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Londres, Inglaterra
Scotland Yard
En la zona de los calabozos, se encontraba Patrick sentado en una tabla de madera con las piernas flexionadas y recargando la espalda y la cabeza contra la pared, parecía que dormitaba pero se mantenía alerta. El mismo oficial que atendió a la duquesita, le habló a él.
―Puede irse, milord. Disculpe la incomodidad y por lo que tuvo que pasar por nuestra culpa ―expresó abriéndole la reja.
―No se preocupe, entiendo que era parte de su trabajo. ¿Pudieron averiguar algo más? ―preguntó intrigado.
―Sí, me confesó todo su esposa, desde el momento cuando ella vivía en La Rochelle y tuvo el inconveniente con el sujeto, la manera en cómo usted y ella se conocieron, y hasta el día del duelo.
Patrick quedó desconcertado.
―¿Le ha contado todo?
―Sí. Todo con detalles. Lo escoltaré hasta la entrada para que pueda irse.
―Muchas gracias, oficial.
―Estamos a su disposición, milord.
Lemacks puso su chaqueta al hombro y una mano en el bolsillo del pantalón, y caminó a la par del policía. En la sala principal, la mirada azul de Patrick se encontró con la mirada verde de ella más no se dijeron algo. El oficial estrechó las manos de ambos y los dejó seguir su camino luego de agradecerle.
―¿Cómo llegaste y con qué?
―James me dijo cómo llegar y he venido con Etérea.
―Este no es un sitio para una mujer. Deberías haberte quedado en el ducado.
―¿Acaso eres el oficial de la Scotland Yard también o qué? ―Lo miró de reojo y con una ceja levantada mientras lo cuestionaba con altanería―. Podrías haber pasado un día o dos hasta que se esclareciera todo, ¿eso preferías antes que venir y declarar también? Ya me expuse, ya no me importa lo que digan de mí, debí contar todo para llegar al día del duelo, era necesario hacerlo ―confesó con honestidad y seriedad.
Subió a la potra y luego lo hizo él quedando detrás de la joven.
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Arboleda ducal
A medida que avanzaban con lentitud por las afueras de la ciudad de camino al ducado, había silencio en medio de ellos, y una copiosa lluvia los encontró atravesando un pequeño claro. La cortina de agua era cada vez más intensa y dificultaba el galope de la yegua, incluso para ambos era complicado dirigirla ya que el camino se estaba inundando y el sendero quedaba cubierto por el barro.
―Cerca de aquí hay un granero donde podríamos quedarnos hasta que la lluvia cese un poco, me he quedado para pernoctar cuando tuvimos la primera discusión, por el somnífero que me diste y el líquido rojo.
Elizabeth supo a qué discusión se refería y cerró los ojos recordando aquel suceso.
―De acuerdo.
El duque dirigió a Etérea hacia el camino del granero que había comentado y de a poco lo fueron divisando entre los árboles. Cuando llegaron se bajó primero él y después ella sin la ayuda del hombre.
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Granero
Patrick abrió el portón de madera e hizo pasar a Elizabeth que tenía sujetas las riendas de la potra para entrarla también. Cuando él cerró las puertas y puso una tabla de madera como traba, la muchacha se sintió como en otro lugar. Volvía a quedarse a solas con el duque a pesar de estar la yegua también con ellos. La guio hacia un rincón alejado para que estuviera tranquila y pudiera comer algo de heno que había en el piso.
Patrick encontró un balde de madera y lo sacó afuera para llenarlo con el agua de lluvia y esperó por él. De la manera en cómo llovía tardó unos diez minutos en llenarse el balde y cerró el portón con traba. Encontró a su esposa intentando prender el fuego.
―No sabía que podías encender el fuego.
―Es lo que intento pero me es imposible.
―Deja que lo haga por ti ―se acercó a ella y se puso de rodillas―. Ve a asearte un poco si quieres, hay agua de lluvia en la cubeta.
―Gracias.
Cuando el fuego comenzó a arder cada vez un poco más, el hombre buscó por el granero alguna soga para colgar las ropas, cuando dio con lo que estaba buscando, la ató de extremo a extremo a una altura normal para que Elizabeth pudiera alcanzarla también.
Apenas terminó de enjuagarse la cara, las manos y acomodarse un poco el pelo suelto. Fue al fuego encendido para tratar de secarse el cabello.
―Vas a tener que quitarte la ropa para que se seque ―admitió ya teniendo él el torso desnudo.
Era una tortura intentar no mirarlo, porque era un pecado.
―Ya lo hago ―emitió acercándose a él para desvestirse también.
Quedó con la enagua y la ropa interior. El duque tocó la tela.
―La enagua está húmeda, así que será mejor que te la quites también.
―Si estoy cerca del fuego se me secará rápido.
―De acuerdo ―dijo y terminó por quitarse los pantalones para quedarse con la prenda interior.
Ella volvió a sentarse frente al fuego y él aprovechó en higienizarse un poco. El ambiente entre los dos era tenso y tanto la joven como el hombre lo sabían también. Y la duquesita tenía miedo que si hablaba más de la cuenta, el duque volvería a molestarse con ella.
