijo serio.

―Menos mal que así fue.

―Lo sé. ―Se puso de pie y tomó la chaqueta para colocársela―. Le diré a Sam que ensille mi caballo.

―¿Irás a la ciudad?

―Sí ―afirmó.

―Perfecto, yo me echaré una siesta.

―Lo bien que haces, padre ―contestó.


🌹🌹🌹


Londres, Inglaterra

Anne's Exclusive Boutique

Las tres mujeres ya llegadas al centro de la ciudad y dentro de la primera prestigiosa tienda, donde Kate se confeccionaba sus vestimentas también, estaban esperando por ser atendidas hasta que la dueña de la boutique delegó el trabajo a su asistente para atender de manera exclusiva a su clienta preferida. La duquesa de Covent Garden.

―Qué agradable sorpresa volver a verla, milady ―expresó con una encantadora sonrisa.

―¿Cómo te encuentras, Anne? ―preguntó con amabilidad.

―Muy bien, gracias. ¿Y usted?

―Excelente ―replicó―. Necesito un tiempo tuyo para que confecciones muchas prendas de vestir para la señorita que me acompaña ―admitió.

―Si gustan pueden pasar al salón de diseño para que hablemos más tranquilas ―emitió y las tres se encaminaron hacia el lugar donde les indicaba la modista.

Entre charlas y muestras de diseños que la dueña de la tienda le mostraba a Elizabeth, esta primera supo que era la prometida del hijo de la duquesa, y con más encanto la atendió, porque si su clienta preferida era amable, por consiguiente aseguraba que la joven lo era también.

Una hora pasaron dentro del cuarto, entre pruebas de vestidos, calzados, y accesorios que quería que su nuera tuviera también. Quería proporcionarle todo lo que pudiera, porque quería que no la viera como una rival entre ella y su hijo.

La muchacha apretó la boca ante la cantidad exagerada de atuendos, calzados y demás cosas que iba a tener en su guardarropas, y aún faltaba lo que para ella era lo más frívolo que había en una sociedad como aquella, las joyas.

Una voz femenina se escuchó detrás de la tela que separaba la boutique del salón de diseño, la misma gritaba exigiendo que la atendiera solamente la dueña y no la asistente. Kate apretó la mandíbula cuando supo de quién se trataba y puso sus manos en forma de puños sobre su regazo, la joven miró su expresión y se preocupó por la mujer.

―¿Te encuentras bien? ―cuestionó.

―Sí, querida. No te preocupes ―le regaló una sonrisa.

Aunque la asistente le impidió el paso hacia el salón de diseño, esta con asco la empujó haciéndola a un lado y echó la cortina hacia un costado para encontrarse con la dueña de la boutique, la duquesa, la inepta de Clarissa, para el criterio de Roseanne, y un rostro desconocido para ella.

―No creí que me encontraría contigo aquí ―respondió con falsa amabilidad hacia su exsuegra.

―Hola ―fue tajante.

―¿Me presentas a la muchachita que tienes a tu lado? ―interpeló con mucho interés―, ¿o acaso es tu nueva dama de compañía? ―Casi se carcajeó.

―Querida, a quien tengo a mi lado no es ni más ni menos que la futura duquesa de Covent Garden ―admitió con orgullo en su voz.

―Que joven tan... insulsa, habría pensado que elegiría a alguien mucho mejor, o por lo menos que estuviera a mi altura ―sonrió de lado mientras levantaba una ceja.

La mente de Elizabeth acertó cuando pensó que aquella mujer debía de ser algo más en la vida del duque.

―Te aseguro que es mucho mejor que tú, y si nos disculpas tenemos que continuar con la cita ―declaró con hastío en su voz.

Con una mueca de asco se giró en sus talones y salió de allí enfurecida.

―¿Quién es? ―quiso saber la joven y Kate cerró los ojos ante la pregunta que temía responder.

―Nadie.