―Parece que la lluvia no frenará pronto.
―Aún si para de llover, tendremos que esperar para que nuestra ropa se seque.
―Sí, es verdad.
El estómago de Elizabeth hizo un pequeño murmullo y se avergonzó escondiendo la mitad de su cara contra las rodillas flexionadas y mirando con fijeza el fuego.
―¿Tienes hambre? ―cuestionó Patrick.
―No te preocupes, estoy acostumbrada a no comer. En el tiempo que viví en La Rochelle, no frecuentaba comer.
―Pero tu estómago ahora sí está acostumbrado a comer, y puede que te sientas mal por tenerlo vacío.
―Una vez que te acostumbras, es normal.
La muchacha se abrazó a sí misma tratando de darse calor. Aún cuando el fuego estaba encendido, sentía frío.
―¿Tienes frío? ―preguntó.
―Un poco.
Patrick se acercó a ella y la abrazó por los hombros. Quedó incómoda con la actitud de él y se relajó en sus brazos.
―Discul... ―fue el inicio del perdón pero él la acalló con un beso en sus labios.
―Chist.
Continuó besándola.
―Anoche te di una cachetada, ¿y ahora me besas? No te comprendo ―admitió muy confundida y levantando las cejas, y mirándolo sorpresivamente.
―Me la merecía por lo bruto que fui contigo.
Ella acarició la mejilla que le había dado el sopapo.
―Patricien... ―sonrió y fue la joven quien lo besó de nuevo.
Elizabeth insistió para que el beso sea más intenso y Patrick se sorprendió cuando intentó acercar la lengua en el interior de su boca. No objetó y con decisión la sujetó de la nuca y la cintura para aumentar el beso a otro nivel.
―Ha vuelto el pimpollo rojo.
―Posiblemente, pero nunca he hecho esto.
―Me dejas pasmado y sorprendido al mismo tiempo ―confesó contra sus labios entreabiertos.
―Patricien ―volvió a nombrarlo con los ojos cerrados, deleitándose de todo él y su aroma.
―Quien te conoce diría que estás enamorada de tu marido.
―¿Por qué lo dudas? ―cuestionó clavándole la mirada en la suya y él quedó sorprendido.
―¿Lo estás?
―Sí, estoy enamorada de ti, sé que te lo he dicho de otra forma la noche que pasamos juntos en el granero de tu finca en Francia pero ahora te lo repito, incluso hasta creí llegar a tener miedo si te lo decía seguido, sabes que siempre me he cuestionado todo y que he tenido más prejuicios que querer disfrutar de las cosas que me ofrecías, pero ahora que te lo confieso, es posible que me sienta más aliviada ―expresó con honestidad.
―Mi precioso pimpollo rojo ―admitió él acunando la cara de la joven entre sus manos―. Nunca imaginé que serías capaz de exponerte como lo hiciste.
―No me ha importado, siempre han rumoreado cosas de mí y mi procedencia, lo sé, a pesar de que tú lo ocultabas.
―Siempre he escuchado rumores acerca de ti, nunca afirmé algo porque tampoco quería exponerte, solo intentaba protegerte. Ese es mi deber.
―Y lo has hecho y continúas haciéndolo, pero sentí que debía confesar todo desde el principio si quería sacarte de allí.
Elizabeth lo abrazó por el cuello, ambos cayeron al piso y terminaron por sucumbir a la pasión.
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Ducado de Covent Garden
Alcobas ducales
A la mañana siguiente emprendieron el regreso al castillo con parsimonia ya que el camino se encontraba lodoso y húmedo. Les tomó casi medio día en llegar a la residencia y cuando arribaron, Patrick pidió que le prepararan la bañera. Pocos minutos después, golpeó la puerta contigua del dormitorio de su esposa y él asomó la cabeza. La encontró desvistiéndose.
—Hay agua caliente en la tina, ¿no quieres darte un baño conmigo?
—¿Entraremos los dos? —cuestionó intrigada.
—Yo creo que sí, podemos estar enfrentados o tú de espaldas a mí? ¿Vienes? —Extendió su mano para que la aceptara.
Elizabeth aceptó su mano y entraron al cuarto del duque. Pronto se encontraban dentro de la bañera y conversando de algunas cosas.
—¿Festejarás tu cumpleaños? Quiero suponer que sí —contestó ella misma.
—Sí pero solo con poca gente, no me gusta hacer de mi cumpleaños una diversión para los demás, para eso están las fiestas fuera de los festejos personales.
—Me parece bien, por lo menos sé que lo festejarás —sonrió al mirarlo.
—Sí y debes organizarla tú —rio besando su cuello.
—¿Estás seguro? —preguntó observándolo de reojo.
—Completamente.
Cuando terminaron de darse el baño, él se ofreció a cepillarle el cabello. Se sentaron en el largo sillón frente al hogar encendido y Patrick se puso detrás de ella. Minutos pasaron de eso y la duquesita se ofreció a hacerle lo mismo a él. El duque se lo aceptó de buena gana también. Unos momentos más, durmieron en aquella misma recámara.
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