―Si no sería nadie, no habría dicho lo que dijo ―mencionó―, y a cómo he visto todo, algo me dice que fue alguien importante en la vida de tu hijo.

―No ―negó con la cabeza también―, no fue importante, jamás lo fue ―insistió.

―¿Cuál es su nombre? ―Volvió a preguntarle mientras la miraba a los ojos.

―Niña... ¿por qué quieres saberlo? ―cuestionó con algo de incomodidad.

―Solo para entender... porque estoy segura que tú y tu marido, así como también el duque saben sobre mi vida.

―Su nombre es Roseanne.

Clarissa se mantuvo callada todo el tiempo y la modista volvió a entrar al salón para seguir con los diseños.

―Luego del encuentro inapropiado, ¿podemos continuar con lo que habíamos dejado? ―inquirió la dueña y la joven la miró para posteriormente asentirle con la cabeza.

Después de media hora más en donde la muchacha se eligió un nuevo vestido para estrenar en ese mismo momento y un lindo calzado, salieron de la boutique con pilas de cajas para que el lacayo subiera en el techo del carruaje que las había traído. Un caballo guiado por un hombre se aproximaba a ellas mientras charlaban. El animal se detuvo frente a las damas y él clavó la vista en Elizabeth.

―Ustedes vuelvan con el carruaje, la señorita volverá conmigo ―anunció a las otras dos.

―No hace falta, volveré con ellas ―respondió la joven.

―No... usted se irá conmigo ―manifestó sin bajarse del caballo―, daremos un paseo antes de regresar al ducado ―extendió su brazo para que tomara su mano.

Los ojos curiosos de las personas que pasaban cerca de ellos, veían con atención la escena. Sobre todo las mujeres quedaban embelesadas con él montado en un precioso caballo oscuro.

―Ve con él, nosotras volveremos en la calesa, no te preocupes, querida ―dijo Kate con una sonrisa.

―De acuerdo ―acotó sin tener ninguna otra opción.

Se acercó a él de a poco y con inseguridad volvió a extender su mano para posarla sobre la suya.

―Ponga su pie sobre el mío, la ayudará a tomar impulso ―afirmó.

―No pretenderá que le ensucie la bota ―abrió más los ojos de forma incrédula.

―Eso mismo quiero que haga, es la única manera de poder subirse al caballo y la más rápida.

En un solo movimiento y por la agilidad de él también, la sentó de un solo lado y con un sonido de su boca, el caballo salió al trote de la ciudad.

Las dos mujeres ya estaban dentro del carruaje con rumbo al palacio, y entre ellas conversaban, porque Kate tenía confianza con Clarissa también.

―Casi me descompongo cuando la vi de nuevo ―confesó la señora con pesar.

―No debe afligirse de esa manera, milady ―intentó reconfortarla en cierta forma―. Su hijo parece estar encantado con la señorita y estoy segura que todo marchará bien entre ellos.

―Veo que es una muchacha encantadora, y reservada.

―Pues, si me lo permite, debo decirle que no es tan reservada cuando se trata de su hijo ―admitió tapándose la boca ante la risita que había emitido por lo bajo―, a la señorita no le importa su rango y lo enfrenta sin vueltas, está a su altura.

―Perfecto ―dijo de manera encantada con la muchacha―. En ese caso, me gusta mucho más para mi hijo, dejando de lado si le interesa o no su fortuna, algo que intuyo que no tampoco, lo digo porque tal parece que no le teme y él es diferente a como cuando estaba con Roseanne.

―Lo es, milady. Su hijo cambió por completo desde el día en que conoció a Elizabeth por fotografía.

A medida que avanzaban en el camino hacia la residencia, ambas mujeres continuaron conversando.


🌹🌹🌹


Bosque

Más a lo lejos de la ciudad y en la zona del bosque que conectaba con el ducado, se encontraban Elizabeth y Patrick montados en el caballo y paseando por un sendero frondoso, y con árboles a los costados. Los colores eran preciosos y la muchacha quedaba aún más encantada con todo lo que veía. El hombre sujetaba las riendas de su potro con firmeza y con ello mantenía entre sus brazos a la joven también.

―¿Le gustan los caballos? ¿Sabe montar? ―preguntó con interés.

―Sí, mucho. Los considero unos animales bellísimos ―declaró―. Y sí a su segunda pregunta, sé montar.

―Puede elegir el que quiera de mi cobertizo ―confesó―, creo que uno de capa blanca le quedará formidable.

―¿Por qué lo cree así? ―Levantó una ceja al tiempo que giraba su cabeza para mirarlo.

―Representa la pureza, y pienso que usted la tiene también.

―¿Acaso su caballo es negro porque representa el misterio? ―formuló con algo de sarcasmo en su voz.

―Exactamente, señorita ―dijo con voz seductora―. Ha acertado. El nombre de mi caballo es Misterio.

La francesita pensó que le quedaba perfecto el nombre del caballo con lo que en verdad era el dueño del animal. El potro Misterio y él prácticamente podría haberse llamado Peligro. Porque ninguna joven en su sano juicio habría aceptado pasear con él a solas, montados a caballo por un bosque. Se le asomó una sonrisa cuando lo pensó y él la miró con atención.

El hombre destilaba magnetismo, y ella había sido la insensata que había accedido a ir con él.

―¿De qué ríe? Me gustaría saberlo ―comentó con honestidad.

―Perdón por haberme reído sola, no debí hacerlo ―se recompuso.

―No tiene que disculparse, ¿es posible que sepa el motivo de su sonrisa? ―repitió la pregunta.

Elizabeth no era ninguna cobarde y ante la insistencia por su parte, lo enfrentó.

―Solo pensé que si el potro se llama Misterio, a usted le habría quedado muy bien el apodo de Peligro ―expresó con soltura y sin nervios.

―Debe de tener una buena razón para dedicarme ese apodo ―alzó una ceja con interés―. Si usted quiere, me puede llamar así, lo encuentro excitante ―la sonrisa fue devastadora.

―Supongo que yo no soy la única que lo encuentra a usted así. ―Abrió los ojos con desmesura cuando cayó en la cuenta que había hablado de más.

La hacía sentir tonta, y una debutante cuando estaba cerca suyo. Se odiaba por sentirse de la manera en como él la hacía sentir, ni siquiera había pasado un tiempo prudencial para saber lo que sentía por él, y sin embargo tan solo haberlo visto la primera vez supo que todos sus pensamientos que iban en contra de lo que opinaba de un noble como él, iban a desequilibrarse por el peligro que representaba para ella.

Trató de recomponerse y quiso preguntarle por la mujer que había conocido en la boutique.

―¿Quién es Roseanne? ―Fue directa y sin que su voz temblara―. Y más le vale que me lo diga, porque he sacado mis propias conclusiones desde que la vi hoy dentro de la tienda ―dijo seria.

Patrick sabía bien que no tenía escapatoria. Y se lamentó por no haber llegado mucho antes de que las dos se vieran las caras.

―Fue mi amante ―afirmó y ella cerró los ojos ante la respuesta.

―¿Fue o lo sigue siendo? ―Volvió a enfrentarlo.

―Fue.

―Por la manera en cómo ella dijo las cosas, no lo parecía ―admitió con molestia en su voz.

El duque la miró directo a la cara alzando una ceja negra, el rostro que Elizabeth le regalaba era de una dignidad sin igual, decidida, arrebatadora y con lengua larga, le encantaba y estaba más que seguro que estaba celosa.

―Debo insistir, era mi amante, ya no ―repitió.

La francesita supo que aunque él le dijera aquello, no podía competir con aquella mujer, era bella, demasiado y siempre se sabía que tarde o temprano, los nobles volvían a frecuentar a sus amantes y pensando aquello, más miserable se sintió.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top